Conservador, aristócrata, liberal, idealista,
espiritualista, europeísta, clasicista... A lo largo del siglo
Ariel ha provocado una recepción desde los extremos ya que su
contenido es políticamente molesto, sus comentarios a la
democracia, su mirada hacia la
cultura y su modo de entender la
función intelectual se inscriben claramente en la tradición
intelectual “civilizadora” que caracterizó al grupo
rioplatense
durante el sitio de
Montevideo.[i]
Ariel es la primera
publicación exitosa de un Rodó de veintinueve años que estaba
aún ausente de la participación política que comenzaría,
justamente, un año después de tal publicación y donde se movería
por nueve años casi seguidos a no ser por un paréntesis de tres
(de 1905 a 1908)
en el que gesta parte de Motivos de Proteo.[ii]
Una vez reconocido el hecho de que
Rodó es generalmente leído
desde y casi exclusivamente desde Ariel, cabe preguntarse:
¿constituye Ariel un ideario invariado que sirve para leer su
visión política y cultural en el resto de su vida intelectual?
¿Se puede leer el resto de su obra ensayística, periodística y
política como no siendo más que una serie de apéndices
desprendidos sin modificación de las tesis planteadas en el
Ariel? Sería sencillo afirmar que sí y de hecho no creo que sea
demasiado injusto decir que
Rodó ha sido leído casi
exclusivamente a través de Ariel ignorándose la más de las veces
el resto de la obra y el contexto socio-político local desde el
cual fue escrita.[iii]
Comparto con
Real de Azúa que las
apreciaciones sobre Rodó
(casi siempre reducidas a Ariel)
implican “un desconocimiento bastante serio de sus textos o, por
lo menos, un olvido demasiado reiterado de sus matices”
(“El
inventor” 128). Con esto me arriesgo a decir que, en cierto
modo, la extensa producción
crítica sobre
Rodó ha terminado
acercándose al efecto-estático con el que se monumentalizó o
mejor aún, con el cual se fetichizó su obra omitiendo su proceso
de producción. Rodó pasó a ser casi un símbolo patrio en su país
y este pasaje implicó la labor de borrar la serie de conflictos
que sus textos tuvieron en el contexto local y haciendo clara
omisión del hastío que produjo su viaje en 1916.
Escribir sobre Rodó plantea una situación difícil ya que media
un siglo de lecturas así como también la
visión ya casi armada
que uno adopta al no poder mirarlo sino a través del lente de
Ariel. Sin embargo, reducir Rodó a ese ensayo excluye de
antemano la dificultad que implica ir a la obra múltiple que se
caracteriza por los vaivenes, las tensiones y sobretodo por el
carácter polémico que guarda si se entiende como un diálogo que
está comentando y discutiendo entre líneas el proceso de
gestación del Estado batllista. Es este conflicto entre la gesta
de Motivos y la formación del Estado batllista lo que intento
analizar en este ensayo. Mi propósito es llevar a cabo una
lectura que desde Motivos y atravesando desde allí su obra, mire
los deslices y las vacilaciones, es decir, los puntos en los
cuales se da la lucha entre una epistemología y una forma de
política (que remite a la formación del estado paternalista y
que implica una forma de disciplinamiento) con la que Rodó tenía
relación no sólo por estar en el ambiente sino también por ser
un político activo en ese momento. Este conflicto emerge como
una tensión entre intelectual y
Estado, entre la
crítica
cultural y la forma estatal con la que Motivos lucha. Por eso,
intentaré analizar la complejidad de una obra que al asumir el
registro escrito pretendía flirtear con una universalidad
imposible, ilusión que se cortaba al concluir que somos
prolongaciones del ambiente, lo que hace que el pensamiento
tenga que ser acción y acción contextualizada. Por eso, gran
parte de la obra es un diálogo entre Rodó y ese país que veía
como un “pueblo histérico, pueblo chiflado” (“Carta a Piquet”
1280), entre un Rodó que deseaba un nomadismo (postulado en una
carta como su sueño) y una especie de super-ego que le
cuestionaba esos deslices desestratificantes; entre un Rodó que
gustaba de la aristocracia y otro Rodó que manifiesta su encanto
por los rebeldes anarquistas (“Anarquistas y Césares,”
admiración recíproca con Barret y Frugoni), por un lado,
rectitud y mesura, y por otro la certeza de que había más
potencia en un criminal que en un hombre “fijo” “invariable” o de
“sistema.”
Mi lectura quiere desnudar esas luchas; no se trata de una
defensa de Rodó ni de hallar una verdad “oculta,” ni de armar
otro “símbolo” con su figura; es decir, no es mi propósito
transformar una valoración de Rodó apelando a lados desconocidos
sino que me interesa una lectura crítica que analice la gesta de
la crítica cultural al compás y lucha con la forma del
Estado
paternalista. Por eso, lo que intento es poner carne de evento y
conflicto a esa obra que, una vez pasada por la
máquina
sedentaria del Estado educador, se transformó en espíritu puro,
en hombre universal, en alma burguesa incorpórea y a-local.
Esto, que se puede analizar como una “arielización” o monumentalización de Rodó comienza en una fecha precisa y en una
situación patética: la llegada de su cadáver a
Montevideo. Llega
un cadáver y hay que construirle el monumento, hay que hacer del
fantasma un símbolo.[iv] En este punto Rodó se arieliza y
confina, se transforma en monumento y símbolo patrio; sin
embargo, creo que es necesario desmonumentalizar esa figura,
hurgar en los textos con el propósito de leer las luchas
constituyentes de ese nudo problemático que la
modernización-estatización implicaba para la creación de un
pensamiento crítico. En este sentido, mi análisis se centrará en
investigar la relación entre los escritos post-Ariel y el
proceso de gestación del Estado batllista.
Crisis de 1904 o el conflicto de la pluma: político y escritor
“No quiero permanecer estacionario en este ambiente enervador
... Tracé mi destino en la vida: el de manejar la pluma” (“Carta
a Piquet” 1279). Rodó enuncia esta sentencia en 1904, año
conflictivo (guerra civil) y marca fundamental con la que
comienza el primer gobierno de José Batlle y Ordóñez enfrentando
la inmediata respuesta que le viene del campo con el
levantamiento del caudillo Aparicio Saravia. Un año después de
la publicación de Ariel (1901) Rodó comienza su actividad
política junto a un grupo de jóvenes con el propósito de renovar
el ala liberal del Partido Colorado visto por ellos como una
masa senil esclerosada. Desde 1901 en adelante, entrará y saldrá
de la política, siendo diputado en tres instancias (1902-1905,
1908-1911, 1911-1914) y finalmente alejándose de ella.[v] Rodó
experimentaba la práctica política en un sentido muy conflictivo
ya que aparecía como una práctica obligatoria pero como un
obstáculo en su formación intelectual. Las cartas, dotadas de un
carácter confesional, constituyen el espacio privilegiado en el
que Rodó expresa la constante incertidumbre que sentía alrededor
de este conflicto de su vida: ser un político y ser un hombre de
letras. Por un lado, ambas actividades iban juntas y por otro
creaban un problema que la generación anterior a él no
enfrentaba. Este conflicto que abrevia la vida intelectual de
Rodó expresa un cambio en el lugar y rol del
intelectual, es
decir, una transformación dinámica en el corazón de la ciudad
letrada donde el intelectual pasará a especificar su función
como literato o librepensador. Rodó veía que la política no daba
espacio a la meditación ni al diálogo y ponía en duda aquello
que caracterizaba la actividad intelectual: el poder de
efectuación del discurso.[vi]
La tensión entre ser político y hombre de letras postulaba un
encierro que Rodó percibe al analizar los problemas
socio-económicos de los intelectuales en su tiempo, manifestando
que “la política, mujer celosa, rara vez deja de exigir el
absoluto olvido de la novia que se tuvo antes que ella”
(“Impresiones de un drama” 525). Lo que Rodó marcaba era la casi
imposibilidad de una autonomía económica y práctica para el
hombre de letras; la política era todo y era necesario entrar a
ese todo porque ese “pulpo” era la existencia misma del país.
Esto ponía al intelectual en un problema difícil de resolver ya
que al entrar y salir de la política se estaba jugando su
relación con el destino nacional, lo que permite entender cómo
luego de sus desencantos y su renuncia a la banca de diputado en
1905, volverá al Parlamento en dos períodos más. En otra carta
de marzo de 1904, Rodó confiesa que “decir adiós a la política
... equivaldría casi a decir adiós al país; pues el país nuestro
y su política son términos idénticos: no hay país fuera de la
política. Todo lo demás es aquí epidérmico y artificial” (1275).
