Deterioro
del sentido
No comparto -o mejor, no quiero compartir- el terror analítico
al pensamiento analógico, metafórico o puramente
asociativo. La filosofía sabe que narra y novela, que ficcionaliza
y dramatiza sus metáforas en un espacio social
e histórico o en un espacio universal y metafísico
(o históricamente
lejano).
Su
objetivo es siempre práctico (desde la persuasión y la conquista
-manifiestos- hasta la administración y el asentamiento
-enciclopedias y diccionarios). Su desprecio por la escritura, la literatura
y la ficción, no es sino literatura (por ejemplo: lo cognitivo de
la filosofía y la ciencia contra lo estético y
lo fruitivo de la creación literaria o ficcional).
Las formas críticas del racionalismo, así como
las llamadas "filosofías de la liberación",
quizás entiendan (más
que otros discursos filosóficos, o mejor, más que
otras tópicas)
que no hay forma interpelativa más verosímil y
tribal que el relato.
Y qué más verosímil y persuasivo es el relato
cuánto más fuerza dramática concentra. A
los relatos heroicos lineales de la epistemología, a las
formas acumulativas o madurativas del conocimiento, a la progresión
exponencial y autorganizativa del debate racional, se enfrenta
un relato que sobreindica y enfatiza lo que en la vieja terminología
de Greimas se llamaba circunstantes opositores -en este
caso, factores o circunstancias que entorpecen, enlentecen, o
detienen el camino del entendimiento hacia el conocimiento (o, en términos
de la filosofía política liberal, el camino de
la sociedad hacia la libertad, la justicia, la igualdad, etc.).
Estos
opositores son los idolla -el mito, la ideología,
el poder, el sometimiento, la dependencia, la dominación,
la alienación.
De Bacon a la tradición marxista de la ideologiekritik,
y aún en las propuestas del posestructuralismo francés,
tengo un relato potente, que se concentra menos en la metáfora
de la maduración del Concepto o de la Idea, que en la
del deterioro de un sentido original que debe reconstruirse a
través de ciertos procedimientos críticos de desensamblaje,
o si se quiere, de desconstrucción. Ya no tengo solamente
una historia impersonal y trascedente a cuya economía
debo subordinar la lógica microscópica o fenoménica
de los procesos sociales, o colectivos, o incluso individuales
-sino que tengo algo a que oponerme, algo contra lo cual me reconozco;
y más: algo que debo destruir para poder ser.
La fábula constructiva
En los relatos epistemológicos tradicionales, el conocimiento
aparece como un héroe a la deriva de su propio itinerario,
de su peripecia -la peripecia está, en definitiva, escrita
por un guionista
superior
(por más
que se argumente sobre la producción parlamentaria del
conocimiento: en los debates y en los estados deliberativos perpetuos
de la filosofía). En los relatos del racionalismo crítico,
por el contrario, el héroe tiene un instante mágico
de autorreflexión: es la anagnórisis (liberación, revolución) -el héroe se reconoce, descubre
quién es, pues ha reconocido a su enemigo. La apariencia,
la tradición, los hábitos, la creencia, la ideología,
la doxa, componen el suelo negativo contra el cual recortar
mi positividad (episteme, ciencia): me discrimino, me distingo de
lo que no soy; por tanto, sé que soy.
La Revelación del Ser contra la fábula constructiva
(se me tolerarán,
espero, las asociaciones: católicos contra protestantes,
latinos contra sajones).
Vamos
a suponer, por un momento, que puedo "captar la realidad"
o "aspectos de la realidad" (Ser), a través de procedimientos lógicos
y lingüísticos (el
discurso de la filosofía o la ciencia). La epistemolgía, tradicionalmente,
me habla del progresivo afinamiento de esas técnicas (vigilancia, sanción,
corrección del error -o, democráticamente, debate,
discusión, etc.). La epistemología crítica
pone el acento no en el error, sino en la descripción
de lo aparente como falso, como deformación, como engaño
y estafa: implacable, racionalidad de aquello que se opone al
conocimiento, y de lo que, en rigor, debo liberarme -a medida
que critico esta racionalidad voy construyendo la mía.
