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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ESCRITURA - ESCRITURA DE LA INTIMIDAD SEXUAL - CULTURA - OBSCENO - SEXO - DESEO - RELACIONES SEXUALES - SEXUALIDAD - EROTISMO - ERÓTICA - PORNOGRAFÍA - LITERATURA - LITERATURA ERÓTICA - PALABRA - CUERPO - ONETTI, JUAN CARLOS - EL INFIERNO TAN TEMIDO - FOTOGRAFÍA - IMAGINACIÓN - LECTURA - DESNUDEZ - LEZAMA LIMA, JOSÉ - PARADISO - HOMOSEXUALIDAD - HOMOSEXUALIDAD, DEMONIO DE LA - METÁFORA - METAFORIZACIÓN ERUDITA - POLICÍA DE COSTUMBRES - CORTÁZAR, JULIO - EL LIBRO DE MANUEL - POLÍTICA Y SEXUALIDAD - REVOLUCIÓN SEXUAL - HONESTIDAD INTELECTUAL - HIPOCRESÍA - CENSURA - PACATERÍA - LIBERTAD DE EXPRESIÓN - FEMENINO - MASCULINO - PLACER -


Estrategias de la escritura de la intimidad*

Ercole Lissardi
Nosotros, desde nuestra postmodernidad, o modernidad fluida o líquida, como se la quiera llamar desde nuestro subcapitalismo periférico y harapiento en el que, siguiendo el modelo metropolitano, el Estado -al menos en el ámbito de la cultura- prefiere "ghettizar" antes que reprimir, y deja la censura de las costumbres, el dictado de los gustos y las morales en manos de las grandes corporaciones, que son las que aseguran la gran circulación de lo que se les ocurre o les conviene que sea el arte y el pensamiento;
nosotros, para quienes la palabra esperanza es ya casi una mala palabra, y sin duda algo mucho menos vigente y actuante que en aquellos lejanos sesentas

En los ya lejanos tiempos en el que el imán de la palabra escrita empezaba a polarizar mi atención de adolescente -con muy lejanas consecuencias, puesto que cuando decidí intentar ser un escritor ya había cumplido los cuarenta- en esos lejanos tiempos, decía, encontré que había dos tipos de textos muy diferentes que daban cuenta de los arcanos de la intimidad amorosa. Por un lado estaban los productos -de venta clandestina- de la paleolítica industria pornográfica de la época. Como literatura eran claramente más malos que la peor de las novelas policiales que consumía ávidamente en la misma época. Por otro lado estaba la literatura seria que, en términos generales y desde el punto de vista que me interesaba, era seria precisamente porque sabía muy bien dónde poner los puntos suspensivos y cuáles eran las palabras que ninguna tinta decente imprimiría.

Afortunadamente no tardé en descubrir que, entre la hipocresía de las censuras y la estupidez de la pornografía, existía una angosta vía, para transitar en la cual no faltaban los escritores dotados de honestidad y de talento. En lo que sigue quisiera recordar a tres autores, y en particular a tres de sus textos, que para mí significaron la apertura de lo posible en un terreno que por entonces sólo muy vagamente sabía que algún día habría de transitar.

El infierno tan temido


Los textos a que voy a referirme en orden cronológico vieron la luz entre 1962 y 1973. El primero de ellos es El infierno tan temido, de Juan Carlos Onetti. Permítanme el atrevimiento de decir que desde el ángulo que me interesa -el de la escritura de la intimidad sexual y sus estrategias- y desde el punto de vista del diccionario -para decirlo de alguna manera- Onetti pertenece a un tiempo que ya no es el nuestro. Pertenece a aquel tiempo en el que la Policía de Costumbres aún velaba celosamente por la pureza moral de los textos, buscando ahorrarle al ciudadano decente temas y términos tenidos por inconvenientes. Un tiempo cuyos orígenes -como sabemos gracias a los estudios, entre otros, de Norbert Elías- se remontan al Renacimiento cuando Montaigne aún podía escribir con sorpresa: "Hemos enseñado a las damas a enrojecer con sólo oír nombrar aquello que en modo alguno temen hacer. No osamos llamar a nuestros miembros por su nombre, y sin embargo no tememos emplearlos para toda suerte de libertinajes. Prohíbenos la ceremonia expresar con palabras las cosas lícitas y naturales, y la obedecemos; prohíbenos la razón hacer las ilícitas y malas, y nadie la obedece.".

