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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



URUGUAY - GUERRA GRANDE - CIUDAD DE MONTEVIDEO - GAUCHESCA - HIDALGO, BARTOLOMÉ - LAUTRÉAMONT, CONDE DE - ASCASUBI, HILARIO - ECHEVERRÍA, ESTEBAN - RODÓ, JOSÉ ENRIQUE - ARIEL - ACUÑA DE FIGUEROA, FRANCISCO -

Orientales: Uruguay a través de su poesía (II)*

Amir Hamed
"Quien quiera hablar en francés/en catalán, en vascongado/todo idioma arrevesado/y que no sepa quién es/y hallarse en un entremés/o en un extraño museo/vaya hoy a Montevideo"


Convocatorias: del cuerpo a sus bandas (de Hidalgo a Lautréamont)

Walter Mignolo ha sostenido, convincentemente, que la restricción a una lengua conlleva un acortamiento del territorio -una mutilación de la heterogeneidad, de la diversidad. Durante el siglo XIX, Montevideo habría de separar lenguas y cuerpos. Desde la colonia, el territorio había sido disputado por indígenas, portugueses y españoles, produciéndose corrimientos a partir de batallas y tratados. Montevideo es fundada, entonces y como se sabe, como punto fronterizo, como bastión militar y como fondeadero. Puerto rival de la capital del Virreinato, Buenos Aires, es asediada y tomada durante las invasiones inglesas (1808-1810).

Estos invasores abrirán dos tradiciones: la de convertirla en ciudad sitiada y la de publicar, al cobijo de sus muros, periódicos no hispánicos como el bilingüe La estrella del sur. Al comienzo de las gestas de independiencia, la ciudad será bastión de la corona y será cercada, durante todo el siglo, por diveros ejércitos. Los "patriotas" sitiarán y luego expulsarán a los españolistas, luego el ejército imperial portugués expulsará a los orientales de Artigas y así en más, hasta la Guerra Grande, donde el ejército de Rosas encabezado por los "blancos" de Oribe pondrá un interminable asedio a la ciudad políticamente gobernada por los "colorados", protegida por mar por la armada británica y la francesa y poblada, en su mayor parte, por inmigrantes europeos.

En esta ciudad amenazada, en la que se hablaban multitud de lenguas y se publicaban periódicos en italiano, en inglés, en francés e incluso en castellano, nace Isidore Ducasse quien, como Conde de Lautréamont, muy naturalmente, afirmará su nacionalidad en términos de "montevideano". La división del territorio político, entre la campaña de los "blancos" o nacionalistas" y la ciudad-puerto de los "colorados" alcanzará, luego de múltiples levantamientos, rebeliones y revoluciones, su apoteosis al fin del siglo y así se ingresará a la vigésima centuria en términos más que peculiares.

El territorio estará, hasta 1904, en manos de dos gobiernos: el de la capital, bajo el régimen de José Batlle y Ordóñez, y todo el resto de la "banda" bajo el caudillo "nacionalista" Aparicio Saravia. Batlle tendrá a su cargo unificar políticamente el territorio y en 1903 provoca un enfrentamiento. Las tropas de Montevideo no tienen todavía toda la fuerza suficiente y la población teme, como hacía sesenta años, ser pasada a degüello. En este mismo año, Herrera y Reissig termina "La vida". Un año más tarde, Batlle, debidamente equipado, provisto de la moderna eficacia del ferrocarril, alcanza, en la batalla de Masoller, la victoria decisiva. En Masoller muere Aparicio Saravia; en ese año se inaugura el primer saladero, establecimiento al que el adolescente Supervielle mirará con más que grima.

Si bien la capital, frontera y margen, habrá de ir revirtiendo, luego de un siglo de asedios, la relación con el territorio, y a partir de Masoller, merced al ferrocarril y la alfabetización llevará a cabo un fulminante disciplinamiento racionalista, es necesario recordar que la producción literaria y cultural comienza el siglo XX en estado de emergencia y en estado de sitio. Zum Felde hacía recaer en la práctica poética modernista el escribir "a espaldas" del territorio. Esto no es exactamente cierto para el modernismo canónico, dado que, como bien recuerda Rama (Las máscaras democráticas del modernismo), Darío -que escribía desde una Buenos Aires ya liberada del acoso gaucho- solicitaba a la musa que fuera lírica, bizarra y griega con la cítara, pero también gaucha con la guitarra de Santos Vega. Por eso Rama entendía que, paradojalmente, es durante el modernismo -a pesar del enmascaramiento europeizante- que fluye la "verdadera" dicción americana.

