H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



HUMOR - ESTÉTICA Y ÉTICA DEL HUMOR - ARTE - TRAGEDIA - FRACASO COMO ESENCIA DE LO TRÁGICO - FE - AZAR - NIETZSCHE, FRIEDRICH - MUERTE - VON HARTMAN, EDUARDOL - SUICIDIO COLECTIVO - DIOS - CATÁSTROFE - FILOSOFÍA - SENTIDO - IMAGEN - DESEO - SEDUCCIÓN - POESÍA - BAUDELAIRE, CHARLES - CULTURA - DEVENIRES - FUERZA - LO "POÉTICO" - MIEDO - RISA -

Filosofía de la catástrofe

Oscar Portela
Empero la presencia de lo presente como horizonte de todo afán, continúa siendo para nosotros la partida de nacimiento de la catástrofe, su filiación como simple noticia de amenazas sin culpas ni remitentes. Frente a esta amenaza, el poeta tampoco puede ocultarse, ni entregarse a las alabanzas de los espacios cósmicos ni del viento que delicadamente nos roe las mejillas, ni a los abrazos de los amantes llenos de sentido pero condenados a la catástrofe de no asir sino fantasmas

El humor, nada más importante. Sin embargo no existe una estética del humor. Aún menos una ética. Se escribirá algún día.
Nosotros con seguridad no la veremos.

Veamos. Si toda experiencia esta signada por el fracaso, nada más humorístico que la tragedia. En la esencia de lo trágico reside la posibilidad del humor. El espíritu de la solemnidad que detestaba Nietzsche es precisamente lo opuesto a lo trágico y por consiguiente ignora absolutamente lo que significa el humor como experiencia y sobre todo como teología negativa de la salvación. La erudición es solemne. Sólo la ignorancia es verdaderamente humorística, sobre todo porque se sabe a sí misma. El fracaso como la esencia de lo trágico, se abre entonces sobre la significancia del humor, como el deseo se abre sobre la apetencia de absoluto, es decir de muerte. Pero el humor nos rescata de la solemnidad del absoluto y nos devuelve a la experiencia de la finitud sin otra culpa que haber consentido al insensato juego de soñar, esto es de escribir, de descifrar y de buscar en los códigos los significados ocultos de los acontecimientos.

Toda vida es catastrófica. Abrimos los ojos en un avión hundido en lo profundo de un océano, y miramos alrededor alabando las bellezas submarinas. El azar es la única tarjeta de crédito para encontrar un punto de apoyo en lo abismal de un precipicio labrado sobre una certeza que enloquece. La certidumbre -insistía Nietzsche- y no las dudas son las que vuelven loco a Hamlet. Y la locura es en principio una pobre respuesta. Fe en el azar entonces, en ese prodigio que todavía puede cambiarlo todo. La fe del caballero errante, la fe de don Quijote y Kierkeggard es esa fe tosca en un azar al que se ponen nombres diversos, Dios, espíritu santo, eterna volubilidad de la Inteligencia que guía por entre las tinieblas.

Cualquier cosa antes que la necesidad que tiene el nombre de razón. No existen razones suficientes que nos permitan despertar en el fondo del océano y aullar como lobos en las desiertas noches de la estepa. No hay pasado ni mañana sino asfixia, falta de oxígeno y todas las maneras de prolongar esta agonía que llamamos estar vivos. Sólo queda el
arte de preservar la vida en la muerte, el arte del momificador, del que ve en el espejismo de la vida la verdad de la muerte, esto es, su rigidez de momia, el rictus de la calavera.
Rindiendo culto a la
muerte salvemos a la vida no absolviéndola del decurso de la temporalidad y la finitud en un trasmundo o cualquier forma de trascendencia, sino precisamente evitando que la sal de las aguas no se evaporen en las neblinas de la noche. La inmanencia es muerte irremediable, es necesidad absoluta, es la palabra sacrílega que no debe decirse porque nadie debe despertar en lo profundo del abismo. Nadie puede pensar en el fondo del abismo ni adormecerse con los cantos de Sirena de la razón necesidad. En este punto sólo nos queda entonces el ojo de la cerradura del azar, que abre puertas a las combinaciones de la alquimia. Alquimia de una fe que ya no puede investirse de los poderes y las cualidades de la fe. Fe que no es fe y es simple desesperación y oxígeno que todavía queda en las cabinas presurizadas del avión. Después de esto, la noche. Anterior al azar y la necesidad, pero esto ya no nos importa. La tarjeta de crédito a quedado vencida. Y la razón también. La pregunta es la siguiente: que tipo de humor resiste todavía la presión del abismo cuando el oxígeno se acaba y no existen razonables deseos que nos permitan reír?

