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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



URUGUAY - ACUÑA DE FIGUEROA, FRANCISCO - CIUDAD DE MONTEVIDEO - GAUCHESCA - LAUTRÉAMONT, CONDE DE - LAFORGUE, JULES - SARMIENTO, DOMINGO FAUSTINO - ZORRILLA DE SAN MARTÍN, JUAN - TABARÉ - RODÓ, JOSÉ ENRIQUE - ARIEL - MARTÍN FIERRO -

Orientales: Uruguay a través de su poesía (III)*

Amir Hamed
Una ciudad separada de otra por la barda de la guerra; Montevideo encuentra una nueva alteridad, ya no en el nómade, sino en el ciudadano. Cuando llegue la paz caerá el muro y Montevideo devorará a la otra


Lenta muerte del pastor (de Acuña de Figueroa a Zorrilla de San Martín)

Los muros de Montevideo son una mampara que devuelve los desafíos, que parte el cuerpo. Hay orientales de uno y otro lado, hay argentinos también, en cada reborde. Pero en Montevideo, por tradición, reside la lengua extraña. El cielito hace irrisión de su "bárbaro" o salvaje, como en el caso del fungeiro gallego, de los sitiados, de aquéllos que se metamorfosean en animales para un decir que corta como un facón. La voz y el cuerpo se separan en el desafío. El enemigo se convierte en bestia a ser rebanada en lonjas, en tiras de su lengua extraña y, para sajar al adversario, hay que disfrazarse de gaucho (Paulino Lucero, Jacinto Cielo).

Perpetua metamorfosis en que la sintaxis de la gauchesca recompone lenguas recíprocamente bárbaras: el letrado apropia el decir "gaucho" y desde ahí reformula la dicción extranjera. Desde uno a otro lado de la mampara, que es también la barra del lenguaje, el desafío negocia al hablante: hay que disfrazarse de gaucho para emitirlo. Desde uno al otro lado, la mampara refracta: el adversario es percibido como el doble animal a ser descuartizado, el que habla es pura voz. Al otro lado, el gemelo oscuro o demoníaco, espesado en otra lengua, se ve a trasluz. Matriz conflictiva de la civilización que tiene incorporado su cuerpo bárbaro. En 1846, Sarmiento pasa por la Montevideo sitiada y encuentra allí, como le escribe a Vicente Fidel López, la Europa que anhela, sus modas francesas, peinados y trajes.

Desde la lengua civilizadora, francesa, se adensa el bárbaro, el cuerpo indomesticable, acercado y separado por lo heteróclito del lenguaje: así se percibe el cuerpo de res de la mujer -ingobernable por la moda- en la "Mazorquera Isidora" de Ascasubi, que parte del puerto sitiador del Buceo a ser degollada por Rosas.

Nietzsche afirmaba que Dios era inmortal en su gramática; la dicción de la gauchesca registra, por su parte, una fuerza casi irresistible. Es una sintaxis que rebota en los muros y que devuelve el envío. El cielito que recogiera Acuña de Figueroa es una celebración de los "porteños" que habrán de tomar Montevideo: Hidalgo, luego de algún sainete, morirá en el lugar del que el desafío parte, en Buenos Aires (el envío ha vuelto al remitente). Durante el Sitio Grande, Acuña es desafiado a competir en artes de versificación con un rival que residía en París, quien había sido a su vez retado a escribir un soneto con la tópica y los pies de verso establecidos.

El asunto era clásico, pero también era bélico (Jerjes en las Termópilas); los pies de verso, heterogéneos con respecto a lo que se asume en clasicismo, remiten a la gauchesca. El primero con el que Acuña responde comienza: "Baja de las Termópilas, gran chacho,/ Gritaba Jerjes desde su alto coche, Al griego, que matando a trochemoche,/ Le iba haciendo su ejército gazpacho". Inmediatamente, el poeta reconvierte el asunto de bárbaros persas o griegos y lo transfiere a su lugar: "Rosas es un truhán, y Oribe un chacho/Propios los dos para tirar de un coche/Que hacen matar su chusma a trochemoche/Por sitiados que viven de gazpacho".

