IX
Mi
ala está lista para batir
pero yo gustoso volvería a casa
donde si permaneciera hasta el fin de los días
aún así sería tan desdichado como ahora
--
Gershom Scholem, "Greetings from Angelus"
"Hay
un cuadro de Klee llamado Angelus Novus. Muestra a un
ángel que parece a punto de alejarse de algo a lo que
mira fijamente. Sus ojos están atentos, su boca abierta,
sus alas desplegadas. A él debe parecerse el ángel
de la historia. Su rostro está vuelto hacia el pasado.
Donde nosotros contemplamos una cadena de hechos, él ve
una sola catástrofe que apila desecho sobre desecho y
lo lanza a sus pies. Al ángel le gustaría quedarse,
despertar a los muertos, y recomponer lo que ha sido destrozado.
Pero un vendaval está soplando desde el Paraíso
y ha sido atrapado en sus alas; es tan poderoso que el ángel
no puede ya cerrarlas. Este vendaval lo impulsa irresistiblemente
hacia el futuro, al que da la espalda,
mientras la montaña de escombros crece ante él
hacia el cielo. Lo que llamamos progreso es ese vendaval".
Walter Benjamin,
"On the Concept of History", Gesammelte Schriften I,
691-704. SuhrkampVerlag. Frankfurt am Main, 1974. Translation:
Harry Zohn, from Walter Benjamin, Selected Writings, Vol. 4:
1938-1940 (Cambridge: Harvard University Pres, 2003), 392-93.
El poema de Sholem sobre el cuadro de Klee fue escrito para el
cumpleaños veintinueve de Benjamin -- Julio 15, 1921.(1)
Las
imperfecciones y claudicaciones de la memoria junto con el gravamen
emocional que conlleva cualquier evocación, máxime
cuando coinciden el sujeto y el objeto
de la misma, desacreditan seriamente y desde siempre al género autobiográfico
en tanto recuento fiel del pasado. Las protestas de sinceridad
de quien suscribe el texto autobiográfico, no importa
cuán encendidas éstas sean, constituyen a la postre
un rasgo más de los característicos del género, una estrategia
discursiva y performativa. Toda interacción social, sin
excluir la interacción virtual entre el sujeto narrador
y sus potenciales lectores, obedece a dinámicas teatrales
de auto-presentación del sujeto(2) adonde hay asunción de papeles
"escénicos", administración de las imágenes proyectadas,
y también, por cierto, un cálculo de sus posibles
efectos en la audiencia.
La aporía en que se encuentra el narrador autobiográfico
es la siguiente:
Al testificar en defensa
de su propia integridad, el autobiógrafo es un testigo
sospechoso de quien el menos escéptico de los auditores
dudaría
Cuanto más personal su testimonio,
menos verificable por el conocimiento público, y de ahí
la paradoja: cuanto más grande es el esfuerzo de honestidad
introspectiva del autobiógrafo, más dudoso se vuelve (3)
Pero
si la narración autobiográfica asumiera plenamente
su condición ficticia y se desentendiera de la verdad
de lo expuesto, ¿qué le quedaría como rasgo
distintivo exceptuando el uso de la primera persona del singular
y la declaración de fidelidad a los hechos, procedimientos
éstos habituales, por lo demás, de cualquier relato
a secas? Hoy creemos saber que existe una verdad peculiar de
la ficción que puede
ser mucho más honda y compleja como testimonio y retrato
de época que la investigación más documentada.
Pensemos simplemente en cuánto ha contribuido la novela
realista europea del XIX, por citar un caso, a nuestra comprensión
de ese período histórico. O reflexionemos acerca
del carácter profético que poseen ciertos relatos
que ni siquiera se proponen "pintar" un fresco
social
a la manera realista, y sin embargo consiguen anticipar categóricas
mutaciones socio-políticas
y culturales como ningún cientista social podría
hacerlo. Esta noción de la verdad de la ficción,
hoy casi un lugar común, no siempre fue de recibo.
Así, un filósofo tan agudo como David Hume (1711-1776), distingue
tajantemente entre fiction y belief gracias a un
sentimiento asociado a ésta última que, a su juicio,
es mucho más vívido, fuerte, firme y constante
que el que puede generar la imaginación por sí
misma. Para Hume, existen en la mente tres tipos de representaciones,
las impresiones sensoriales, las imágenes que atesora
la memoria, y las imágenes inventadas.
Cada una de estas representaciones mentales posee una vivacidad
característica, mayor en las primeras, y menor en las
últimas. No habría entonces entre ellas más
que una diferencia de intensidad del efecto producido en la conciencia.
Mas la aceptación sin más de esa taxonomía
no permite explicar el fortísimo efecto de realidad que
logran ciertas obras de ficción utilizando esas tenues
imágenes inventadas, hasta el punto de erigirse en representaciones
convincentes de y para toda una comunidad nacional.
Repitiendo una vez más el típico gesto posmoderno
nos preguntamos qué sucede cuando el significante se independiza
de su lastre probatorio y utiliza el imperio que concede la primera
persona del singular meramente como recurso de la ficción
para reforzar la verosimilitud de un relato; lo que ocurre, nos
contestamos, es una autobiografía que asume su raigambre
novelesca al tiempo que abandona, hasta cierto punto, su pretensión
referencial. Ocurre una "periautobiografía"(4), es decir,
un relato de vida en torno más que sobre el sujeto. La
verdad de un relato -su adecuación a una referencia empírica,
extra-textual- nada tiene que ver con su verosimilitud, que es
más bien una función de su articulación
interna y de su riqueza y precisión léxicas.
