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ISSN 1688-1672

 



ADOLESCENTE - EDUCACIÓN -

La estrategia del viejo verde*

Gustavo Espinosa
El profesor es un Aquiles que no alcanzará nunca a la tortuga ninja y, si todo acto didáctico es un acto erótico, el sitema educativo se comporta como un viejo verde: su tentaviva de provocar el deseo de los muchachos sólo funciona como patética evidencia de su propio deseo por ellos

Desde hace décadas, a ritmo cada vez más frenético de rock and roll, la industria cultural viene poniendo en escena la exaltación del adolescente. Se han sacralizado los jeans y la indolencia de James Dean, se reclutan serrallos de muchachas desganadas y escuálidas a quienes se entrena con precisión y dureza en el arte de parecer (en pasarelas y tapas de revistas) desganadas y escuálidas. Por otro lado se modelan matices y perfiles diversos del adolescente: desde el nerd enfermizo y aplicado, hasta el héroe deportivo del vivir peligrosamente (Pepsi Max); desde la Lulú -la Lolita rellena de frutilla y chantilly- hasta neorománticos inverosímiles a quienes el puritanismo, Verrio Horacio Flaco, Robin Williams y Shakespeare conducen al sucidio (La sociedad de los poetas muertos).

Sujeto y objeto de seducción, el teenager es la figura central del mercado y del espectáculo. Tal vez el hombre que la modernidad hizo brillar bajo sus Luces (el hombre en progreso, como esquema lineal y continuo de desarrollo o maduración racional) antes de borrarse, "como un rostro de arena en los límites del mar", según la profecía de Foucault, haya retrocedido en su itinerario, ensayando un flash back hacia la edad del pavo. O acaso el hombre inmutable (la naturaleza humana) haya estallado en la absoluta dispersión de los sistemas y prácticas sociales. En su lugar deja un denso vacío al que confluyen los fragmentos descontextualizados, insignificantes, de la dispersión. Ese agujero negro es el adolescente.

El absorbe las pulsiones de un universo de sentido inclasificable y en expansión: Oriente y Occidente, high y low, surf, tae kwon do, Interbailable, Mozart, house, Beverly Hill, etc.

La nueva estrella de occidente, no parece ser entonces la concreción de un diseño, ni una combinación o montaje cuyas partes se van conectando según ciertas técnicas y en función de determinados fines. Se trata más bien de una mezcla casual a la que convienen las esquirlas del big bang cultural. De este modo no hay muchacho (sobre todo en nuestros aledaños) que no corra el albur de reproducir la tonicidad de Stephen Hawking y el cociente intelectual de Mike Tyson.

Cómo construir un adolescente

En 1919 Hermann Hesse publica Demian. El protagonista de esta novela de iniciación es, al comienzo sólo un niño. Durante su tránsito por el texto, sin embargo, se va convirtiendo en un refrito donde se pegotean la marginalidad lumpen de Kolper (su primer maestro), la música sacra, junto a una maraña de esoterismo vagamente oriental, hervida en Nietszche y servida por max Demian. El propio nombre del protagonista es, según ciertos lectores, una marca anglofrancesa de lo híbrido: Sin Clair.

Hesse y su héroe son prototipos de futuros hábitos culturales: el autor no firmó la primera edición de su obra. Seducido por los jóvenes, quiso seducirlos fingiéndose uno de ellos, ocultando sus cuarenta y dos años bajo una falsa indicación etaria y un gentilicio verdadero: "un joven alemán". Por su parte el narrador protagonista, postula al muchacho como contrafigura del hombre (que salía bastante maltrecho de la Primera Guerra), haciendo explícitas las operaciones del pastiche con las que se moldea el héroe contemporáneo.

Aquella novela se convirtió en manifiesto de las nuevas generaciones alemanas. Décadas después, tardíos hippies montevideanos la exhibían junto a Siddharta, al pachuli, a King Crimson, como señas de identidad.

Los años noventa han ofrecido otros emblemas. Aunque lejos del empaque utópico de SinClair, las tortugas Ninja -que tuvieron sus intensos quince minutos- son engendradas por análogas maniobras de empaste de alteridades: son anfibios, practican las artes marciales japonesas, tienen nombres de artistas del renacimiento, son adictas a la comida basura, viven en el mundo siempre ominoso de las cloacas: teenage mutant ninja turtles.

Entre las dos puntas del siglo, entre Demian y Donatello, se fue conformando un gueto que al extenderse y globalizarse se transformó en una suerte de universo paralelo (especie de Tierra II en Superman), donde, transgrediendo y subvirtiendo fueron siendo desplazadas las prácticas más prestigiosas de la cultura.

Las emergencias de estas transformaciones son más visibles y críticas en algunas instituciones. Una de esas emergencias es el malestar de la enseñanza.