El infierno tan temido es una respuesta ingeniosa y malévola a ese estado de cosas que condicionó la práctica de la escritura durante siglos y que llegó a ser interiorizado a tal punto que terminó por ser tenido por natural, o, por lo menos, por razonable.

El desafío que se plantea Onetti en este texto consiste en ir más allá de lo permitido pero sin romper las reglas del juego. Y lo logra dando un uso calculador y taimado, como veremos, al recurso estilístico que normalmente aseguraba la respetabilidad de un texto: la elipsis, que dejaba "lo que sigue" librado a la imaginación del lector. En efecto: como recordarán el elemento central del relato son las fotos obscenas que Gracia le envía a Risso. Onetti, que en el resto del relato, como es su manera, es morosamente minucioso, no nos describe el contenido de esas fotos, pero no haciéndolo nos obliga -precisamente porque son el elemento central del relato sin el cual no se comprenden las reacciones de Risso, que son el contenido del relato- nos obliga, decía, a imaginarlas muy concretamente, nos guste o no, so pena de que si no lo hacemos el relato sencillamente no funciona.

O sea: no es que nos invite a llenar los lapsus represivos -como era la práctica habitual- con algún estereotipo más o menos "sexoso": nos obliga a recalentar nuestra imaginación obscena so pena de que lo que nos cuenta simplemente no tenga sentido. Es más: nos obliga a producir una verdadera escalada de obscenidades para que tenga sentido la escalada de reacciones de Risso ante cada nueva fotografía -reacciones estas que sí nos son detalladas minuciosamente.

Nos deja pues librados a lo que, identificándonos inevitablemente con Gracia, seamos capaces de imaginar como puesta en imagen de lo obsceno. Apenas -calculador y taimado, como decíamos- le da una mano a nuestra imaginación suministrando pinceladas ínfimas, marginales, casi subliminales, apenas lo imprescindible para gatillar nuestra imaginación.

Pero ¿a qué remiten esos ínfimos indicios que nos da para que imaginemos el contenido de las fotos que Gracia se saca teniendo sexo con sus amantes ocasionales? La visión impía de las miserias de la desnudez, la luz plana e implacable de los flashes, los encuadres azarosos remiten sin duda, como único modelo icónico disponible, a las fotografías amateurs, torpes y crudas que producía el protonegocio pornográfico de la época. Ojeen ustedes el capítulo dedicado a los cincuentas de la Colección Rotenberg de fotografía obscena, que editó Taschen hace un par de años, y tendrán una idea bastante precisa de lo que el texto de Onetti pretendía de la imaginación de su lector.

En resumen: si no cumplimos con esa tarea que se nos deja a nosotros de saturar de obscenidad el acto de lectura entonces El infierno tan temido simplemente no funciona, es letra muerta. El corazón del texto lo ponemos nosotros o el acto de comunicación artística no tiene lugar.

De más está subrayar la conexión entre esta erótica de la obscenidad, más virtual que objetivada en el texto, construida con la complicidad activa del lector, y la dialéctica entre inocencia y corrupción que recorre la totalidad de la obra de Onetti, El infierno tan temido incluido, por supuesto.

Primera estrategia, entonces, de la escritura de la intimidad: elidir, sí, como quiere la censura, pero obligar a imaginar de manera tan concreta que sea esa concreción misma la que haga funcionar al texto.

Paradiso


El segundo texto al que voy a interrogar es el famoso capitulo VIII de Paradiso, de José Lezama Lima. La edición crítica de Paradiso de la colección Archivos de la Unesco nos dice, y probablemente no se equivoca, que este capítulo fue decisivo para la popularidad de la novela. También aporta papeles privados que muestran la satisfacción de Lezama ante la opinión de Julio Ramón Ribeyro en el sentido de que esas "son las más hermosas y audaces páginas de erótica en español moderno".