Dicho de otra forma, un relato puede basarse escrupulosamente
en hechos reales y parecer falso, por poco verosímil,
y viceversa. Entre verdad y verosimilitud, la novela
histórica
sería un término medio, pero carece ésta
del elemento de intimidad reflexiva que define a la autobiografía
y que centra nuestro interés en estas líneas. Sea
como fuere, esforzándose por contar lo que pasó
o tomándolo como base para fabular a partir de ello, modificando
la cuota parte correspondiente a la imaginación en esa
empresa -ejerciéndola con deliberación o entendiendo
de antemano que ha de asistir a la cita cúrsele o no invitación-
una narración de este tipo es vulnerable a las flaquezas
que asolan a cualquier evocación.
La memoria hace posibles el lenguaje, el conocimiento y la propia
identidad de los sujetos.
No por casualidad, Mnemosina, la diosa griega de la memoria,
es la madre de las nueve Musas. Sin la memoria, el hombre viviría
en un inconcebible presente perpetuo, regido únicamente
por sus pulsiones más elementales y siendo mero receptor
de imprevisibles estímulos externos. Todo vestigio de
individualidad desaparece con la memoria.
La deshumanización más catastrófica que
conocemos ocurre con el llamado mal de Alzheimer, una enfermedad
degenerativa que destruye la corteza cerebral y el hipocampo
y en sus estadios avanzados, impide al enfermo pensar, planificar
y recordar. La memoria determina entonces quienes somos, pero
a pesar de sus primordiales poderes(5), la magna deidad posee sus
fallas(6). Puesto que
la función mnémica es crucial a todo pensamiento,
a todo hecho de lenguaje, a toda narración, y manifiestamente
a la narración autobiográfica que bucea en el pasado
y trata de dar cuenta de quién es o ha sido el que suscribe,
enumeremos algunas de sus más conocidas tachas como quien
acopia atenuantes, advertencias y condiciones en esta suerte
de prolegómeno.
Uno de los escollos más serios para la reconstrucción
del pasado estriba en la distorsión retrospectiva que
nuestras actuales convicciones y creencias producen sobre los
recuerdos. En esencia, el presente reescribe constantemente lo
que ocurrió en el pasado, alterando su entidad y su relación
con hechos anteriores o posteriores a él. Por eso es que
la historiografía enmienda, corrige y reinterpreta sin
pausa los hechos del pasado, sus relaciones y concatenaciones,
reevalúa sus significados, permite que cobren relieve
circunstancias previamente relegadas o deprecia el perfil de
otras que antes habían sido preponderantes. Así,
una cierta visión del pasado arroja tanta luz sobre éste,
como acerca del presente que la genera. No ocurre otra cosa con
la memoria individual. La motivación que anima a la evocación
incide directamente sobre su contenido.
En la compleja urdimbre del relato, presente y pasado devienen
muchas veces indiscernibles el uno del otro; Friedrich
Nietzsche
(1844-1900)
sostenía
que las interpretaciones sepultan a los hechos, porque no hay
manera de establecer en ese creciente palimpsesto cuál
fue la primera capa mnémica, ni detener el aluvión
de proyecciones que cada hecho dispara. Se concede fácilmente
que la perspectiva temporal habilita ciertas comprensiones que
la cercanía de los hechos pudiera ofuscar, pero también,
inevitablemente, esa lejanía inocula su propia circunstancia
a lo evocado, realza o suprime aristas, rebaja ciertos efectos,
los juzga de acuerdo a nociones extemporáneas. Al distanciarnos
de los hechos podemos acaso evaluar con mayor claridad su importancia,
¿pero estamos hablando estrictamente de los mismos hechos?
Quien al cabo de una larga vida echara una ojeada sobre el pasado
y quisiera dejar constancia de lo que en él juzgue más
destacado, tropezará necesariamente con este impedimento,
y se pasará gato por liebre sin siquiera percatarse. Con
todo, nadie ha de dejar de escribir acerca de las peripecias colectivas
o individuales porque la memoria sea frágil, o porque
sea tan fácilmente manipulable, o porque nos cueste tanto
distinguir lo que verdaderamente perteneció al pasado
de lo que le adosamos desde el presente. Es precisamente debido
a estas incertidumbres, a esta batalla sin cuartel contra el
olvido en que nos empeñamos, que existen la civilización
y sus monumentos. Pero sirvan estas reservas al menos como recaudo
epistemológico.
Otra de las debilidades de la memoria tiene que ver con su transitoriedad,
es decir, con las dificultades para recordar con precisión
un cierto hecho a medida que pasa el tiempo. Podemos reconstruir
nuestra rutina del día anterior con relativa facilidad,
pero la de hace una semana aparece ya vaga e incierta. Cuanto
más no alejamos en el tiempo, más tendemos a sustituir
el recuerdo preciso de lo ocurrido por la noción general
de lo que incluye nuestra rutina (7), ya que dura mucho más
en la memoria el sentido general de unos hechos, que la capacidad
de recordarlos con exactitud.
