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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ADVENEDIZO - LECTURA/ESCRITURA - CENTRO/PERIFERIA - MISMO/OTRO - DECOLORACIONES DEL DISCURSO -

Llamado el advenedizo*

Alonso Miranda

Por alguna razón, en Uruguay, una capa media pobre y sin mayores posibilidades ni aspiraciones, pudo parir hijos filósofos y literatos -hijos que tuvieran acceso a las-formas-superiores-
de-la-cultura


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Tontamente, cuando este cronista se animó al local del Mvotma para postular en el sistema integrado de acceso a la vivienda (un exquisito giro expresivo), pensó: no voy a encontrar aquí excondiscípulos de la Facultad de Humanidades, ni a actuales docentes -ni siquiera a alguno de los alumnos de mis grupos y seminarios itinerantes de filosofía. Les ahorro, y me ahorro, una descriptio dramática del local, de la gente, de los funcionarios, las asistentes sociales (otro bello giro expresivo) que entrevistan y asignan puntaje a las solicitudes. Pensé: ¿qué hago aquí?, y la pregunta era una obstinada negación: éste no es mi lugar.

Arrastraba involuntariamente residuos de una mirada heredada, de una sensibilidad social para ubicar mi lugar: el lugar del universitario, del docente, del filósofo, del crítico y del humanista, del intelectual y del mago de la escritura -debía tratarse de un lugar especial, sin dudas.

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Enseguida pensé, contradictoriamente: éste es mi lugar, aunque esté fuera de estilo -no tengo casa ni tengo posibilidad alguna de comprar una. El resto es estilo, literatura (un sicoanalista Winnicott creo, hablaba de "falso self"). El malentendido (social e histórico, creo yo) es que alguien sin dinero y sin prosapia, alguien que ni siquiera puede vivir su pobreza con la coartada de la decadencia (algo que fui y que he dejado de ser puede hacer de mí el aristócrata gótico, el conde vampiro en su castillo Usher), se hace universitario, filósofo, intelectual.

Por alguna razón, en Uruguay, una capa media pobre y sin mayores posibilidades ni aspiraciones, pudo parir hijos filósofos y literatos -hijos que tuvieran acceso a las-formas-superiores-de-la-cultura.

En otras partes del mundo, supongo, el intelectual, el humanista y el escritor, aparecen en aquellos sectores sociales que pueden o deben producirlo, generarlo, y, llegado el caso, estimularlo o protegerlo: rentistas, diplomáticos, hacendados, familias asentadas (dos o más generaciones de profesionales o comerciantes, por ejemplo).

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En el sentido mitológico en que un monstruo es la sumatoria de partes de procedencia diversa, la monstruosidad, en este caso, es múltiple. Yo, Alonso Miranda, nacido en el interior de Uruguay (este dato no es nada trivial: en Montevideo el ritual democrático se cumple sin mayores dolores), me hice filósofo y literato, dentro de un sector sociocultural en el que razonablemente podía esperar -en el mejor de los casos, un puesto burocrático, un matrimonio afortunado (bragueteur), políticos conocidos de papá.

Pequeño milagro de promiscuidad social, de sociedad abierta como el liberalismo de Popper, de una escasa y torpe distribución de papeles e identidades sociales, de la creencia ingenua de que todos podemos ser todo, de la tendencia a una mimesis inexplicable y a vivir homeopáticamente los prestigios de las humanidades, las artes y las letras, la Cultura, la Espiritualidad, los Valores Superiores. Así, me hice, socialmente, otro.

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El periférico se muda al centro. Esto crea un intelectual conflictivo, avinagrado, resentido, neurótico -alguien a quien la investidura intelectual le queda grande, o chica, pero en todo caso no le queda bien, a medida. Alguien que no es capaz de dejarse llevar por la euforia silenciosa y ritual de lo socialmente intelectual, que no puede pensarse como heredero, o como relevo generacional de una identidad social ya dibujada y resuelta. Pues el intelectual como identidad social también me habla de comodidad, de asentamiento, de la placentera respiración de una atmósfera libresca y lectora, de la clonación de relevos y sustitutos.