Paradiso fue publicado en 1966. Para entonces el régimen liderado por Fidel Castro ya había definido sus prioridades, y en el frente literario la erótica -para decirlo con moderación- no era prioridad, mucho menos si incurría en el delito de abrirle la puerta al demonio de la homosexualidad.

En realidad el capítulo VIII es un breve paréntesis -una veintena de páginas justo en medio del libro-, paréntesis que, aparentemente, nos aleja de la línea central del relato que es el acceso a la imago, a la imagen poética, de su protagonista, José Cemí. En su primera mitad ese capítulo nos aporta las aventuras sexuales del estudiante Farraluque, personaje que sólo en este capítulo comparece.

Castigado por exhibir su genitalia durante los recreos, en los tres fines de semana en que, sin asueto, deberá permanecer en el recinto del internado, Farraluque conocerá ordenadamente, en progresión didáctica, digamos, los arcanos de la sexualidad hetero y homosexual. Lejos de las astucias onettianas de la elipsis Lezama cuenta todo y detalladamente. Esta pequeña pieza solapada en el corazón del gran libro es una verdadera joya del humor pícaro, hecha, paradojalmente, a la vez de frescura y de metaforización erudita.

Precisamente, junto con el solapamiento del capítulo erótico, esa metaforización erudita -manera lezamiana por antonomasia- es la otra clave de la estrategia que adopta para acercarnos la plenitud de su imaginación erótica. Ejemplifico este recurso con unas líneas:
Ese encuentro amoroso -detalla Lezama- recordaba la incorporación de una serpiente muerta por la vencedora silbante. Anillo tras anillo, la otra extensa teoría fláccida iba penetrando en el cuerpo de la serpiente vencedora, en aquellos monstruosos organismos que aún recordaban la indistinción de los comienzos del terciario, donde la digestión y la reproducción formaban una sola función. La relajación del túnel a recorrer demostraba en la españolita que eran frecuentes en su gruta las llegadas de la serpiente marina.

Las mismas estrategias de escritura se extienden a la segunda mitad del capítulo VIII, donde Fronesis cuenta a Cemí cómo quedó tuerto Godofredo el Diablo como consecuencia de denunciar las extrañas prácticas concupiscentes del Padre Eufrasio. En la descripción de estas prácticas Lezama alcanzará una de las ejemplificaciones más claras del eje teórico de su erótica, o sea
(en sus mismas palabras): cómo lograr en el encuentro amoroso la lejanía del otro cuerpo. Esta dilucidación del núcleo teórico de la erótica lezamiana de la lejanía nos permitirá, retrospectivamente, releer los momentos amorosos de Farraluque como variaciones del mismo vector erótico. Más aún -en la medida en que seamos capaces de comprender a la erótica como la clave secreta de toda escritura- nos exigirá releer el conjunto de la novela desde este punto de inflexión que significa la explicitación de los arcanos de su erótica. Con lo cual habremos comprendido la motivación secreta de este a la vez solapado y escandaloso capítulo VIII, y habremos comprendido la necesidad de ser tan exhaustivamente explícito en lo sexual como le fuera posible.

En resumen: solapamiento y metaforización erudita son, entonces, las claves de la estrategia lezamiana de la escritura de la intimidad. Imaginemos la perplejidad de Policía de Costumbres culturales del régimen surcando en busca de las malditas veinte páginas el intrincado océano que es Paradiso. Imaginémoslos luego tratando de descifrar las laboriosidades gongorinas que, según los entendidos, camuflarían peligrosísimas desviaciones contrarrevolucionarias. Ímproba tarea. De todas maneras -como lo demuestra la correspondencia de Lezama con Rodríguez Feo -editada por Era en México- al ajustarse los criterios de permisividad literaria en la isla, Lezama terminó por pagar caros sus gestos culteranamente libertarios.

El libro de Manuel


El tercer texto al que quisiera referirme es la novela El libro de Manuel, de Julio Cortázar. Las dos líneas que se entrelazan en el texto -política y sexualidad- responden a intereses ineludibles para su condición de sudamericano en París al principio de los setentas: la escalada revolucionaria y la contraescalada represiva que vivía el Cono Sur, y la Revolución Sexual que conmovió hasta los cimientos a la cultura del Primer Mundo durante los sesentas.