Esta característica hace que la especificidad de los recuerdos
-los protagonistas, sus actitudes respectivas en el momento evocado,
los lugares en que suceden los hechos, la infinidad de los detalles
contextuales, etc- se combinen sin solución de continuidad
con conocimientos generales, inferencias más o menos fundadas
e invenciones lisas y llanas. A medida que el pasado retrocede,
la imaginación asienta sus
reales y apuntala lo borroso y fragmentario con los recursos
que le son propios, es decir, produciendo una narración
verosímil que satisfaga al sujeto. La memoria que imagina
va sustituyendo a la memoria que repite. El núcleo fáctico
del recuerdo, lo que constituiría su "verdad",
comienza a desdibujarse apenas ha hecho su impresión en
la memoria, se despoja de pormenores, de utilería aledaña,
se embota el relieve de su vivencia. Cuando la memoria lo evoca
años más tarde ese recuerdo ya posee en sí
la añagaza reconstructiva que le restituye carnadura en
la conciencia, y también el embeleco nostálgico
que se acumula sobre todo lo que acaeció hace mucho tiempo.
Concomitantemente, el envejecimiento acarrea la progresiva degradación
de las zonas del hipocampo y del lóbulo temporal, y la
consiguiente disminución de la capacidad de acceder a
los recuerdos y recuperarlos, con lo cual irrumpe otra clara
paradoja: la tarea de recomponer el pasado, tan conforme a lo
crepuscular, coincide con la merma objetiva de nuestro poder
de llevarla a cabo. Cuando necesitamos rememorar es cuando menos
podemos hacerlo, porque el paso del tiempo erosiona los recuerdos,
y también porque se obstruye nuestra capacidad de acceder
a ellos.
Otra tacha se relaciona con la distracción, tanto en el
momento en que la memoria se forma, como cuando posteriormente
intentamos recuperarla. Estas fallas de la atención tienen
como consecuencia fallas de retención de la información
"que nunca fue codificada adecuadamente (si es que fue
codificada), o que está disponible en la memoria pero
ha sido soslayada en el momento en que necesitamos recordarla."
(Schacter,
42).
Cabe suponer entonces que la distracción juegue un cierto
papel, imposible de cuantificar, bien en la fijación del
recuerdo, o bien luego, en el momento de hacerlo conciente.
La siguiente deficiencia es el bloqueo de ciertos recuerdos debido
a oscuras dinámicas aun ignoradas; en la zona ganada por
el olvido existe un gradiente que va desde los objetos definitivamente
irrecuperables, sometidos a cerrojos represivos y férreos
mecanismos de autodefensa, hasta aquellos que asoman al umbral
de la conciencia y pugnan por abrirse paso "en la punta
de la lengua" como esas micro partículas que
sólo dejan rastros de su pasaje sobre una placa sensible.
Este impedimento de la memoria lleva a conjeturar la existencia
de un editor imperceptible (el
lenguaje del Otro, el inconciente(8)) que determina una parte sustancial de
qué y cómo recordamos, sin que en ello nuestra
voluntad intervenga en lo más mínimo.
La memoria es además altamente vulnerable a las influencias
externas, como lo prueba la multitud de casos documentados en
que psiquiatras y demás terapeutas indujeron la creación
de "falsas memorias" en sus pacientes con el fin de
utilizarlas como pruebas en una corte de justicia. En general,
puede afirmarse que la versión que de ciertos hechos posean
personas a quienes tenemos en alta estima, puede modificar totalmente
lo que previamente habíamos tenido por cierto.
Por último, existe un fenómeno de recurrencia compulsiva
(o sea, otra
vez, involuntaria) de
ciertos episodios del pasado vinculados a situaciones traumáticas.
Así como no controlamos mucho de lo que la memoria recuerda
(cuántas
veces nos hemos preguntado por qué recordamos con tanta
claridad cosas absolutamente nimias, o por qué de pronto
caemos en la cuenta de que habíamos olvidado cosas que
juzgábamos esenciales de nuestro pasado), tampoco decidimos qué
recuerdos regresan para desestabilizarnos, ni con qué
intensidad y frecuencia.
La experiencia de todo individuo demuestra cuán habitualmente
la memoria equivoca la atribución de agentes y escenarios,
y del ordenamiento temporal de los hechos. Resumiendo: no conocemos
las leyes que rigen la memoria; no sabemos que fuerzas subterráneas
determinan la dialéctica peculiar del recuerdo y el olvido;
pero sabemos sí que la memoria es sugestionable y maleable,
que nos engaña con trucos y pases de mano, que nuestros
recuerdos son parcializados, que la memoria merma con la edad,
que los recuerdos poseen adherencias indistinguibles de su formación
primigenia.
Para
expresar lo obvio entonces, la memoria es de poco fiar. Demasiado
liada está con lo onírico, con lo imaginativo,
con lo sentimental(9) como para
exigirle cientificidad. Pero inclusive si la memoria fuese mucho
más confiable de lo que es, si con una honestidad absoluta
transparentara lo que alberga, cabría aun consignar la
relatividad que deriva del "punto de vista." La valoración
de cualquier hecho depende del lugar (espacial, social, etario, étnico,
sexual, ideológico, etc.) desde el que hemos sido testigos
o protagonistas del mismo. El efecto "Rashomon" impregna
toda experiencia sensible y cognitiva y es consustancial al proceso
de fijación del hecho en la memoria.
Toda disputa matrimonial o toda evaluación de un momento
político por oficialistas y opositores revive esta brecha
irreductible de los puntos de vista contrapuestos, y corrobora
la idea de que no existen hechos, sino sólo interpretaciones.
