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ISSN 1688-1672

 



MÁQUINA CULTURAL - PROFESIONALIZACIÓN EN URUGUAY - INTELECTUALES URUGUAYOS -

Máquina cultural*

Carlos Rehermann

Uruguay incorporó ciertos mecanismos de consumo de bienes culturales que produjeron una perversión por la cual el derecho de los creadores a vivir de su trabajo se convierte en un argumento para la adaptación y el achatamiento


Durante los años en que los intelectuales uruguayos construyeron una fuerte y orgullosa imagen de sí mismos, el trabajo cultural se desarrollaba en tiempos y espacios que podrían caber en la definición de hobby. Los teatreros salían de sus oficinas y se iban a los ensayos, los escritores marcaban tarjeta y escribían sus inmortalidades en máquinas municipales, los cinéfilos fundaban cineclubes y no se sabe cómo iban adquiriendo copias de las obras maestras, y en general el voluntarismo y la militancia cultural cundían en el país.

Además de los problemas del destino histórico de los pueblos, de la cultura como herramienta para cambios estructurales, etcétera, la discusión que se planteaba giraba en torno a la idea de la "profesionalización". El desafío que asumían muchos protagonistas de aquellos movimientos independientes pasaba por convertir el trabajo honorario que desarrollaban en una labor organizada, de tiempo completo, porque de esa forma el impacto sobre la sociedad sería mayor. También estaban quienes defendían el apostolado del trabajo cultural sin otro beneficio que el propio trabajo.

Esta postura se sustentaba en la idea de que el crecimiento de las empresas culturales necesariamente haría intervenir trabajadores no comprometidos con los proyectos, haría crecer el peso burocrático de las instituciones y las haría entrar en un juego donde las reglas serían las mismas
para una cineteca, un teatro, una editorial o una embotelladora de refrescos.

Medio siglo después de esas primeras discusiones, el término "profesionalización" sigue estando presente, aunque ya no como objeto de disputa. Pareciera que nadie duda de la necesidad de profesionalizarse. Cuanto más inexperto es un artista, más valora la idea de convertirse en un profesional. Los cineastas y videístas sueñan con mecanismos hollywoodenses de producción audiovisual en Uruguay. Los escritores aspiran a ser contratados por un canal de televisión para llenar embutidos.

Los pintores anhelan pintar los fondos de los stands de las exposiciones del LATU. Los bailarines esperan bailar la coreografía del mejor dentífrico antisarro. Profesionalizarse.

Los actores de teatro viven una euforia de trabajo como jamás antes se había visto o siquiera imaginado en Uruguay. Cualquier egresado o aun estudiante de una escuela de teatro tiene trabajo en dos o tres obras a la vez, y además aparece en avisos de televisión, en ejercicios de fin de curso de alguna escuela de cine, en un teleteatro nacional y en varios proyectos de película de largo metraje. Ninguno–o casi ninguno- de esos trabajos es remunerado. Persiguen infatigablemente la zanahoria de la profesionalización, a la que sólo pueden percibir como abundancia de trabajo.

Uruguay incorporó ciertos mecanismos de consumo de bienes culturales que produjeron una perversión por la cual el derecho de los creadores a vivir de su trabajo se convierte en un argumento para la adaptación y el achatamiento. La debilidad de la cultura uruguaya se torna evidente cuando, lejos de lograr producir mecanismos de producción y consumo que respeten la creatividad, embute el potencial creativo dentro de envases normalizados.

La cultura uruguaya va de fracaso en fracaso, y lo peor es que lo hace con satisfacción y con el mismo orgullo de aquellos años en los que, al menos, la pobreza conceptual se justificaba por el carácter de hobby del trabajo.


* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 79

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