Publicado dos años
después de la guerra
entre España y Estados Unidos, y envuelto en la compleja
intensidad de los sentimientos de los latinoamericanos hacia Estados
Unidos y España en esa época, Ariel estaba
destinado a atraer la atención y a ser interpretado como
un manifiesto. La menor crítica de Rodó a la sociedad
norteamericana, combinada con su evasiva pero articulada admisión
de su propia latinidad, alentó la noción de que
su vil Calibán era realmente Estados Unidos, y condujo
a los lectores a pensar a Ariel
como a una justificación simbólica de su propia
superioridad racial y espiritual. La calma apelación de
Próspero a la juventud latinoamericana fue oída
en muchos lugares como un grito patriótico, ahogando sus
calificaciones y aun su originalidad en una atmósfera similar
a aquella que alentó a la comprensión equivocada
de los escritores
franceses que hablaron sobre las causas de la guerra franco-prusiana,
y con quienes Rodó estaba obviamente en deuda.(13)
Por mucho que Rodó pudiese protestar contra esta interpretación
de su trabajo, ésta era tan natural como influyente. Pero
antes de seguir restableciendo el tema principal de Ariel,
y con ello justificar la defensa que Rodó hace de sí
mismo, es tal vez adecuado traer la cuestión acerca de
la objetividad de su actitud hacia los Estados Unidos, tal como
está implícita en el ensayo.
Mientras Rodó reclamaba reconocer las virtudes tanto como
los defectos de Estados Unidos, y mientras que su condena de los
defectos es notoriamente menos violenta que la de escritores anteriores
(14) y
posteriores a él, los críticos aciertan al señalar
las caídas en el tono generalmente elevado de su argumentación.
Su sarcasmo a expensas del valioso O. S. Marden, es un ejemplo
de esas caídas. Su cortedad con Franklin es otra. Más
elocuente es el uso de sus fuentes de información, que
son todas secundarias, en la medida en que nunca visitó
los Estados Unidos. Trabajos respetables como De la démocratie
en Amérique de Tocqueville, y el mejor libro de Bourget,
Outre-mer, son usados parcialmente y aun tendenciosamente:
nada de la reservada admiración de Tocqueville por el país
que él conoció de primera mano, y poco del entusiasmo
de Bourget, son dejados pasar hasta el lector
de Ariel. Sus demás fuentes son o bien menores,
como el Lettres sur l'Amerique du Nord de Chevalier, o
satíricamente irresponsables, como el Paris en Amérique
de Laboulaye, o agresivamente prejuiciosas, como el ensayo
de Baudelaire sobre la vida de Poe.
A estos trabajos se les da al menos tanta importancia como a
aquellos libros generalmente considerados estudios clásicos
sobre los Estados Unidos. En el mismo sentido, ignora deliberadamente
a Whitman (cuyo trabajo conoció)
y habla en cambio
de Poe y Longfellow, porque esto conviene a su argumentación.(15)
Pero aún si Rodó traiciona de tanto en tanto la
dubitativa psicología de sus palabras 'les admiro,
aunque no les amo', fue sobre todo la situación política
de su tiempo y no su propia intencionalidad lo que hizo que Ariel
pareciese una pieza de propaganda. Él estaba justificado
al resistir interpretaciones que hicieron de Calibán el
símbolo repelente de Estados Unidos y de Ariel
el correspondientemente seductor de América del Sur. Pues
él estaba igualando a Calibán no con Estados Unidos,
sino con los males de una sociedad utilitaria, y esos males,
si bien especialmente visibles entonces en Estados Unidos, bien
podían afectar por igual a cualquier otra parte del continente
americano, y por cierto que amenazaban hacerlo en el área
en desarrollo económico del Río de la Plata. Además,
él nunca efectuó un claro contraste moral y lógico
entre materialismo e idealismo. Fiel a sus suposiciones positivistas
básicas, dedicó varios párrafos, reforzados
por citas de Taine y Saint-Victor, a la idea de que el desarrollo
económico, como ocurrió en el Renacimiento italiano,
era un requisito previo para el refinamiento y la cultura; y
considerando lo que parece haber aprendido de Fouillée,
no sorprende descubrirlo apoyando sus esperanzas de un futuro
desarrollo de los Estados Unidos sobre la base de 'idées-forces'
y de la transformación de la energía.
Pero no era éste, después de todo, el punto principal
de Rodó. Pues en Ariel el rol de Estados Unidos
en el continente americano era menos importante que la calidad
de la reacción de los latinoamericanos, particularmente
de la élite gobernante, respecto del vecino del Norte.