El sitiado, una vez más contraataca y los enemigos serán las bestias; en el poema, Acuña revierte dos provocaciones; una desde París, otra desde el otro lado del muro. Violencia de esta mampara, herida o fractura en el cuerpo, viaje inverso del montevideano: Ducasse viajará de la Nueva Troya con la Ilíada castellana que nunca abandonará, se irá transformando en otras máscaras y en otras bestias. Ascasubi se convertía en "(Aniceto) el pollo"; Ducasse, en el viaje de la escritura, canto a canto se metamorfosea en Lautréamont, en Maldoror, en parisino y en infinidad de bestias. En la gauchesca ya estaba la matriz de la transmigración, y en el género, por su fuerza, estaba garantizada una pervivencia del gaucho.

Detrás de la mampara se va extendiendo el doble omininoso. La ciudad sitiada pasa a ser anillada por una ciudad sitiadora. El cerro de Montevideo
(o Villa Cosmópolis) es protegido por la multinacional defensa, pero los sitiadores comienzan su asentamiento en el "cerrito" y se abastecen en otro puerto, el Buceo. Una ciudad separada de otra por la barda de la guerra; Montevideo encuentra una nueva alteridad, ya no en el nómade, sino en el ciudadano. Cuando llegue la paz caerá el muro y Montevideo devorará a la otra. Al fin de la guerra, se publicarán los poemas de Ascasubi en París bajo el nombre de Paulino Lucero, y allá el poeta irá delineando su nostalgia por el gaucho que terminará en el elegíaco Santos Vega. El regionalismo ya está en parte nominado ahí. Cuando, en 1929, Gallegos escriba Doña Bárbara, su héroe civilizador se llamará Santos Luzardo.

La matriz heteróclita de la gauchesca hace burla del lenguaje del Otro. En francés, el teogónico Rimbaud partía hacia otras lenguas y hacia el verso libre en un barco ebrio a partir de su famosa iluminación: "yo es otro". Viajeros inversos los urufrancos: Maldoror -que era una máscara- desafiaba a Dios; Laforgue haría irrisión de los clisés literarios europeos y llegó al verso libre porque "ya era otro".

Pero cuando las ciudades se integran en una ampliada Montevideo irrumpe la nueva fractura. Después de la Guerra Grande, la Banda Oriental se desprende de manera irremediable de las provincias argentinas y se abre, entonces, la boca definitiva. En esta banda los indígenas habían sido exterminados en 1832; en la otra, Sarmiento y los unitarios que habían salido de Chile y la sitiada Montevideo crean la Constitución de las provincias, y desparraman sucesivamente sangre de gauchos para correr la frontera con los indios.

Aparecen las obras mayores del género y José Hernández, en La vuelta de Martín Fierro
(1872) dará, a la vez, voz definitiva y mausoleo a la raza en extinción. Rama (La ciudad letrada) recuerda que el poema de Hernández es la orilla entre la comunidad escrita y la oral. Josefina Ludmer, por su parte, lo marca como un texto ambiguo que se complementa con El camino trasandino en que Hernández festeja la modernización en la mole del ferrocarril. Si sus rieles fueron el gran emblema modernizador, cantado luego con entusiasmo, desde Buenos Aires, por Darío y por Lugones, en la República Oriental el recorrido no fue simétrico, y habrá que encontrar aquí la diferencia que lleva a que en el novecientos montevideano colapse el modernismo.

Si el Martín Fierro se volvió el canto hegemónico y nucleante de las provincias argentinas, esta banda tuvo que esperar hasta 1886 para encontrarlo, y no llegó a hacerlo bajo el emblema del gaucho. Los tres gauchos orientales (1872) de Antonio Lussich fue escrito para rematar el tratado de paz de la "revolución de las lanzas" de Timoteo Aparicio (tío de Saravia). El gaucho en esta banda estaba vivo y guerreando y no podía encontrar un relato elegíaco de recuperación. Al mismo tiempo, el territorio necesitaba literatura que lo hegemonizara

En 1879, el neorromántico José Zorrilla de San Martín produce la Leyenda Patria, tratando de anclar en los míticos Treinta y tres Orientales de la "cruzada libertadora" un territorio propio y diferente al de la épica estrictamente gaucha. Recién en 1886 encuentra en Tabaré una figura no menos conflictiva pero que funcionó, de momento, como transacción simbólica, apuntalando una nacionalidad en crisis. Ambas obras fueron producidas, como señala Hugo Achugar, en un momento de tensión política, donde las definiciones hacia la república independiente colidían con la antigua tradición anexionista, pero en Tabaré encontró Zorrilla una figura menos amenazadora porque su raza estaba extinta.