Este conflicto marca el antecedente de Motivos y también la
crisis que atravesaba al
escribir el
libro, momento en el que se
replanteó de raíz su actividad como intelectual confesándole a Piquet que de no existir la posibilidad de irse del país, no
habría dudado en cometer un suicidio intelectual: “Lo que me
estimula es precisamente la esperanza de poder dejar esta
atmósfera. Si supiera que habría de permanecer en el país, le
aseguro a usted que no escribiría ni una línea y optaría por
abandonarme a la corriente general, matándome intelectualmente”
(1276; énfasis mío).[vii]
Motivos es la negociación de una crisis y una meditación que
lidia entre el Ariel y la participación política, con la
experiencia de la guerra de 1904 mediante. La correspondencia y
unos fragmentos escritos como diario íntimo patentan una
progresiva intensificación de malestar en Rodó quien, luego de
su renuncia a la banca de diputado, se aísla socialmente para
dedicarse a seguir la gesta del libro. ¿Qué se negocia en este
ensayo? Como decía más arriba, hay un desencanto marcado por el
cuestionamiento del poder de eficacia del discurso, un problema
de comunicación o entendimiento que limita o interroga el
vehículo del intelectual. El gran tema de Motivos es cómo lidiar
con el hiato entre lo teórico y lo práctico, entre discurso y
acción, entre lo contemplativo y lo performativo, entre
personalidad y sociedad. Ese cómo lidiar se traduciría en un
cómo pensar la estatización y la autonomía, la fijeza y la
procesualidad, la relación entre “crítica” y proceso de
“estatización.” Rodó se centrará en la relación entre sociedad y
personalidad para pensar la posibilidad de sobrepasar el recinto
dicotómico que comienza a ser un asunto estatal: división de
trabajo, distribución y legitimación de saberes determinados
bajo el patrón de lo socialmente productivo e improductivo,
organización de la enseñanza y el perfilarse de un tipo de
concepción de la cultura.[viii]
En Ariel todo estaba más claramente delimitado
a través de las divisiones del texto: una “aristocracia” de
pensamiento guiaría a las masas. La mirada ariélica es la altura
que vislumbra como gran ojo a la masa “amorfa” y “turbia” de la
muchedumbre. La membrana o sitio de negociación entre ese ojo
intelectual y la “masa” inculta es una educación que se postula
bajo los términos de “educación popular” (jerárquica) desde el
Estado. Indudablemente este sería el motivo que llevó a Rodó,
después de la publicación de Ariel, a la política, sitio desde
el cual ejercer ese poder de guiar al rebaño hacia la luz de la
idea. La entrada a la política sería el pasaje desde esa utopía
a un programa de gobierno y es sintomática la posterior renuncia
a la banca de diputado. En este sentido, Motivos nace de un
progresivo fracaso (¿de Ariel?) que marca la crisis de 1904 y
configura al libro desde la cifra del conflicto, como lo expresa
una carta a Piquet: “No sin algún sentimiento me separaré de
Proteo cuando llegue el momento de darlo a la imprenta; porque
ese libro me ha acompañado a sobrellevar el tedio y la saciedad
de esta larga temporada de política” (1277).
Microsociología de Motivos de Proteo: teoría, práctica y
crítica
A diferencia del Ariel, en Motivos la
muchedumbre ya no se postula como estando abajo del ojo superior
que mira, sino que aparece constituyendo al
yo y oficiando como
principio de composición del mapa de la conciencia. Esto nos
ubica en el tema principal del libro que es cómo analizar la
constitución de la personalidad, lo que remite a cómo pensar
filosófica o críticamente la constitución del sujeto en relación
a la ideología que lo produce como “efecto.” Al intentar pensar
en las posibles “divergencias” respecto a la constitución
hegemónica del sujeto (de creencias y deseos), se puede notar
cómo el análisis sobre la personalidad y el “gobierno de sí” que
recorre Motivos está escrito en un lenguaje político. Esto es
expresado en varias instancias en las que Rodó sugiere que la
lucha “interior” entre la multitud que caracteriza diversos
“estados” de conciencia es similar a lo que ocurre en el campo
político. En este sentido, la personalidad se vuelve un campo de
reflexión sobre la lucha de fuerzas sociales y el problema del
auto-gobierno (peculiar por su carácter de constante
metamorfosis o proteismo) se vuelve traducible al problema
político del primer gobierno batllista, que va desde 1903 a
1907. Con esto, Rodó está poniendo en juego una suerte de
micro-sociología que analiza las fuerzas sociales desde la
psicología de un individuo, asunto bastante común en la época.[ix]
La conformación de la personalidad como una pugna interior entre
la muchedumbre de “yoes” aparece como escenario social de la
transición política, expresada en Motivos en términos de una
“conversión” dentro de la personalidad y el pensamiento que
parece más bien estar hablando del gobierno:
¡Cuán complejo problema es este de nuestro relacionamiento con
nuestro propio pensamiento! ¡Cómo están ellas sujetas a los
mismos engaños y artificios que las relaciones entre unos y
otros hombres! .... Una transformación moral ... impone al alma
un apresurado trabajo de disociación, para romper con viejos
hábitos, y otro, no menos activo de coordinación y disciplina
... Cuando la tendencia regeneradora ha hecho acto posesivo de
la autoridad, aún le falta organizar su república y sojuzgar las
propensiones reacciones e indóciles. Hay, por necesidad un
período intermedio, durante el cual el enemigo que va de vencida
suele volver la cara y logra tal vez algún efímero triunfo. (Motivos 446; 465-6)
Este pasaje nos expone a una sintonía entre el análisis de la
personalidad y el análisis político, lo que crea una suerte de
doblez que remitiría a la “constitución” de la personalidad
(proteo) por un lado y del “ciudadano” (sujeto), por otro. Es
decir que dentro de esta asociación entre la constitución de la
personalidad y la organización de una república emerge el
problema de lo proteico (núcleo fundamental de Motivos),
en tanto tipo ideal de auto-organización mutante (variabilidad).
El problema es cómo concebir la traducción entre personalidad y
gobierno cuando esta personalidad se erige como proteica, es
decir, como constante mutación-transfiguración, siendo
fundamental la capacidad de variación que da pie estribillo del
libro: “Renovarse es vivir,” “reformarse es vivir.”
Reformarse-renovarse aparece como una filosofía de acción: “O
es perpetua renovación o es una lánguida muerte nuestra vida ...
renovarse, transformarse, rehacerse ... ¿no es ésta toda la
filosofía de la acción y la vida?” (308)
Al mismo tiempo, es
interesante recordar que el gobierno batllista era concebido
como “reformista” y en ese momento se era “reformista” o “anti-reformista,”
quedando para el último el sinónimo de “conservador.” Esto marca
la tensión que opera a lo largo de la obra, ahí están los
matices y la lucha constante entre repetición-sumisión y
repetición-divergencia, que es el conflicto que recorre Motivos
ya que el elemento “proteico” intenta pensar la posibilidad de
inventar un modo de ser dinámico que choca con el modelo
disciplinar de fijeza que sustenta la propia posibilidad de la
estatización y hegemonización (como educación del consenso, es
decir, del “acuerdo”). En esta suerte de cruce o punto
conflictivo se superpone una lucha entre el político y el
escritor asqueado, entre el poder legislativo y el
poder-potencia del detalle divergente, entre sumisión y
rebeldía, entre dos tipos de subjetividad. El problema que
enfrenta Motivos es cómo pensar o negociar el cruce entre
gobierno y autarquía. Es indudable que el libro está escrito en
código político y se puede mencionar al respecto cómo percibía
esto el propio Rodó, quien se refiere a Motivos en una carta a Piquet de esta manera: “Hay
partes de mi obra donde creo haber levantado mi estilo por
encima de Ariel y otras partes en que la dialéctica y el
análisis ideológico son finos y sutiles en la defensa de ideas y
doctrinas que han de parecer peligrosas a más de un espíritu
enmohecido y encajonado” (1275).
El problema de esta reforma como elán de la personalidad y la
reforma estatal se vuelve complejo. La primera indica la
afirmación constante del cambio y la variación acorde a un
criterio propio y mutante (anárquico y divergente) y la segunda
se caracteriza más bien por la imposición de un orden más bien
homogeneizante, una sola razón (la razón de
Estado que se vuelve
camaleónica bajo la figura de Batlle). Esta, a su vez, aparece
insinuada en Motivos como falso proteismo, es decir, como pura
apariencia de cambio radical que comienza a generar el
Estado
como aparato de captura de la divergencia (camuflaje del batllismo-socialista, anarco-batllismo y partido de
Estado).