Yendo a lo que nos interesa -su escritura de la intimidad- lo primero a notar es el carácter confesional explícito que la anima. El terremoto cultural que la Revolución Sexual significó lo llevó a replantearse su manera de tratar en su obra la sexualidad, no sólo en cuanto a respetar la variedad inherente a lo sexual como elemento ineludiblemente constituyente de la psicología de sus personajes, sino también en cuanto a la necesidad de eliminar cualquier censura en el nivel de vocabulario.

Con una honestidad que en aquel entonces nos podía sonar como una verdadera arenga y que hoy no nos resulta más que conmovedora, Cortázar da cuenta en el texto mismo de la novela de la lucha consigo mismo que tuvo que encarar para ser capaz de utilizar las palabras cotidianas del universo de lo sexual. Nos detalla los sentimientos de vergüenza, miedo al rechazo y hasta de náusea, que literalmente hacían que al incurrir en transgresión a los códigos de la decencia literaria, se le cayera de entre los dedos la birome. "Les tengo una envidia bárbara" nos dice "a los erotólogos aprobados por el establishment cultural, los que tienen piedra libre, como el viejo Miller o el viejo Genet, esos que dieron el empujón y ganaron la puerta de la calle y ya nadie puede atajar, aunque los prohíban en un montón de países".

Como quiera que sea, Cortázar en El libro de Manuel nos deja todo un rosario de incursiones en el territorio duro de la intimidad sexual: desde una valoración positiva de la eventual experiencia homosexual, a un elogio encendido de la masturbación, a una exploración del rol secreto de las fantasías más escabrosas en el contexto de la sexualidad conyugal, al intento de cernir las elusivas sutilezas del deseo aparentemente utópico de una relación triangular, a una discusión estética del vocabulario cotidiano de lo sexual, a una descripción del universo ideológico y simbólico que gira en torno al deseo y al rechazo de la analidad. El conjunto de los tópicos que recorre y el ángulo preciso desde el cual da cuenta de ellos en este texto que funciona dentro de su obra como un verdadero turning point en la materia constituye de hecho el corpus de una erótica cortazariana a la luz de la cual debiera de revisarse el conjunto de su obra.

Cierto es que si bien Cortázar en esta novela presenta todos estos temas, si bien los verbaliza, sólo hay una escena de intimidad sexual plenamente desarrollada: la escena en que Andrés, el narrador, fuerza a Francine, su amante pequeño-burguesa, al coito por la vía angosta, a la que ella se negara a lo largo de la relación. Lejos del solapamiento y la marginalidad del capítulo VIII de Paradiso esta es una escena clave en la estructura narrativa de El libro de Manuel, ya que marca el punto de inflexión en el que las líneas paralelas de sexo y política terminan por anudarse. La estrategia de construcción de la escena, lejos de las astucias de la elipsis onettiana y de los excesos metafóricos de Lezama, se basa en la voluntad de exhaustividad.

En efecto, aquí asistimos al desmontaje de los argumentos ideológicos que sustentan el rechazo de Francine, asistimos así mismo a la disección de las actitudes sicológicas de Francine, que pasa de la cerrada resistencia, al descubrimiento del placer y a la velada aquiescencia, y asistimos finalmente a las peculiaridades técnicas de este tipo de navegación en condiciones de mar gruesa y de borrasca.

En resumen: cuando Cortázar encara por primera vez la escritura de la intimidad sexual los tiempos han cambiado. No es el de El libro de Manuel un contexto de pudor exacerbado y de represión -como el que padecían las escrituras de El infierno tan temido y Paradiso- sino que es un contexto de creciente liberalidad expresiva que desembocaría en breve en la eliminación de las restricciones y censuras que caracterizan a los tiempos que desde entonces vivimos. La respuesta de Cortázar es -venciendo las reticencias y vergüenzas de las que deja expresa constancia- la de asumir a fondo las nuevas condiciones de escritura de la intimidad entronizando como eje de su relato un momento de intenso erotismo y tratándolo con la exhaustividad que se merece.