La noción de liberación, a esta altura puede resultar
obvio, tiene menos significado que fuerza. Una fuerza operatoria,
dramática, gestual. Esta fuerza no se despliega ni se expone
-se concentra en un punto: anagnórisis, coupure,
cura, revolución. En suma, liberación: uno de los
puntos altos del suspenso narrativo de la ficción filosófica,
de su metafórica.
Punto de inflexión, magia instantánea: de doxa
a episteme -descorrer de un golpe los velos de la apariencia
para llegar al eidos o al Ser, desnudar aquello que siempre
estuvo allí pero que fue cubierto, velado, deformado,
alienado, aparienciado o deteriorado, restituir su sentido
primitivo y fundante, luchar contra lo que se opone.
Fuerza de paz
Esta fuerza finge estar ausente en los relatos constructivos.
No parece haber mayormente drama en la metáfora de la ciencia
o la filosofía como autómata
que crece y se perfecciona, según la dialéctica
interna de la racionalidad como debate oral parlamentario. En
realidad hay una fuerza de otro tipo; se trata (si cabe el oxímoron) de una fuerza
pacificadora, legislativa, legitimadora; una fuerza de ejercicio
ex post facto de control administrativo. Refoma e ilustración
parecen ser proyectos consecuentes con las revoluciones industriales
y productivas, así como también parecen serlo la
filosofia analítica y la epistemología, o -ya en
plena crisis de estas narrativas- la teoría de la acción
comunicativa.
El marxismo o el psicoanálisis, en cambio, parecen recuperables
más por un mundo latino y católico que sajón
y protestante -un mundo subordinado a la cadena reproductiva,
o marginal con respecto a ella. Si bien su fuerza legitimadora
no es nula y ni siquiera escasa, su capacidad es sobre todo la
de dramatizar la historia como alienación, como caída,
expropiación o expulsión -juntar la lucha de clases
con la eterana lucha entre la represión y el deseo (esta tópica, veremos,
se recupera con fuerza en la crítica cómica).
También
lo que podríamos caracterizar como ciertas formas góticas de la crítica
(el posestructuralismo
de Focault)
heredan los problemas de esta narrativa: aunque la noción
de liberación o los pares doxa/episteme o ideología/ciencia
ya no aparezcan, o sea incluso objeto de revisión crítica
explícita, hay (en
Foucault, o en Deleuze, o más recientemente y del otro
lado del Atlántico, en Edward Said -y la lista podría
continuar)
una gimnasia literaria de escenificación de un discurso
mesiánico, con un empuje básicamente negativo, de
denuncia de choque, de convocatoria a una acción (sea cual fuere), desde modelos
narrativos agonísticos.
En cierto sentido, tampoco la crítica hermeneútica, la gramatología
o la descontrucción están al margen de los problemas
relacionados con la tópica ficcional de la liberación,
y de la figura de un enemigo: el logocentrismo, el etnocentrismo.
Lo mismo se podría observar con respecto a los programas
de debilitamiento, que aparecen, por ejemplo en Gianni
Vattimo.
Crítica cómica
Variante de las formas góticas, la crítica cómica,
que tampoco es ajena a la tópica de la liberación,
ha planteado serias objeciones a las formas científicas
bipolares más duras del racionalismo crítico (Althusser): Jacques Rancière
observaba, en el 69, que si las formas discursivas son científicas
o ideológicas, epistémicas o doxásticas,
es decir, revolucionaroias o conservadoras, cometemos, por lo
pronto, la torpeza de desestimar lo que él llamaba "las
voces del taller, los murmullos de la calle, las consignas de
la inresurrección (...) las formas de la canción
picaresca", reduciendo los enfrentamientos discursivos
a un plebiscito ganado de antemano por las propias formas hegemónicas
del saber (ciencia,
universalidad)
(1).
