Miserias de la tecnología y desconsuelo de escribas, el
mal humor de la máquina.
Si se tranca, nada sale; el diablo o un virus, un programa antojadizo,
la impalpable piratería de la red o nuestra impericia
amenazan volatilizar nuestras palabras. Pareciera que el gremlin
que perturbó a Descartes
juguetea en las computadoras, saboteando esa grande obra, esa
incisiva reseña, la columna candente que no llegamos a
escribir. Por contrapartida, se podría sospechar que nada
hay como saberse residente en el carozo del universo y confiar
en ciertas recetas para sentirse satisfecho. Más si uno,
poseído por un proyecto casi sideral, se da por concluido.
Esto, al menos, si se repasa el epílogo de las Metamorfosis.
"Ya he culminado
una obra que no podrán destruir
ni la cólera de Júpiter ni el fuego ni el hierro
ni el tiempo voraz. Que ese día, que no tiene derecho
más que a mi cuerpo,
acabe cuando quiera con el devenir incierto de mi vida; que yo,
en mi parte más noble, ascenderé inmortal por encima
de las altas estrellas y mi nombre jamás morirá,
y por donde el poderío de Roma se extiende sobre el orbe
sojuzgado, la gente recitará mis versos, y gracias a la
Fama, si algo de verdad hay en los presagios de los poetas, viviré
por los siglos de los siglos".
Se podría pensar
que en aquella edad, el siglo I, bastaba la confianza en las
fórmulas y alguna transacción con los dioses para
que el más descomunal de los proyectos fuera realizable.
Como se recuerda, el prólogo del poema de Ovidio es un
pequeño conjuro:
"Mi inspiración
me mueve a hablar de formas a cuerpos nuevos mudadas: ya que
incluso a éstos ustedes cambiaron, inspiren dioses mi
proyecto y, desde el comienzo primero del mundo, dirijan mi canto
sin interrupción hasta mi propia época"
Esto sería decir
que, ya que lo picaneaba la inspiración con asunto impalpable
y vasto como las galaxias -el proceso del cambio desde el magma
de los tiempos- al poeta Publio Ovidio Nasonis le bastaban un par de indicaciones o chantajes a aquellos
que te auxilian o defenestran para que, finalmente, recorridos
miles de versos y mutaciones
-como señala el epílogo- se pudiera dar por contento
y basurear a los superi o divinos.
En realidad, es necesario
entender que la más notable de las metamorfosis presentada
por Ovidio es precisamente su obra, o mejor dicho, Ovidio
en sus metamorfosis. Cuando parte, acto seguido del prólogo,
esto es todo lo que tienen los cinco versos iniciales:
"Antes del
mar, de la tierra y del cielo que lo cubre todo,
la naturaleza ofrecía un solo aspecto en el orbe entero,
al que llamaron Caos,
una masa tosca y desordenada,
que no era más que un peso inerte y gérmenes discordantes,
amontonados juntos, de cosas no bien unidas".
En ese momento, la
obra, que apenas es un prólogo y una estrofa, y que aguarda
por las formas que se mudan, no es más que masa tosca.
Ovidio, que es su medium, es apenas peso inerte y gérmenes
discordantes. Él es esos versos o mutaciones que son a
veces piedras y otras soldados y después un jovencito
que más tarde es la flor del narciso y luego Dafne que
se va convirtiendo en árbol. Es decir, Ovidio es la
exigencia de lo que muta: narración. Y cuando culmina,
y llega a su hoy -ya Eneas conducido a las estrellas- es un Ovidio
otro que el roto y desanudado que inaugurara el canto. Acabada
esa inmensa sesión espiritista que son las Metamorfosis,
Publio Nasonis, ciudadano de Roma, es ente bien distinto de aquel
que acechaba en las gateras del poema.
Pero el cambio es demasiado
incesante: había llegado a esa meseta, a ese reposo, que
lo daba por concluido y autor,
que lo distinguía, al menos por un tris, del interminable
prologuista de aquella inspiración que lo dominaba y,
grandilocuente, exigía una tregua -el epílogo.
No ignoraba que otra mutación ya se lo estaba llevando:
nosotros -la lectura-
que por milenios lo seguimos torsionando, no lo dejamos descansar.
* Publicado
originalmente en Insomnia
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