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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 




CAOS - MUTACIÓN - NARRACIÓN - EPÍLOGO - PRÓLOGO - AUTOR - OVIDIO -
METAMORFOSIS - OBRA COMO PRÓLOGO -


Del caos o prólogo del mundo*

Amir Hamed
Se podría pensar que en aquella edad, el siglo I, bastaba la confianza en las fórmulas y alguna transacción con los dioses para que el más descomunal de los proyectos fuera realizable


Miserias de la tecnología y desconsuelo de escribas, el mal humor de la máquina. Si se tranca, nada sale; el diablo o un virus, un programa antojadizo, la impalpable piratería de la red o nuestra impericia amenazan volatilizar nuestras palabras. Pareciera que el gremlin que perturbó a Descartes juguetea en las computadoras, saboteando esa grande obra, esa incisiva reseña, la columna candente que no llegamos a escribir. Por contrapartida, se podría sospechar que nada hay como saberse residente en el carozo del universo y confiar en ciertas recetas para sentirse satisfecho. Más si uno, poseído por un proyecto casi sideral, se da por concluido. Esto, al menos, si se repasa el epílogo de las Metamorfosis.

"Ya he culminado una obra que no podrán destruir ni la cólera de Júpiter ni el fuego ni el hierro ni el tiempo voraz. Que ese día, que no tiene derecho más que a mi cuerpo, acabe cuando quiera con el devenir incierto de mi vida; que yo, en mi parte más noble, ascenderé inmortal por encima de las altas estrellas y mi nombre jamás morirá, y por donde el poderío de Roma se extiende sobre el orbe sojuzgado, la gente recitará mis versos, y gracias a la Fama, si algo de verdad hay en los presagios de los poetas, viviré por los siglos de los siglos".

Se podría pensar que en aquella edad, el siglo I, bastaba la confianza en las fórmulas y alguna transacción con los dioses para que el más descomunal de los proyectos fuera realizable. Como se recuerda, el prólogo del poema de Ovidio es un pequeño conjuro:

"Mi inspiración me mueve a hablar de formas a cuerpos nuevos mudadas: ya que incluso a éstos ustedes cambiaron, inspiren dioses mi proyecto y, desde el comienzo primero del mundo, dirijan mi canto sin interrupción hasta mi propia época"

Esto sería decir que, ya que lo picaneaba la inspiración con asunto impalpable y vasto como las galaxias -el proceso del cambio desde el magma de los tiempos- al poeta Publio Ovidio Nasonis le bastaban un par de indicaciones o chantajes a aquellos que te auxilian o defenestran para que, finalmente, recorridos miles de versos y mutaciones -como señala el epílogo- se pudiera dar por contento y basurear a los superi o divinos.

En realidad, es necesario entender que la más notable de las metamorfosis presentada por Ovidio es precisamente su obra, o mejor dicho, Ovidio en sus metamorfosis. Cuando parte, acto seguido del prólogo, esto es todo lo que tienen los cinco versos iniciales:

"Antes del mar, de la tierra y del cielo que lo cubre todo,
la naturaleza ofrecía un solo aspecto en el orbe entero,
al que llamaron Caos, una masa tosca y desordenada,
que no era más que un peso inerte y gérmenes discordantes, amontonados juntos, de cosas no bien unidas
".

En ese momento, la obra, que apenas es un prólogo y una estrofa, y que aguarda por las formas que se mudan, no es más que masa tosca. Ovidio, que es su medium, es apenas peso inerte y gérmenes discordantes. Él es esos versos o mutaciones que son a veces piedras y otras soldados y después un jovencito que más tarde es la flor del narciso y luego Dafne que se va convirtiendo en árbol. Es decir, Ovidio es la exigencia de lo que muta: narración. Y cuando culmina, y llega a su hoy -ya Eneas conducido a las estrellas- es un Ovidio otro que el roto y desanudado que inaugurara el canto. Acabada esa inmensa sesión espiritista que son las Metamorfosis, Publio Nasonis, ciudadano de Roma, es ente bien distinto de aquel que acechaba en las gateras del poema.

Pero el cambio es demasiado incesante: había llegado a esa meseta, a ese reposo, que lo daba por concluido y autor, que lo distinguía, al menos por un tris, del interminable prologuista de aquella inspiración que lo dominaba y, grandilocuente, exigía una tregua -el epílogo. No ignoraba que otra mutación ya se lo estaba llevando: nosotros -la lectura- que por milenios lo seguimos torsionando, no lo dejamos descansar.

* Publicado originalmente en Insomnia

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