Y sin embargo la única
estética posible, la única ética sería la que considerara al humor como forma preventiva de evitar mayores catástrofes en el corazón catastrófico de la vida. La existencia auténtica tiene que ver con el humor. Sólo el humor puede salvar la esencia de lo trágico. No he leído a Eduardol Von Hartman que recetaba la necesidad de un suicidio colectivo como forma de salvar al alma. Pero esta sí que me parece una humorada formidable y su autor es realmente un humorista genial a pesar suyo y de la filosofía. Aprender a reírse de estas cosas es ya un principio de salvación. No por la filosofía, por supuesto, sino por el tocador.

Para liberarnos de temores debemos pretender que la tragedia salva. Las catástrofes no sobrevienen súbitamente. Se vive en la catástrofe. No sé porqué mañana y no más bien hoy. La tragedia no purifica ni salva de las catástrofes. Nadie debe soñar en despertar redimido de una catástrofe, salvo que las pesadillas y las abominaciones se han vuelto familiares. Y este es el poder de la tragedia. Neutralizar el poder fascinante y provocador de las catástrofes que paralizan a quien las observe como Medusa paralizaba a sus ocasionales visitantes.

Movernos constantemente, exaltar las trampas de la
seducción, el hechizo del ser y no despertar nunca, porque nadie quiere despertar prisionero de la camisa de Neso de la necesidad, en esto consiste también la glorificación de la historia con mayúsculas, de los movimientos y acontecimientos historiales. No son estas las que están expuestas al fracaso y al desastre. La catástrofe preside historias cotidianas, sueños demasiado intransferibles, pudre las lozanas manzanas de la confianza en la rutina, pervierte y subvierte el sentido de la repetición, agota el sentido produciendo el exceso de sentido (la catástrofe) como bien señalaba Foucault hace ya bastante tiempo.

Nadie puede ensimismarse en la contemplación de una pura interioridad ni tampoco hacerse coextensivo al espesor de un mundo plagado de proyectos vecinos a nuestra compulsiva realidad. Somos
inquilinos de un jet sumergido en las profundidades y nuestros prójimos son sólo marcas, señales de que la catástrofe máxima consiste en no poder estar a solas con nuestros vencimientos. El deseo y las pulsiones sexuales son la máxima potencia de la catástrofe. Pero su tragedia consiste en su fracaso, no consiguen naufragar definitivamente y nos reconducen a la asfixia de los túneles submarinos y a los analgésicos de ocasión. Hamburguesas, lete chocolatada, sexo sin reproducción, salsa y hojas de periódicos para constatar que el desastre se reproduce como el cáncer y que todo nace viejo y sin destino. La televisión como en un viejo filme de terror, en la que Vincent Price contempla a sus muertos, solo en un mundo sin semejantes, reproduce la mejor imagen que podemos tener de nosotros mismos. Fantasmas aterrados que siguen aferrados al recuerdo del avión que los conducía y no consiguen poner distancia entre la conciencia de si y la proyección de sus imágenes en el infinito de la catástrofe.

