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ISSN 1688-1672

 



RODÓ, JOSÉ ENRIQUE - ARIEL - SÁNCHEZ, LUIS ALBERTO -

Introducción a Ariel, de J. E. Rodó (II)*

Gordon Brotherston
Si elegimos atacar a Rodó porque no ataca al imperialismo en términos sociales y económicos, cuando él nunca pretendió hacer eso. En otras palabras, aunque sonará inocente decirlo, acaso nuestra verdadera buena disposición para comprender asuntos laterales -sea el esteticismo, la fobia a los yanquis, el racialismo o la geografia humana- nos animará a enfrentar de nuevo el cuerpo central de una obra

Publicado dos años después de la guerra entre España y Estados Unidos, y envuelto en la compleja intensidad de los sentimientos de los latinoamericanos hacia Estados Unidos y España en esa época, Ariel estaba destinado a atraer la atención y a ser interpretado como un manifiesto. La menor crítica de Rodó a la sociedad norteamericana, combinada con su evasiva pero articulada admisión de su propia latinidad, alentó la noción de que su vil Calibán era realmente Estados Unidos, y condujo a los lectores a pensar a Ariel como a una justificación simbólica de su propia superioridad racial y espiritual. La calma apelación de Próspero a la juventud latinoamericana fue oída en muchos lugares como un grito patriótico, ahogando sus calificaciones y aun su originalidad en una atmósfera similar a aquella que alentó a la comprensión equivocada de los escritores franceses que hablaron sobre las causas de la guerra franco-prusiana, y con quienes Rodó estaba obviamente en deuda.(13)

Por mucho que Rodó pudiese protestar contra esta interpretación de su trabajo, ésta era tan natural como influyente. Pero antes de seguir restableciendo el tema principal de Ariel, y con ello justificar la defensa que Rodó hace de sí mismo, es tal vez adecuado traer la cuestión acerca de la objetividad de su actitud hacia los Estados Unidos, tal como está implícita en el ensayo.

Mientras Rodó reclamaba reconocer las virtudes tanto como los defectos de Estados Unidos, y mientras que su condena de los defectos es notoriamente menos violenta que la de escritores anteriores
(14) y posteriores a él, los críticos aciertan al señalar las caídas en el tono generalmente elevado de su argumentación. Su sarcasmo a expensas del valioso O. S. Marden, es un ejemplo de esas caídas. Su cortedad con Franklin es otra. Más elocuente es el uso de sus fuentes de información, que son todas secundarias, en la medida en que nunca visitó los Estados Unidos. Trabajos respetables como De la démocratie en Amérique de Tocqueville, y el mejor libro de Bourget, Outre-mer, son usados parcialmente y aun tendenciosamente: nada de la reservada admiración de Tocqueville por el país que él conoció de primera mano, y poco del entusiasmo de Bourget, son dejados pasar hasta el lector de Ariel. Sus demás fuentes son o bien menores, como el Lettres sur l'Amerique du Nord de Chevalier, o satíricamente irresponsables, como el Paris en Amérique de Laboulaye, o agresivamente prejuiciosas, como el ensayo de Baudelaire sobre la vida de Poe.

A estos trabajos se les da al menos tanta importancia como a aquellos libros generalmente considerados estudios clásicos sobre los Estados Unidos. En el mismo sentido, ignora deliberadamente a Whitman
(cuyo trabajo conoció) y habla en cambio de Poe y Longfellow, porque esto conviene a su argumentación.(15)

Pero aún si Rodó traiciona de tanto en tanto la dubitativa psicología de sus palabras 'les admiro, aunque no les amo', fue sobre todo la situación política de su tiempo y no su propia intencionalidad lo que hizo que Ariel pareciese una pieza de propaganda. Él estaba justificado al resistir interpretaciones que hicieron de Calibán el símbolo repelente de Estados Unidos y de Ariel el correspondientemente seductor de América del Sur. Pues él estaba igualando a Calibán no con Estados Unidos, sino con los males de una sociedad utilitaria, y esos males, si bien especialmente visibles entonces en Estados Unidos, bien podían afectar por igual a cualquier otra parte del continente americano, y por cierto que amenazaban hacerlo en el área en desarrollo económico del Río de la Plata. Además, él nunca efectuó un claro contraste moral y lógico entre materialismo e idealismo. Fiel a sus suposiciones positivistas básicas, dedicó varios párrafos, reforzados por citas de Taine y Saint-Victor, a la idea de que el desarrollo económico, como ocurrió en el Renacimiento italiano, era un requisito previo para el refinamiento y la cultura; y considerando lo que parece haber aprendido de Fouillée, no sorprende descubrirlo apoyando sus esperanzas de un futuro desarrollo de los Estados Unidos sobre la base de 'idées-forces' y de la transformación de la energía.