Conclusiones


Retornar, y en plan reflexivo, a estos textos que hace mucho tiempo y por la vía de la sensibilidad me señalaron el camino hacia una escritura de la intimidad depurada de hipocresías y cinismos -al margen de que efectivamente la haya alcanzado o no en mis libros- me abre a dos órdenes de reflexiones.
En primer lugar, y desde mi perfecta ignorancia respecto de los arquetipos femeninos que subyacen a mi propia escritura -ignorancia que quiero creer está en la base de mi fertilidad literaria-, constato las diversísimas versiones de lo femenino presentes en los textos de referencia.

En Onetti es la idealización machista de la pureza femenina y, por consiguiente, de la relación intersexual lo que, al estallar la hipocresía de esa idealización, convierte al personaje femenino en un ángel exterminador perfectamente implacable. En Lezama el cuerpo femenino es perfectamente equivalente respecto del masculino como objeto de deseo: lo que realmente cuenta para la pulsión es la capacidad del deseante de lograr en el encuentro amoroso la lejanía del otro cuerpo. En Cortázar asistimos a la confrontación de dos arquetipos femeninos que son en realidad supragenéricos: la ausencia de encuadres, la espontaneidad dispuesta a seguir los impulsos auténticos se enfrenta a la rigidez temerosa frente a los tabúes que dependen en última instancia a ideologías de clase social o, más profundamente, a las limitaciones mentales que fundamentan y legitiman una civilización.

Este retornar reflexivo me abre, en segundo lugar a reflexionar sobre la diferencia entre aquella década tan peculiar -tan sanamente preñada de utopía y de esperanza- en la que vivieron y produjeron esos autores, y los tiempos que nosotros padecemos. Entre su presente -su increado creador, como decía Lezama- y el nuestro.

Estos tres maestros de la literatura latinoamericana, en su plena madurez experimentaron la necesidad de plasmar en su obra los términos de su erótica personal y privada. Juzgaron que su obra no estaba completa si no aportaban también su clave erótica. Por consiguiente instrumentaron las estrategias de escritura que les parecieron posibles para ese fin en el contexto preciso de libertad de expresión que les tocó vivir.
En el Montevideo eternamente aldeano y pudibundo, pero también secretamente hipócrita y corrupto, de principios de los años sesenta Onetti inventó una manera de obligar al lector -su semejante, su hermano- a poner en juego, completando el texto desde la lectura, lo más inconfesable de su imaginario.

En la atmósfera cultural puritana de la Cuba revolucionaria esa erupción fascinante e incontenible de lucidez, humor, erudición y desborde idiomático que se llamó José Lezama Lima fue capaz de torcerle el brazo a la estupidez burocrática.

En el París que todavía vibraba con la explosión libertaria de Mayo del 68 Cortázar consideró pertinente recordarle a una Latinoamérica en plena escalada revolucionaria que, de última, no iba a ninguna parte una revolución que no subvirtiera también el universo insoslayable de la dimensión erótica de la experiencia humana.

Nosotros, desde nuestra postmodernidad, o modernidad fluida o líquida, como se la quiera llamar desde nuestro subcapitalismo periférico y harapiento en el que, siguiendo el modelo metropolitano, el Estado -al menos en el ámbito de la cultura- prefiere "ghettizar" antes que reprimir, y deja la censura de las costumbres, el dictado de los gustos y las morales en manos de las grandes corporaciones, que son las que aseguran la gran circulación de lo que se les ocurre o les conviene que sea el arte y el pensamiento;
nosotros, para quienes la palabra esperanza es ya casi una mala palabra, y sin duda algo mucho menos vigente y actuante que en aquellos lejanos sesentas, a punto tal que es no sin timidez y casi por puro protocolo que nos atrevemos a proponer que otro mundo es posible, nosotros estamos en condiciones de comprender la naturaleza de los cambios y las continuidades habidos en el lapso histórico transcurrido, y estamos por consiguiente en condiciones de apreciar retrospectivamente en su justo valor las estrategias, astucias, solapamientos y audacias a que recurrieron estos grandes maestros para entregarnos los repliegues más íntimos de su visión de la intimidad, y de apreciarlos en tanto hazañas del impulso más profundo y duradero de la humanidad, el de la lucha por la verdad y la libertad de expresión como componentes inalienables de la condición humana.

*Publicado en Relaciones, nº 236-7, ene-feb. 2004.

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