Rodó estaba urgiendo por la integridad de la personalidad;
como Tarde, él estaba preocupado por la psicología
social, no por las estadísticas comerciales. La nordomanía
de Alberdi le parecía reprobable más por considerarla
abyecta en sí, que por repugnancia a los Estados Unidos.
Y una mera imitación del 'hipnotizador audaz' del norte
de una manera 'unilateral' y 'sonámbula', como dijo Rodó
citando a Tarde, significaría la mutilación de
la personalidad y una completa subordinación a 'los fuertes'
-tal como son significativamente llamados- en el proceso evolutivo.
Rodó tenía miedo de que América Latina,
lejos de ser Ariel, podía estarse convirtiendo en un 'esclavo
deforme'.
Ariel no era más
el símbolo del Sur que Calibán el del Norte. Ariel
no era una justificación de superioridad sino el espíritu
aéreo que ayudaba a Próspero a inspirar el ideal
de una personalidad menos inmadura en la juventud de América
Latina. Rodó, en Ariel, ocupa la segunda de las tres posiciones
descriptas más arriba, y está más cerca
de Martí que de Darío. Él no es el profeta
de la latinidad, sino de la emancipación humana. Es cierto
que a veces, en Ariel, parece asumir que los americanos
que viven en el sur del continente no poseen la misma clase de
personalidad y características humanas que aquellos que
viven en el norte; pero en la mayoría de los casos, él
podría estar refiriéndose a América como
a un todo. Poco puede encontrarse en el ensayo sobre latinidad
y aún menos sobre 'la América católica y
española' o la clase de racialismo abogada por Darío
y Vasconcelos. En Ariel Rodó no quiso la autoridad
del Papa sobre sus compatriotas; y si acaso el elemento ario
en su suavemente admitida latinidad supera a lo hispánico:
él usa la palabra 'ario' dos veces, y no menciona a España
ni una. Ciertamente, el crítico español Juan Valera
se toma de esto para apoyar su pretensión de que Rodó
ejemplificaba una tendencia latinoamericana a denigrar los ancestros
españoles en favor de modos foráneos, francófilos.(16) En resumen, Rodó era acusado
de renunciar a sus derechos de nacimiento como hispanoamericano.
Por cierto, la interpretación de Valera es tan poco digna
de Ariel como las del partido anti-yanqui, e igual de irrelevante.
Como juicio a Rodó, por otro lado, resulta irónica.
Pues lo que puede ser dicho de Ariel no puede siempre ser dicho
del resto de la obra de Rodó. Aún antes de la guerra
cubana Rodó aplaudió los intentos que el mismo Valera
estaba haciendo, en las Cartas Americanas, por fortalecer
los lazos de fraternidad entre España y América.(17) Él
justificaba esto, así como justificó sus intentos
por extraer de Ariel un sentido racial de unidad hispanoamericana
en otras ocasiones subsiguientes, (18) en el prólogo que puso a
la segunda edición de Idola Fori de Carlos Arturo Torres;
este prólogo llegó diez años más tarde
que Ariel y se titulaba, significativamente, 'Rumbos nuevos'.
Refiriéndose a la actitud hacia los Estados Unidos entre
los latinoamericanos a quienes
Ariel estaba dirigido, Rodó escribió, con
evidente cambio de énfasis:
"Pero el radical desacierto consistía
no tanto en la excesiva y candorosa idealización, ni en
el ciego culto, que se tributaba por fe, por rendimiento de hipnotizado,
más que por sereno y reflexivo examen y prolija elección,
como en la vanidad de pensar que estas imitaciones absolutas,
de pueblo a pueblo, de raza a raza, son cosa que cabe en lo natural
y posible; que pueden emularse disposiciones heredadas y costumbres
seculares, con planes y leyes: y finalmente que, aun siendo esto
realizable, no habría abdicación ilícita,
mortal renunciamiento, en desprenderse de la personalidad original
y autónoma, dueña siempre de reformarse, pero no
de descaracterizarse, para embeber y desvanecer el propio espíritu
en el espíritu ajeno."(19)
En el mismo prólogo
Rodó deploraba el modo excesivo en que los latinoamericanos
rechazaron las tradiciones de su madre patria luego de obtenida
la independencia, y sugería que esto fue debido a la pérdida
de 'el sentimiento de la raza'. En otras palabras, está
menos interesado en el problema de la personalidad, considerada
en abstracto, que en aquello que constituye la personalidad de
los latinoamericanos, o hispanoamericanos, como significativamente
les llama, y se pasa de la segunda a la tercera de las posiciones
delineadas antes.