Pero no era éste, después de todo, el punto principal de Rodó. Pues en Ariel el rol de Estados Unidos en el continente americano era menos importante que la calidad de la reacción de los latinoamericanos, particularmente de la élite gobernante, respecto del vecino del Norte. Rodó estaba urgiendo por la integridad de la personalidad; como Tarde, él estaba preocupado por la psicología social, no por las estadísticas comerciales. La nordomanía de Alberdi le parecía reprobable más por considerarla abyecta en sí, que por repugnancia a los Estados Unidos. Y una mera imitación del 'hipnotizador audaz' del norte de una manera 'unilateral' y 'sonámbula', como dijo Rodó citando a Tarde, significaría la mutilación de la personalidad y una completa subordinación a 'los fuertes' -tal como son significativamente llamados- en el proceso evolutivo. Rodó tenía miedo de que América Latina, lejos de ser Ariel, podía estarse convirtiendo en un 'esclavo deforme'.

Ariel no era más el símbolo del Sur que Calibán el del Norte. Ariel no era una justificación de superioridad sino el espíritu aéreo que ayudaba a Próspero a inspirar el ideal de una personalidad menos inmadura en la juventud de América Latina. Rodó, en Ariel, ocupa la segunda de las tres posiciones descriptas más arriba, y está más cerca de Martí que de Darío. Él no es el profeta de la latinidad, sino de la emancipación humana. Es cierto que a veces, en Ariel, parece asumir que los americanos que viven en el sur del continente no poseen la misma clase de personalidad y características humanas que aquellos que viven en el norte; pero en la mayoría de los casos, él podría estar refiriéndose a América como a un todo. Poco puede encontrarse en el ensayo sobre latinidad y aún menos sobre 'la América católica y española' o la clase de racialismo abogada por Darío y Vasconcelos. En Ariel Rodó no quiso la autoridad del Papa sobre sus compatriotas; y si acaso el elemento ario en su suavemente admitida latinidad supera a lo hispánico: él usa la palabra 'ario' dos veces, y no menciona a España ni una. Ciertamente, el crítico español Juan Valera se toma de esto para apoyar su pretensión de que Rodó ejemplificaba una tendencia latinoamericana a denigrar los ancestros españoles en favor de modos foráneos, francófilos.(16) En resumen, Rodó era acusado de renunciar a sus derechos de nacimiento como hispanoamericano.

Por cierto, la interpretación de Valera es tan poco digna de Ariel como las del partido anti-yanqui, e igual de irrelevante. Como juicio a Rodó, por otro lado, resulta irónica. Pues lo que puede ser dicho de Ariel no puede siempre ser dicho del resto de la obra de Rodó. Aún antes de la guerra cubana Rodó aplaudió los intentos que el mismo Valera estaba haciendo, en las Cartas Americanas, por fortalecer los lazos de fraternidad entre España y América.
(17) Él justificaba esto, así como justificó sus intentos por extraer de Ariel un sentido racial de unidad hispanoamericana en otras ocasiones subsiguientes, (18) en el prólogo que puso a la segunda edición de Idola Fori de Carlos Arturo Torres; este prólogo llegó diez años más tarde que Ariel y se titulaba, significativamente, 'Rumbos nuevos'. Refiriéndose a la actitud hacia los Estados Unidos entre los latinoamericanos a quienes Ariel estaba dirigido, Rodó escribió, con evidente cambio de énfasis:

"Pero el radical desacierto consistía no tanto en la excesiva y candorosa idealización, ni en el ciego culto, que se tributaba por fe, por rendimiento de hipnotizado, más que por sereno y reflexivo examen y prolija elección, como en la vanidad de pensar que estas imitaciones absolutas, de pueblo a pueblo, de raza a raza, son cosa que cabe en lo natural y posible; que pueden emularse disposiciones heredadas y costumbres seculares, con planes y leyes: y finalmente que, aun siendo esto realizable, no habría abdicación ilícita, mortal renunciamiento, en desprenderse de la personalidad original y autónoma, dueña siempre de reformarse, pero no de descaracterizarse, para embeber y desvanecer el propio espíritu en el espíritu ajeno."(19)

En el mismo prólogo Rodó deploraba el modo excesivo en que los latinoamericanos rechazaron las tradiciones de su madre patria luego de obtenida la independencia, y sugería que esto fue debido a la pérdida de 'el sentimiento de la raza'. En otras palabras, está menos interesado en el problema de la personalidad, considerada en abstracto, que en aquello que constituye la personalidad de los latinoamericanos, o hispanoamericanos, como significativamente les llama, y se pasa de la segunda a la tercera de las posiciones delineadas antes.