"Quién si gritara me escucharía en los celestes coros? / Y si un ángel me ciñera contra las fuerza de su corazón / la fuerza de su ser me borraría / porque la belleza no es sino el nacimiento de lo terrible". El poeta cree saber como evitar el desenlace de las catástrofes, aunque éstas no tengan desenlace ni progresión dramática alguna. El ángel en lugar de la divina providencia o el más desnudo azar. La salvación en los brazos del Ángel exige sin embargo la total levitación, la incorporeidad de los deseos trasmutados en pura y simple afirmación. Cualquier no, cualquier estornudo fuera de horario podría producir el hundimiento y la catástrofe. Y lo terrible es el fugaz resplandor de la nada que sólo puede ser soportado en medio del absoluto desamparo, en la desnudez del hombre frente a lo informe que toma la desmesura en medida y el ominoso peligro en salvación. La imagen de lo familiar vuelve aquí a dominar la escena. Lo absolutamente otro, lo neutro, lo que no puede ser domesticado, debe ser expulsado porque puede destruirnos.

En el mayor intentico poético por salvarnos de la catástrofe que conozcamos, la "Primer Elegía del Duino", Rainer Maria Rilke no confía tampoco absolutamente en el Ángel. La solitaria presencia de un árbol en el recodo de un camino parece ser más seguro sendero en busca de amparo y en tanto por cierto, éste asciende, asciende siempre. La constancia de lo presente aparece como don otorgador de
sentido. Es un envío que nos hace la gracia en medio de tanto desconsuelo y duelo sin condolencias posible. Empero la presencia de lo presente como horizonte de todo afán, continúa siendo para nosotros la partida de nacimiento de la catástrofe, su filiación como simple noticia de amenazas sin culpas ni remitentes. Frente a esta amenaza, el poeta tampoco puede ocultarse, ni entregarse a las alabanzas de los espacios cósmicos ni del viento que delicadamente nos roe las mejillas, ni a los abrazos de los amantes llenos de sentido pero condenados a la catástrofe de no asir sino fantasmas.

Desencadenar la catástrofe cuando aún el cielo aparece límpido y sin nubes parece ser el camino elegido por
poeta. Y sobre las elecciones afortunadas o no, nada tenemos que decir nosotros. Menos aún sobre el sueño de morir jóvenes y burlar la lenta asfixia a la que nos somete el lento drenaje de la corrosión de las catástrofes. No hay humor en esta elección suponiendo que las elecciones (libres) fueren posibles. Pero la poesía y el humor no se han tenido nunca de las manos. Aunque el humor pueda salvar la poesía y nunca ésta a aquella por más sublime que sea su misión y aquellos abrasados a su causa.

Huir, huir siempre no importa adonde pero huir. De este modo toda conquista es un fracaso. La modernidad es todo aquello que puede ni entrar ni salir, escribió Nietzsche. Y en las márgenes del río de Zargazos no hay ni adentro ni afuera, ni arriba ni abajo, no hay lugares adonde huir ni donde protegerse. La catástrofe es ese lugar adonde no se puede entrar ni salir, lengua llagada, voz muda y aterrorizada que da testimonios de la significancia de la nada. Gauguin en Haway, Rimbaud en Harrar son nada más que los dinteles sobre los que se lee esta escritura: Por aquí se "entra" al lugar adonde no se puede entrar ni salir. Huesos blanqueados de la efinge que ya no propone enigmas, que no pregunta ni nos pone frente a ninguna evidencia ni ninguna certeza salvo la imagen de Narciso en el espejo nevado de la muerte. Horror del vacío, de la vejez y de la muerte. La catástrofe exige cementerios sin cruces ni hoces, vigilados por la insomne letanía de la técnica.