Con razón observa el novelista Salman Rushdie "Estudié
Historia en Cambridge, no Literatura. Y aprendí
que una de las preguntas más difíciles de responder
es: "¿Qué
ocurrió?". La gente disiente incluso respecto
de la descripción más simple de un evento, sobre
todo en una época en que el héroe de uno es
el terrorista de otro"(10).
Aun espigando de cada versión todo lo que pudiera adjudicarse
a manipulación deliberada y deshonestidad manifiesta,
no cabe duda de que básicamente cada parte contendiente
suele estar convencida de su verdad. La reconstrucción
de los hechos del pasado enfrenta esta problemática general
del punto de vista, y le yuxtapone los errores de la memoria
que veníamos enumerando.
Una consecuencia importante de este desencuentro de los puntos
de vista se expresa, naturalmente, como la brecha que suele existir
entre la auto-percepción del sujeto y su imagen social.
"Nuestra personalidad social es una creación del
pensamiento de los demás", anotaba Proust con
obviedad, y por ende, diferirá de la que nosotros tenemos
de nosotros mismos. De la profundidad de esa brecha depende considerablemente
el pathos de una autobiografía.
Pero hay asimismo escisiones dentro de un mismo sujeto, entre
sus dichos y sus hechos, entre lo que pensaba ayer y lo que piensa
hoy, entre su conciencia moral y su ambición, entre su
formación religiosa y sus apetitos carnales, entre su
persona pública y su persona privada, etc. Muchas vidas
breves y brevísimas cobija el Yo bajo su gran palio(11).
La falibilidad de la memoria hace que el sujeto busque "fuera
de sí" las certezas del pasado, y las corporice
en esas "pequeñas cosas" que
parecen hospedarlas. La materialidad de esas cosas, su color,
su textura, su volumen y forma, son así vías de
acceso y continentes del pasado, y en su rotundidad nos resarcen
del mundo fantasmal de los recuerdos. Los objetos disparan recuerdos
que de otra manera jamás saldrían a la superficie.
Marcel Proust nos describe esta fetichización de los objetos:
Así ocurre con
nuestro pasado. Es trabajo perdido el querer evocarlo, e inútiles
todos los afanes de nuestra inteligencia. Ocúltase fuera
de sus dominios y de su alcance, en un objeto material (en la
sensación que ese objeto material nos daría) que
no sospechamos. Y del azar depende que nos encontremos con
ese objeto antes de que nos llegue la muerte, o que no le encontremos nunca. (60)
Existe
todavía una dimensión adicional de problematicidad
relacionada específicamente con la escritura. No es lo
mismo rememorar para nuestro coleto o en conversación
con amigos que intentar escribirlo. Más que la comunicación
oral, la escritura es conciente
del constreñimiento formal que la limita, se atiene a
ciertos protocolos de exposición, de aceleración
o suspense narrativo, incurre en circunloquios y en repeticiones
deliberadas, intercambia señales con la maraña
inter-textual de la que es parte, interpone recursos narrativos
que sacrifican "la verdad" al efecto artístico
deseado, reacciona al género al que pertenecen aviniéndose
a sus fórmulas o desafiándolas.
La escritura además, lo sabemos desde la deconstrucción,
desarrolla una dinámica incontrolable que rebasa y sabotea
los cauces por los que queríamos mantener el relato. En
el desfase entre su orden gramatical y retórico, el texto
hace de las suyas, prolifera y subvierte lo que parece querer
decir. La escritura contemporánea es además, añadamos,
insistentemente auto-referencial, al punto muchas veces de estancarse
en la reflexión y olvidar su objeto; al punto, mejor dicho,
de cancelar por completo dicha división sujeto/objeto.
En un escenario tan sembrado de incertidumbres como el del relato
autobiográfico, tan urgido de justificaciones implícitas
y de peticiones de principio, este rasgo auto-reflexivo puede
llevar, si no se le controla con firmeza, al colapso de la narración(12).
El filósofo John Locke (1632-1704) pensaba que
la identidad de un sujeto
residía por entero en su poder de recordar. E inversamente,
aquello que un sujeto no recuerda del pasado, sean hechos, personas
o situaciones, no formaría ya parte de su identidad(13). El olvido
parcial o total del pasado equivale así a un cercenamiento
de quienes somos. En el final de Blade Runner, la película
de Ridley Scott, Roy, el magnífico androide humanizado
por la conciencia de su propia mortalidad dice:
He visto cosas que
ustedes no creerían. Naves de ataque incendiadas fuera
del hombro de Orión. He visto en la oscuridad el brillo
de los rayos C en la Puerta del Tannhauser. Todos esos momentos
se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.
Tiempo de morir.
No
es preciso por cierto que los recuerdos sean tan espectaculares
como los de Roy, ni el deseo que los convoque
tan perentorio como el suyo para sentir con él que, en
efecto, con cada muerte desaparece algo único
e intransferible, y que es legítimo dar cuenta de ello
de alguna manera. Una suerte de democracia metafísica
rige estos atavismos, por aquello de que "no hay un destino
mejor que otro", como alegara Juan Cruz en su anagnórisis
borgeana. Lo importante no es qué se cuenta, sino cómo
se cuenta, como en cualquier otro género literario. Y
esto trae a colación la importante puntualización
que el filósofo David Hume (1711-1776) introdujera en la mencionada
concepción de John Locke sobre identidad y memoria.