Estas otras publicaciones de Rodó, teniendo objetivos diferentes que los de Ariel, sirven para enfatizar la real naturaleza de este ensayo. Ariel es grande precisamente porque ofreció inspiración a los latinoamericanos sin recurrir a eslóganes patrióticos. Su falta de agresividad es lo que lo distingue de una multitud de trabajos sobre el destino latinoamericano hoy olvidados. Rodó, como Próspero, abrió nuevos horizontes para sus contemporáneos al persuadirlos de que examinasen sus creencias sobre sí mismos. Esta emancipación se reflejó directamente en la literatura que produjeron. Es éste el único sentido en que puede decirse que Ariel es el 'símbolo' de América Latina.

Un lector moderno inglés o norteamericano de Ariel bien puede sentirse irritado por el modo en que Rodó trata asuntos abstractos en un estilo que ha sido descrito como magistral, pero que para nosotros suena extravagantemente elevado. Sentimos una falta de compromiso concreto y podemos incluso preguntarnos por qué un latinoamericano vivo en tiempos de Rodó parece aislarse de los problemas políticos y sociales del día. Cuando se dirimían tales asuntos, preguntamos acremente, ¿cómo es posible que un hombre de 28 años se vista con un manto de anciana sabiduría y predique sobre los atributos de una personalidad completa?

Esta objeción es aún más fuerte debido a que los términos y autoridades que él emplea en su sermón no pueden ya ser aceptados acríticamente. Y al mismo tiempo, por cierto, los factores de los que no se preocupó son precisamente los que han ido asumiendo mayor importancia: los modos prácticos de controlar la explotación de América Latina y de construir un nuevo sistema económico, los problemas de la integración de las comunidades indígenas en sociedades mayores, y la hegemonía política de América Latina como un todo.

Este tipo de impaciencia de nuestra parte no es original y ha sazonado la crítica entre los compatriotas de Rodó al menos desde su muerte hasta el presente. En 1919 Alberto Lasplaces comenzó el lamento revisionista en una de sus Opiniones literarias; en 1927 Héctor González Areosa
(en un periódico llamado Ariel) anunció firmemente que para una nueva generación de uruguayos Rodó ya no era 'una presencia activa en nuestra formación espiritual'. Aproximadamente en el mismo período Alberto Zum Felde dijo en muchas ocasiones que las preocupaciones de Rodó eran las de una generación pasada, e incluso en 1965 Carlos Maggi encontró necesario repetir: "Siete llaves al sepulcro de Ariel y en marcha."(20)

Parece, no obstante, que el fantasma de Rodó no será puesto a descansar con facilidad; y esto es cierto no sólo a un nivel nacional. Pues críticos de otros países latinoamericanos, aún los hostiles a Rodó, generalmente se han sentido obligados a tenerlo en cuenta, y la impaciencia desplegada por los más chillones entre ellos es de un tipo pobre, si bien obsesivo. Luis Alberto Sánchez, por ejemplo, en Balance y liquidación del 900
(1941) y otros trabajos, ha deplorado repetidamente la influencia de Rodó, que toma para sí la tarea de recomendar el cultivo del espíritu y de un sentido clásico de serenidad a un subcontinente azotado por la pobreza y la injusticia, presa del imperialismo norteamericano. Sánchez, que también fue autor de un libro titulado ¿Existe Latinoamérica?, rechazó reconocer a Rodó el derecho de dirigirse a América Latina como a un todo, en la medida en que no fue capaz en absoluto de entender su realidad económica y social. Como producto de un pequeño país, libre de indios y europeizado estado bien al sur del subcontinente, Rodó fue acusado de indiferencia (21) tanto respecto de los problemas de una región más propiamente descripta como Indoamérica, como de los violentos conflictos del Caribe dominado por los yanquis. Sánchez, como figura política y miembro del una vez izquierdista APRA (Alianza popular revolucionaria americana), peleó él mismo activamente por la causa de los amerindios, y contra el dominio norteamericano sobre América en su conjunto.

