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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ESTADOS UNIDOS - ATAQUE AL WORLD TRADE CENTER - MASS MEDIA - TELEVISIÓN -

Virtualidad del mundo*

Carlos Rehermann

El ataque al WTC tuvo decenas o quizá centenares de miles de testigos presenciales gracias a la gran población de Nueva York, pero aún en este caso tan excepcional la mayoría de las personas -buena parte de la población mundial- se enteraron a través de la televisión


Casi todos los comentaristas del ataque contra el complejo de edificios del World Trade Center de Nueva York han hecho referencia al cine. No sólo quienes vieron las imágenes a través de la televisión, sino también algunos testigos que estaban en la ciudad y vieron los impactos, las explosiones o los derrumbes, dijeron que les resultaba difícil creer que estaban presenciando un acontecimiento real.
La sensación de irrealidad es una reacción bastante común ante fenómenos tan pavorosos que superan nuestra capacidad de reaccionar; el miedo es una emoción que nos ayuda a salvar la vida, pero a veces el peligro es tan atroz que, ante la imposibilidad de escapar en el mundo, escapamos del mundo.

El ataque al WTC tuvo decenas o quizá centenares de miles de testigos presenciales gracias a la gran población de Nueva York, pero aún en este caso tan excepcional la mayoría de las personas -buena parte de la población mundial- se enteraron a través de la televisión. La irrealidad, para los miles de millones que vimos las imágenes, no proviene del miedo insuperable, sino de los lenguajes de las imágenes en movimiento: el cine y el reportaje de televisión.
Que la vida imita al arte no es una ocurrencia de un dandy; cada vez que nos encontramos ante realidades hermosas o terribles, curiosas o sorprendentes, buscamos definirlas comparándolas con el arte: una puesta de sol parece un cuadro; un pájaro que parece hacer música; un trámite en un ministerio que parece un relato de Kafka; un ataque a Nueva York que parece una película norteamericana.

Vimos unas imágenes con un sabor extrañamente conocido. Las habíamos visto en el cine, en películas sobre meteoritos que caen sobre la Tierra, o sobre monstruos gigantes que anidan en Manhattan. Vimos esas calles llenas de escombros, esos edificios cayendo, esas nubes de polvo de seiscientos metros de altura recorriendo los canales formados por los edificios, la gente corriendo, los autos aplastados, los bomberos sofocados y abrumados por la impotencia, los rostros arrasados por la angustia. Todo eso ya lo vimos, y nos dijimos que se trataba de imágenes realistas, y admiramos la habilidad técnica a la vez que lamentamos la pobreza de los guiones.

Presencia y flagrancia

Cesare Brandi, un italiano que se hizo conocido por sus ideas acerca de la restauración de edificios históricos, introdujo un término técnico sumamente útil para el análisis de la imagen televisiva, aunque ha tenido poco uso: astanza. Esta palabra es una creación Brandi para referirse a lo que traduzco pobremente como presencia de una imagen. La presencia hace referencia a la capacidad de una imagen -gráfica, pictórica, fotográfica, cinematográfica, televisiva- para imponerse como cosa aquí, trascendiendo su capacidad de hacer referencia al objeto que representa, o, como dicen los semiólogos, al referente.

Este concepto es fácilmente comprensible cuando se aplica al cine de ficción. En las películas no importa la historia personal de los actores, sino su mera presencia como personajes dentro de una historia mostrada. Es cierto que la industria del cine explota aspectos exteriores a la imagen -cuando Kubrick hace trabajar a un matrimonio de famosos en un rol de matrimonio de ficción en Ojos bien cerrados- pero todos los factores externos quedan apagados por el poder de la presencia de la imagen.

La presencia, en el cine, se une a la inevitable semiosis que aparece cada vez que nos enfrentamos a un lenguaje. La semiosis es el proceso de interpretación de códigos y adjudicación de significados. Interpretamos códigos cuando entendemos, por ejemplo, que un fundido de la imagen significa paso del tiempo; adjudicamos significado cuando entendemos que si Jack Nicholson golpea a Scatman Crothers con un pedazo de espuma de goma en forma de hacha, significa que Jack Torrance mata a Dick Halloran con un hacha
(El resplandor, de Kubrick). La presencia y la semiosis construyen el significado y permiten la comprensión del mensaje.