Estas otras publicaciones de Rodó, teniendo objetivos diferentes
que los de Ariel, sirven para enfatizar la real naturaleza
de este ensayo. Ariel es grande precisamente porque ofreció
inspiración a los latinoamericanos sin recurrir a eslóganes
patrióticos. Su falta de agresividad es lo que lo distingue
de una multitud de trabajos sobre el destino latinoamericano hoy
olvidados. Rodó, como Próspero, abrió nuevos
horizontes para sus contemporáneos al persuadirlos de que
examinasen sus creencias sobre sí mismos. Esta emancipación
se reflejó directamente en la literatura
que produjeron. Es éste el único sentido en que
puede decirse que Ariel es el 'símbolo' de América
Latina.
Un lector moderno inglés
o norteamericano de Ariel bien puede sentirse irritado
por el modo en que Rodó trata asuntos abstractos en un
estilo que ha sido descrito
como magistral, pero que para nosotros suena extravagantemente
elevado. Sentimos una falta de compromiso concreto y podemos incluso
preguntarnos por qué un latinoamericano vivo en tiempos
de Rodó parece aislarse de los problemas políticos
y sociales del día. Cuando se dirimían tales asuntos,
preguntamos acremente, ¿cómo es posible que un hombre
de 28 años se vista con un manto de anciana sabiduría
y predique sobre los atributos de una personalidad completa?
Esta objeción es aún más fuerte debido a
que los términos y autoridades que él emplea en
su sermón no pueden ya ser aceptados acríticamente.
Y al mismo tiempo, por cierto, los factores de los que no se
preocupó son precisamente los que han ido asumiendo mayor
importancia: los modos prácticos de controlar la explotación
de América Latina y de construir un nuevo sistema económico,
los problemas de la integración de las comunidades indígenas
en sociedades mayores, y la hegemonía política
de América Latina como un todo.
Este tipo de impaciencia de nuestra parte no es original y ha
sazonado la crítica entre los compatriotas de Rodó
al menos desde su muerte hasta el presente. En 1919 Alberto Lasplaces
comenzó el lamento revisionista en una de sus Opiniones
literarias; en 1927 Héctor González Areosa (en un periódico llamado Ariel) anunció firmemente que para
una nueva generación de uruguayos
Rodó ya no era 'una presencia activa en nuestra formación
espiritual'. Aproximadamente en el mismo período Alberto
Zum Felde dijo en muchas ocasiones que las preocupaciones de Rodó
eran las de una generación pasada, e incluso en 1965 Carlos
Maggi encontró necesario repetir: "Siete llaves
al sepulcro de Ariel y en marcha."(20)
Parece, no obstante, que el fantasma
de Rodó no será puesto a descansar con facilidad;
y esto es cierto no sólo a un nivel nacional. Pues críticos
de otros países latinoamericanos, aún los hostiles
a Rodó, generalmente se han sentido obligados a tenerlo
en cuenta, y la impaciencia desplegada por los más chillones
entre ellos es de un tipo pobre, si bien obsesivo. Luis Alberto
Sánchez, por ejemplo, en Balance y liquidación
del 900 (1941) y otros trabajos, ha deplorado
repetidamente la influencia de Rodó, que toma para sí
la tarea de recomendar el cultivo del espíritu y de un
sentido clásico de serenidad a un subcontinente azotado
por la pobreza y la injusticia, presa del imperialismo norteamericano.
Sánchez, que también fue autor de un libro titulado
¿Existe Latinoamérica?, rechazó reconocer
a Rodó el derecho de dirigirse a América Latina
como a un todo, en la medida en que no fue capaz en absoluto de
entender su realidad económica y social. Como producto
de un pequeño país, libre de indios y europeizado
estado bien al sur del subcontinente, Rodó fue acusado
de indiferencia (21) tanto respecto de los problemas
de una región más propiamente descripta como Indoamérica,
como de los violentos conflictos del Caribe dominado por los yanquis.
Sánchez, como figura política y miembro del una
vez izquierdista APRA (Alianza
popular revolucionaria americana),
peleó él mismo activamente por la causa de los amerindios,
y contra el dominio norteamericano sobre América en su
conjunto.
