Si Carlos
Real de Azúa (1916-1977) es el hombre que había leído
todos los libros, como aseveraban
algunos de sus contemporáneos, la vasta obra
que ha dejado, si bien irregular y a veces deslucida, fue en su
momento un poderoso acicate a la reflexión en los campos
de la historia,
de la teoría del estado,
y de la teoría literaria.
En lo personal, recuerdo
la impresión que me produjo un ensayo breve, El patriciado
Uruguayo, no tanto porque él había leído
todos los libros sino porque sabía vida y milagros de las
principales familias del Uruguay a
partir de la independencia nacional. Era un libro
a la vez elegante y suculento, en que se contaba con gracia y
agilidad una historia del país a partir de las estirpes
notables o distinguidas. Otro de sus libros, El impulso y su
freno, acerca del batllismo, empezaba muy bien pero se quedaba
algo corto en sus promesas, y tenía el tono depresivo de
un momento difícil de nuestra historia: la desagregación
del proyecto de Batlle y Ordoñez
después de varias décadas de gobierno colorado y
la inminencia del golpe militar que ocurrió en los setentas.
Real de Azúa fue
una figura prominente, a mi ver el más destacado pensador
sociologizante de los cincuenta y sesenta en Uruguay.
En el semanario Marcha se leían sus escritos siempre
informados pero desparejos en su capacidad de procesar y trasmitir
esa información (de
hecho, la mayor parte de los materiales que incluye este breve
volumen publicado por Cal y Canto consta de artículos aparecidos
en Marcha y Cuadernos de Marcha).
No sé si puede decirse que la escritura complicada y "barroca" de Real sea una buena
escritura. Abundan las cacofonías,
la descolocación de verbos y el agregado de perífrasis
de último momento da por resultado un discurrir desgonzado,
trabajoso. En otras ocasiones -pocas- produce un atisbo de historia
poética al modo de su contemporáneo, el cubano José
Lezama Lima, pero sin la densidad visionaria de éste:
"Porque más allá de la ya raída hagiografía
partidaria, en Berro y Flores suena el temple inconfundible de
dos auténticas criaturas humanas. Más allá
de culpas y méritos los dos se revolvieron como leones
contra las imprecisables fuerzas
que los movieron y trituraron. Y si, Eteocles y Polinices de esta
Tebas, que no Troya, platense, si uno tuvo los honores póstumos
y el otro el vilipendio y el silencio, la posteridad, más
esclarecida, les ha dado otra posición a los platillos
de sus destinos".
Quizá el más terso y rendidor de los ensayos aquí
reunidos sea el titulado "Bernardo Berro, el puritano en
la tormenta". Toma como referente la bibliografía
dedicada al presidente Berro y los "Escritos" del mismo
Berro editados por Pivel Devoto. A partir de allí, desdeñando
la superabundancia de datos, Real traza el cuadro de un poeta
y pensador neoclásico y principista, antirromántico,
descendiente de Pedro Berro, comerciante español radicado
en Montevideo, y
la tercera fortuna del país. A pesar de que Real retacea
los datos biográficos de Berro, destaca algunos que le
provocan notoria fruición: los barcos armados por Pedro
Berro, su padre, no sólo sirvieron para reconquistar Buenos
Aires sino que con patente de corso hundían barcos ingleses
en el Océano Indico. Este es el "rugido del ratón"
que tanto disfruta Real: en el momento de la independencia, la
Banda Oriental todavía
no era el país "encajonado" -este último
adjetivo es del presidente Berro- que fue después de 1830,
habiendo perdido a favor del Imperio del Brasil más de
la mitad de su territorio. Además, agrega Real, en la época
de las invasiones inglesas todavía era posible para una
potencia menor como el Virreinato del Río de la Plata y
para un armador privado (Berro) poner en jaque las armas de un
imperio como el inglés.
De hecho, un recorrido por los artículos de "Historia
y política en el Uruguay" nos revelará el drama
(o la tragedia) que de un modo postergado vive
Real en sus trabajos históricos: no puede resignarse a
aceptar la posición sometida y secundaria que el Uruguay "independiente"
pasa a desempeñar vis a vis de las dos potencias que lo
cercan: Brasil y Agentina. Otra ocasión para considerar
esta desgracia es la guerra
de la Triple Alianza, en que el Uruguay se ve forzado a tomar
partido por los países opresores y se autoinflige su última
herida: acabar con su socio natural, el Paraguay, con el que podría
haber formado una cuña defensiva frente a los dos colosos.
Más allá de si esto hubiera sido posible o no, la
reflexión de Azúa es patriótica en un sentido
amplio. Como Artigas, no
se resigna a la patria "chica" a que ha quedado reducido
el país. El Presidente Berro es aquí su héroe,
entre otras cosas, porque su política se dedicó
a resistir al Brasil, y murió -fue asesinado- en la demanda.
Se verifica en Real una descolocación de sus curiosidades
y sus lecturas con respecto
al medio limitado y provinciano en el que le tocó actuar.
En 1975, próximo a la muerte, decía: "Es natural
que los jóvenes -se refería al éxodo masivo
en tiempos de la dictadura- abandonen un país ínfimo
en el momento más negro de su historia". Si el Uruguay
de hoy -como Alemania después de la segunda guerra- tiene
un algo de país descerebrado (o
que ha sufrido una lobotomía),
podría recuperar una memoria ansiosa en los escritos, a
ratos asfixiantes, por asfixiados, de un escritor (Real)
que tuvo el coraje y la grandeza de figurarse un país en
dimensiones reales.
La presente reseña
fue originalmente escrita a pedido de Insomnia, suplemento cultural
de la Revista Posdata, en 1998. Sin embargo no fue publicada.
Se me hizo saber extraoficialmente que Manuel Flores Silva, director
de la revista, no aprobaba el texto debido a los conceptos que
en el mismo se vertían sobre Venancio Flores. Esos conceptos
no estaban articulados por el reseñista sino por el reseñado,
es decir, Carlos Real de Azúa. El curioso resultado fue
un veto a la reivindicación que dicho autor realizaba
de la línea principista de Bernardo Berro, a quien Flores
depuso.
R.E.
* Publicado originalmente
en Revista Crac, Nº 1 (Julio 2001)
|
|