Motivos aparece como composición o ideario de un tipo de cultura
que se postula como desviándose del
Estado homogeneizante,
siendo una suerte de revés o suspensión del proceso de gradual
normalización con que los saberes científicos comenzaban a
cuadricular la sociedad (Barrán, Historia). Y en este sentido
Rodó se confiesa más cercano a un criminal que a un hombre de
ideas fijas e inmutables, a un anarquista que a un César, ya que
encuentra en los primeros una fuerza rebelde y casi heroica a
diferencia de los segundos que son un poder de imposición que
fija y homogeneiza, que confina y normaliza, estatizando (Motivos 464; “Anarquistas” 1170-1).
En un momento histórico caracterizado por la velocidad y el
vértigo, dados por la maquinización y ruido de la ciudad
modernizándose, el tipo de gobierno reformista y la emergencia
cada vez mayor de trabajadores que se hacían oír mediante sus
manifestaciones y huelgas, el problema del cambio se hacía
patente como gran motivo para la reflexión. En este sentido,
Motivos se inicia con el planteo de pensar el tiempo y el cambio
y, más específicamente, de pensar cómo estos ocurren en la
conciencia de un modo imperceptible pero de total afectación:
“... no hay impresión que no deje en tu sensibilidad la huella
de su paso... somos la estela de la nave cuya entidad material
no permanece la misma en dos momentos sucesivos” (303).
Bajo la
impronta de Bergson se postula la duración como constante
proceso de variación imperceptible y se traduce esa especie de
mutación dinámica de la materia en la forma misma de la
conciencia: “cada uno de nosotros es, sucesivamente, no uno sino
muchos” (303). Esa sucesión y cambio
imperceptible aparece remarcando el poder que ejercen todas las
impresiones de las que no se tiene conciencia. Luego de una
progresiva acumulación esas impresiones pueden marcar un cambio
de dirección, una mutación radical que Rodó caracteriza como
promovido por una actualización (“causas actuales”)
que sella la divergencia (303). Desde el inicio se abre el escenario de una especie de
análisis casi infinitesimal de las pasiones y luchas, de hábitos
e imitaciones que arman esa suerte de micro-sociedad que compone
a cada individuo. Inscrito en la lógica bergsoniana, un gran
tema que se postula en Motivos es la posibilidad de
“des-anestesiar” el universo esclerosado del hábito para
encauzar un tipo de mirada y proyecto basados en la “percepción
de la mutación.”[x] Por eso, casi de inmediato se superpone el
problema de la constitución social de una zona del
yo que se
hace rutina, lo que Rodó analiza como la creación de un
“autómata social” que bajo un régimen despótico somete todos los
“yo” a una sola tendencia que anestesia la divergencia o la
captura. Este ejercicio de despotismo camuflado se asocia con un
tipo de educación negativa que promueve el “fijar” creencias y
tiraniza, bajo el dogmatismo, el campo de la conciencia (412-3).
Esa especie de aparato de captura que acontece dentro del propio
campo de conciencia (y del campo social) crea la imposibilidad
de la rebeldía y del enfrentamiento al dogma y a la autoridad,
paralizando la capacidad de inventar, que en Rodó se caracteriza
como la fuerza de la voluntad que permite, tras la divergencia,
la composición de nuevos modos de ser (desear) y actuar (creer).
Como fuerza de transformación y divergencia, la invención (elemento constitutivo de la voluntad y de la inteligencia)
siempre se vincula a la capacidad de rebeldía y, por lo tanto,
de desestabilización del orden instituido, como conglomerado de
deseos y creencias, tradición y costumbre (308, 474).[xi]
En este sentido, el inicio de Motivos se dirige hacia una
peculiar filosofía de la acción, camino que se va armando a
través de una especie de meditación casi autobiográfica en la
que se piensa el choque entre propósitos o ideales y
acontecimientos sociales que los ponen en duda: “No es sólo en
la vida de las colectividades donde hay lugar para los
sacudimientos revolucionarios. Como en la historia colectiva, prodúcense en la individual momentos en que inopinados motivos y
condiciones, nuevos estímulos y necesidades aparecen de modo
súbito, anulando quizá la obra de luengos años y suscitando lo
que otros tantos requeriría (307). Estas convulsiones o micro
revoluciones se expresan como resultando de un desfase entre
escenario y acción, entre propósitos que parecían claros y los
sacudones que provienen del ambiente, en el cruce entre historia
individual e historia colectiva. El quid es cómo desde los
cambios insignificantes o graduales en la historia individual se
pueden producir, también gradualmente, cambios en la
colectividad. Para poder salir de esa crisis de desproporción,
Rodó comienza todo un análisis acerca de la construcción del
alma como autómata social basándose en la
fuerza de imitación y
reproducción esclavizante de creencias y deseos que falsamente
se creen propios o resultantes de la libre elección.
La primera figura que postula para exponer ese
yo-imitativo se
centra en la experiencia de unirse en una manifestación
callejera de la “muchedumbre".” Se toma a la muchedumbre como una
suerte de entidad o “alma colectiva,” fuerza que sobrevuela a
cada particular y lo fascina. Esta aparece como un monstruo que
produce una “enajenación o un encantamiento de tu alma” y remite
a la forma de “sociedad” que se irradia o cuyas vibraciones
penetran en la persona y componen, como una prótesis, parte del
“yo” de colectividad que se lleva dentro (318-9).
La expresión de esa “forma” en cada individuo es el automatismo:
¡cuántas cosas que crees propias y esenciales de ti no son más
que la imposición no sospechada del alma de la sociedad que te
rodea! ¿Y quién se exime del todo de ese poder? Aun aquellos que
aparecen como educadores y dominadores de un conjunto humano,
suelen no ser sino los instrumentos dóciles de los que él se vale
para reaccionar sobre sí mismo. En el alarde de libertad, en el
arranque de originalidad, con que pretenden afirmar, frente al
coro, su personalidad emancipada, obre quizá la sugestión del
mismo oculto numen. (319)
Ese yo injertado como prolongación y poder del ambiente se
describe como un yo sonámbulo o hipnotizado que, procediendo por
imitación y por imposición sutil de la costumbre, se ensambla a
formas de “sentir, querer y pensar” automatizadas. Rodó agrega
la necesidad de una práctica de apartamiento que logre una
progresiva revolución o composición de otra forma, una
divergencia. De este apartamiento se producirá otra conformación
enterrada o subterránea:
Despertarás como de un largo sueño de sonámbulo. ... ¿Por qué
llamas tuyo lo que siente y hace el espectro que hasta este
instante usó de tu mente para pensar, de tu lengua para
articular palabras, de tus miembros para agitarse en el mundo,
cuyo autómata es, cuyo dócil instrumento es, sin movimiento que
no sea reflejo, sin palabra que no sea eco sumiso? ... ¡Ese que
roba tu nombre ... no es sino una vana sombra que te esclaviza y
te engaña ...! Hombres hay, muchísimos hombres, inmensas
multitudes de ellos, que mueren sin haber nunca conocido su ser
verdadero y radical.
(320-1)
¿De dónde saca Rodó este “ser verdadero y radical”? Creo que ese
proceso de reforma interior se tematiza a través de un análisis
de los infinitesimales que obsesionan a Rodó (gradaciones de
fuerzas que existen como “virtuales”). La rebeldía, como parte
adormecida o virtual, era aquello que permanecía hipnotizado
como potencia en la muchedumbre constitutiva de la conciencia.
Claro está que esa rebeldía no podía estar directamente
vinculada a una masa o colectivo ya que el freno vacilante rodoniano planteaba una progresión desde el singular al plural,
lo que se verificará en su “Anarquistas y césares,” donde optará
por el anarquismo y no por el socialismo, en el que veía un
“sacrificio de la personalidad a un orden y una dicha harto
inseguros” (1170).