El cuerpo de un mestizo extinto (indio de ojos azules) fue la garantía para fundar una patria. El proceso estuvo acompañado de otras obras del mismo tenor (como el Caramurú de Magariños) y habría de ser rematado por la novelística de Acevedo Díaz. Lo remarcable es que en este indio habría que comenzar a buscarse una matriz literaria "uruguaya". En el título de Lussich y en los héroes de La leyenda patria los que comparecen son los "orientales"; en el indio fulminado aparece la voz oral que hizo la toponimia de buena parte del territorio y cuya dicción era recuperada en el proceso "uruguayizante" (que rechazara Herrera). Con el torturado Tabaré, como señala Doris Sommer, los uruguayos, en un momento culturalmente complicado, se podían amar a sí mismos.

Para el poeta quedó la gloria del fundador y con él llega el canto del cisne de la tradición del poeta-estadista iniciada en Andrés Bello; desde su Leyenda, Zorrilla quedó marcado como el "poeta de la patria".

Durante el proceso de modernización, que coincidió con el alambramiento de los campos, el gaucho era todavía una figura amenazante para la ciudad letrada y no se podía encontrar en su cuerpo el territorio fundacional. Ariel, por ejemplo, prescindirá de él, o será opacado en el tropo de Calibán; pero el sueño del guerrero nómade tardará en desaparecer. Si la narrativa regionalista tiene un precedente en los cuentos de Quiroga -que se había mudado a la otra banda- Onetti iniciará la novela urbana a partir del simbolismo mal resuelto por Zorrilla. En su nouvelle inaugural, El pozo (1939), el protagonista Eladio Linacero sueña con un caballo que que se coloca encima de él, como si el jinete fuera el equino. Eladio Linacero había encontrado sólo el vacío en su gesto fundador: "Detrás de nosotros no hay nada, un gaucho, dos gauchos, treinta y tres gauchos".

La mala resolución de Zorrilla se devolvía o regresaba, ahora, como carencia de orígenes. La resolución simbólica de Onetti será desdoblarse
(como Ducasse) en personajes que irán fundando una ciudad, Santa María, que estará "a caballo" entre Montevideo y la campaña y "a caballo" entre ciudad y pueblo. Los poetas "negros y ciclónicos" del siglo XX son inseparables de esta nostalgia, producto de la retracción del cuerpo gaucho que nunca fue blanco certero de la épica.

El Uruguay moderno se vertebró sin su elogio monumental del payador. En la criollística, según Angel Rama (Los gauchipolíticos), se estetizó la gauchesca, desposeyéndola del primigenio empaque desafiante: lo que se articula es un remedo del Martín Fierro o del Santos Vega. Tal vez sea este carácter meramente imitativo lo que llevó a Luis Piñeyro del Campo a precipitar la muerte del pastor a manos de la modernización capitalista y saladeril, con su poema de1891 "El último gaucho"; en verdad, pareciera que se trataba, por sobre todo, de asordinar la vieja provocación que todavía se sentía como amenazante. Sin entierro digno y dada la fuerza de la sintaxis original, la gauchesca tendrá una vida residual que será todavía recuperada en poesía, entre otros, por Juan Cunha o, en tiempos de revuelta, por una Idea Vilariño que no le escapará al "cielito".

Una vez escindido de la otra banda, y reconvertido también el margen que separa a Montevideo del resto del territorio, en este siglo el espacio aparecerá como el desierto de Quiroga, o como las inmensas llanuras que Supervielle narra y recuerda. La escritura metropolitana queda, de este modo, vaciada del cuerpo oral que la retroalimentaba, y también deberá inventarse, interminablemente, sus orígenes. A este respecto cabe recordar que, no por casualidad, será Herrera y Reissig quien haya de ocupar, en poesía, el lugar de texto fundacional. Si tuvo que morir un pastor para que comenzara la historia, fue Herrera el primero en abrir literariamente este siglo en un poema simbólico de 1907. El poema, que gira obsesivamente alrededor de una carreta (es decir, de la locomoción que está siendo suplantada por el ferrocarril, de la cultura pastoril que está siendo disciplinada por los rieles de la alfabetización), se titula, emblemáticamente, "La muerte del pastor".
 

(sigue)



* Publicado originalmente en Orientales: Uruguay a través de su poesía (Montevideo: Graffiti, 1996)

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