Este
es el aguante
Hasta yo lo vi
Este es el aguante
Decímelo a mí
...................
Y si no te gusta
Te podés matar
Este es el aguante
Este es mi lugar
..................
Este es el aguante
Esto es Rock & Roll
Charly
García
El Aguante (1998)
Tras que Edipo, a las puertas de Tebas, resuelve el enigma del
cuadrúpedo que es bípedo y luego trípode
al que lo somete la Esfinge, ésta se autoaniquila; la
respuesta, antes del héroe de los pies hinchados, era impronunciable
por banal: bastaba con decir "el hombre". Edipo, que
fue hermano de sus hijos y nieto de su suegra, fue parejamente
banal y atrevido. Otro al que lo baladí no ha acobardado
es Charly
García,
quien presumiblemente fue sometido a un programa de preguntas
y respuestas cuyo botín era capturado tras resolver el
acertijo de "qué es eso que modificó la etiqueta
de las gallinas, la modulación de los cantantes de rock platenses, que lleva
a los niños que están lejos
de la pobreza a pedir monedas por
las calles de Montevideo y habrá de rebautizar
la Plaza de Mayo, en Buenos Aires". Es de barajar que los
productores del programa hayan descansado en la nula mención
que, históricamente, en letras o entrevistas había hecho García
de los lugares
comunes
de los pelotaris (es uno de los pocos
de la farándula argentina a los que se le desconoce
partidismo deportivo), pero lo cierto es que, luego de la respuesta,
quedaron a expensas de una invitación al suicidio.
Nada
del aguante me es ajeno
El
ganador, García, siempre a la vanguardia, con sonoro palmetazo en la
frente, reconoce que llegó tarde pero que, a la vez, siempre
estuvo ahí: "hasta yo lo vi/decímelo
a mí".
Error del inquisidor, considerar al aguante un evento
deportivo.
Error (asumido)
por
García, la anagnórisis lerda. Si
él mismo, en "Chipi Chipi", definió su
poética como "detectora" ("yo siempre tengo esta pobre
antena/que me transmite lo que decir") y se ha convertido en gurú
por dar la alarma en el momento justo, aquí fue como recibir
un pelotazo que descalabra
el entrecejo y despertar a la revelación anacrónica
de que él, una vida a la vanguardia, había
nacido para la pasión añeja
de eso mismo que estraga gargantas entre los hinchas; una herida
abrasiva, envolvente, que con todo barre. Hoy, 2002, en el Río
de la Plata,
todo es aguante, esfinge de mil caras que, entre otras cosas,
tiene su propia Plaza, la misma que fuera de los padres y madres
de Mayo, frente a la Casa Rosada.
Aquellos
más lentos que García no dejarán de percibir
(y en muchos
casos, de temer)
que se trata de un cambio ideológico e institucional que,
entre otras cosas, marca la clausura de los próceres de
Mayo y los colores nacionales diseñados por Belgrano en
favor de la heráldica de los barra brava, incorporada a los movimientos
de resistencia de eso que algunos han dado en llamar sociedad
civil. Pero como todo aquello ubicuo, y como en la neurótica
letra de García,
que escamotea definiciones, el aguante es inasible como la brisa;
está en todas partes pero nadie termina de saber qué
es. Está en las camisetas que son atavío casi obligado
de chicas o chabones en los pubs del Tigre o Barrio Norte, en
Buenos Aires, o de Punta Carretas o Carrasco, en Montevideo, y también
en las bailantas; está en miles de páginas de Internet, en la dicción
rejuvenecida de las tribus urbanas, en los pesos
y patacones
que se limosnean para el vino o la cerveza o por el mero imperativo
de la limosna; en la resistencia casi sorda al pacto cívico,
al intercambio laboral, a la geopolítica de los ganadores;
está en un programa televisivo de Torneos y Competencias,
llamado El Aguante, en la atmósfera cada vez más
gesticulante de las calles, en la caja de vino que va tomando
una muchacha, a las siete de la tarde, rumbo a la rambla de Palermo,
en Montevideo, pasando junto
a la embajada de Estados Unidos, custodiada
por patrulleros; está lejos de Dios, es de presumir,
pero igual que con el trino y uno, y con el rock and
roll,
todo comenzó casi en sigilo, en un par de iglesias (llegó para quedarse); pero a diferencia
del Dios atronador
que impuso sus tablas en el Sinaí, el aguante necesita
ser sometido a predicados.