Apelar a la figura del sonámbulo o del hipnotizado para explicar
el funcionamiento en masa de la sociedad que se empezaba a ver
“moderna” era tópico recurrente en los tratados de psicología o
socio-psicología (por ejemplo Ribot, Bergson, Le Bon, Taine,
Tarde). Con el sonambulismo Rodó parecería describir el modo de
actuar del hipnotizado en la que el sujeto se vuelve un autómata
de reglas que le vienen del exterior y cuyo poder de efectuación
es inmediato. Ese yo deviene espectral, automático, imposible de
poseer autonomía. Es necesario intensificar el análisis en esos
dos pasajes citados para entrar a esa especie de microfísica del
poder que plantea Rodó como producto de la mezcla y uso de
diferentes lecturas. La muchedumbre, como
metáfora para pensar
la vida social e individual en esa sociedad masificándose, es
una figura central para crear un discurso del “alma”
modernizada. Esa muchedumbre conglomera diversas formas de
deseo
ya que indica tanto el
deseo de ascensión material (la
posibilidad de ser burgués) como el
deseo de igualdad social en
las fuerzas de anarquistas y socialistas.[xii] Lo que ocurre es
la transformación y multiplicación de la tipología de
muchedumbre, ya que en el XIX ésta se reservaba al gauchaje
“bárbaro” y en el XX se desenvuelve en el desarrollo mismo de la
ciudad moderna, con la multitud anarquista y socialista (forma
de organización sindical), además de la muchedumbre citadina que
se mueve bajo el
deseo de prosperidad material (burguesía). Es
indudable que en cuanto fenómeno urbano, ese conglomerado
descrito la más de las veces como “monstruo” promueve también
cierta simpatía, ya que entre las revueltas gauchescas y las
muchedumbres citadinas hay un signo de pasaje y “avance” para el
ojo reformista, es decir, para el ojo liberal que mira desde la
teleología europea la constitución de la nación “independiente.”
Las primeras hablan del pasado, las segundas hablan de un
tránsito al futuro; Batlle y Rodó comparten su mirada en este
punto: tener obreros organizados, sindicatos y masa que reclama
derechos es signo de que el país está avanzando, lo que
contrarresta al gauchaje “montonero” del interior.[xiii]
Esa especie de archivo libresco sobre sentimientos, pasiones y
automatismos otorga un
lenguaje para mirar y detallar ese caos
multiforme de la modernización y crear, desde allí, diversos
tipos de formaciones discursivas en gesta. En Motivos se utiliza
ese conglomerado de saberes apuntando específicamente al
escenario micro-social de la personalidad. El problema que se
comienza a delimitar es ese pasaje que va de la muchedumbre a
distancia (acto callejero) a la muchedumbre que es el propio
yo-social, como forma que expresa y reproduce deseos y creencias
inyectados desde afuera en el adentro. Lo que se juega es una
autonomía del
deseo y las creencias y lo que se dificulta es
explicar cómo, esa otra forma propuesta de
restauración del
alma, no es también acto reflejo de tal poder de imposición,
como decía Rodó en la cita expuesta más arriba.
En otras palabras, el gran drama es saber
cuándo hay liberación y, más específicamente, cómo esa
liberación no está siempre inscrita en la ley de sugestión e
imitación impuesta por un otro, por ese poder-alma de la
sociedad en la que el propio reformista no es sino un imitador
de sugestiones ajenas (por eso, el tema de
Motivos es la relación entre sujeto como efecto de Ideología y
la posibilidad de pensar en otro tipo de subjetividad). Para
explicar esto, se va exponiendo una especie de teoría del poder
desde el universo discursivo de la personalidad, en tanto
potencia del actuar. Desde esa suerte de micro-sociología que
busca una acción divergente capaz de producir nuevos deseos y
creencias, Rodó abre la reflexión hacia dos campos: uno es el de
la potencia de abrir la percepción a los infinitamente pequeños,
a las virtualidades que se esconden como posibles (pasiones o
impresiones adormecidas) y otro es el minucioso análisis de la
imitación y la invención.
Los infinitesimales abren esa micro-sociología de tendencias que
Rodó establece como equivalente entre la dinámica de la historia
individual y la historia colectiva. En esta extensa cita se
plasma ese pasaje:
Cualquier idea, sentimiento o acto tuyo, aun el más mínimo,
puede ser un punto de partida en ese abismo a que tu vista
íntima no alcanza ... Son los infinitamente pequeños del
pensamiento y la sensibilidad ... los vagos ecos que la
conciencia escucha alguna veces, como venidos de un hervor
subterráneo ... Lo que nos parece instantáneo, improviso ... en
las bruscas transformaciones de nuestra vida moral, no es ...
sino el resultado visible ... de una acción larga y lentamente
desenvuelta en el abismo interior, teniendo por principio y
arranque una moción levísima. De aquí que baste, a menudo, otra
moción no menos leve, una vaga y sutil excitación ... para
provocar el estallido con que se desemboza un nuevo modo de ser,
nueva existencia. (Motivos 330-1)
De este comentario se desprende una suerte de variedad de
niveles de conciencia: el reino del yo automático, habitual y la
coexistencia de “virtuales,” los infinitamente pequeños que
parecen adormecidos y habitan en una especie de mundo
subterráneo. Poder percibir esos infinitamente pequeños es
aquello que indica el poder de percibir la mutación, entendiendo
con eso las fuerzas dinámicas que quedan subyugadas bajo el
orden despótico del yo dominante. Acorde a ese mundo de los
virtuales o microsociología de la persona, el yo es producto de
o diálogo con la red compleja de socialización porque esos
“infinitamente pequeños” son la materia de la memoria, nacen de
la interacción que es la vida de cada persona y quedan ocultos
por la selección habitual a recordar y echar mano solamente de
lo que resulta útil.
El hecho de seguir a Bergson en casi todo
el proceso de Motivos nos ayuda para aclarar este problema del
“yo” que obviamente posa de antemano esa pregunta: ¿de dónde
sale todo esto? ¿Qué es lo que contiene ese mundo interior? Ese
mundo subterráneo contiene memoria, digamos que una “historia”
desordenada, porque es aquello que quedó descalificado cuando en
la experiencia, la conciencia seleccionó, por hábito, aquello
que servía a su interés inmediato.[xiv] De alguna manera todo lo
que puede “hervir” en ese mundo subterráneo de la conciencia es
lo que otrora fue descalificado bajo la acción refleja que se
dirige hacia el interés (residuos). Sin embargo, en este otro
análisis rodoniano que mira hacia ese mundo de lo minúsculo (no
por tamaño sino por justamente haber quedado descalificado por
el hábito) aparece un claro interés por entrar en ese reino
desinteresado ya que Motivos tiene que resolver el problema de
la acción. Cabe preguntar: ¿qué importancia puede tener
descubrir y priorizar ese mundo de infinitamente pequeños para
el entonces emerger jerárquico del sentido práctico en la
sociedad? Creo que esto se explica a través de otra cita: “¿Es
que existe, en rigor, hecho que pueda ser desdeñado por pequeño?
¿Qué clasificación es ésta que nos autoriza a dividir las cosas
que pasan en pequeñas y grandes, en trascendentales y vanas? ...
¡Pequeño para quien lo mira pasar es, acaso, un hecho que ... ha
de embestir y dislocar a un mundo!” (331-2).
Se preconiza el
reino de lo “inesperado” y de lo aparentemente inútil porque se
le otorga a esa singularidad la fuerza de un posible cambio de
rumbo, en lo individual y en lo colectivo. A través de la
relevancia que se pone en esos actos minúsculos, descalificados
o accidentales se intenta sobrepasar o demoler esa organización
arbitraria que divide entre grande-pequeño, útil-inútil,
teórico-práctico.
Para dislocar el recinto dicotómico, Rodó analiza dos
tipologías: el diletante y el histrión, personajes que poseen
elementos positivos pero a quienes Rodó enjuicia por entregarse
a un solo polo. El “diletante” da primacía a la pasividad, “todo
es digno de contemplación para él; nada lo es de anhelo real, de
voluntad afirmativa” (Motivos 398). El “histrión” se entrega al
mero disfraz (es hombre “mercurio” o falso proteismo): “aptitud
del cambio activo pero puramente exterior y habilidoso ... el
mercurio latinizado, astuto y utilitarista” (399-400). El
diletante y el histrión son los personajes a través de los
cuales se postula ese drama que comienza a enloquecer a los
intelectuales entre el “hombre teórico” y el “hombre de acción”
en el momento de consolidación de la división de trabajo. Esta
dualidad es el motor que recorrerá la modernización en su
aspecto epistemológico, psiquiátrico y administrativo.[xv] El
par diletante-histrión es, a su vez, asimilable al complejo de
patología que estaba sacando de quicio a los psiquiatras
positivistas del novecientos, con las dos formas de enfermedad
mental que los médicos atribuían ser efectos de la ciudad
moderna: la neurastenia y la histeria.[xvi]
Diletante e histrión
aparecen como dos modos memoria y de saber, condensando una
preocupación epistemológica, dos modos de pensar que se precisa
sobrepasar. El diletante tiene un fuerte poder de contemplación,
de fino análisis pero opta por permanecer apartado, inactivo; el
histrión es capaz de mutar constantemente y como un camaleón se
amolda a toda situación, pero sin poder pasar a través de
ninguna por no tener criterio (puede ser amigo del déspota con
el déspota y del esclavo con el esclavo). Estos polos implican
la inacción como “hombre contemplativo,” por un lado, y la
acción constante como “hombre de acción,” por otro; el primero
se mueve en el mundo del mero desinterés, el segundo se mueve
únicamente por interés.[xvii] El diletante y el histrión
parecerían asumir esas dos formas cognitivas como dos extremos
de los que Rodó intenta extraer un intermedio capaz de conservar
el poder de expansión y asociación (percepción de diferencias)
del primero y el poder de acción del segundo (conocimiento y
acción como una sola cosa). Esta microsociología de la
personalidad parecería dirigirse a ese problema, como asunto
político de gesta ciudadana y como asunto cognitivo, en tanto
generación de la crítica.
