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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 




ESCRITURA - LECTURA - LIBRO -

El libro que falta*

Amir Hamed
En el itinerario de la reiteración y la tautología, en general, han incurrido, desde la edad del papiro, los que han pontificado el deber ser de la escritura. O se debería cantar la plenitud de la Ciudad, o de Dios, o alertar sobre las simas del pecado, o dar imperioso anuncio de la Revolución

La biblioteca del mundo es edificio tan vasto y poblado que difícilmente un individuo pueda, después de varias encarnaciones, leer siquiera la mitad de uno de sus anaqueles. Para qué escribir, se plantea más de uno, si ya todo, en algún ángulo de ese aleph, debe haber sido escrito y reescrito varias veces.

Cuando de escribir se trata, la lectura nos provee dos alimentos. En un punto, dirige (formatea) eso informe que todavía no sabemos qué es y quisiéramos amonedar en un texto; por el otro lado, nos avisa que estaríamos a punto de descubrir la pólvora, por ejemplo, si se nos ocurriese acuñar la historia de un arponero tullido que acosa vengativo, en cada ola del Pacífico, a un cetáceo apabullante por dimensiones y blancura; o si tecleásemos el drama de un universitario luctuoso y discapacitado para la acción a quien, de vuelta a casa, se le presenta de improviso la sombra del progenitor para notificarlo de que es no sólo está muerto sino además asesinado y que, en calidad de tal, exige inmediata venganza.

Por supuesto, la reiteración tópica y temática se vuelve interdicción en tiempos de patentes y derechos de autor, ya que anteriormente era hasta recomendable escribir invariablemente lo mismo. En este sentido, quien desee como Pierre Menard reiterar con puntos, comas y semivírgolas lo que otro -ese que dio forma a su deseo- ya ha estampado, puede escudarse en esa distancia irónica entre lo suyo y aquello del predecesor.

En el itinerario de la reiteración y la tautología, en general, han incurrido, desde la edad del papiro, los que han pontificado el deber ser de la escritura. O se debería cantar la plenitud de la Ciudad, o de Dios, o alertar sobre las simas del pecado, o dar imperioso anuncio de la Revolución, o denunciar sin más lo que en general ya se ha denunciado -pero que sería imprescindible recordar. La última variante, heredada de la televisión, que es por sobre todo un engranaje de reafirmaciones, la hacen los dictadores -editoriales- que imponen el deber de escribir lo que la gente supuestamente quiere leer. Suelen ampararse para este pontificado, en una figura fantasmagórica y exigente llamada “lector medio”, a la que nadie ha tenido el placer de conocer ni dónde media.

Con este imperativo, convencen a algunos escribas y, más aún, a aquellas y aquellos que tienen voluntad de leer (aunque no sepan para qué lo hacen) de que existe una tecnología llamada “lectura media”, falacia descomunal, siendo la lectura una práctica individual, diferencial, incluso íntima. Y es precisamente ese rasgo diferencial el que nos empuja, más que ningún otro, a escribir. Porque la meta, cuando escribimos, es producir aquello que nos gustaría leer (haya sido escrito ya, o no lo haya sido). Más aún, escribimos porque nos urge leer algo que nadie, todavía, nos ha dado.

* Publicado originalmente en Insomnia

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