Para Hume, el papel de la memoria es el de permitir establecer
relaciones (de
semejanza, contigüidad y causalidad) entre las percepciones. La
memoria no tanto produce sino que descubre la identidad personal,
al mostrarnos la relación de causa y efecto entre nuestras
diferentes percepciones, dice Hume.
Puesto que para el filósofo escocés toda idea deriva de
una impresión, se pregunta, ¿dónde está
esa impresión que sea constante e invariable como la idea
que tenemos de nuestra identidad? Es evidente que la identidad
no puede derivar de las percepciones, sino de las relaciones
que la memoria teje entre las mismas, que hacen que se homogenice
lo heterogéneo. En vez de la sinonimia sujeto-memoria
de Locke, Hume estipula que el sujeto está formado no
sólo por la vasta serie de las cosas que ha vivido, sino
también por las redes de asociaciones que su memoria tiende
entre los hechos, capacidad que expande grandemente su radio
de acción y le confiere solidez unitaria. Si la memoria
es para Locke reproductiva, para Hume es reconstructiva, y esta
importante distinción a la que ya hemos aludido, tiene
evidentes consecuencias para un relato autobiográfico.
La reconstrucción del pasado tiene mucho que ver con la
producción de verosimilitud de un relato. Lo que en un
relato no es explícito pero se sugiere a partir de lo
descrito, ¿no es análogo a lo que la memoria desconoce
pero puede deducir?
La recepción de un texto cualquiera ¿no procede
de manera semejante? Sobre el texto que tiene ante sí
y que lo interpela, ¿no suma el lector los elementos de
su sensibilidad y conocimiento que se avienen o confrontan al
relato y lo "rellenan" de personalísima
manera? Entre la memoria que escoge hechos, y la memoria que
los hilvana, hallamos otra analogía: la de la relación
entre los ejes sintagmático y paradigmático de
la semiótica estructuralista(14), de cuya interacción
deriva el sentido de un texto. Así, escribir, leer y recordar
comparten las mismas funciones del lenguaje. La memoria de Locke sería
fundamentalmente sintagmática, la de Hume paradigmática.
Resta aún por discutirse el estatus de ese sujeto, el
titular de ese conjunto de recuerdos. La sempiterna pregunta
que enfrentara a Heráclito contra los filósofos
Eleáticos vuelve aquí por sus fueros: ante la evidencia
de que el sujeto cambia con el transcurso del tiempo, ¿qué
nos autoriza a hablar de la permanencia de un mismo sujeto a
través de todas esas instancias? El escolar que aprendía
las conjugaciones de los verbos, ¿es el mismo sujeto que
tiempo después escribe estas líneas? La sensación
de familiaridad e inmediatez que la conciencia encuentra al reflexionar
sobre ella misma es tan poderosa que para René Descartes
constituía el único bastión que podía
resistir el asalto de la duda metódica. Todo puede estar
en entredicho, a merced de un dios malévolo que quiere
adrede confundirme con falsas certezas, pero de lo que no puedo
dudar es de la existencia de quien piensa, razona Descartes(15).
Sobre este punto de apoyo Descartes erige paso a paso la posibilidad
de un conocimiento del mundo, y sienta las bases del racionalismo
occidental. La certeza cartesiana emana del principio por el
cual, si una cierta propiedad existe (en este caso, el pensamiento), también
ha de existir la esencia que la produce (es decir, el sujeto), porque es inconcebible aquélla
sin ésta. El sujeto cartesiano, entronizado en el centro
del conocimiento y garante del mismo, autónomo, indiviso
y auto-evidente, privilegia la interioridad del individuo en
la misma medida en que instala el escepticismo respecto de las
evidencias empíricas. En el teatro cartesiano de la conciencia,
hay un desfile incesante de ideas e imágenes, y hay una
batalla por imponer un orden y un sentido a las mismas. Posteriormente,
con el advenimiento del Romanticismo, esa interioridad alcanzará
su apoteosis, y no por casualidad, tanto la historiografía
como la autobiografía recibirán desde fines del
XVIII un poderoso impulso. Pero la apacibilidad del escenario
cartesiano habrá desaparecido por completo, dejando en
su lugar una vena de irracionalismo, exaltación pasional,
delirio onírico, regusto mágico y legendario, de
tormenta y pasión, inquietud y angustia que reconocemos
ya como modernos. Interioridad, introspección, ensoñación,
imaginación, definen al Romanticismo como el modo cultural
por excelencia de la Modernidad.
Pero en Nietzsche encontraremos
ya el primer ataque frontal contra ese sujeto omnipresente, al
que define como una "ficción gramatical"(16) y a la conciencia
como una hipóstasis del cuerpo, prefigurando
de esta manera el asalto general contra las bases de la metafísica
que caracteriza a la filosofía contemporánea desde
Heidegger a Derrida. El psicoanálisis de Sigmund Freud,
por su parte, demolerá el sitial privilegiado de ese Yo, relativizará
sus certezas, cuestionará sus motivos.
Se diría que estas previsiones que inspira la memoria
hieren mortalmente a todo designio de reconstrucción de
un tiempo ido. Empero, como se ha mencionado, nada de eso sucede.