De esto se desliza la necesidad de concebir la acción de modo
diferente, como órgano mismo del conocimiento (“conocerse en que
la acción es, no solo el objeto y la norma, sino también el
órgano de tal conocimiento” [318]) y como dirección que ha de
interactuar en el ambiente. En cierto modo, Motivos es el
intento de sobrepasar la dicotomía y mostrar el sin sentido de
la división entre reino interesado y desinteresado. Lo que se
desprende es una suerte de primacía de la capacidad de actuar
siguiendo criterios que se van modificando y se prepondera la
diversidad y la contradicción como dos “modalidades” de ser que
no hay unidad que disuelva: “ni la más alta perfección moral
puede tener la fuerza para prevalecer por sobre la diversidad de
nuestra naturaleza, anulándola” (324). La dirección que toma esa
filosofía de la acción sería algo así como la habilidad para
formar mapas precarios acorde a un criterio autónomo que no se
puede fijar como “norma” sino que está cambiando
constantemente.[xviii]
Desde este punto de vista, esa especie
de buceo en el mundo “interior” de la conciencia pierde sentido
si se lo aparta de la vida corriente y se lo convierte en un
objetivo en sí mismo. La acción se postula como la construcción
de ese mapa a la luz de una idea, que no es más que “una
convicción, creencia o anhelo” que reúne las energías dispersas
(419-20); esa idea nace de esa memoria o estela material de
afecciones antes descalificadas. La acción se desprende como una
función resultante de diletante e histrión, esto es, como una
gradación en la que no prime ni el pasivo desinterés inactivo
(enfermedad en la voluntad) ni en el mero reino del interés
(enfermedad del dinero) que se camufla en toda acción que espera
una retribución inmediata. En este espacio-membrana se situaría
el rol de la crítica en la cultura, instancia que nace en el
comienzo del siglo al margen tanto de la “fijeza” que va
generando la estatización como de la pasividad “diletante.”
Para salir de la dicotomía entre teoría o contemplación y acción
o falso proteo, el análisis de los infinitamente pequeños de la
conciencia da paso al análisis del rol de la imitación y la
invención, fuerzas que mueven los deseos y creencias en la
sociedad a través de cómo se componen los individuos. Rodó
somete la imitación a un análisis de gradaciones: siempre hay
imitación, pero dentro de ella es necesario diferenciar la
imitación que expande el poder de actuar y la que lo limita, la
que es fuerza propulsora y la que es inercia, esto se traduce en
imitación negativa (sumisión a un modelo o idea fijos)
y en
imitación-divergencia, que es entendida en tanto invención (389,
391, 400). La imitación rutinaria es la costumbre o hábito; la
imitación expansiva es la que parte de la violencia de divergir
y que desviándose del hábito y el sentido común, abre otros
caminos de acción. Esta segunda forma de imitación es la
invención como fundamento de la voluntad que actúa en libertad,
propagando nuevos modos de creer y querer que se irradian como
magnéticamente por la sociedad. La invención aparece como forma
de imitación pero divergente que parte de las creencias y deseos
pero produce una modificación que puede expandirse de lo
individual a lo colectivo:
...todo acto nuestro por nimio que parezca, tiene una potencia
incalculable de difusión y propaganda. No hay entre ellos
ninguno que esté absolutamente destituido de ese toque magnético
que tiende a provocar la imitación ... Y esto no es sólo cierto
de los actos mínimos de una voluntad grande y poderosa: es una
radical virtud del acto, que, sin saberlo ni los que la ejercen
ni los que la sufren, puede estar adscrita a un movimiento del
ánimo del niño, del mendigo, del débil, del necio, del
vilipendiado. (333)
De este poder de expansión de la imitación (sacado de Tarde)
es
que Rodó postula la potencia que posee la rebeldía o el
rebelarse contra el orden estatuido, la infidelidad que hace
posible la generación de un criterio autónomo. La autonomía
aparece entonces, no ya desde la nada sino desde el propio
sistema ambiental-habitual-automático del yo en el momento en
que se violenta el sentido común y se desobedece. Así se explica
Rodó los cambios sociales, emergiendo de una primer
desobediencia o primer “no”, propagándose luego a multitudes.
Analizando el cambio de creencias y dogmas en la historia, Rodó
afirma que “siempre se llegará a un glorioso advenedizo: a un
aventurero heroico, a un bárbaro soldado o rudo trabajador ...
el magnetismo, la fuerza interna de esta fe son como la
ondulación de aquel arranque personal de rebeldía, de
desobediencia, de audacia, del hereje que apostató de la fe
antigua para tener una fe suya” (449).
El rol de la conversión personal que se propaga y puede terminar
en una conversión social aparece como salto cualitativo que
explica pasajes entre formas históricas y como modo de salir de
la adhesión a un dogma invariable. Toda la reflexión sobre las
vocaciones que hay en Motivos es como un anexo a la idea de la
voluntad como fuerza expansiva y se dirige a preconizar la
necesidad de formar un criterio autónomo (exterior al dogmatismo
de sistemas) y divergente. Esas reflexiones apuntan a un tipo de
educación que se contrapone al modelo que Rodó define como
negativo o carcelario. Tal educación negativa o forma de
cultura-cárcel se traduce como operación que empequeñece la
conciencia y termina formando al yo-sonámbulo o autómata que
vimos más arriba. Esto se describe como la transformación de la
cultura en “encierro claustral” de donde sale la idea de una
educación y formación cultural negativa que se describen como
resultantes de un tipo de imitación que procede por obediencia:
“sonambulismo metódicamente provocado en beneficio de una idea”
(388). A través del tipo de cultura-cárcel se promueve lo
contrario a la personalidad proteica al someter “las facultades
de credibilidad e imitación” a un principio fijo e inmutable,
que resulta en personalidades sociales incapaces de mutar y de
someter a crítica sus propias creencias.[xix] En este sentido,
Rodó afirma que a veces se ha de esperar más de los incultos y
los autodidactas que del producto de una cultura fija y
asfixiante (388). Es decir, que los principios de transformación
que guían Motivos se ven como el revés de los principios
rectores de un tipo de educación y cultura imperantes.
La fuerza del planteo de tal microsociología radica en que
posibilita un tipo de análisis crítico que cuestiona de raíz,
por un lado, la constitución del sujeto hegemónico (autómata) y
por otro, la epistemología que la forma de la soberanía estatal
impone a través de las diferentes esferas de la vida en las que
su saber comienza a resonar. Este lado de Rodó, casi nunca
visitado por la crítica, postula, desde ese mundo de los
infinitamente pequeños y virtuales, un universo de valoración de
lo que excede a la clasificación soberana. Esas
virtualidades o
memorias desplazadas nos ponen en conexión con los “afueras” de
tal epistemología, es decir, con el universo de lo que es
supuestamente irrelevante por haber sido descalificado desde la
operación dicotómica estatal que comienza a regir los saberes y
la vida.
