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             Háblame, musa,
            de la estolidez del ocioso científico social que, abrumado
            por el colosal aburrimiento que de su exigido cerebro destila,
            emprendió la tarea de aniquilar bosques para producir
            papel para publicar libros con el pretexto de aumentar nuestro
            saber sociológico del teatro, o teatral de la sociología.
 
 
                En su libro, que omitimos citar para no avergonzar a sus lectores, 
                el autor habla del dramaturgo Karl George Büchner: "El 
                personaje del criado del ejército no es más que 
                un objeto entre las manos del capitán y del médico 
                del regimiento. Büchner, que ha escrito una tesis de doctorado 
                sobre El sistema nervioso del barbo, ¿quiere tratar 
                a su héroe como a 
                un animal sometido a vivisección?". 
 
                Se reconoce, en la estructura de su argumentación interpretativa, 
                la desesperación que aqueja a esa crítica 
                que insiste en hacer un psicoanálisis de bolsillo del artista. 
                Como Büchner estudió medicina, hizo una tesis; como 
                la tesis trataba del sistema nervioso de un pez, el sociólogo 
                del teatro, puesto en exégeta, se pregunta, como un autosócrates 
                a cuerda, acerca del sentido profundo del personaje.  
 
            Podemos ayudar al sociólogo con otras especulaciones.
            Verbigracia: 
 
            Büchner murió de tifus exantemático epidémico.
            Es frecuente en países templados, y se conoce por los
            nombres de fiebre de la cárcel, fiebre del hambre,
            fiebre pútrida, fiebre hospitalaria, fiebre del campamento,
            o fiebre del barco. El tifus exantemático epidémico
            es causado por el bacilo Rickettsia prowazecki y se trasmite
            por el piojo del pubis, y con menos frecuencia por el de la cabeza.
            El autor de Woyzeck murió a los 24 años,
            antes de terminar esa pieza. Sabía cuál era su
            destino, ya que sus estudios académicos le informaban
            acerca de la enfermedad que lo aquejaba.  
 
            Desafortunadamente, Büchner adquirió la enfermedad
            algunos años antes de que el húngaro Semmelweiss
            descubriera que lavarse las manos luego de manipular cadáveres
            era bueno para la salud de las parturientas que esas manos atenderían
            después de las disecciones. Como se sabe, la comunidad
            vienesa de médicos repudió a Semmelweiss, que se
            había atrevido a sugerir que la responsabilidad por las
            muertes por fiebre puerperal era de los profesionales. La iatrogenia
            no resultaba simpática a los doctores. Lo cierto es que
            a partir de entonces la limpieza corporal comenzó a relacionarse
            con la ausencia de infecciones, conocimiento que habría
            tal vez salvado la vida del dramaturgo.  
 
                ¿No será que Büchner -preguntamos, habiendo 
                aprendido los recursos del sociólogo del teatro anónimamente 
                citado ut supra- quiso decirnos que nuestras lacras sociales 
                nos conducen a una muerte metafórica? ¿Nos estaría 
                pidiendo, con genial intuición, una limpieza, una catharsis, 
                una purificación? Su muerte, incluso, puede interpretarse 
                como un signo de protesta. En efecto, ¿no será que 
                Büchner murió deliberadamente, para dejar de ese modo 
                inconclusa la obra genial que habría de cuestioner el fundamento 
                mismo de Occidente? La Obra del Artista, ¿no es la máxima 
                creación a la que puede Aspirar el Espíritu humano? 
                Entonces, ¿no será que la muerte del Autor es la 
                única conclusión posible de Su Obra? ¿Qué 
                otro dramaturgo ha llegado tan lejos como para dar fin a la obra 
                mediante el recurso extremo de su propia muerte? 
 
            Uno se pregunta por qué la crítica insiste en la
            mistificación simple, cuando es tan fácil ser un
            farsante complejo y hasta entretenido.  
             
            * Publicado
            originalmente en Insomnia Nº 133
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