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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



VISIÓN - PERCEPCIÓN -

De las perturbaciones de la visión*

Carlos Rehermann

Y cuando nos enfrentamos a un campo perceptual nuevo, lo rechazamos: rechazamos la nueva pintura, la nueva poesía o el nuevo cine, porque nos exige actos de adaptación, nos solicita una participación que pone en juego nuestra estabilidad perceptual


Nadie habrá dejado de observar que el mundo, dentro de nuestros ojos, está al revés. En efecto, la imagen de los objetos se invierte al atravesar nuestras pupilas, de tal modo que se proyecta contra la retina del mismo modo que, si ponemos una lupa cerca de la pared, se proyecta sobre ella la imagen invertida de la ventana que ilumina la habitación.

Hubo un tal Stratton, hace cien años, al que se le ocurrió ponerle a un sujeto unos lentes que invirtieran las imágenes, de modo que se proyectaran en la retina la revés del revés. El sujeto pasó varios días con esos lentes colocados. Los primeros dos días veía un mundo irreal, con las cosas colocadas patas para arriba, pero al tercer día despertó en un nuevo mundo, en el que el paisaje estaba bien pero su propio cuerpo estaba invertido. Pasados cuatro o cinco días más, también su cuerpo se adaptó, se enderezó. De todas maneras, los sonidos se comportaban de manera extraña. Si veía un vaso caer y romperse con un estallido contra el piso, sonido e imagen iban juntos; pero si no tenía acceso visual al objeto, el sonido parecía provenir del sitio opuesto de la habitación.

Cuando, a los diez días, el sujeto dejaba de usar los anteojos, el mundo no volvía a invertirse, sino que sólo parecía irreal, y su propio cuerpo se adaptaba bien a las cosas. Pero cuando quería tocar sus rodillas, sus manos subían, y para rascarse la cabeza, las manos buscaban los pies. A los pocos días, sin embargo, el sujeto lograba volver a su estado normal anterior a la experiencia.

La exploración motriz del individuo permite su adaptación al nuevo sistema de estímulos que cambian su arriba y abajo. Si los lentes sólo inclinan 45º la imagen que percibe, a los pocos minutos, bruscamente, deja de percibir la inclinación, y su mundo percibido se endereza, sin necesidad de exploración motriz. Es decir, la vertical no se establece por comparación con la dirección de nuestro cuerpo erguido -por unas nociones de arriba y abajo relacionadas con la gravedad- sino por un sistema de campo visual.

Estos cambios se producen, en cierta medida, por actos voluntarios, por acciones de entrenamiento. Pero la mayoría de los cambios procede de esfuerzos de adaptación a los que el sujeto no puede resistirse.

De manera que ver el mundo no es más que experimentar una versión mediatizada por el campo visual que reciben mis ojos y la adaptación que yo hago para entenderlo como un todo coherente.

Pero la percepción nos parece un acto automático, un dato objetivo del mundo, y ni siquiera viendo trucos de magia, donde resulta evidente que se engaña nuestra percepción, o mirando dibujos con ilusiones ópticas, podemos evitar la sensación de que lo que vemos es la realidad.

Y cuando nos enfrentamos a un campo perceptual nuevo, lo rechazamos: rechazamos la nueva pintura, la nueva poesía o el nuevo cine, porque nos exige actos de adaptación, nos solicita una participación que pone en juego nuestra estabilidad perceptual, y eso nos da miedo, porque el arriba y el abajo se intercambian peligrosamente, sentimos que estamos al revés, se nos cuestiona nuestro lugar en el mundo.

El arte nuevo desestabiliza, no porque cuestione al mundo, sino porque cuestiona nuestros hábitos de adaptación perceptual. Y es por esa causa que antes de hablar de lo nuevo, conviene mirarse a sí mismo, examinar el propio sistema de referencia, para poder saber si estamos preparados para ver, o si sencillamente no nos damos cuenta de que tenemos puestos los lentes equivocados.


* Publicado originalmente en Insomnia Nº 48

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