No conviene
olvidar que en filosofía tratamos siempre
con metáforas, contécnicas
narrativas y con estilos literarios (estrategias para "enganchar" al
otro, en el sentido prostitutivo de la palabra): el enfrentamiento
ideología/ciencia es, como todo discurso, inevitablemente
ideológico (de
hecho la distinción misma ha perdido fuerza).
También resulta ser un mito la crítica cómica
y carnavalizada, al desplazar y
retrazar la contardicción básica de lo socio discursivo
a saberes hegemónicos (autorizados) contra saberes menores (subordinados, descalificados) -y aún invirtiéndola:
de epistémicos luchando por liberarnos de la doxa, pasamos
a ser doxásticos liberándonos de episteme.
La Historia
de la sensibilidad de José Pedro Barrán es un
ejemplo, cercano y criollo, de narrativa crítica cómica,
deudora de Bajtin, Focault y de lo que podríamos bautizar
como antropología freudiana. El proceso de civilización
de lo bárbaro es uno de los avatares del enfrentamiento
intemporal entre represión y deseo -la liberación se ha desplazado
desde una racionalidad científico -universitaria como modelo
de toda discursividad (que nos ha sido alineada, que debemos recobrar),
hasta el grito libertario de la perversidad polimorfa (el pedo, el eructo). El enemigo se
desplaza parejamente: desde aquél que engaña y encubre
sus intereses sociales, hacia aquél que reprime y prohíbe.
Desde este
relato podemos reivindicar la historia como pasado (lo público como privado), ver nuestra infancia
con simpatía y ternura, lamentarnos por lo que ya no somos,
luchar para volver a ser.
La verdadera aporía
La verdadera aporía parece consistir en la imposibilidad
de narrar y ficcionalizar la tópica de la liberación
sin moralizar su itinerario, sin reducirla a estructuras de dos
niveles, uno actual, otro deseable (uno superficial, otro profundo; uno
engañoso, otro verdadero; uno injusto, otro justo, en
fin).
Como
corolario, parecería que todo proyecto crítico
(¿qué
proyecto critico no involucra, de uno u otro modo, a la liberación?) estuviera
condenado a existir perpetuamente sin ser otra cosa que su propia
ansiedad y su propio estiramiento: nuestro enemigo se irá
desplazando -la creencia, el sentido común, la ideología,
las formas hegemónicas del discurso, la metafísica,
la trascendencia, las estructuras ontológicas fuertes
y verticales, el logocentrismo.
Todo proyecto crítico (quiéralo
o no: decir "proyecto" ya comporta un falseo, una mitología
-inteligencia abstracta que se proyecta, independientemente
de sus condiciones sociales de funcionamiento y de producción)
está
condenado a ser masivo, indiscriminado, puramente negativo.
Es el huevo moderno: criticar y liberarse no es únicamente
denunciar el engaño, la estafa, la futilidad. Tampoco
es alcanzar un estado superior, o más estable, o definitivo
-ni siquiera es el comienzo de la deliberación como mitología
del relevo de la liberación. Es, por un lado, reconocer,
en la formación discursiva criticada, una fuerza gestual
y aún un papel cognitivo (digamos, en suma, una racionalidad). Y es, por
tor, reconocer quenuestras herramientas críticas están
"hechas del mismo material" que aquello que queremos
criticar.
La
liberación es un gesto negativo, y como tal habría
que tomarla. Pero ¿qué otra cosa podemos hacer
(sobre todo
nosotros, periferia lectora - y con esto quiero dar a entender
que hay periferias no lectoras), sino liberarnos, aún sabiendo
que no existe "el día después" de esa
liberación?.
(1) Rancière,
Jacques: "Sobre la teoría de la ideología.
La política de Althusser", en Lectura de Althusser,
S. Karsz (ed) Galerna, Buenos Aires, 1970.
* Publicado
originalmente en La República de Platón,
Nº 37
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