Más "a espaldas", naturalmente, se encuentra una formulación como la de Ariel, escrito en una ciudad, como Montevideo, en estado de emergencia y mirando el océano. Una propuesta tan radical como la del ensayo rodoniano, que elimina tajantemente de "su" América el componente "bárbaro", es característica de los escritos panfletarios (como el Facundo de Sarmiento) en tiempos de guerra.

Complementariamente, habrá que señalar que el conflicto con el territorio que apunta Zum Felde no sólo es previo al Sitio Grande sino que ahí se encuentra la matriz de donde surge la gauchesca. De seguir a Josefina Ludmer, finalmente, deberíamos admitir que, sin la gauchesca, no podríamos entender la "patria" que el género construye.

Como bien ha expuesto Ludmer, la gramática de la gauchesca, que comienza en el "oriental" Bartolomé Hidalgo (1788-1822), establece una convocatoria al cuerpo del gaucho, de por sí fuera de la ley (de la Metrópolis) para que participe de la fuerza militar emancipadora. Diversas estrategias son empleadas, destacándose el carácter híbrido de una apelación neoclásica, por parte de la escritura, que reclama la fuerza del gaucho en términos universalistas y que, a la vez, remeda la oralidad del gaucho y de su canto.

Otro rasgo, omnipresente en el género desde sus inicios, es la bestialización como procedimiento para tratar al adversario. Lo que se olvida, sin embargo, es que esta bestialización y pujanza literaria aparecen en los dos bordes del muro, que parte en dos el cuerpo textual. Si Bartolomé Hidalgo es "el poeta de la patria", Francisco Acuña de Figueroa
(1791-1862) es el prototipo del platónico "poeta de la Ciudad-Estado": neoclásico, compuso la letra del himno de la República y vivió en Montevideo todos los asedios. Lo resaltable es que este poeta de la ciudad se alimentó de la proclama corporal del cielito: en su "Diario del histórico del sitio de Montevideo" se recoge la composición oral, el desafío de Hidalgo, y se sitúa el borde desde el que nace el género:"solían los sitiadores acercarse a las murallas, tendidos detrás de la contraescarpa, a gritar improperios o a cantar versos".

Desde su margen, Acuña comienza a alimentar su diario y los versos restallan en su empuje: "Los chanchos que Vigodet/ha encerrado en su chiquero/marchan al son de la gaita/echando al hombro un fungeiro/Cielito de los gallegos,/¡ay cielito del dios Baco! que salgan al campo limpio y verán lo que es tabaco". Este impulso dionisíaco, del cuerpo llamado a la guerra y a animalizar al rival, reapaecerá décadas más tarde, devolviendo la ironía, durante el Sitio Grande.

A los enemigos, la gauchesca los bestializa y feminiza; en ese entonces, Acuña, viejo "cerdo del chiquero montevideano" escribe una sátira, una épica en farsa llamada "La Malhambrunada", que hace irrisión, feminizándolo, del enemigo. En Acuña, el cuerpo amenzado por los sitiadores es devuelto, humor por humor. Y esta fuerza dionisíaca, que es reapropiación del brío feroz del sitiador, reaparece en un género que el poeta inventa.

En el campo de los blancos y federales se abre una plaza de toros; llegada la paz "sin vencidos ni vencedores", Acuña inventa la "toraida", género que apropia con buen humor la fuerza del cuerpo animal en combate con el hombre. Su otra obra famosa no es menos dionisíaca y la sátira deviene satiriasis : la "Nomenclatura y apología del carajo". Es decir que, para la escritura, el cuerpo comparece "del otro lado del muro"; a partir de este corte se inventan los géneros. Desde distintas vertientes, el cuerpo es convocado a inscribirse en la escritura y las resultantes, para la literatura "culta", comenzarán a advertirse poco más adelante.

Al borde de Montevideo, esta América encuentra su primer género distintivo. Por otra parte, y a despecho de que Rama resta "originalidad" al romanticismo, formulaciones recientes como la de Benedict Anderson o Doris Sommer revierten la situación: Anderson encuentra el origen de los nacionalismos no en Europa sino, precisamente, en América y en su necesidad de forzar "comunidades imaginarias" a través de la prensa y la literatura; la subsecuente delimitación de Sommer define las novelas románticas de Hispanoamérica como ficciones fundacionales, donde erotismo y política se coaligan en aras de homogeneizar los nacientes estados, de generarles una historia deseable, de "nacionalizarlos". Así, diversas narrativas antirrosistas ocupan un lugar destacado en su Foundational Fictions, desde el ensayístico Facundo de Sarmiento, hasta la Amalia de Mármol, las obras de Juana Manuela Gorriti o El matadero, de Echeverría. Aquí, lo relevante es destacar que varios de los románticos antirrosistas se refugiaron en Montevideo durante la Guerra Grande.