Antes bien, la multiplicación de incertidumbres acerca
de lo real, acerca del medio reconstructor, acerca de la propia
lengua (tan
inextricablemente unida a la memoria, a sus pulsiones, y a la
conciencia que tenemos de sus mareas) parecería acicatear
la empresa, precisamente por inasequible y desaforada. En efecto,
nunca se han escrito tantos relatos de este tipo como en las
últimas dos décadas. "La búsqueda
agónica del sujeto a través de los actos mutuamente
reflexivos de la memoria y la narración, acompañados
desde el principio por el miedo fantasmal de que es tan imposible
de alcanzar cuanto imposible de renunciar a ello, constituye
el gran emblema de nuestro tiempo" (James Olney, XIV-XV).
El interés académico por este tipo de relatos no
hace sino crecer; por todos lados se crean cátedras universitarias
para estudiar específicamente esta clase de narración.
El descentramiento del sujeto no ha significado entonces el ocaso
definitivo del género autobiográfico sino su reverdecimiento;
lo que ha cambiado es tal vez su forma (y ciertamente, su teorización): la consistencia
o inestabilidad del Yo narrador, la convicción
o inseguridad de los enunciados, lo lineal o zigzagueante de
sus secuencias, la univocidad o heterogeneidad estilística;
lo que cambia es la actitud hacia la realidad, hacia el lenguaje,
y hacia la misma identidad del sujeto(17).
La proliferación contemporánea de sujetos emergentes ha elegido
la autobiografía, el testimonio, la memoria, los epistolarios,
los diarios personales, la trascripción de relatos orales,
y hasta las deposiciones judiciales y los blogs en Internet
(esos géneros
literarios que la expresión inglesa life-writing
en su ambigüedad permite agrupar), como medio para dar a conocer
historias, auto percepciones, pesares, conflictos, y reivindicaciones.
A caballo entre la confesión y la denuncia, esos relatos
autobiográficos y testimoniales son el escenario del alumbramiento
de esos sujetos, la asunción orgullosa de una identidad
y la vehemente protesta contra un sistema que la estigmatiza
y reprime (nos
referimos aquí a las escrituras autobiográficas
o testimoniales de minorías étnicas, mujeres, poscoloniales,
gay, etc.).
En nuestro Zeitgeist posmoderno es ya imposible aceptar
sin más al sujeto como a aquel santuario humanista, autonómico,
fijo y unitario. Ciertos filósofos enfatizan la solicitud
exterior que crea al sujeto como un efecto (Althusser, Lacan, Foucault, Bourdieu,
entre otros).
Desde el Romanticismo el arte en todas sus variadas maneras se
considera como la expresión de un sujeto, un Yo que asume
la palabra y vuelca de
sí lo que ha meditado, sentido, vivido, experimentado
en general.
Indiquemos, no obstante, que esta auto-expresión no es
propiedad exclusiva de la autobiografía literaria, y ni
siquiera del arte en general. Una vez que se admite que un texto
es expresión de una interioridad, ¿qué nos
impide rastrear al sujeto detrás de las formulaciones
matemáticas o filosóficas, tomando a éstas
como claves de aquél? Tan fuerte es este vínculo
consagrado por el sentido común, que la crítica
literaria de aspiración "científico-formalista"
apuntó su artillería, en primer término,
contra lo que denominó "la falacia autobiográfica",
es decir, contra la extendida obsesión de personalizar
el análisis textual, y de buscar claves vitales para explicar
determinados rasgos retórico-lingüísticos.
Hoy día sería casi impensable que un relato autobiográfico
no reflexionara en el mismo texto acerca de sus limitaciones
intrínsecas, acerca de las trampas que tiende la memoria,
o acerca del azoramiento que produce la persistencia de la identidad
en el tiempo.
Pero el irrefrenable surgimiento de narraciones autobiográficas
tiene relación no sólo con la necesidad de los
nuevos sujetos de representar/se el proceso de su formación,
sino también con el frenesí confesional y terapéutico
que caracteriza a nuestra cultura de masas. La globalización
de los talk-shows y de los reality-shows ha terminado
por naturalizar la exposición pública de cosas
que antes se mantenían bajo la órbita privada,
o íntima, y que hoy se discuten frente a las cámaras
de televisión con una crudeza y desembarazo hasta hace
veinte años desconocida. Dichos formatos televisivos concitan
por cierto los mayores ratings y no parece haber límite
que los productores no se atrevan a traspasar con tal de aumentar
la audiencia, y con ella la facturación de esos programas.
Los efectos culturales masivos de semejante martilleo televisivo
están hoy a la vista. La diseminación del confesionalismo
y del victimismo, que conminan al sujeto a hurgar en el pasado
y a exponer públicamente lo hallado, no podría
haberse impuesto tan rotundamente si a su vez no se asentara
en su pretendido valor terapéutico. Sacar afuera las humillaciones
y las vejaciones, los remordimientos y las culpas, las más
vergonzosas motivaciones, las pasiones más innobles, nos
haría libres al quitarnos una pesada carga de encima despejando
así el camino de la curación. El supuesto valor
terapéutico de la confesión es inmune a la cuestión
de la idoneidad profesional de nuestra audiencia o de la pertinencia
del lugar y momento en que la misma se produce o del crudo propósito
explotador de muchos de estos eventos.
