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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ESCRITURA - ESCRITURA PÓSTUMA - ESCRITURA BLANCA/ESCRITURA COLORADA - EXCRITURA -


Partido colorado, escritura blanca*


Sandino Núñez

Estamos en tiempos del contacto final, se acerca el anhelado encuentro del tercer tipo. Se escenifican las grandes promesas del siglo 21: globalización, apertura, comunicación, transparencia. Este momento místico, de algarabía y regocijo religiosos, se pone en escena a través de un wagnerianismo tecno, grandilocuente y demodé (¿hay alguna otra estética capaz de sostenerlo?)

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En medio del edificio barroco de la televisión, en medio de su funcionamiento recalentado e incesante, en medio de su barullo, su mezcla y su carencia radical de estilo, un decorado simula el living de la casa del burgués ilustrado. Allí, en sus respectivas poltronas, entre cuadros y chirimbolos, el dueño de casa Jorge Traverso discurría reposadamente sobre literatura con su visita, Mario Vargas Llosa. El anfitrión, cuya condición advenediza se transparenta en su cuerpo y en su lenguaje, usa frases como "hacer el amor con las palabras" (quizá la gran causa literaria lo redima por tanta osadía lanzada al aire). Una musiquita absurda, en segundo plano, acompaña su frase; pero sólo por un instante, antes de que la devore definitivamente la ráfaga de la tanda.

Un icono cliqueable (qué tentación la expresión "icono cliqueable", qué delicia en la boca ese calembour liviano y crocante, como una galletita diet) contiene la forma misma de la archiescritura: se despliega un texto que remite a otro y a otro: el editorial de un semanario, un documento de un movimiento político minoritario o marginal, el texto de una reforma constitucional a plebiscitar, el currículum de un profesional, el abstract de un libro de historia, una declaración de amor.

Dos mujeres, por la televisión, hablan del tiempo (en el sentido metereológico de la palabra). Se disponen a presentar a un terapeuta floral. Algo desconocido (desconocido para nosotros, los mirones) las hace vacilar. Comienzan a hacer comentarios sobre Melanie Griffith de Banderas, sobre Hermeto Pascoal, sobre el apéndice del Papa, sobre la fecundación in vitro, sobre Brad Pitt. Se disponen a presentar nuevamente al terapeuta demorado. Vuelven a vacilar, se ríen, se miran entre ellas con ligero desconcierto. En un bizqueo o una mirada a través (como la de algunos pacientes siquiátricos) advertimos una consulta muda a algún técnico detrás de cámaras. Abren un Times, leen y comentan alguna noticia. Elllas, con dificultad, están aprendiendo la lección obscena de la postevé: nada debe ocultarse (nada: ningún error, ningún blooper, ninguna conspiración escondida de la luz pública, ninguna actividad oscura, y menos aún aquellas, doblemente pecaminosas, que son ejercidas por actores públicos).

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Un rayo de intensa luz violeta surge de alguna parte (y esta indeterminación, "alguna parte", esconde una sobredeterminación: se trata del Edificio Libertad, el centro ejecutivo de Uruguay), atraviesa el cielo de Ciudad Gótica y se pierde entre las nubes superiores. Estamos en tiempos del contacto final, se acerca el anhelado encuentro del tercer tipo. Se escenifican las grandes promesas del siglo 21: globalización, apertura, comunicación, transparencia. Este momento místico, de algarabía y regocijo religiosos, se pone en escena a través de un wagnerianismo tecno, grandilocuente y demodé (¿hay alguna otra estética capaz de sostenerlo?). Su manifestación sólo puede ser aparatosa y teatral. Son tiempos de una estética infantil y celebratoria: la estética ovni de Emil Montgomery. Una telaraña láser alarga los brazos desesperados del centro del país en la búsqueda de otras civilizaciones, en los remotos confines de la galaxia.

El mundo nos está mirando, dicen los carteles de Ted Turner en el cuartel general de la CNN en Atlanta (finalmente se supo: la máquina de mirar al mundo en realidad funciona porque se siente mirada) -ahora todos parecemos sentir esa especie de inversión histérica del principio panóptico: estamos en el centro del mundo, una luz potentísima nos ilumina, un gigantesco artefacto fotográfico nos enfoca y nos obliga permanentemente a dar nuestro mejor perfil, a peinarnos y abonitarnos, a proyectarnos anticipadamente en imagen.

Una metáfora curiosa e inquietante: a los pies de esta ansiedad exploratoria y comunicativa, en los jardines del Edificio Libertad, hay un museo. El show technicolor, explosivo y caliente, tiene un núcleo frío e introvertido: el de los valores librescos y seculares de este país. En el corazón mismo del circo tecno, o detrás de su superficialidad faraónica y un poco tonta, reposa un mensaje austero, profundo e inocente, como la Verdad misma: nuestros valores culturales y artísticos, nuestra escencia y nuestra marca.

Lanzados al espacio, condenados a la extroversión circense del cambio de siglo, nuestros viejos valores culturales (isla helénica y apolínea calvada en un continente exótico y barullento) parecen entregados a una especie de prostitución sagrada: travestidos de láser y lentejuelas, mariposones de luz, su vestuario espectacular tiene como objetivo enganchar al otro y aparearse, pero solamente para fecundarlo con su belleza elemental, desnuda, verdadera. (Pienso inevitablemente en la cara entre distraída y resignada de Borges, con ochenta y tantos años, sorprendido por el fotógrafo mientras está siendo peinado y emperifollado por María Kodama antes de presentarse a una entrevsita.)

