H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ESCRITURA - BIÓGRAFO - BOSWELL, JAMES - LORD BYRON -

Escribir vida (I)*

Amir Hamed
Byron decidió que su propia biografía, traspuesta en versos, era el único sujeto digno de su obra. Si escribía Don Juan, era porque él era donjuanesco, y diabólico


Se dice que Cristopher Marlowe, inaugurador del mito de Fausto, habría muerto en alguna hostería, allá por 1593, por haber discutido sobre la cuenta. Este deceso acaso tenga poco de épico, pero recuerda que aquel que porta armas las tiene para matar o morir por ellas. En el siglo XVI era también cosa de escritores manejar espadas, o dirigir asaltos militares. Así Garcilaso de la Vega, poeta melancólico, murió tratando de tomar una posición enemiga; y si bien cualquier defunción en combate debería contener algo de heroico, poco de heroico retenemos en estos escritores.

Dicho de otro modo, faltaba el fetiche de las biografías literarias, género que impusieran Las vidas de los poetas ingleses, del Dr. Johnson en el siglo XVIII y que al mismo Johnson le practicara James Boswell (Life of Samuel Johnson LL.D.) en 1791. Para el precursor, el metier del biógrafo consistía en proveer detalles minuciosos de la vida diaria, porque, según su parecer, en esos pequeños detalles se recreaba el "carácter vivo" del biografiado.

Es probable que el éxito de estas obras haya instigado un malentendido que tuvo en un lector de la época, Lord Byron, su mayor promotor. A diferencia de un soldado como Garcilaso, que enmascaraba cualquier dato personal entre ganadería y verduras apacibles, Byron decidió que su propia biografía, transpuesta en versos, era el único sujeto digno de su obra. Si escribía Don Juan, era porque él era donjuanesco, y diabólico, o el público debía encontrar un poeta retumbante en ese "oscuro egoísta" del Childe Harold.

La clave para entender la poesía estaba por entonces en la biografía, y la vida del biografiado, por tanto, era un aparato heroico. Por lo tanto, había que realizar hazañas para que luego éstas fueran a desembocar en libros. Se trataba, nadie lo ignora, de ser Aquiles y Homero a la vez, renquear como el señor Satanás (pero sin ser El diablo cojuelo) y morir peleando por Grecia para que el Boswell de turno recogiese aquello que la parca lo podía dejar sin anotar.

Si bien no eran demasiados los que pudieran cruzar, como Byron, a nado el Bósforo, pronto fueron muchos los que, porque se creían héroes y pensaban que no había distinción posible entre la letra y los latidos del corazón, en vez de obras conclusas prefirieron los fragmentos, porque esos párrafos -que hoy nos resultan insulsos- eran la clave grandilocuente que había que recoger de sus almitas tormentosas.

En lo estrictamente literario, el gesto megalómano del lord que reclama un biógrafo en cada verso infectó casi sin remedio a las letras; hizo concebir que hay algo más que el simple escribir, que la cifra de un alma está en cada palabra y que es menester, por ejemplo, leer en un poema desgarrado que el escritor, cuando menos, padecía almorranas. Incluso aquellos que, como Nicanor Parra en su antipoesía
("Yo le dije al Ché que Bolivia no"), fingen burlarse terminan ratificando esa grandilocuencia. Siguen creyendo que lo medular es afirmar que "soy yo quien escribe", sin resignarse a que yo es anecdótico. Demasiado ego para tanta letra muerta; sería más aconsejable que se contentaran con algo más frugal: "esto fue escrito, poco importa por quién, y está ahí para aquel que lee".

* Publicado originalmente en Insomnia

VOLVER AL AUTOR

             

Google


web

H enciclopedia