Si en la ciudad sitiada por tierra y protegida por mar por la armada anglo-francesa nació y pasó su infancia Isidore Ducasse, es pertinente recordar cuál era la producción literaria en la ciudad dónde aprendería a leer y escribir y que un gacetillero federal satirizaba desde Buenos Aires: "Quien quiera hablar en francés/en catalán, en vascongado/todo idioma arrevesado/y que no sepa quién es/y hallarse en un entremés/o en un extraño museo/vaya hoy a Montevideo".

Ahí, los románticos celebrarían certámenes poéticos y publicarían sus obras, desde poemas, pasando por panfletos políticos, hasta novelas como Amalia que salían por entregas en periódicos de la ciudad. Desde una perspectiva discursiva, y para entender posteriormente algunos elementos formantes de la poesía de Delmira Agustini, es conveniente recordar que estos románticos, en sus novelas, utilizaron figuras femeninas como alegoría de la patria, desde la Elvira o la novia del Plata, de Echeverría, las novelas de Gorriti, hasta la larguísima y famosa novela de Mármol.

Pero si volvemos por un momento a la gauchesca, podríamos recordar que es en Montevideo donde los pasquines pregonan los versos de Ascasubi, entre otros, "La refalosa", donde la bestialización formante de la gauchesca tiene su punto más logrado. Escrita, siguiendo las reglas del género, como una amenaza de un sitiador gaucho rosista a otro (a pesar de que, en la ciudad sitiada, prácticamente no había ninguno) unitario, el poema es un deslumbrante ejercicio de ferocidad, que incluso opaca a piezas como El matadero en la crueldad desplegada línea a línea.

Se repite la relación Hidalgo-Acuña en este poema. Rosas ponía como membrete de su correspondencia, como se recuerda, frases como "Mueran los salvajes unitarios, los inmundos franceses y el pardejón Rivera". En "La refalosa" se recupera ese desafío y se lo devuelve con humor. Esta bravata del "gaucho malo", que le detalla al unitario lo que le va a suceder cuando lo agarren al ingresar a la ciudad, se convierte en una descripción de lo que llaman la "refalosa", una metódica y alegre ceremonia de tortura en la que el condenado debe patalear y resbalarse en su propia sangre, luego de haber sido estaqueado, de que le hayan recortado barba, cejas o patilla y rebanado las orejas y demás partes, ceremonia no exenta de humor ni regocijo.

Entretanto,
nos clama por cuanto santo
tiene el cielo;
pero ahí nomás por consuelo
a su queja:
abajito de la oreja,
con un puñal bien templao
y afilao,
que se llama el quita penas,
le atravesamos las venas
del pescuezo.
¿y qué se le hace con eso?
larga sangre que es un gusto,
y del susto
entra a revolver los ojos.

Ah, hombres flojos!
hemos visto algunos de éstos
que se muerden y hacen gestos
y visajes
que se pelan los salvajes,
largando tamaña lengua;
y entre nosotros no es mengua
el besarlo,
para medio contentarlo.

Qué jarana!
nos reímos de buena gana
y hay mucho,
de ver que hasta les da chucho;
y entonces lo desatamos
y soltamos;
para verlo refalar
¡en la sangre!
hasta que le da un calambre
y se cai a patalear,
y a temblar
muy fiero, hasta que se estira
el salvaje: y, lo que espira,
le sacamos
una lonja que apreciamos
el sobarla,
y de manea gastarla.

De ahí se le cortan orejas,
barba, patilla y cejas;
y pelao
lo dejamos arrumbao,
para que engorde algún chancho,
o carancho.

Aquellos que se han sorprendido hasta el hartazgo de la ferocidad de Maldoror, de sus gestos de bujarrón, del naturalismo descarnado (por ejemplo los peces que devoran peces o la extracción del ojo del bulldog) deberían recordar este tipo de intertexto. La prosa de Lautréamont sorprende al ser un formidable ejercicio de traducción. Si, como señalara Barthes, a partir del "montevideano" el francés alcanza su definitiva capacidad de delirio, esto debería ser recogido en el sentido en que "delirio" implica desvío. Es el idioma francés derivado y sitiado en Montevideo (o en Nueva Troya como la firmara Alejandro Dumas) y vuelto a derivar hacia París, traduciendo El matadero o traduciendo a Hidalgo y Ascasubi. Para decirlo de otra manera, si en su teogonía Maldoror pretendía sodomizar los cielos, en lo omnívoro de su escritura, sodomizaba al cielito.

(sigue)

 

* Publicado originalmente en Orientales: Uruguay a través de su poesía (Montevideo: Graffiti, 1996)

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