Segundo conflicto y la fuga: intelectual,
crítica y
Estado
Rodó apoyó las dos candidaturas de Batlle y
comenzó su disputa con éste en 1911 cuando aparece el proyecto
del gobierno colegialista.[xx] La disputa anti-colegialista
alineó a Rodó en las filas del “conservadurismo,” etiqueta que
éste detestaba y de la que se defiende de modo interesante en su
discurso sobre la reforma constitucional correspondiente a la
sesión parlamentaria de junio 1912 detallando las razones por
las que no apoyaba la reforma
(111-1116). En este momento la
“reforma” constitucional y la “reforma” del leitmotiv de Motivos
entran en pugna de modo explícito. Estando en plena crisis de
1904, Rodó le había planteado a Piquet la lucha entre dos deseos
que estaban en pugna:
Saldré de mi país -cuando pueda- para empezar una nueva etapa de
mi vida; para empezar una marcha de judío errante por las sendas
del mundo, observando, escribiendo en las mesas de las posadas o
en los vagones de ferrocarriles ... Así me veo en el porvenir
... Pasaré como una sombra por todas partes, y no tejeré mi
capullo en ninguna. Dejaré mi personalidad en mis
correspondencias ... Y sin embargo, hay veces que estas
veleidades de nómada tienen que luchar dentro de mi corazón con
otros proyectos ... y hay una voz íntima que suele decirme por
lo bajo: “radícate, echa raíces en tu tierruca, zambúllete de
cabeza en este pozo” ... Pero esta voz dura poco, y prevalece la
otra, la que me aconseja el movimiento continuo.
(1279; énfasis
mío)
Esta confesión explica la lucha o tensión entre profesiones y el
problema entre ese “nomadismo” o “el pozo” parecería traducirse
en un tener que elegir por la escritura o por la labor de
gobierno como implicando dos actitudes o formas de vida
diferentes. La crisis de 1904 y la de 1911 parten de
convulsiones políticas y le plantean su destino como intelectual
bajo la forma de un problema. La disputa política de 1911 que lo
pone de cara contra el presidente Batlle y le vuelve a plantear
el problema de 1904; en una carta a Joaquín de Salteráin en 1911
dice:
Los que tenemos la desdicha de no ser clericales, ni jacobinos,
ni proletarios, ni patronos, sino francotiradores de una causa
que tiene pocos adeptos en nuestro país ... y en el mundo: la
causa de pensar por sí mismo, sin odios, ni prejuicios, ni
abdicaciones del criterio personal en aras de una pasión
sectaria, -¿dónde hemos de clasificarnos? ¿Dónde está nuestro
puesto, nuestra butaca en estas fiestas? ... Disculpe usted,
querido amigo, estas expansiones confidenciales: yo no puedo
hablarle de la Sorbona ni del Louvre, y cada cual habla de lo
que le rodea. (1267-8; énfasis mío)
“¿Dónde hemos de clasificarnos?” ¿Qué lugar? Indudablemente ese
momento ya planteaba un divorcio entre la
crítica y la política.
Es más, al transformase en portavoz del anti-colegialismo, Rodó
mismo pasaba a figurar bajo una secta o bandera; chocaban dos
egos monstruosos y la lucha se hizo clara entonces.[xxi]
Finalmente, Rodó se aleja de la disputa política y queda
únicamente con la tarea de ser corresponsal de El Telégrafo
donde escribe sobre la guerra mundial. En este momento, acorde a
la narración de Pérez Petit, Rodó proyectaba varias obras pero
carecía de tiempo y más que nada de deseos para
escribir, estaba
abúlico.[xxii]
En su discurso parlamentario contra el colegiado, Rodó toca el
nervio del batllismo al postular sus razones para defender la
representación proporcional. La reforma que implicaba el
colegiado era leída por Rodó como una forma de despotismo
motivado por el afán de mantener el poder
(gobierno de nueve
años), dejando sin representación la propia disidencia. Su
discurso denunciaba el
deseo de camuflaje de Batlle,
representante del Partido Colorado, con los socialistas, a
quienes escuchaba pero a quienes deseaba engullir hacia su
propio partido en lugar de respetar un lugar mayor para estos en
el sitio privilegiado para discutir el país: el parlamento. En
este punto, Rodó indica lo mismo que sostiene Frugoni en su
Socialismo, batllismo y nacionalismo, quien como líder del
Partido Socialista intenta luchar contre el falso-alarde de
socialismo del que hacía gala el populismo de Batlle. Lo que
Rodó parecería mostrar en su discurso era que en definitiva el
batllismo era un gobierno del partido colorado, partido
tradicional y potente, a pesar de los camuflajes de reformismo
social avanzado.
Como ocurre con todo populismo, el batllismo implica una gran
ambigüedad ya que por un lado remite a la fuerza de una reforma
legislativa de avanzada y por otro, no se puede dejar de ver la
forma misma del paternalismo que lo permea, es decir, el
deseo
de “amparar” a los hijos sin legitimar la divergencia como
proyecto viable; es decir, se trata de un gobierno que prefería
“amparar” más que dar voz y lugar. En este sentido, el lenguaje
que usa Batlle indica su mirada al obrero como hijo desvalido
“desamparado” pero no como saber que mira hacia otra forma de
país y de futuro
(Batlle 73-4). El Estado batllista se configura
como un gobierno de “conciliación” en el que el padre clama por
la paz entre hermanos
(obreros y empresarios), suavizando con
esto la idea de una lucha entre “clases” que implicaba cierto
enfrentamiento de amenaza a la conciliación.[xxiii] El final
feliz de la
comedia que consolidaba el estado paternalista era
la posibilidad del ascenso social, de desear y llegar a ser un
verdadero burgués advenedizo (lo que en el proyecto de país se
consolidaba en el deseo de la “Suiza” o “Atenas” con un modelo
de educación iluminista y europeizada). El problema cultural y
educativo que presenta el batllismo puede leerse en la paradoja
de que al forjar una “Atenas” del plata, ahuyenta a sus artistas
y críticos
(exilio-insilio). Como sostiene Hugo Achugar, el
intelectual tiene dos opciones: burocratizarse o huir (419-20).
En ese punto, el ideal “proteico” marca o indica el problema de
la formación misma de la crítica, problema que se hace
claramente personal en Rodó, quien aún andaba entre el
parlamento y “la soledad” de los libros, a diferencia de otros
escritores del momento.[xxiv]
La membrana en la que se mueve Motivos podría leerse como el
nacimiento conflictivo de la crítica cultural como figura de la
crisis entre el intelectual y la política y entre la burocracia
y el pensamiento imitativo o autómata. Al apelar a un criterio
mutante, como punto móvil de
lectura, Rodó funda un tipo de
“crítica” que no sobrevive al aparato educador del Estado. Este
capturará para sí el esqueleto de Ariel, obra que leída a la
ligera logra coincidir con el ideal cultural batllista de
cosmopolitismo
(enciclopedia y cóctel de modelos culturales
prestados). El ideal proteico, como proyecto más bien de
variación y metamorfosis queda fuera del modelo porque es esa
forma de divergencia y autonomía en la que la
crítica se
fundaría, aquello que el aparato educador tenderá a borrar
(y
con ello, la posibilidad de que paralelo al Estado se creara una
crítica fuerte). Siguiendo esa división entre pensamiento y
burocracia, es interesante la observación de Álvaro Rico, quien
sostiene que:
Es precisamente con José Batlle y Ordóñez y el inicio de la
segunda modernización del país ... que la presencia de la
filosofía se irá agotando.
El Estado comienza a asumir el monopolio para generar las
creencias oficiales del sistema frente a las opciones
discrepantes de la sociedad. El batllismo, como “partido de
Estado” encara mejor que ningún otro movimiento este proceso que
será irreversible hasta la década de los años sesenta. ... Esta
pérdida de proyección social de la filosofía será sustituida por
la historia como nivel teórico ... y su proyección quedará
acotada a la difusión de la enseñanza ...
(176-8)
La fuga de Rodó es un caso sintomático en este proceso ya que la
huida es una forma de fracaso luego de postular un tipo de saber
que no encaja con el proyecto estatizador. El problema de la
crítica, como espacio-membrana donde se piensa y negocia una
posición que no saluda al oficialismo y como problema que
nacería de esa opción por evitar la burocracia, se plantea casi
alegóricamente en una historia que se presenta en el Proteo
póstumo, titulada “Los falsos cambios de rumbo.” Rodó narra allí
la historia de un poeta iraní, Anvari, quien “ignoraba que este
oficio de poetizar diese algún título al aprecio de los
poderosos”
(950), hasta que descubre que el séquito del sultán
contaba con poetas, lo que le provoca la ambición de seducir al
sultán y ser parte del séquito. Una vez que logra ser
incorporado al equipo de gobierno, Anvari ya no quiere hacer
poesía sino que opta por dedicarse a la astrología. Como
astrólogo, comienza a predecir eventos que obviamente no
acontecen, lo que lo deslegitima, decidiendo huir tras su
fracaso. Esta narración parece una alegoría de la situación del
intelectual entre burócrata y crítico, y de la situación de Rodó
en su conflicto entre escritor y político. Al entrar en la
máquina de gobierno, la poesía de Anvari se transforma en
astrología, en ejercicio de predicción o programación, en
dictamen. El fracaso de Anvari, su fuga y su memoria como pésimo
astrólogo parecerían indicar un temor casi autobiográfico. Con
esta historia sin publicar se embarca Rodó hacia Europa.
