La lectura es un proceso que depende tanto del
conjunto de reglas internas del
lenguaje como de la más vasta
codificación ideológica que otorga roles tanto al autor del
texto como al lector. Cuando un autor se afirma en determinado
rol social, el código ideológico puede llegar a imponerse con
fuerza aplastante, al punto que las reglas del
lenguaje
(aquellas que en una primera hipótesis bastan para entender un
texto) dejan de tener sentido e incluso chocan con aquel código.
El choque se resuelve dando validez a aquel de
ambos sistemas de codificación que socialmente se percibe como
más importante. Cuando, como en el caso del escritor portugués
José Saramago, resulta evidente que se ha roto el acuerdo básico
que llamamos regla sintáctica, pero sigue siendo válido el
código ideológico que le otorga al autor un rol social que se
acepta como muy importante
—escritor-humanista-crítico-del-sistema-imperante—, la ruptura
suele postularse como valor.
La terca (e insignificante) insistencia de
Saramago en inventar un sistema de puntuación inconsistente se
convierte, así, en el principal rasgo legitimador del valor
artístico de su obra.
Estilo
Los libros de José Saramago tienen el
inconveniente de estar mal escritos. No están mal escritos de
cualquier manera, sino que resultan de la aplicación de un
programa riguroso: se escribe un texto según las reglas
gramaticales habituales, y luego se sustituyen todos los signos
de puntuación por muchísimas comas y algunos puntos. Como resultado, la
lectura vacila, trastabilla;
la penosa dificultad sintáctica del texto pasa a un primerísimo
plano y se convierte en el rasgo más notorio de la
obra.
Algunos
críticos adoran esa práctica. Uno de
ellos opina que el escritor [...] ha demarcado con absoluta
claridad el camino de la novelística contemporánea
enalteciéndola con una prosa limpia, desenfadada, alejada sin
rubor de las estáticas reglas gramaticales que pretenden
convertirse en camisa de fuerza o en un corsé academicista a la
libre expresión del pensamiento y de la creación literaria[...].
Otro, que [...] su lengua, vigorosa y culta, conculca
una convención que parece sagrada, la de la puntuación académica
[...].
Las personas requieren, con la misma intensa
necesidad que el alimento y el amor, el arte. Los libros de
Saramago ponen el artificio constructivo ante los ojos de
cualquier lector, aun del más inocente, que percibe de inmediato
la confrontación con la regla sintáctica. Pero el texto se
entiende del mismo modo que si hubiera sido escrito respetando
el uso sintáctico común; entonces la gratuidad de la ruptura se
confunde con la característica falta de utilidad práctica del
arte. El lector siente que está en presencia de un aparato
artístico. El mal uso se convierte en
estilo.
Hablar o escribir
Saramago se defendió de las críticas que ha
suscitado su manera de puntuar:
[...]la
música y la palabra es casi lo mismo en
cuanto a que para hablar y hacer música usamos sonidos [...]
cuando yo estoy con un interlocutor y le hablo y me habla, no
sentimos la necesidad de puntualizar las cosas hasta el punto de
decir "vea, ahora le voy a preguntar, ah, y usted tiene que
darse cuenta de que yo le voy a poner un punto de
interrogación". No, ni modo; muy sencillamente estamos hablando,
hacemos el juego de la música, de la entonación, de la
suspensión, y el interlocutor me entiende. [...] Frente a un
libro mío el lector [...] tiene que poner todo lo que le falta y
lo que le falta es todo, porque le falta la entonación, la
música de la palabra dicha y tiene que ponerlo según su lectura,
que no puede ser más la autoritaria, la que incluye la
comprensión [...]si no me veo a mí mismo escribiendo como si
estuviera hablando, no me sale nada
[...] (Conversación con Noé Jitrik, revista "BIBLIOTECA
de México", IX-XII,1992).
El escritor parece creer que escribir y hablar
son (o pueden ser) actividades idénticas. Supone, además, que
hay un diálogo entre el escritor y el lector. Argumenta que la
puntuación impondría una lectura ya digerida por algún ominoso
poder. En esto hay una inocencia de místicas
proporciones, o una demagogia imperdonable. Acusar a la sintaxis
de autoritarismo parece el recurso desesperado de un comandante
que se ha quedado sin enemigos.
Para qué existe la puntuación
Los signos de puntuación son rasgos
gráficos cuya función general es la de mejorar la eficacia de la
interpretación. La frase
saramago es un buen
escritor no lo creo
puede leerse Saramago es un buen escritor,
¿no?¡Lo creo! o bien ¿Saramago es un buen escritor? No lo
creo.
