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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ESCRITURA - SANDRO - LORD BYRON - BAUDELAIRE, CHARLES - ELIOT, T. S. -


Escribir vida (II)*

Amir Hamed
Más que la biografía, el héroe modernista pasó a ser un avatar del humor: la neurastenia. Y lo que se hizo impostergable con la modernidad fue el mercadear, con los versos, un relato alternativo


Para mediados del siglo XIX, la épica byroniana de la biografía dio un giro. Charles Baudelaire, se puede decir, transformó al romántico en un gótico, un héroe dúplice, enclaustrado, incomprendido. Un nerd llamado dandy, de ritmos vitales bajos -por un lado-, despreciado por el bullanguero burgués que se movía a ritmo de máquina industrial, que ni bien se decidía a amonedar versos se transformaba en rey del azul, en medium simbolista y en titular de un emporio privado de sinestesias y encimas hiperestésicas.

Era, en buena medida, la entronización de una neurosis, de aquel que se manifiesta incompetente para la vida pero titán para la escritura. En buena medida, este trastorno precedió a los superhéroes de historieta que, como los de la Marvel, cuentan con genes mutantes para confrontar el Mal, pero son relegados en la pequeña batalla cotidiana por alcanzar pequeños éxitos y un mínimo de reconocimiento. En castellano, Ruben Darío, mutante con "manos de marqués y sangre de indio chorotega", fue el gran difusor, a través de su poesía, del sobremundo hiperestésico. Esto se daba por inferencia, ya que de su ideal femenino "fatal, cosmopolita", se infería el don del poeta de ser el único capaz de advertir el carácter imprescindible de esa ideación.

Más que la biografía, el héroe modernista pasó a ser un avatar del humor: la neurastenia. Y lo que se hizo impostergable con la modernidad fue el mercadear, con los versos, un relato alternativo. Primero era imprescindible leer detrás de la lírica una biografía; ahora, una anomalía que superaba el caso clínico. Las vanguardias, por último, trasladaron esto al manifiesto, y cada poema no era más que la actualización de determinadas normas productoras del texto. En tiempos en que cobraron fuerza las nociones colectivistas, lo que fuera sinestesia o neurastenia se transformó en ismo; el poema se hizo manifestación de lo ya manifiesto (una versión individual de un movimiento plural).

Desde entonces hemos venido leyendo lo literario, y específicamente lo poético, a partir de estos rasgos neuróticos: tiene que haber por alguna parte cierta inscripción que trasciende al verso: pueden ser emblemas (el albatros de Baudelaire, el estro parnasiano-modernista, etc.), marcas registradas de fábrica (el fervor maquinista de Marinetti, las asociaciones desquiciadas del surrealismo). Si se lo piensa, toda esta tradición que desde el primer romanticismo viene renegando de retóricas se ha afanado por aherrojarse en poéticas, y estos herrajes, ni bien pasa el frenesí que impone cada ismo, dejan prontamente envejecida las obras, forzándonos -para tolerarlas- a leer en calidad de historiadores.

Hay episodios de esta epopeya autoral que hoy todavía se reciben con gratitud. Uno, por ejemplo, el del Prufrock, de T.S Eliot, que es meramente un antihéroe, al que nada le es dado: las mujeres hablan de cosas que no entiende y las sirenas cantan, en efecto, pero no para él. En definitiva, el apocado Prufrock sólo cuenta que no está a la altura de ninguno de los héroes literarios que prescribe la tradición. Otro, por anacrónico y desmesurado, sería el creado por Sandro y Anderle: un histérico entrañable que -mercachifle de toda esa tradición- promete una galaxia de sorpresas: "tengo un mundo de sensaciones". Como se sabe, fue a ese tembloroso "gitano" a quien las recatadas hispanas de los sesenta y setenta (que, en buena medida, habían sido educadas en los síntomas histéricos del modernismo) primero despojaron de vestiduras. Todavía hoy, Roberto Sánchez, Sandro, de bata bordó, héroe caduco pero irredento, conmociona corazones: un testimonio de que, en tanto no aparece un lenguaje que logre derribar toda esa tradición heroica, la lírica se vive, por sobre todo, como una nostalgia.


* Publicado originalmente en Insomnia

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