En la figura de Rodó se comienza a dar un conflicto entre la
práctica intelectual y la práctica de gobierno que atañe a algo
más que su caso individual y remite, más bien, a un cambio en el
funcionamiento de la ciudad letrada. Este conflicto hablaba, al
mismo tiempo, de un problema de cómo construir un tipo de
pensamiento que cuestionaba la forma estatal pero que al mismo
tiempo presentaba una epistemología que tampoco encaja en la
etiqueta de liberalismo.[xxv] Es decir, el problema que aparece
en Motivos es cómo darle relevancia a un pensamiento que no
jerarquice ni gobierne la vida desde un principio “fijo” que
construye al autómata
(como Sujeto de Ideología). De alguna
manera, la idea de esa microsociología
(pensamiento de la divergencia) implica un
modo de pensar que iría más allá del liberalismo en el hecho de
cuestionar y criticar la
razón
(de
Estado) y su eficacia en la forma de la ley
(gobierno como disciplinamiento), como formas que se absolutizan
y generan al yo-automático
(sonámbulo, imitativo) y la
educación-cárcel
(ideas fijas, sistema de saber que no se cuestiona).
Por otro lado, aparece la “invención” como
fuerza divergente capaz de producir cambios no sólo a nivel
personal sino colectivo, divergencia que no “pende” ya de una
“educación” (no es éste el
punto relevante) sino de una forma de la memoria
(los virtuales)
que puede provocar ese primer “no” del
advenedizo. Este
punto-fuerza, que es el centro principal de Motivos crea,
a la vez, dificultad en el análisis porque indicaría una suerte
de fuerza anarquista en su alcance filosófico y plantearía
(o al menos me hace plantear) la necesidad
de poder pensar la “autonomía” por fuera de la ley
(yendo con esto fuera de Rodó, quien se mantiene en la
vacilación). Es decir, la autonomía no en su
sentido “liberal”
(como la autonomía kantiana o de la
ilustración que se basa en la forma misma de la ley y de su
universalidad, i.e., “aplicabilidad”), sino en tanto forma de
divergencia que justamente “diverge” de la forma legal y es, por
tanto, “exterior.”
En esta tensión, no veo que Rodó “opte” por un lado; su
escritura es más bien un cuestionamiento pero siempre dentro de
la vacilación
(no hay toma de partido, no hay ni anarquía ni
liberalismo, solo hay pasajes de un lado al otro). En ese
“vaivén” o vacilación constante que marca su pensamiento aparece
un límite que enfrentan los textos y sobre el cual Motivos no
puede parar de hablar y es tener que pensar en tensión o en
lucha con la formación del Estado batllista. Al mismo tiempo,
hay que tener en mente los límites y el modo en que estos
postulan problemas interesantes, como por ejemplo, el sitio
difícil en el que se mueve en ciertos momentos la pluma de Rodó,
esa tensión entre liberalismo y anarquía, entre los modos de
“distender” la idea de biopolítica
(pero persistir en tal forma)
por un lado, y la manera en que se insinúa la necesidad de
divergir de tal modo de gobierno, apelando a un desvanecimiento
del poder soberano
(poder de dividir entre lo grande y lo
pequeño, lo nimio y lo trascendental). Pero se trata de
“momentos,” no de una toma de partido o una “tesis,” es decir,
no se trata de un pensador “de sistema,” por lo tanto, no hay
una posición fija. Lo que parecería quedar es un devenir fantasmático de los propios textos, lo que vimos en su
correspondencia como las “veleidades de nómada”
(exterior o
afuera de los aparatos de “captura” del Estado) y que fue
aquello conjurado por la máquina educativa y cultural del
Estado.[xxvi] Es decir, es ese lado de Rodó el que fue cepillado
por la máquina estatal a la hora de confinar el cadáver y crear
el monumento, esto es, a la hora de “arielizar” su figura
quitando el conflicto sociopolítico que está informando la obra.
Por eso, creo que es relevante desempolvar esas luchas
enterradas, no como modo de “monumentalizar” por oposición
(que no es tal ya que lo que hay es “vacilar” sin
decidir), sino con el propósito de poder repensar
ese momento de emergencia de la crítica cultural en conflicto
con la forma y gesta del Estado. Esto es lo que creo que insta a
promover nuevas lecturas en contexto de varios textos marginales
que permanecen sepultados.
Notas:
[i]
El momento “ariélico” que patentan los primeros escritos de
Rodó responde a una gran admiración hacia la generación del
37, a quienes inscribe genealógicamente como “abuelos” de la
suya (Real, “Ariel, libro porteño” 157-73). Tres años
antes de publicar Ariel (1897) y en un momento de
depresión por la guerra civil, Rodó le escribe a Piquet:
“Montevideo es mitad un club de hablillas políticas, y mitad
una factoría de negociantes. Nunca fue cosa muy distinta.
Hace medio siglo, sitiada y ensangrentada, en vida de una
generación de la que no parecemos nietos, siquiera había en
ella vida intelectual …No hay tribuna, no hay prensa
política, no hay vida de la inteligencia. Cada uno de
nosotros es un pedazo de gran cadáver” (“Carta a Piquet”
1271-2; énfasis mío).
[ii]
De aquí en más me remito a Motivos de Proteo como
Motivos. Todas las referencias a la obra de Rodó remiten
a la edición de Obras Completas de la edición de
Aguilar publicada en 1957.
[iii]
No quiero decir que no existan ensayos al respecto sino que
más bien predomina un modo de entender a Rodó desde Ariel
y desde una desconexión del proceso de escritura con su
contexto de producción. De los abordajes de Rodó como
político, remito a los artículos de Diógenes Céspedes y de
Diego Alonso.
[iv]
La recepción del cadáver ha pasado a la historia como acto
majestuoso. Sin embargo, a través de determinados textos
marginales, se puede ver cómo fue todo un problema nacional.
Emilio Frugoni (colorado primero y fundador del Partido
Socialista y del Centro de Estudios Carlos Marx después)
lleva a cabo una defensa de Rodó en el momento de
repatriación de sus restos aludiendo a un “encarnizamiento
salvaje” contra el cadáver y lanzando una defensa de Rodó
contra Batlle, quien estaría detrás del encarnizamiento (“La
orientación” 171). Sin embargo, la versión que quedó sellada
en la historia con más fuerza habla de una suerte de duelo
nacional hiperbólico: “Se suspendieron las actividades
normales [..] la multitud rodeó, curiosa el catafalco [...]
el autor de “Ariel” fue proclamado ser el más alto valor
intelectual de América, otorgándosele, por antonomasia, el
título de Maestro (Zum Felde, Crítica de la
literatura 147; Proceso 71). Esta versión
omite que el Estado se había negado a pagar por la
repatriación del cadáver. Una vez que se enfrenta al cadáver
se comienza a estatizar la obra, es decir, a partir de ese
momento Rodó pasó a ser orgullo nacional: “Encogido,
incómodo, a horcajadas del bronce, Rodó pasa a integrar
nuestra trinidad de glorias oficiales, con Zorrilla de San
Martín, el poeta y Vaz Ferreira, el filósofo” (Real, “Rodó
en sus papeles” 94).
[v]
En “Liberalismo y Jacobinismo” se expresa nítidamente su
oposición ideológica contra el gobierno batllista y en sus
“Discursos parlamentarios” se manifiesta la posterior
ruptura con el régimen al discutir la defensa de
representación proporcional y postular su análisis casi
obsesivo sobre cómo plantear la ley de ocho horas. Al
comienzo, la defensa por la libertad de prensa ya marcaba
una discrepancia con el gobierno.
[vi]
Esto se abrevia en una de sus disputas parlamentarias:
“Desde que formo parte del Parlamento ... nunca he visto un
diputado que convenza a un ministro, ni siquiera dos
diputados que convenzan uno al otro o que convenzan a un
tercero. Es casi ley sin excepción que todos salgamos del
debate con las opiniones con que entramos, lo cual, dicho
sea de paso, no constituye un argumento muy poderoso a
favor de la eficacia de la palabra y de la virtud de la
discusión (“Por la libertad de prensa” 1069; énfasis
mío).
