Es notorio que la cultura uruguaya
está en un período de cambio inaudito. Tanto
es así que uno ni siquiera se da cuenta de que algo está
ocurriendo, porque desde hace unos diez años -me puedo
equivocar por un lustro, más o menos, ya se sabe que en
materia de Humanidades
las cosas no son muy precisas- la sensación es que no
pasa nada.
Pero pasa. Por ejemplo, hace 15 años no estaba oficialmente
claro que Uruguay
fuese un país cuyas manifestaciones artísticas
más importantes son el candombe y la murga.
Ya se conocen todas las reacciones que provocó la presencia
de imágenes de murga y candombe en el espacio concedido
a Uruguay en la mega-transmisión
televisiva de la noche
de fin de siglo. Sobre esto vale la pena, entonces, ensayar
hoy un par de ideas. La primera, que las reacciones a este programa
parecen encaradas de un modo poco eficaz. Se asume frente a lo
que ocurrió -una vez más- una actitud de policía
cultural, y se habla de pedidos de informes, y se marca la responsabilidad
del Director del Sodre en el tema. Puede ser que sea una medida
legítima obrar en este sentido, pero lo que es seguro
es que no tendrá ningún efecto positivo.
Al contrario. Tomar
medidas tendrá los siguientes dos efectos:
a) exacerbará los ánimos y las razones de todos
quienes apoyan en Uruguay
la lamentable idea de que el arte uruguayo es un equipo de fútbol cuyos
tres "puntas" son: Figari, Martha Gularte y Falta y
Resto, digamos.
b) le hará creer, a los propulsores de la medida, que
han hecho algo a favor de otras manifestaciones culturales.
La segunda consecuencia es peor que la primera. Si quienes no
se sienten representados por el candombe y la murga creen que
es yendo contra el candombe y la murga que van a cambiar esta
desagradable "correlación de fuerzas" cultural,
se equivocan de acá al Barrio Sur. A muchos nos hubiese
gustado que apareciese Gardel, Nocetti y Peyote Asesino... Pero
uno no siempre hace lo que quiere. Y en materia de divulgación
cultural, no hace nunca lo que quiere. Sólo lo que puede.
La segunda idea tiene que ver con el origen de esas reacciones,
que son casi reflejos. Siento que esos reflejos surgen, en el
fondo, de una idea de lo cultural que le da una importancia injustificadamente
pequeña a los factores que llamaría espirituales,
y le da demasiada a los que llamaría 'de mercado' o 'de
estado'.
Los argumentos 'de mercado' insisten en que lo único importante,
a la larga, es quién vende, quién se impone de
acuerdo a las reglas del comercio de lo artístico. Los
argumentos 'de estado' dicen que éste tiene sobre sí
la responsabilidad de intervenir favoreciendo las manifestaciones
culturales. Para decirlo brevemente, creemos que estas dos visiones
encierran el problema de lo representativo
de un país en una dialéctica paupérrima,
que además, no funciona. Ni el mercado es, ni ha sido
nunca, ni puede ser el único que determina lo que representa
culturalmente a una sociedad; ni el estado tiene prácticamente
nada que hacer al respecto.
El estado y el mercado
son dos fuerzas esencialmente repetidoras y conservadoras. El
arte es una configuración que resulta de muchos factores
que no se ven. El arte va por delante de todo, incluso de sí
mismo. Después, el estado premia o ignora, consagra oficialmente
o censura; el mercado selecciona, repite y vulgariza, o ningunea.
Ninguno de los dos tiene nada que ver con el arte, y esa separación
debe ser vista con claridad. Los que buscan sanciones para los
responsables de nuestra pésima representación del
31 deberían atender más serenamente a lo que hacen
todos y cada uno de los días de su vida por favorecer
otra cultura que no reduzca todos nuestros iconos
a una mera sucursal estética de una ideología en
derrota.
* Publicado
originalmente en Posdata Nº 104
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