Puede sonar antojadizo sugerir que estamos preparados para dar nuestra simpatía más fácilmente a Sánchez que a Rodó debido a que Sánchez cauteriza más limpiamente las culpas de una tradición imperialista. Pero al menos debemos ser conscientes de nuestros motivos si elegimos atacar a Rodó porque no ataca al imperialismo en términos sociales y económicos, cuando él nunca pretendió hacer eso. En otras palabras, aunque sonará inocente decirlo, acaso nuestra verdadera buena disposición para comprender asuntos laterales -sea el esteticismo, la fobia a los yanquis, el racialismo o la geografia humana- nos animará a enfrentar de nuevo el cuerpo central de una obra que en su día penetró la conciencia latinoamericana tan profunda y fructíferamente, y que aún hoy es generalmente vista como uno de los trabajos fundamentales de la literatura latinoamericana.

 

Traducción: Aldo Mazzucchelli

Notas:

(13) Renan sobre La réforme intellectuelle et morale de la France, Bourget en el prefacio a Le Disciple y Bérenger en L'aristocratie intelectuelle.

(14) Los Estados Unidos fueron denostados por latinoamericanos esporádicamente a lo largo del siglo diecinueve; Emir Rodríguez Monegal (Rodó, Obras completas, p. 193) argumentó que Ariel puede ser visto como una continuación algo menos amarga y parcial de las ideas desarrolladas por Paul Groussac en un discurso que pronunció en Buenos Aires el 2 de mayo de 1898, cuando igualó a los Estados Unidos directamente con Calibán. Monegal, sin embargo, no logra demostrar su tesis debido a una conclusiva pieza de evidencia proveniente de los papeles de Rodó, un comentario de Rodó que dice: "EE UU para Groussac. Su rasgo saliente y característico es la ausencia de todo ideal. Quiere sustituir la razón con la fuerza, la calidad con la cantidad, el sentimiento de lo bello y lo bueno con el lujo plebeyo (hay que caricaturizar esto). Cree que la Democracia consiste en la igualdad de todos por la común vulgaridad. Frágil y deleznable organización sociológica sin hondas [raíces] en lo pasado ni principios directores en el presente" (Archivo Rodó, armario 2, 3A7, 20524).

(15) Rodó parece haber sufrido casi un cambio de sentimientos cuando estaba escribiendo esta quinta parte del Ariel. Del examen de sus papeles surge con evidencia que descartó una gran cantidad del material que había coleccionado, e incluso resumido en sentencias, y que era elogioso hacia los Estados Unidos; por ejemplo, el artículo de Gladstone 'Kind beyond the sea'. Con seguridad hizo reconsideraciones acerca de Whitman, pues a continuación de la frase (incorporada al Ariel) sobre 'Excelsior', originalmente había escrito: "¡Tiene en Walt Whitman el acento de los evangelistas!... Inmensa expansión de amor" (Archivo Rodó, armario 2, 3A 7, 20508).

(16) En una carta a La Nación (Buenos Aires), 10 de octubre de 1900, recogida en las Obras completas de Valera, (Madrid, 1958), III, 580; la reacción de Valera difiere notablemente de la de otros españoles a quienes Rodó envió ejemplares de Ariel: Rafael Altamira, Leopoldo Alas y Miguel de Unamuno.

(17) 'Menéndez y Pelayo y nuestros poetas' (1896), Obras completas, p. 810.

(18) Véase, por ejemplo, 'La España niña' (1911), ibid. Pp. 721-2, y 'El nuevo Ariel' (1914), ibid. Pp. 1136-7.

(19) Obras completas, p. 500

(20) El Uruguay y su gente (Montevideo, 1965), p. 20; la frase de González Areosa apareció en el N° 37 de Ariel. Revista del centro de estudiantes Ariel, Montevideo.

(21) Para entender lo injusto de esta acusación, véase Pedro Henríquez Ureña, Las corrientes literarias de la América hispánica (México, 1964), pp. 177, 193, y las sobrias objeciones a la "mezcla de acierto y desenfoque" del ataque de Sánchez en el artículo de Carlos Real de Azúa 'El inventor del arielismo', Marcha (Montevideo), 20 de junio de 1953.

* Prólogo a la edición de Ariel, de José Enrique Rodó. Introducción y notas de Gordon Brotherston, Cambridge: Cambridge University Press, 1967. Tomado de Insomnia

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