[vii]
En su introducción a Orientales a través de la poesía,
Amir Hamed analiza el hastío y el
deseo de fuga (insilio o
exilio) que caracteriza a la mayoría de los integrantes del
“canon nacional.”
[viii]
Al mismo tiempo, Rodó diseñó diferentes proyectos de ley
concernientes al trabajo intelectual, la mayoría de los
cuales fueron rechazados.
[ix]
Este tópico se inspira en la microsociología de Gabriel
Tarde, de quien Rodó había leído sus Lois d´imitation
y de quien utiliza ciertos puntos fundamentales como la
teoría social de la fuerza de la imitación y la invención,
la manera de concebir los cambios o irrupciones sociales y
el análisis psicológico basado en un puntillismo de detalles
infinitesimales. Esta “microsociología” remite a la
disciplina de la “psicología social” como análisis de la
“multitud” que es fundamental en Tarde (Études de
psychologie sociale).
[x]
La relación entre Rodó y Bergson ha sido estudiada por
Arturo Ardao en su Etapas (271-85).
[xi]
“La invención es a menudo un acto de voluntad ante todo …
este arranque para romper con lo sabido y usado...” (474).
[xii]
Las multitudes argentinas de Ramos Mejía, los
análisis de José Ingenieros y La bolsa de Martel son
ejemplos de esa preocupación que comienza a crear tal figura
(ver Viñas 228-55, Rama 125-8 y Rinesi).
[xiii]
Esto se patenta en la “Carta a Piquet” de mayo de 1911
(1284) y en “La reforma constitucional” (1098). Para el
reformismo en general, la turba callejera citadina era
“progreso” y la invasión caudillesca era pasado, recuerdo de
país-estancia que se encarnaba en “plebe analfabeta” (Batlle,
los estancieros 73-4).
[xiv]
Es interesante cómo desde este mismo proceso de la memoria
que retiene lo inmediatamente “útil” y desecha lo que no
sirve para la satisfacción inmediata se puede leer el
problema social que implicaban los saberes, más
específicamente, el gran hiato entre los saberes “útiles”
para la eficacia de la modernización y la indefinición del
intelectual como estando fuera de lo útil inmediato y lo
inútil. En otras palabras, el problema de sobrepasar lo
“teórico” y “práctico”que vuelve casi indiscernible la
distinción entre epistemología y análisis político.
[xv]
El problema de la dicotomía entre “teórico” y “práctico” es
nuclear en ese momento histórico constituyendo un hilo
fundamental en los pensadores del momento (ver por ejemplo,
Moral para intelectuales y Conocimiento y acción
de Carlos Vaz Ferreira y Arte, estética e ideal y los
ensayos-proyectos que constituyen Educación y arte
de Pedro Figari).
[xvi]
Barrán analiza en detalle el desarrollo conceptual con el
que la psiquiatría positivista del novecientos (desconfiada
de Freud) fue dando razones y curas a estas enfermedades que
brotaban al compás de la modernización y estatización.
Incapaces de servir en algo para la capitalización del
país-ciudad, ambas implicaban una “enfermedad” en la
“voluntad (el neurasténico, por su incapacidad de querer y
actuar, la histérica por su enloquecimiento y entrega a la
pasión) (Historia 155-79).
[xvii]
Ambos personajes podrían leerse a través del uso que Rodó
hace de Bergson, donde aparecen las figuras del soñador y el
autómata como expresión de dos tipos cognitivos; el primero,
tiene el poder de asociar, de expandir imágenes hallando
solamente diferencias y singularidades; el segundo solamente
puede contraer imágenes en vista a la acción, carece del
poder de asociación y solamente encuentra analogías o
parecidos (Bergson 155).
[xviii]
“La concurrencia ... de aspectos opuestos, de modos de
sensibilidad contradictorios ... es poderoso fermento de
originalidad, del que a menudo vienen visiones nuevas de las
cosas; percepción de relaciones imprevistas, estímulos de
investigación y libertad, maneras de ver y de sentir que
acaso entrañan una innovación consistente y fecunda, capaz
de comunicarse a los otros: variación espontánea que, en el
desenvolvimiento de la sociedad ... propone y hace
prevalecer un tipo nuevo” (Motivos 327).
[xix]
Las extensas reflexiones sobre las vocaciones donde Rodó
trata de pensar un modo de formación cultural capaz de
divergir de la cultura-cárcel chocan con el problema de las
clases sociales. En este punto, Rodó ataca la mirada del
evolucionismo social que supone natural la progresiva
selección y triunfo de los superiores y objeta que tal
visión de triunfo del más fuerte pierde de vista el hecho de
que una gran mayoría de personas queda directamente
descalificada de antemano: “aun falta contar aquellos que no
son ni de los escogidos ni de los llamados, los que no
pueden llegar a la arena del certamen” (386).
[xx]
El colegiado consistía en sustituir al presidente por un
cuerpo de nueve miembros, todos pertenecientes a un solo
partido. El primero de la lista ejercería el poder por nueve
años y los ocho siguientes serían reelegidos por diferentes
períodos (el segundo en la lista por ocho años y así
sucesivamente). Este cuerpo o junta política tendría más
poderes de actuación independiente que los que poseía el
presidente. Se duplicaría el número de integrantes del
senado y éstos no obedecerían a un criterio de
representación proporcional, que quedaría viable únicamente
para diputados.
[xxi]
Cortando el delirio de viaje de Rodó, Batlle lo borra de la
lista de representantes que viajarían a Cádiz en 1912; por
otra parte, Rodó entra al Diario del plata
haciendo campaña contra la reforma
[xxii]
Es relevante mencionar que la guerra de 1914 le provoca
cierta incertidumbre que le hace revisar su mirada hacia el
modelo de cultura que había admirado Los escritos
periodísticos que patentan los efectos de la guerra en su
concepción de la “civilización” y “cultura” occidental han
quedado casi inexplorados (“La guerra a la ligera,”
“Anarquistas y césares,” “La ilusión americana,” “Ansiedad
universal. Las matanzas humanas” y “Los excesos de la
guerra”).
[xxiii]
Esto es claro en un mensaje de 1905 (año de huelga) en el
que Batlle advierte a sus hijos (obreros y patrones) que el
enfrentamiento no era, como algunos creen, entre “clases”
porque “no es raro que un obrero, por su esfuerzo constante
y ayudado por la fortuna se transforma en patrón ... De
manera que, en el fondo, no hay razón alguna para que
obreros y patrones se traten como adversarios ...” (en
Barrán-Nahúm Batlle 138).
[xxiv]
La bohemia desde el café o el refugio en los cenáculos
donde, como fue en el caso de “la torre de los panoramas” de
Julio Herrera y Reissig, se prohibía sintomáticamente la
entrada a los uruguayos.
[xxv]
Hay un punto en el que este problema se reitera en el
presente y en la exigencia de pensar en la crítica cultural
y en nuestro rol como intelectuales desde una crítica al
Estado que no se confunda (como ocurre usualmente) con un
saludo al neoliberalismo (que es un saludo al Estado, sobre
todo, a su aparato represivo). Es decir, cómo configurar un
pensamiento de la autonomía que no sea pensamiento de la
comunidad desde el Estado. En este punto, el drama que
intento pensar a través de Rodó se asemeja en cierto modo al
dilema de este comienzo de siglo.
[xxvi]
Estas veleidades de nómada o devenir fantasma podría incluso
leerse como un revés o contrario del espíritu de Ariel. En
Ariel, el “espíritu” que hay que crear con la
juventud es la cultura nacional, la historia de un soplo que
tiene un territorio (nacional e internacional en tanto
mensaje a la juventud de América). En cierto modo, el
espíritu de Ariel tiene voluntad de territorio, de fundar
nación. Por el contrario, ese “fantasma” o ese deseo de
devenir imperceptible con el que termina la vida de Rodó
plantea más bien una desterritorialización porque para
planteárselo o para fantasearlo Rodó habla de un deseo de no
tener una casa, una cédula de identidad, un territorio fijo.
Entre los dos polos que serían por un lado, el espíritu de
Ariel (unificación-educación) y por otro el deseo de
fantasma (invensión-divergencia) que se postula esa
vacilación que recorre su obra, donde la crítica podría
leerse como un recorrido de distancias, un ir a través de
esos dos puntos suspendiendo la supuesta contradicción.
Obras
citadas:
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*Publicado
orginalmente en Latin American
Literary Review 34.67 (2006):50-74