El maestro que enseña comenzó por ser identificado por ciertos pedagogos como una encarnación del amo que oprime, para terminar siendo caricaturizado como un oficiante perverso del castigo y la represión (The Wall).

Con despliegue de contrapicados, primeros planos, efectos especiales de rudeza expresionista, montaje histérico y sonido acid (¿o trash, o speed, o heavy, o happy?) metal, junto a la cargazón retórica y prosódica de una voz en off hay un spot de Pepsi que representa con simplicidad este drama antropológico. Allí un profesor (una bestia peluda con garras y colmillos) aterroriza a sus alumnos mediante las matemáticas (lenguaje de gruñidos abstrusos).

El liceo es el templo de un ritual anticuado cuya legalidad cerrada se rige por un tiempo monumental que apenas mueve los relojes con lentitud exasperante. Pero de pronto todo estalla: farfullando fórmulas milagrosas aparece el fantasma de Buddy Holly -entre la alucinación y la epifanía surge una lata de Pepsi cuyo logotipo se vuelve todo labios susurrantes que incitan al relajamiento y al placer. La disciplina y la compulsión, la escritura, han cedido ante el hedonismo, el rock, el self service.

Aquiles y la tortuga Ninja

Cuando la enseñanza llega -tarde- a leer las claves de su inoperancia, intenta una serie de ademanes espasmódicos, de reformulaciones dispersas e inconexas que, muchas veces, al acumularse, se neutralizan entre sí. Todas estas reacciones tienden a la mimesis. Ante la incapacidad para instruir y evaluar, para controlar desde su autoridad la socialización de determinados saberes, el aparato educativo quiere copiar los gestos de la cultura adolescente que lo tiene sitiado. Estos gestos son el packing, el simulacro: la seducción.

Ya no existe el discípulo a quien debe hacerse progresar racionalmente hacia el hombre; tampoco el hombre modélico en función del cual fromar al estudiante: hay un consumidor al que se le debe imponer un producto. Y para eso es necesario adaptarse al leguaje del usuario. Entonces el álgebra y la gramática se maquillan hasta parecer juego, se aceleran a ritmo de rock, saltan del pizarrón a la pantalla.
En nuestros liceos, por ejemplo, se incluyen las historietas, la publicidad, el teleteatro, León Gieco, Jaime Ross, etc., como opciones en algunos programas de lengua y literatura.

Los reflejos camaleónicos de la enseñanza, sin embargo, no parecen ser muy eficaces. Hay testimonios locales y globales de su fracaso. Uno de los síntomas (acaso el motivo) de esta ineficiencia es el carácter anacrónico y hasta póstumo de sus procesos miméticos. Resulta imposible adaptar la temporalidad de Tierra II, donde los educandos devienen a ritmo de video clip acunados por un sonido ambiente de sala de maquinitas. Al incorporar en los programas a Gieco o a Ross, se los convierte en escritura, en letra tan muerta como la Diana de Montemayor, o la Silva a la agricultura en la zona tórrida.

La lentitud, entonces, hace perceptible la maniobra pedagógica, delata la intención de seducir y mimetizarse, volviéndola opaca y torpe, dejando en claro que la enseñanza ha sido seducida (ella también) por el adolescente.

El profesor es un Aquiles que no alcanzará nunca a la tortuga ninja y, si todo acto didáctico es un acto erótico, el sitema educativo se comporta como un viejo verde: su tentaviva de provocar el deseo de los muchachos sólo funciona como patética evidencia de su propio deseo por ellos. La cosmética, el lifting, la tintura de pelo chorreado por la cara, sólo logran enfatizar grotescamente las marcas de la senectud. Pero la enseñanza no está sola en este rol. Hace ya algunos cientos de años ciertos sectores de la izquierda empezaron cambiando plusvalía por alegría, dialéctica por guitarreada, manifiesto por grafiti. Hoy, con mayor infraestructura y abundancia de recursos, el Instituto Nacional de la Juventud es la prótesis política mediante la cual el Estado uruguayo pretende disimular sus arrugas y rigideces.

Finalmente, la Corte Electoral también se mostró reblandecida, tuteando a los jóvenes en una avanzada publicitaria que pretendía atraerlos a sus padrones. Pero tras el acento tontuelo de la ninfa que preguntaba (¿a vos te da lo mismo el progreso que el atraso?) y aconsejaba (no te quedés afuera cuando el Uruguay te pregunte hacia dónde querés ir), se dejaba oír -como un mal apuntador, como el autor mismo del libreto- la voz cascada y melosa del viejo verde.

En cualquier campaña electoral este personaje volverá a acechar a la salida de los liceos, repartiendo alfajores o entradas para recitales. Algún descendiente tardío de Demian tragedizará una respuesta reactiva de negación. Los demás sólo se distraerán por un momento, de su pizza y su walkman.

* Publicado originalmente en La República de Platón, Nº 39.

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