En tiempos de la guerra de Troya, casi
no existía la moneda y los bueyes eran la medida de valor:
un trípode podía valer entre diez y doce bueyes,
el conjunto de armas y armadura entre nueve y cien, un esclavo
entre diez y veinte. Posteriormente, las monedas se impusieron,
imponiendo la brillantez de los metales preciosos, consistiendo
la riqueza en amontonar metales en vasijas y sacos.
Durante la Edad Media, el temor a los bandidos, impuso una nueva
forma de cambio. Los comerciantes y otros viajeros
entregaban sus joyas y monedas a un cambista, que les extendía
un papel (un billete) certificando que con él
dejaba el viajante tales o cuales riquezas. Éste fue el
nacimiento del cheque y el origen de los bancos que hemos conocido
hasta hoy.
Para finales del siglo
XVIII, el planeta, alcanzado por los distintos imperios europeos,
terminó aceptando el papel moneda y las notas bancarias.
Esto implicó un cambio radical en las transacciones, ya
que el monto de dinero en uso ya no consistió en cantidades
de oro y plata sino en dinero fiduciario -promesas de pago por
cantidades especificadas de plata y oro. Estos compromisos de
pago fueron en inicio librados por individuos y compañías
como notas bancarias o como entradas de libro transferibles que
habrían de ser llamadas depósitos. Del papel moneda
fiduciario, que prometía pagar oro y plata sólo
hubo un mínimo paso para llegar al papel moneda (respaldado por el soberano y luego por
el estado) especificando
un valor determinado de francos, reales, dólares, yens
o pesos, que tenían valor por sí mismos y no como
"promesas". Si bien fue en China que, siglos antes
se librara por primera vez papel moneda, lo cierto es que la
imposición del mismo, en la forma en que lo conocemos,
tuvo lugar a partir de una impresión masiva realizada
en la Francia posrevolucionaria, entre 1789 y 1796.
La riqueza en el iris del ojo
Siguiendo este itinerario,
y conjugándolo con lo que ocurriera durante las últimas
décadas del siglo XX se puede observar una progresiva
pérdida de la "materialidad" de la moneda. De
bueyes o monedas contantes y sonantes, que hacían sentir
su peso, brillo, espesor, dureza, etc. se ha ido pasando a una
relación cada vez más mediada. Más aún,
se puede afirmar que, desde que a fines de los años 1950
se libraran las primeras tarjetas de crédito -un pedacito
de plástico que permitía
al viajero pagar sus cuentas
de hotel o restorán-, pasando por los cajeros automáticos
y los bancos electrónicos que reciben depósitos
y libran reembolsos a través de Internet
se ha experimentando una imparable desmaterialización
del dinero.
Ya existen diseños
de cajeros electrónicos, que se irán imponiendo
en las primeras décadas de este siglo XXI, por los cuales
ya ni siquiera las rúbricas o códigos personales
serán necesarias. Estos modelos, gracias a una cámara,
reconocen al individuo por el iris de su ojo.
Cada uno es su dinero
Por supuesto, si bien
los expertos en abrir cajas fuertes y en falsificar firmas han
visto desaparecer en gran medida sus fuentes de ingresos, esta
volatilización de los capitales, ha facilitado aún
más el fraude fiscal y el blanqueo de riquezas proveniente
de tráficos ilícitos. Por otra parte, se puede
apreciar cómo el cambio
económico global está cada vez más imbricado
en las nuevas tecnologías,
ya que el modelo de riqueza basado en la producción (es decir, necesitado de un respaldo
material) ha dejado
lugar al basado en la mera especulación. Son flujos
electrónicos de capital que se desplazan a la velocidad
del sonido, irrumpiendo en las bolsas de todo el mundo, acarreando
guarismos virtuales que han olvidado en el trayecto su respaldo
material.
Al mismo tiempo, es
dable observar que, cuanto más impalpable es el respaldo
del dinero, más corporal se vuelve la garantía.
En efecto, si hasta el siglo XX se requería del usuario
una operación, como la de generar y establecer una firma,
o luego generar y memorizar un código que se adecuara
a sus necesidades personales, este nuevo siglo impondrá
una garantía básicamente genética. La impronta
del individuo, y por lo tanto del propietario del dinero, está,
como las huellas digitales, marcada de nacimiento. Y en este
sentido, se puede afirmar que estos sistemas monetarios afianzarán
cada vez más el concepto de que cada persona es su dinero.
*Publicado
en la Guía del Mundo.
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