Nuestra cultura nos provee básicamente de dos estrategias para conquistar cierto estado de espiritualidad. Una se conecta con la tradición cristiana: el ascetismo, una renuncia a la materialidad y a los objetos -austeridad y frugalidad se sostienen para no olvidar que el espíritu se parece a la nada, a un vaciamiento de materia. Otra, más bien helénica, consiste en saturar el espacio de objetos espirituales: libros, lenguaje, el arte, la belleza, lo culturalmente valioso, lo afectivamente significativo. Estas estrategias son excluyentes: el intelectual debe saber utilizar la segunda; el pobre debe creer la primera. (Dicho entre paréntesis: noto que la alienación no es necesariamente algo que me arrebatan o que no me permiten tener o ser, sino también, y sobre todo en el triste caso de Miranda, es, o deriva de algo que me dan, una dádiva, una concesión: lo que me incomoda -aquello que me dan termina por funcionar, negativamente, exhibiendo y enfatizando aquello que no soy).(1)

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En este tipo socialmente barroco de intelectual, monstruo bicéfalo, toda acción
(escribir, dar una clase, criticar, exponer, leer), lejos de confirmarla, barre sistemáticamente su identidad social: ¿quién habla? ¿cómo puede sostener, ése que habla, ciertas técnicas estables de objetivación y reconocimiento de una voz socialmente asentada, de un sector, de un grupo, de una comunidad, de una institución? ¿como puede hablar intelectualmente alguien que no es capaz de reconocer en la literatura, en la filosofía, en los libros, el soporte y la legitimidad de una práctica social verosímil, sin que esas contradicciones, en algún momento, colapsen? Soy incapaz (y repito: incapaz) de ocupar un lugar intelectual; no puedo hablar desde el lugar de una disciplina, de un género o una formación discursiva, de una zona de prestigio, de una ciencia o una institución.

Esta extraterritorialidad(2), me transforma fatalmente en una figura orbital cuyas intervenciones no pueden ser sino prácticas y gestuales (ninguna interioridad significativa a objetivar o representar, ninguna ontología fuerte a sostener, ninguna "visión del mundo" socialmente relevante a exponer y difundir)(3). Y por otro lado, estas intervenciones no pueden ser sino críticas con respecto a las "interioridades significativas" y a las "visiones del mundo" ajenas, viendo práctica y gestualidad, movilidad, emergencia y estrategia, allí donde se finge o se cree en un estado de reposo o de deriva, en una gran praxis intelectual (el asentamiento, el plaisir, la selección de alumnos y herederos).


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Una tradición política, laica y civil, que en un momento produjo con buen ritmo intelectuales, pensadores, razonadores e investigadores integrados y asentados -abogados, legisladores, intérpretes de la sociedad y de la historia- acompasa residualmente, al tiempo de la decadencia y del desarraigo social y cultural de una capa media sin discurso y sin identidad, la promoción de un intelectual también desarraigado, exiliado, mutante y nihil.

El intelectual barroco entiende que entre no ser y ser otro, existe razonablemente una zona inestable de ejercicio excéntrico de la crítica intelectual. No es desde el asentamiento del intelectual que luego será tomado como utopía o como modelo ejemplar. Descubrir que mi lugar no es mi lugar impide a priori toda introspección (que en última instancia es siempre confirmatoria de ese lugar), toda posibilidad de curar el ser como condición previa para comenzar a hacer, detiene toda búsqueda y confrirmación de una identidad, de un adentro, como condición para lanzarme proyectivamente hacia un afuera. Este proceso se invierte: no puedo hacer si no es a condición de destruirme, de no verificar una identidad, una persona, una investidura social.

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Esta figura realiza la operación crítica en el preciso instante en que no se confunde con lo que lee
(yo no soy ese texto, esa institución, esa disciplina, esa comunidad de lectura), ni con lo que escribe.

Así como observé que el monstruo es la suma de partes de procedencia diversa, también la máquina es un ensamblaje de partes heterogéneas -barroco es máquina: mi identidad social
(capa media pobre), mi lugar geográfico (una ciudad del interior de este país), mi investidura (Universidad, Fac. de Humanidades), forman máquina; mi texto y yo formamos máquina en las condiciones del intertexto social (máquina persuasiva, máquina calificativa, máquina autolegitimadora, máquina narcisista, máquina de extorsionar, máquina de castigo, de asalto, de crítica, en fin).