En
el principio fue la gallina
Tras
cierta sonora derrota deportiva, la de un equipo argentino contra
uno uruguayo, en 1966,
las gallinas comenzaron a asistir a la tribuna de Boca Juniors
ataviadas con una camiseta de River Plate. Nadie sabía
si se trataba de ponedoras o cluecas y se conjeturaba que no
habían pagado entrada. Nadie, siquiera, podía escuchar
su cococó, pero a ninguno pasó por alto que, a
través de las gallinas, los hinchas de Boca ratificaban
que su rivalidad con River Plate trascendía cualquier
nacionalismo: más aún, explicaban, por medio de
esa ave incapaz del vuelo, por qué ellos no eran de River,
es decir, por qué adherían al campo azul, franjeado
de oro(1).
En
ocasiones, las ovíparas, con revoloteo de plumas y sus
tradicionales y escasamente atléticos saltitos, eran arrojadas
al verde césped. En la década siguiente creció
la granja cuando, revanchista, la barra de River arrojó,
marrón y hocicudo bajo el oroazul de la casaquilla, un
cerdo. No engañarse con la progresión edípica:
dos patas gallináceas, cierto, cuatro porcinas, pero el
aguante es un miriápodo, que todavía era nonato.
Lo que sí resultaba de todos modos advertible era que
las hinchadas habían abolido la distancia sacra del campo
civilizador que era la cancha; sistemáticamente, para
deleite de las cámaras, arrojaban rollos de papel (higiénico, de
calculadora)
que los ilusos tras la pantalla blanco y negro confundían
con serpentinas. El rollo que iba cayendo dejaba una estela que,
de alguna forma, unía los dos mundos: el tablón
populoso y el espacio regimentado que poblaban los héroes.
Esto
no dejaba de transgredir el modelo civilizador de la modernidad
platense. Baste recordar que, si bien durante las primeras décadas
del siglo
XX,
el fútbol era el jolgorio
del campo abierto (la
cancha un lamparón de pampa o penillanura entre las ciudades que crecían y
humeaban al influjo de los inmigrantes y, en el cuero de vaca hecho pelota, rodaba
de aquí para allá el souvenir de la sociedad pastoril
y anárquica que tanto molestara a Sarmiento(2)) de todas formas comportaba una amable
trampa para matreros nostalgiosos. Por más que al principio
fuera en el Plata un festejo de habilidades e individualismo,
el football inoculaba reglas y, más aún,
cumplía con el fin disciplinante con el que los ingleses,
a partir del siglo XIX, impusieron la práctica de deportes
colectivos y de competencia(3).
La
rivalidad deportiva (por
más que el deporte sea sucedáneo
de la guerra) era un aspecto más de
la vida en la civitas, por más pasional y omnipresente
que ésta fuera en el Plata. Para la sociedad de tabla
rasa y pequeña burguesía igualitaria que surgió
en el siglo XX en el Uruguay parido por los gobiernos de
José
Batlle y Ordóñez, los tempranos triunfos deportivos
(campeonatos
olímpicos de 1924 y 28, mundial del 30, que se estiraron,
tras el paréntesis de entreguerras, en 1950 hicieron del
fútbol y la casaca celeste
que adquirió el seleccionado un aparato integrador tras
el que se apiñaron criollos e inmigrantes(4); las carreras de los
políticos, comenzaban en instituciones deportivas, principalmente
en los dos "grandes" (Nacional y Peñarol(5)) y, todavía hoy, se
insiste en que el fútbol es el mejor embajador uruguayo, es decir,
aquello que hace al país conocido fuera de fronteras.
Se ha afirmado que en Argentina, durante el medio siglo, la
relación entre balompié y nacionalidad se volvió
indisoluble(6); lo que aquí
cumple recordar, sin embargo, es que en esa edad en la que reinó
el bombo populista de Juan Domingo Perón (activo simpatizante
de Racing),
los footballers jugaban con camisas con cuello y abotonadas:
la interpelación a "mis descamisados" que hacía
Evita tendía a unificar a las masas más allá
de divisas deportivas.