Sin crecimiento ni vejez, ni
muerte, el Dios Pan vuelve transfigurado por las modernas cirugías y las prótesis culturales que recetan las calorías exactas, las formas puras, los diez mil modos de no beber en las putrefactas aguas de Leteo, que sin embargo se alimenta de las pieles lozanas, de las primaveras eternizadas en los cantos de poetas, en el yogur descremado que promete la silueta del fauno y de la ninfa ausentes.

La modernidad es todo aquello que no puede entrar ni salir sino a las salas de terapia intensiva donde el oxígeno se prolonga y el corazón retumba mientras las Parcas claman por el destino de catástrofe. Nietzsche calla sobre la
muerte, acalla la muerte, la silencia en el vocinglero atroz de una primavera que terminara por devorarse a sí misma. Los sentimientos trágicos parlotean exageradamente sobre la muerte. El sentido deportivo de la vida se corresponde con un sentido deportivo de la muerte. En los modernos autos sport, en las motos de grandes cilindradas, en los tóxicos de poluciones y gases, Narciso huye de sí mismo para encontrar por fin su imagen perfecta, el gesto crispado y convulso de la muerte. La muerte como catástrofe que no se deja nombrar sino por sus más encarnizados enemigos, por los profetas de una primavera eterna. Cultivar las orquídeas de un jardín de invierno como se cultivan las ideas platónicas para conquistar el cielo de un absoluto que nos rehuye y nos rehuirá siempre, es la promesa de una postmodernidad que se quiere a sí misma sumisa, sin alardes histriónicos ni desplantes histéricos de existencialistas recoletos, un modo de ordenar la catástrofe, de archivar el azar, de reivindicar las órdenes de la necesidad. El superhombre fue este acontecimiento no sobrevenido que quiso salir de la necesidad por el azar hacia el cielo perfecto de la inocencia del devenir.

Pero la inocencia del
devenir es la misma que la de los tiburones impacientes par rescatar a los náufragos que siguen oxigenándose en las cabinas presurizadas de un jet bajo las letales aguas del océano y el grito de terror del superhombre sigue aún sonando en nuestros oídos como el único verdadero hijo de Frankestein-Nietzsche, el único Prometeo de una modernidad que no puede crecer sino eternizándose en los simulacros y en la parodia, el único Jekil y Hide pugnando por encontrar los límites de un ilimitado territorio que sin embargo es un punto en el infinito de la insignificancia. No se puede caer en el vacío, no se puede escapar de un topos que no existe, no se puede franquear los límites de la razón porque la locura es sólo el doble de cuerpo de un mapa de feroces usurpaciones de sentido. No se puede destruir el sentido porque la carencia de este no es sino la ausencia pertinaz de sentido, en fin, no se puede huir de la modernidad ni franquear sus límites inesenciales, sino persistiendo con humor en aceptar con carcajadas la explosión final con se anunciará la catástrofe. Muertos de miedo por columbrar un final que nunca veremos, somos los protagonistas de un texto sin autor ni guiones, piloteando un avión sumergido en la fauces de un océano no querido ni deseado.

"Ver zozobrar a las naturalezas nobles y poder reírse de ello es el colmo de la tragedia". Lo dijo Nietzsche, lo digo yo ahora repitiendo el texto hasta la parodia, destrozando las normas de la textualidad? Debería saberlo? El humor se burla de la erudición, como se burla de la repetición que según Deleuze es selectiva y productiva. Lo realmente selectivo y productivo es el humor que hace caso omiso del Dios necesidad y hasta del Dios azar, o providencia o salvémonos como podamos. La verdadera maldición la descubrió Nietzsche en el prejuicio teleológico del fin y como nada tiene un fin y el azar no puede devolvernos otra cosa que el orden de una carencia más honda que toda necesidad, seguiremos prefiriendo la voluntad de la nada a la nada de la voluntad. El mismo Nietzsche Zaratustra bendice, Cristo y los Papas bendicen, bendice el Lama y los monjes budistas, y los conquistadores misioneros, y los paranoicos de toda laya, santos, prostitutas, proxenetas, asnos, serpientes o águilas se espulgan bendiciendo. Y que haces tú, poeta, para que estas tú poeta, pregunta Rilke y el poeta contesta, "Porque yo celebro". En los tribunales de la inquisición se celebraba al Dios católico, en el Apocalipsis y en Génesis se celebra, en el Gita se celebra y se celebraba en los modernos campos de concentración. El sí esta atado a un no rotundo.