Puede sonar antojadizo sugerir que estamos preparados para dar
nuestra simpatía más fácilmente a Sánchez
que a Rodó debido a que Sánchez cauteriza más
limpiamente las culpas de una tradición imperialista. Pero
al menos debemos ser conscientes de nuestros motivos si elegimos
atacar a Rodó porque no ataca al imperialismo en términos
sociales y económicos, cuando él nunca pretendió
hacer eso. En otras palabras, aunque sonará inocente decirlo,
acaso nuestra verdadera buena disposición para comprender
asuntos laterales -sea el esteticismo, la fobia a los yanquis,
el racialismo o la geografia humana- nos animará a enfrentar
de nuevo el cuerpo central de una obra
que en su día penetró la conciencia latinoamericana
tan profunda y fructíferamente, y que aún hoy es
generalmente vista como uno de los trabajos fundamentales de la
literatura latinoamericana.
Traducción:
Aldo Mazzucchelli
Notas:
(13) Renan sobre La réforme
intellectuelle et morale de la France, Bourget en el prefacio
a Le Disciple y Bérenger en L'aristocratie intelectuelle.
(14) Los Estados Unidos fueron
denostados por latinoamericanos esporádicamente a lo largo
del siglo diecinueve; Emir Rodríguez Monegal (Rodó,
Obras completas, p. 193) argumentó que Ariel puede ser
visto como una continuación algo menos amarga y parcial
de las ideas desarrolladas por Paul Groussac en un discurso que
pronunció en Buenos Aires el 2 de mayo de 1898, cuando
igualó a los Estados Unidos directamente con Calibán.
Monegal, sin embargo, no logra demostrar su tesis debido a una
conclusiva pieza de evidencia proveniente de los papeles de Rodó,
un comentario de Rodó que dice: "EE UU para Groussac.
Su rasgo saliente y característico es la ausencia de todo
ideal. Quiere sustituir la razón con la fuerza, la calidad
con la cantidad, el sentimiento de lo bello y lo bueno con el
lujo plebeyo (hay que caricaturizar esto). Cree que la Democracia
consiste en la igualdad de todos por la común vulgaridad.
Frágil y deleznable organización sociológica
sin hondas [raíces] en lo pasado ni principios directores
en el presente" (Archivo Rodó, armario 2, 3A7, 20524).
(15) Rodó parece haber
sufrido casi un cambio de sentimientos cuando estaba escribiendo
esta quinta parte del Ariel. Del examen de sus papeles surge
con evidencia que descartó una gran cantidad del material
que había coleccionado, e incluso resumido en sentencias,
y que era elogioso hacia los Estados Unidos; por ejemplo, el
artículo de Gladstone 'Kind beyond the sea'. Con seguridad
hizo reconsideraciones acerca de Whitman, pues a continuación
de la frase (incorporada al Ariel) sobre 'Excelsior', originalmente
había escrito: "¡Tiene en Walt Whitman el acento
de los evangelistas!... Inmensa expansión de amor"
(Archivo Rodó, armario 2, 3A 7, 20508).
(16) En una carta a La Nación
(Buenos Aires), 10 de octubre de 1900, recogida en las Obras
completas de Valera, (Madrid, 1958), III, 580; la reacción
de Valera difiere notablemente de la de otros españoles
a quienes Rodó envió ejemplares de Ariel: Rafael
Altamira, Leopoldo Alas y Miguel de Unamuno.
(17) 'Menéndez y Pelayo
y nuestros poetas' (1896), Obras completas, p. 810.
(18) Véase, por ejemplo,
'La España niña' (1911), ibid. Pp. 721-2, y 'El
nuevo Ariel' (1914), ibid. Pp. 1136-7.
(19) Obras completas, p. 500
(20) El Uruguay y su gente (Montevideo,
1965), p. 20; la frase de González Areosa apareció
en el N° 37 de Ariel. Revista del centro de estudiantes Ariel,
Montevideo.
(21) Para entender lo injusto
de esta acusación, véase Pedro Henríquez
Ureña, Las corrientes literarias de la América
hispánica (México, 1964), pp. 177, 193, y las sobrias
objeciones a la "mezcla de acierto y desenfoque" del
ataque de Sánchez en el artículo de Carlos Real
de Azúa 'El inventor del arielismo', Marcha (Montevideo),
20 de junio de 1953.
* Prólogo
a la edición de Ariel, de José Enrique Rodó.
Introducción y notas de Gordon Brotherston, Cambridge:
Cambridge University Press, 1967. Tomado de Insomnia
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