Como
hongos, en el Plata, iban creciendo los estadios, diseñados
para apacentar público sobre cemento -mientras los atletas
se deshidrataban y pateaban-,
que venían a cerrar el anillo ciudadano: en un ágora
verde, se dirimían diferencias. Amparados en su falta
de imaginación y su temor escolar a la reiteración
de términos, esos paladines conocidos como cronistas deportivos, empecinados
dispositivos de reproducción ideológica del estado,
generaron un lexicón edulcorado
que trataba de resolver tensiones de clase y que, todavía
hoy, se hace sentir en un complejo sistema de paráfrasis,
parónimos y metonimias que progresivamente dejaron de
interpelar.
Por décadas, a los de River se los llamó "millonarios",
y "xeneixes" a sus archirrivales de Boca (por su cercanía
con el estuario).
La verificación de que este tipo de terminología,
aunque remitía a diferencias de clase, buscaba lenificar
enconos supradeportivos se da en Uruguay, donde los del Club Nacional
de Fútbol, equipo fundado por universitarios, cuya casaca
tenía cosido un bolsillo azul, eran llamados "bolsilludos",
es decir, acaudalados, por los adherentes a su enconado rival,
Peñarol, con origen en las compañías inglesas
de ferrocarril. Para ese país batllista el vocablo
"bolsilludo" era agresivo, tanto como la palabra "manya",
con la que los de Nacional motejaban a sus adversarios.
El
relato evemerístico responde a las primeras décadas
del siglo, cuando uno de esos próceres "aurinegros"
pasó a defender la odiada "tricolor". Aunque
el profesionalismo todavía no se declaraba oficialmente,
era practicado entre las instituciones más prósperas,
y el "transferido" Carlos Scarone, que de Peñarol
había pasado a Boca Juniors, vuelve a Uruguay para ponerse
la del bolsillo. Una versión dice que en 1915 jugó
su primer clásico siendo reiteradamente agredido por sus
ex compañeros, que lo perseguían en una implacable
vendetta de 90 minutos.
Cansado de revolcones, el agredido se explica adamantino desde
el piso: "Qué querés, si ustedes son unos
manya mierda".(7)
Sin
embargo, la prensa deportiva (igualmente
poco feliz con el idioma, igualmente pacata y defensora del civismo
del estado) los llamaba "tricolores",
remitiendo a su indumentaria, tomada de la bandera federal de
José
Gervasio Artigas,
con los cromos rojo, blanco y azul. Para el adversario -su origen
pueblero y ferroviario hipostasiado en los colores de su camiseta,
amarillo y negro- la crónica reservaba los términos
"carbonero" y el visionario "aurinegro"(8). Mientras
la sosa fabla de los deportócratas trataba de erigirse
en muro de contención, reforzador del pacto cívico,
la animosidad estallaba en abyección, sin embargo,
dentro de la prensa partidaria: en su sistema de denominaciones,
el adversario era un innombrable, cuya existencia era un provisoriato
de fraseos
vacuos
como "el tradicional adversario" o "el rival de
todas las horas".
Pero,
tras la irrupción de la gallinita, todo cambió;
los ofendidos, recordando el fuerte olor que sube con la marea del
estuario, no dejaron de replicar con un "bosteros",
que dio fragancia para siempre a los colores de Boca Juniors.
Se puede decir que, por medio de estos apelativos, las hinchadas
resolvieron la existencia del otro y, consiguientemente,
la propia. En 1966 comenzaba el fin de esta modalidad cívico-deportiva;
con los chanchos y atávicas madres de nuestros mejores
huevos, que reaparecían en la neblina de los cohetes y
papelería que eran el centro mismo del endomingamiento,
se difuminaban los límites del campo de juego y la cerca
devenía en la orilla, allí donde el tango dice
que es sur, paredón y pampa. Papeles, cohetes, bichos,
gritos, eran la manifestación corpórea de aquello
mismo que alguna vez se confundiera con el espíritu: el
aliento (de
la hinchada).
Si alentar es enajenar el soplo propio en los colores del equipo,
insultar al adversario es actualizar las señas de pertenencia
y diferenciación, que en muchos casos recordaban de qué
barrio se provenía
o cuál se evitaba. Así, por ejemplo, en Buenos
Aires, los "cuervos" de San Lorenzo recuerdan como
"quemeros", por su cercanía a los basurales,
a sus rivales de Huracán, mientras en Rosario los "canallas"
de Central mapean como "leprosos" a los Newels, por
su proximidad con cierto leprosario.