Según el criterio de Saramago, la frase sin
puntuación es mejor, porque le permite al lector encontrar un
sentido no impuesto. Pero ¿el
escritor no tiene opinión? ¿Para
qué escribe, si lo que dirá puede tener un significado o su
contrario? Es difícil coordinar la hipotética libertad de
lectura que defiende el portugués, con la férrea unicidad de sus
discursos: sus textos no permiten jamás la menor apertura ni la
más ínfima ambigüedad.
Ruido
Véase el siguiente fragmento extraído de su
novela La balsa de piedra:
José Anaiço iría por caminos desviados, atajos y
precipicios, pegado a las sombras, Joaquim Sassa, aunque
discretamente, por la carretera de todos, es un viajante que ni
debe ni teme, salió temprano para gozar la fresca de la mañana y
aprovechar el día, los turistas matinales son así, en el fondo
problemáticos e inquietos, sufren con la inevitable brevedad de
las vidas, acostarse tarde y levantarse temprano, salud no da,
pero alarga el vivir.
En un reportaje publicado en el
diario español El Mundo, el escritor dijo: “Incluso cuando aparece un punto o una coma, no
son señales de puntuación sino son señales de pausa al igual que
en la música”.
Es difícil, quizá inútil, saber qué quiso decir
al afirmar que un punto o una coma no son señales
de puntuación. Los signos de puntuación (con la eventual
excepción de la coma), se administran de acuerdo
a la función sintáctica de los elementos de la frase; no
representan la entonación ni las pausas. Indicada mediante signos de puntuación la
construcción de las frases, las pausas en la lectura son
consecuencias de la comprensión de la estructura sintáctica.
Saber leer no es sólo descifrar qué sonidos
representan las letras; saber leer no quiere decir obedecer
ciegamente la grafía; saber leer requiere entender la sintaxis,
y la sintaxis se entiende porque los signos de puntuación
delimitan períodos del discurso.
La buena lectura del siguiente verso de Calderón
impone no hacer pausas luego del signo de interrogación:
¿Qué es la vida? Un frenesí.
La presencia de esos signos no necesariamente
exige pausas; por el contrario, hacer una pausa destruiría el
octosílabo. El lector capaz de entender a Calderón hace una
sinalefa entre –da y –un:
qué-es-la-vi-daun-fre-ne-sí. Calderón coloca los signos para
construir una frase comprensible según la sintaxis que comparte
con el lector. Sabe que no es dueño de las reglas (que,
lejos de ser normas emanadas de una autoridad, son resultados de
acuerdos sociales acerca del uso de instrumentos de
comunicación), y no necesita un error sintáctico
para favorecer la lectura. En realidad, hacerlo sería
sobreproteger al lector, o considerarlo incapaz de dar al verso
la entonación y los acentos debidos.
La función del punto es dar por terminado un
período asertivo. No se trata de pausas ni de acentos, de
entonaciones ni de música.
En el fragmento de Saramago, los signos de
puntuación adecuados son (entre otras opciones):
José Anaiço iría por caminos desviados, atajos y
precipicios, pegado a las sombras. Joaquim Sassa, aunque
discretamente, por la carretera de todos;
El problema en el original de Saramago surge
porque el verbo es el mismo en ambas frases:
ir.
José Anaiço iría y Joaquim Sassa también
iría. Se trata de una enumeración de sujetos que
irían, una lista que en este caso está integrada sólo
por dos elementos (José y Joaquim). La totalidad de los
elementos de un listado se puede indicar mediante una conjunción
(y, en cambio, etc.), o por la yuxtaposición de
frases que requieren la separación mediante un punto o un punto
y coma. Cuando la frase se escribe así:
José Anaiço iría por caminos desviados, atajos y
precipicios, pegado a las sombras, Joaquim Sassa, aunque
discretamente, por la carretera de todos,
en la última coma el lector supone
que la lista continuará (es una de las pocas funciones
sintácticas de la coma) enumerando otros caminantes. La
aparición del verbo ser choca con el implícito
iría. Saramago dice, aunque no lo escriba:
Joaquim Sassa, aunque discretamente, [iría]
por la carretera de todos, es un viajante
No se le está pidiendo al lector que
encuentre las pausas y las entonaciones que quiso expresar el
escritor, sino que corrija sus errores. Pero esto es imposible,
porque la autoridad del autor se impone sobre el lector y lo
obliga a validar el error como rasgo artístico.
El lingüista Karl Bühler postuló un speech
appeal, concepto paralelo al sex appeal. El
maquillaje es un recurso común para intentar aumentar el sex
appeal; la porfía de Saramago en la contravención manierista
es un intento —eficaz, a juzgar por las ventas— por aumentar su
speech appeal.
* Publicado originalmente en la
revista Relaciones. |
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