La recuperación del sentido, del ser o del valor pasa por la destrucción del
mal o por la simple afirmación de lo que constituye en hermosísima expresión de mi amiga Luisa Mercedes Levison "los depósitos cloacales", o por la no resistencia al mal. Celebremos pues la vida, alabemos la vida como el asno de Zaratustra y riámonos a carcajadas del más trágico de los humoristas trágicos, Federico Nietzsche cuando buscaba la pura afirmación de la inocencia de todo
-lo cual significa afirmar la culpa- en la figura del niño Zeus que goza viendo como el oxígeno se evapora, crece el agujero de ozono, bulle la vida y allí, en el corazón de la manzana más perfecta corta la podredumbre, hace guiños la muerte, la muerte celebra sus bodas consigo misma. No somos sino los diamantes de la corona real de la señora muerte.

El decadente
Baudelaire lo sabía pero carecía del más elemental instinto del humor para ser un gran poeta. Sus carroñas pudriéndose al sol, sus olores putrefactos, los mismos de las cloacas de Poe no nos hacen reír porque no son verdaderamente trágicas. En realidad solamente el humor celebra sin afirmar nada, sin afirmarse ni tomar asiento sobre ningún fundamento, Padre, hijo ni espíritu Santo. Toda cultura se afirma como modo de evadir la catástrofe como proceso sin origen ni retorno. La quietud, el reposo no preceden al movimiento, el movimiento es el modo en que toda catástrofe busca su fin en la inmovilidad y en el reposo. Celebrar y afirmar la vida, el movimiento significa afirmar, celebrar la muerte, la lepra, el podre, la mutilación y el escarnio de una carnicería sin principio ni fin. El cáncer ha imitado a la perfección la imagen de catástrofe, auque ésta carezca de imágenes reales y sea la más pura metáfora capaz de mentar el lenguaje. El sagaz escatólogo don Miguel de Unamuno y Jugo y porque no de la Raza, escribió en el "Cristo de Santa Clara de Palencia ", el más hermoso poema escrito por alguien que se atreve a mirar a los ojos de la muerte y aquí el Angel, el Niño, el Espíritu Santo y el León halado son reducidos a escorias y muñones sangrantes y todo termina con el ahogado grito "y todo no es más que tierra, tierra, tierra". Cierto es, pero don Miguel ni quiso ni pudo sacar consecuencias de ello. Las grandes bromas carecen de autor y se arman y rearman solas.

Ninguna
cultura nos sacará del nihilismos porque no está, la cultura del yogur y del valium son sólo prótesis. También Dios y los Dioses, también todos los mitos han sido prótesis armados a partir de la voluntad reactiva. En este sentido, en el sentido en que existen dos "Nietzsches" complementarios, uno solemne y patético y el otro trágico, es decir humorístico sólo Zaratustra puede indicamos el camino: "Hombres superiores, aprended pues a reír". Pero que es la risa, no la risa filosófica o psicoanalítica, no la risa puramente nietzscheana, klossowskiana, la pura afirmación de la inocencia del devenir, de la pluralidad de los Dioses, sino la carcajada final de Bette Davis en "Anhoter Mans Poison" al final del melodrama cuando sabe que a equivocado de vaso y que finalmente se ha envenenado con la pócima que a fabricado y que estaba destinada al prójimo. Porque lo que nos toca en suerte es aquello que siempre estuvo destinado al otro.

VOLVER AL AUTOR

             

Google


web

H enciclopedia