No
faltará quien pretenda trazar un origen de las pasiones
deportivas del Plata en la retensión anal o en el derroche,
pero aquí lo relevante es consignar la conversión
del insulto en reivindicación totémica, así
como el desplazamiento por el cual se difuminó el deporte
y, a partir del tablón, garganteado por miles primero
y millones después, el aguante, como un evangelio, se
apoderó de las ciudades.
(sigue)
Notas:
(1) Es decir,
los colores de Boca Juniors.
(2) A diferencia del extremadamente disciplinado basketball,
deporte estrictamente citadino, cronometrado con infinidad de
infracciones, de impulso cenital como los edificios y rascacielos.
Al respecto, véase El Fútbol. Mitos, Ritos y
Símbolos (Madrid: Alianza Editorial, 1981), de Vicente
Verdú.
(3) En el siglo XIX los alemanes tuvieron una época de
apogeo de su modelo, el turnen (gimnasia), cuyo objeto no era
la competencia sino mantener el cuerpo saludable, resaltar
las formas corporales y fortalecer el espíritu y el coraje
ante el peligro. Los atletas alemanes decimonónicos tenían
especial interés en vincular la actividad física
con el crecimiento moral e intelectual. Tampoco otra de las variantes
que trajo ese siglo, la gimnasia sueca, en la cual movimientos
humanos eran considerados como si formaran parte de una máquina, era competitiva. Pero
los ingleses lograron imponer, casi como extensión cultural
del imperio, un modelo deportivo asociado, en el que equipos
se contraponen a otros equipos en un juego o campeonato. Quienes
al comenzar el juego son iguales por definición, son diferentes
al final, con un ganador y uno o varios perdedores. Ése
es el modelo que luego, a través del olimpismo, se consagraría
como "natural".
(4) Si bien había algunos vascos y gallegos, en las primeras
décadas del siglo, los jugadores uruguayos eran, en su
mayoría, de origen italiano, algo que se mantuvo en Argentina
en toda la centuria. Por otra parte, siempre ha habido algún
afroauruguayo inscripto en los grandes triunfos.
(5) Todavía hoy se puede encontrar que el ex dos veces
presidente de la República, Julio María Sanguinetti, es presidente honorario
de Peñarol y su hijo, diputado, integra la directiva del
club que preside José Pedro Damiani, ex candidato a la
Intendencia de Montevideo; el actual presidente, Jorge Batlle,
colorado, es socio de Nacional, lo mismo que el actual intendente,
Mariano Arana y el senador Danilo Astori, figuras principales
del Frente Amplio (de paso: partido polìtico presidido
por el socialista Tabaré
Vázquez,
quien se inició en la política como presidente
del club Progreso): los tres se hicieron presentes en las últimas
elecciones del Club Nacional de Fútbol para dar su voto
a Eduardo Ache, figura del gobierno de Batlle y del partido colorado.
(6) Pablo Alabarces y María Graciela Rodríguez
han desarrollado esta teoría. "Football and Fatherland:
The Crisis of National Representation in Argentinian Football",
en Culture, Sport, Society. Vol. 2, No. 3 (1999), Gerry
P T Finn and Richard Giulianotti ed. Versión en Internet y en castellano "Fútbol
y patria: la crisis de la representación de lo nacional
en el fútbol argentino", http://www.efdeportes.com/efd10/pamr10.htm
(7) Por décadas, el origen de la palabra "manya"
era desconocido por la gran mayoría de los que la proferían
como por aquellos que la recibían. El grado despectivo
estaba implicado, de todas formas, por su remisión al
lunfardo de los inmigrantes, es decir, una voz no transcribible
dentro de la ortodoxia gramatical de prensa y medios, celosa de la "pureza"
del castellano y servil al diccionario de la Real Academia. Para
la sociedad
integradora del batllismo, conformada por inmigrantes e hijos de inmigrantes,
era tabú la reivindicación del origen, que de por
sí implicaba un grado de diferencia. Las étnicas
y de clase eran borradas, en primera instancia, por la túnica
blanca de la escuela pública, laica y gratuita, y por la
nacionalidad "uruguaya" que, en el siglo XX, sustituyó
definitivamente a la "oriental", que predominara en el siglo XIX
y que, de por sí, recordaba su parentesco con las provincias
argentinas.
(8) Agréguese "mirasol " al anodino lexicón al que la crónica
uruguaya recurre para evadir los términos "Peñarol"
o "peñarolense".
* Publicado
originalmente en Revista Iberoamericana Enero/Marzo 2003
VOL. LXIX (pp
15 a 29).
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