Es la intervención intelectual nihil del advenedizo, del nuevo, del no asentado, de aquel que no "vive" los discursos, las tópicas y los géneros, pues no puede vivirlos sin dejar de ser o sin convertirse en otro. En esa línea imprecisa, donde nada confirma o justifica el rescate de una identidad positiva y no meramente opositiva, la crítica aparece como una capacidad operatoria sobre discursos y textos, y no como una capacidad de argumentación o comentario sobre contenidos. Una capacidad de escritura y no de lectura. Una capacidad de relacionarse con el universo maquínico de la intertextualidad estratégica (escribir, maquinar, reciclar), contra cierto tipo de relaciones fantasmáticas y fetichizadas con el libro, la autoría, la disciplina, la academia, la episteme, lo serio, etc. (leer, obedecer).


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El adevenedizo quiso ser intelectual de primer orden (ser otro), intentando participar en los juegos discursivos de éste; como su desempeño en este juego no es bueno siempre corrió el riesgo de transformarse en un intelectual de segundo orden, una aproximación por defecto a la excelencia del primero (no ser). Antes, decidió cambiar el juego de acuerdo a sus posibilidades, habilidades y estrategias.

Armando Bo pondría, al finalizar la cinta: ¿y si leo este conmovedor testimonio de Alonso Miranda como una alegoría?

Mirar a Montevideo desde el interior, mirar al intelectual desde la pobreza, mirar a París desde Montevideo, exponer o criticar a Habermas desde el Instituto de Filosofía de la Facultad de Humanidades de Uruguay, leer y comentar a Fyre, a Auerbach, a Adorno, a Lacan, a Hegel, a Joyce, desde un barrio de una ciudad del interior de un país de la periferia. Decoloraciones del discurso.(4)


Notas:

1- El nuevo rico fornega, el muchacho del rioba que triunfó en el fulbo o en el boseo: el auto deportivo, la casa entreverada y la ropa cara (lo que tiene, lo que le han dado, lo que se ha ganado), indican y sobreindican su falta de gusto, de educación, de nobleza, de familiaridad con la riqueza (lo que no es). Este juego de ausencias, sobreentendidos y presuposiciones es típicamente barroco.
2- Un aspecto interesante que no se me ocurrió a tiempo. El Mvotma es, todos lo sabrán, el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente. Ordenamiento territorial es una expresión sabia. Como sujeto socioeconómico, formo parte de los problemas de extraterritorialidad que tiene el Estado (inquilino, itinerante, revoltoso). Como sujeto sociocultural, soy impensable al margen de un territorio, de un asentamiento, aún del sentido literal de la expresión (morada, familia, barrio, estabilidad) -fue sumamente curiosa, en este sentido, la accidentada entrevista con la asistente social (Pregunta: ¿Escolaridad?, respuesta: Soy egresado de la Universidad de la ROU. Pregunta: ¿Sabe leer y escribir?, etc): terminó por preguntarme, al igual que yo ni bien entré, qué hacía allí.
3- Preveo aquí una objeción fácil: si no hay ninguan interioridad significativa a objetivar, ¿por qué la irrupción lírica un poco sobreactuada de la primera persona, el género testimonial y biográfico, y el tono y el estilo de la confidencia y la confesión? Porque (independientemente de que este texto no es en realidad un testimonio ni una biografía ni una confesión), en todo caso, género y estilo serían estrategias escriturarias de verosimiltud, lejos de la exposición neutra de un estado interno fantasmal. Naturalmente, esto no quiere decir que haya mentido o inventado los datos anecdóticos.
4- "Decoloraciones" (etiolations), es una noción de Austin. Remite a actos de habla sin consecuencia por haberse realizado en contextos que los anulan. El Profesor Ruben Tani ("Alienaciones y decoloraciones del discurso", Coloquio sobre inteligencias del lenguaje y transformación de poderes, Filosofar Latinoamericano, Montevideo, octubre de 1991), discute esta noción y la amplía en una (digamos) sociología del discurso o de las culturas (Norte-Sur, Centro-Periferia, Mismo-Otro).


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Publicado originalmente en la República de Platón Nº 18

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