En
nuestra cultura, hablar es siempre mejor que callar, y la confesión
es un espectáculo que nadie quiere perderse. En este sentido,
de la misma manera que los tópicos escabrosos detentan
los más altos ratings, el revanchismo suele constituir
la motivación predilecta de muchos de los ejercicios memorísticos
que atestan las mesas de ofertas de las librerías. No
ha de sorprender entonces que la vulgaridad, la trivialización
y el sensacionalismo distingan a los especimenes más
vendidos
del género autobiográfico. Los topoi clásicos
de la remembranza no alientan ya a estas reconstrucciones mezquinas
del pasado a las que sólo impregna, si acaso, una nostalgia
auto-indulgente.
También viene a cuento subrayar que hay una generación,
la de los años sesentas y setentas, que hoy, cercada por
la vejez, quiere dejar constancia de su pasado antes de pasar
a retiro, y lo hace escribiendo autobiografías, memorias
y testimonios de época. Distingue a esa generación
el haber sido protagonista de hechos tumultuosos y cruciales
a nivel mundial, y más aun, el haber enarbolado y vindicado
una identidad "juvenil" como ninguna generación
previa lo hizo. La propia gravitación de esos hechos históricos,
y la profundidad del cambio cultural que se produjo simultáneamente
dieron lugar a un complejo entrecruzamiento de ideologías
y costumbres que determinan su riqueza e influencia todavía
apreciable. Quienes vivieron aquellas intensas décadas
pueden trazar en sus memorias el arco que va desde la Revolución
Cubana (1959) a la caída
del Muro de Berlín (1989), por citar
dos momentos simbólicos entre otros posibles, repasando
con perplejidad lo que ocurrió entre la embriaguez redentorista
y la resaca que le siguió. Los movimientos de liberación
nacional anticoloniales, la lucha por los derechos civiles, las
guerras en que se
expresaba el conflicto Este-Oeste, los levantamientos y masacres
estudiantiles, los conflictos obreros y campesinos, los golpes
de Estado militares, los asesinatos de presidentes y de líderes
sociales, las luchas feministas, las guerras de guerrillas latinoamericanas,
y sus brotes primer mundistas, el gran movimiento contra-cultural
estadounidense, son algunos de los mojones generacionales que
empiezan a dar pábulo a narraciones en primera persona
de toda índole.
Por último, la revolución en las tecnologías
de la comunicación (Internet,
telefonía móvil, fotografía y video digital,
etc.),
que ha aumentado exponencialmente el volumen de la información
que manejamos a diario, y ha hecho posible transmitirla casi
instantáneamente a cualquier distancia, ha traído
consigo una renovada preocupación por la autenticidad
(en el sentido
existencialista del término) de esos intercambios. Así
como poseer trescientos canales de televisión no nos asegura
encontrar un programa satisfactorio en la televisión, así
como tener correo electrónico y mensajero no garantiza
la calidad de nuestra relación con nuestros semejantes,
así surge un reclamo de conversación sustantiva
en nuestras sociedades que la multiplicación de medios
no eclipsa sino subraya. Ante el ruido, anteponer el sentido.
Y si no, el silencio.
Angelus
Novus (Klee/Benjamin)
El
Ángel de la historia observa el detrito acumulado de los
trabajos y los días
y un cansancio milenario le atenaza las alas
no
puede anticipar el futuro, al que da la espalda,
ni restaurar el pasado ruinoso que es todo su horizonte
la
cultura no puede prever
ni puede rescatar
dos mentiras piadosas
y una cortina de humo que es mejor no disipar
el
Ángel de cara a la destrucción infinita:
las alas envaradas en el pródigo instante
el parpadeo que nos alumbra
la batalla que siempre perderemos
y que no habremos de rehusar
Notas:
(!) Citado
en http://epc.buffalo.edu/authors/bernstein/shadowtime/wb-thesis.html, donde también
puede verse el cuadro de Klee que suscita las famosas reflexiones
de Benjamín. Esta y las restantes traducciones del artículo
me pertenecen.
(2) Más
detalles sobre esta teoría, pueden hallarse en The
presentation of Self in Everyday Life (1953) de Ervin Goffman,
y en Anthropology of Performance (1986) de Victor Turner.
Existe, no obstante, una dimensión no desdeñable
en esa auto-presentación del sujeto, tanto en el "manejo
de imagen" del Yo en sus interacciones con los otros, como
en la escritura que pretende exponer sus vicisitudes, que escapa
a cualquier control efectivo del sujeto.
(3) Citado
por George P. Landow en http://www.victorianweb.org/genre/autobio3.html
(4) Término
usado por James Olney, en el ensayo que se cita más adelante.
(5) "(la memoria) es de tal importancia que, allí
donde falta, el resto de nuestras facultades es en gran medida
inútil." (Locke, 142)
(6) La enumeración
de las fallas de la memoria sigue en líneas generales
la exposición de Daniel L. Schacter según puede
leerse en http://www.apa.org/monitor/oct03/sins.html o, con más
detalle, en The Seven Sins of memory. How the Mind Forgets
and Remembers. Boston, New York: Houghton Mifflin Company,
2001
(7) Schacter señala que este desvanecimiento progresivo
implica "un cambio gradual desde la memoria específica
y reproductiva a la reconstrucción y las descripciones
más generales". (16)
(8) Esto corre por mi cuenta y no por la de Schacter, quien,
como buen estadounidense, es conductista.
(9) La etimología de la palabra "recordar" nos
aporta una pista: del latín "recordari", el
prefijo "re" significa repetición, "de
nuevo", y la raíz "cordis" significa "corazón".