Políticos ilustrados, libros, esculturas, músicos, pintura de caballete, discursos y filósofos son el patrimonio supremo que ha decidido lanzarse a través del último vehículo, el ingenio retórico del láser y del abonitamiento tecnológico. La fabricación de Montevideo Capital Cultural presupuso en su momento la inevitable reunión, en un solo cuerpo problemático, del foro letrado y del kitsch de la feria barrial.

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Mantenemos la esperanza de haber entrado en una crisis de hipercomunicación (aunque no en vano esta palabra recuerda a hiperoxigenado o hiperventilado, lo útil o lo necesario en dosis excesivas o dañinas). Y esta crisis, oh novedad, dispara el láser azul de una escritura trivial o barroca. La escritura, máquina ligera, ha dejado de ser la utopía de una pausa reflexiva o tematizadora, un mapa o un proyecto, para empezar a ser un artefacto nervioso y espectacular de puzzle o de collage. La escritura parece empezar a obedecer a una especie de ideal ecológico.

Escribir es aquello que hay que cargar en el proceso de la biodegradación
(carga residual, pero empecinada en vivir y en seguir siendo útil). La escritura como material de reciclaje. (Escribo: todavía es necesario escribir alfabéticamente, todavía debemos seguir usando este papel, hasta que su propio descenso en la escala biológica lo deje afuera y le dé el descanso de una muerte absoluta, indialéctica -o mejor quizá: hasta que el último de sus átomos se fusione con lo Vivo Superior.) Son tiempos de excritura.

El Partido Colorado, de todas maneras, desde el gobierno, pretende conservar viva y diseminar la esperanza de una escritura liberal y moderna. Quiere reflexionar, hacer de la circunspección la garantía de la libertad y el progreso. Organizaba foros, mesas y debates internacionales, donde la vieja filosofía liberal decía seguir siendo la gran estrella. Felipe González, Camdessus o Touraine parecían habernos visitado para que, entre tanto láser y tanto festival de tango y milonga, entre tanta supertorre y telefonía celular, entre tanta ciudad malaya y entre tantas noches, luces, vodevil, podamos seguir durmiendo en paz. La discursividad reflexiva quiere mostrar que todavía es capaz de captar el pasaje de siglo. Debemos aliviarnos al saber que una casta solitaria de hombres sabios que piensan, administran y proyectan, siguen haciendo la Historia -o por lo menos, que están de pie ante momentos históricos decisivos, ante transiciones, crisis y pasajes, y los reconocen y los adivinan.

Sanguinetti de América citaba a Tocqueville en la cumbre de Chile, y ese gesto, aparentemente trivial, nos plantaba en el centro mismo de las formas modernas de la Historia. El auditorio aplaudía a rabiar, y creo entender que aplaudía menos al mencionado o al orador (por separado), que al procedimiento retórico de la cita que los hermana e iguala, que hace de Sanguinetti un digno heredero de su cultura, que demuestra su capacidad para pasearse por la historiografía del siglo pasado, y que nos confirma a todos dentro del viejo orden de la escritura -la historia como un libro desmesurado que vamos aumentando y perfeccionando colectivamente.

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Pero, por otro lado, en forma directa u oblicua y desde fuera del gobierno, el Partido Colorado mantiene y tramita a dos verdaderos himnos nacionales de excritura: las revistas Posdata y Tres. Un ground gráfico sobre papel satinado, con figuras geométricas irregulares en amarillo, púrpura o verde fluo, parece verdaderamente colgar (llevar colgada o de arrastro, como el pájaro uy-uy-uy su taramanguanga) una escritura póstuma, apagada, que ya ha terminado su ciclo biológico.

La escritura, sintiéndose amenazada, se mimetiza y compone el simulacro ingenuo de un formato televisivo. Ese mimetismo, como estrategia de sobrevivencia, lo arrasa todo. Todo parece flotar, todo es arrastrado por una especie de antigravitación: fotografías, dibujos, colores, tipos, letras, palabras, temas. Todo, en las nuevas formas uruguayas de escritura periodística, es fotogénico, televisable. Hasta el tema de la corrupción política (qué descanso hablar de "temas" y no de estilos o géneros por ejemplo; qué alivio saber que grandes bloques o continuidades semánticas organizan el discurso), y sobre todo el tema de la corrupción política, es típicamente fotográfico. Como una especie de show off, como las escenas malogradas que Jackie Chan engancha epilogalmente a sus películas, o como las "perlas" de Susana Giménez, la nueva luz de los medios pone el blooper privado en el centro hueco de la escena pública.

La Pourestauración de la administración Lacalle se convertía en el tema de la excritura de la glasnost de administración Sanguinetti, a través de Posdata y Tres, simulacros televisivos. La furia de transparencia del nuevo periodismo, las formas blancas de escritura colorada, aparecen como los grandes enemigos de la corrupción. En realidad, resulta claro, aunque difícil de confesar, que la denuncia de la corrupción es el gran pretexto, el gran invento de la escritura blanca. Y más aún: la propia democracia se ha reducido a un procedimiento de vigilancia y castigo de la corrupción pública.

El problema de la escritura sanguinética de los noventa, vermelha como sangre, fue inventar un anclaje y un contrapeso a la fuerza antigravitacional que la suspende y la aliviana. El arpa láser de Posdata necesita del museo del jardín del Edificio Libertad: los grandes valores democráticos a ser defendidos y cuidados contra la corrupción tanática. Pero todos sabemos que es al revés. La escritura blanca del neoperiodismo no defiende los eternos valores de la democracia: los inventa.

* Publicado originalmente en Platón txt Nº 1

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