Para analizar las imágenes documentales, o de televisión periodística, es necesario introducir la idea de flagrancia. Ante una imagen que muestra un objeto real en funciones reales, como el avión que choca contra una torre del WTC, la presencia compite con la capacidad de traer aquí el referente. Lo que importa en el documental no es la presencia de la imagen, sino el significado del objeto en el mundo, cuya imagen se muestra en la pantalla. Es la flagrancia de la imagen.

La semiosis, en este punto, juega un rol delicado. La construcción de los lenguajes de la ficción cinematográfica y del directo televisivo es un proceso continuo y entrelazado. El lenguaje cinematográfico tiene poco más de cien años de vida, y el directo televisivo apenas cincuenta, y como todo lenguaje, está en proceso de construcción. La ficción ha incorporado códigos del documental
(cámara errática en Doctor Strangelove o en Full metal jacket, de Kubrick, signos típicos del reporte de guerra); a la vez, el lenguaje cinematográfico aporta códigos al documental (montaje de varios puntos de vista, repetición de registros en cámara lenta, montaje en paralelo de hechos simultáneos ocurridos en diferentes lugares).

Así, la semiosis del directo y la semiosis de la ficción se confunden, y se hace necesaria una aclaración externa al relato acerca del grado de presencia o de flagrancia de la imagen. Las imágenes de palestinos festejando que trasmitió la cadena CNN fueron denunciadas como "falsas", no porque fueran una ficción, sino porque se les atribuyó una flagrancia distinta
(según algunos, se trata de un festejo grabado hace años). Pero más allá de las aclaraciones, la presencia es una fuerza demasiado poderosa que siempre termina por imponerse.

Las imágenes tienen una irresistible tendencia hacia la autonomía, porque no podemos evitar su presencia, y por eso, a la larga, dificultan la verdadera comprensión de la realidad que intentan representar.

Completar la película

La poderosa presencia de las imágenes del ataque permite prever una consecuencia terrible, aún si nos mantenemos sólo analizando esa presencia y la semiosis necesarias para continuar con la flagrancia de los informativos.
Supongamos que se encuentra a los responsables del ataque, que se los apresa y se los conduce a un juicio. Las imágenes que se podrán trasmitir serán las de unos reos sometidos a juicio.

Aquí juega la semiosis. Se planteó un conflicto, uno de cuyos aspectos tiene que ver con la narración. Ese relato presenta hechos horrorosos, a través de imágenes difíciles de creer, características del cine de ficción. Continuar con el relato a través de imágenes -algo ineludible, de acuerdo a la forma que tenemos actualmente de percibir la realidad y comunicarnos con los gobernantes- hace necesario un nivel de presencia elevado, con contenidos equivalentes. En la esfera de la semiosis y de la presencia, eso significa imágenes similarmente horrorosas, difíciles de creer, espectaculares. En la esfera del mundo, o de los referentes, eso significa venganza.

Se ha planteado una estructura narrativa que requiere una catarsis aristotélica, es decir, purificar los afectos, en particular los inspirados por el terror y la compasión. Las acciones en la pantalla, en términos de presencia, colocan los afectos fuera de la realidad de las acciones, como ocurre con la ficción. El problema es que para generar un grado similar de presencia, en este caso se necesita -puesto que estamos hablando de directo televisivo, de documental- un grado elevado de flagrancia. Es decir, habrá que producir un hecho en el mundo de características trágicas, para que el relato cumpla cabalmente sus funciones sociales y habilite la catarsis.

Esta tragedia probablemente fue programada por los terroristas teniendo en cuenta estos rasgos de nuestra cultura informativa. Los terroristas necesitan cada vez mayor intervención sobre el referente para que la flagrancia se transforme en una presencia tan poderosa como para hacer temblar los límites ambiguos entre ambas. La espiral creciente de violencia no sólo obedece a realidades económicas, políticas y sociales, sino también a las formas como utilizamos nuestros lenguajes.


* Publicado originalmente en el Semanario Brecha

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