El re-cuerdo es "volver al corazón". Célebremente,
Marcel Proust ha dejado una descripción minuciosa de la
carga emocional del recuerdo: "siento estremecerse algo
en mí que se agita, que quiere elevarse; algo que acaba
de perder ancla a una gran profundidad, no sé el qué,
pero que va ascendiendo lentamente; percibo la resistencia y
oigo el rumor de las distancias que va atravesando." (Por
el camino de Swann, Combray, 62)
(10) Citado en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-3017-2006-05-21.html
(11) Nietzsche, una vez más: "La suposición
de un único sujeto es tal vez innecesaria; acaso sea igualmente
legítimo suponer un multiplicidad de sujetos, cuya interacción
y lucha sea la base de nuestro pensamiento y de nuestra conciencia
en general
. Mi hipótesis: el sujeto es múltiple."
(The Will to Power, 490)
(12) En la filosofía contemporánea, en las ciencias
sociales y en las llamadas "humanidades", se conoce
como "giro lingüístico" a la concepción
que destaca la función de la lengua como constructora
de la realidad, en oposición a la noción clásica
de un mundo exterior dado, al que la lengua simplemente "etiquetaría."
Las semillas de ese giro ya se encuentran en Saussure0, quien
tantos desarrollos iniciara. En su Curso de Lingüística
General, Saussure critica esta noción simplista del
lenguaje como "nomenclatura" de la realidad (Capítulo
I, primera parte, "Naturaleza del signo lingüístico").
Las consecuencias epistemológicas de dicho giro lingüístico
son enormes. El énfasis lingüístico posibilitó
también un "giro narrativo" en las ciencias
sociales a partir del estructuralismo, donde hay un llamado a
investigar los cuentos antropológicamente, como depositarios
de actividades esenciales tanto cognoscitivas como comunicacionales.
Una descripción de estos desarrollos en el campo de la
historiografía, por ejemplo, puede leerse en Metahistory
(1973) y en Tropics of Discourse (1978) de Hayden White.
Se colige que dichos giros lingüístico y narrativo
figuran también de manera preeminente en el auge de la
"escritura de vida.", como praxis y como teoría.
(13) Locke describe este aspecto dramático del desvanecimiento
de los recuerdos con esta analogía: "Así las
ideas, como criaturas de nuestra juventud, suelen morir antes
que nosotros: y nuestras mentes nos representan esas tumbas a
las que nos acercamos; donde, aunque el mármol y el bronce
permanecen, las inscripciones han sido borradas por el tiempo,
y las imágenes se desintegran." (142)
(14) En la semiótica estructuralista, un signo posee un
determinado valor de acuerdo a sus relaciones sintagmáticas
y paradigmáticas en una cadena de signos interdependientes.
Las relaciones sintagmáticas son relaciones horizontales,
diacrónicas, que tienen que ver con la posición
de los significantes en esa cadena; representan por ende posibilidades
de combinación intratextual, es decir, in praesentia;
asociados al eje sintagmático encontramos conceptos como
"contexto", "contraste", "contigüidad",
"metonimia", "parole." Las relaciones paradigmáticas
son relaciones verticales, sincrónicas, que tienen que
ver con la posibilidad de sustitución de significantes,
y son entonces intertextuales, in absentia. Se le asocian
conceptos como "oposición," "similitud,"
"metáfora," "langue".
(15) Porque cómo podría el demonio engañarme,
a menos que yo existiera?
(16) "En lo que respecta a la superstición de los
lógicos: no me cansaré de subrayar una y otra vez
un hecho pequeño y exiguo, que esos supersticiosos confiesan
a disgusto, - a saber, que un pensamiento viene cuando "él"
quiere, y no cuando "yo" quiero; de modo que es un
falseamiento de la realidad efectiva decir: el sujeto
"yo" es la condición del predicado "pienso".
Ello piensa: pero que ese "ello" sea precisamente aquel
antiguo y famoso "yo", eso es, hablando de modo suave,
nada más que una hipótesis, una aseveración,
y, sobre todo, no es una "certeza inmediata"."
(Nietzsche 38) Ya había dicho David Hume que las interrogantes
sobre la identidad nunca podrían resolverse, y que deberían
ser consideradas como dificultades gramaticales en vez de filosóficas.
(17) Esas diferencias en el relato autobiográfico quedan
expuestas en el trabajo ya citado de James Olney, Memory and
Narrative. The weave of life-writing (1998) a través
del análisis comparativo entre las Confesiones
de San Agustín, las de Jean-Jacques Rousseau, y la obra
de Samuel Beckett.
Bibliografía:
Locke, John,
George Berkeley y David Hume. Great Books of the Western World.
Robert
Maynard Hutchins, Editor in Chief. Chicago, London. Toronto:
Enciclopaedia
Britannica, Inc., 1952.
Nietzsche, Friedrich. Más allá del bien y del mal.
Preludio de una filosofía del futuro.
Introducción, traducción y notas de Andrés
Sánchez Pascual. Madrid: Editorial Alianza, 1994.
Olney, James. Memory and Narrative. The weave of
Life-Writing. Chicago & London: University of Chicago Press,
1998.
Proust, Marcel. En busca del tiempo perdido. 1. Por el camino
de Swann. Trad. Pedro
Salinas. Madrid: Alianza Editorial, 1992.
Schacter, Daniel L. The Seven Sins of Memory. How the Mind Forgets
and Remembers.
Boston, New York: Houghton Mifflin Company, 2001.
* Publicado
originalmente en Letralia
|
|