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ISSN 1688-1672

 



HÉROES - RESTAURACIÓN - ONETTI, JUAN CARLOS - VERANO - EL POZO -

Abolición mítica del verano*

Gustavo Espinosa
No es el verano liberador o resistente, salsa o merengue marxista; tampoco el verano tecno y fastuoso en el que militan Pancho Dotto y el Ministerio de Turismo. Se trata del verano subdesarrollado, como invasión palúdica de pobre, modorra y miseria, poblado de indios y narcotraficantes

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En 1939, coetáneo de Superman, nació otro héroe prototípico y fundador. Eladio Linacero. Bisnieto periférico de outsiders románticos, pariente pobre de antihéroes sartreanos, este personaje surge en una pieza de conventillo, en medio del verano: "...aburrido de estar tirado desde mediodía, soplando el maldito calor que junta el techo y que ahora, siempre en las tardes, derrama dentro de la pieza".

Linacero, jorobado moral, destituído de todo entorno
gótico, más que marginado aparece rodeado.

El tugurio donde se recluye es un castillo o su catedral. Y es metonimia degradada de la
ciudad sitiada -como por la barbarie o la peste- por el verano, morbo tropical que corroe la escritura ("diarios tostados por el sol, viejos de meses clavados en la ventana en lugar de los vidrios"), que fuerza la exhibición obscena de ciertas trastiendas ominosas, que sobreexpone al cuerpo o lo que hay en él de materialidad gratuita o residual: "Caminaba con las manos atrás oyendo golpear las zapatillas en las baldosas, oliéndome alternativamente cada una de las axilas(...) estaban como siempre la mujer gorda lavando en la pileta, rezongando sobre la vida y el almacenero(...) el chico andaba en cuatro patas con las manos y el hocico embarrados".

Como cualquier sitiado, Linacero se refugia en la
escritura: "Encontré un lápiz y un montón de proclamas debajo de la cama de Lázaro y ahora se me importa poco de todo, de la mugre, del calor y los infelices del patio". El héroe hace escritura encima de la escritura y la función de su palimpsesto es abolir el verano y fundar una ciudad. Fundarla sobre la crisis o las ruinas de otras ciudades efímeras: monumentos desmesurados del museo rodoniano, cosas enormes y nuevas rápidamente convertidas en despojos palenteológicos de una era que había incubado artificiosamente frutos y criaturas hipertrofiados (emblema el Palacio Salvo).

Sobre esas demoliciones y sobre la chatarra de alegres voiturettes y potentes troleys importados del futurismo, se emprende la tarea civilizadora de una generación que emergió de El pozo y que realiza, entre otras negaciones la del verano. En su batalla contra "el floripondio como se decía entonces"
(Angel Rama) o contra los "plumíferos frondosos" (J. C. Onetti), tropos que connotan un verano malsano, un trópico infeccioso, aquellos letrados llevaron a cabo una exitosísima maniobra de iconización, hicieron verosímil la imagen de una cultura -impulso y freno- que huye de los extremos instituyendo el perpetuo otoño urbano de la mesocracia que coloniza los treinta y tres gauchos floridos que quedaban, que usa el gris como metáfora cromática:

"Cabe apuntar, geográficamente, que tenemos playas y vientos, pero no tormentas de arena, ni terremotos, ni cocodrilos, ni osos polares, ni termitas ni otros zoologismos que se dan en zonas subconscientes de la tierra. Aquí no afloran pesadillas; pueden funcionar, eso sí, cinco cines, veinte teatros, treinta y dos radios y cuatro canales de TV (...). Aquí estamos a 35 grados, a medio crecer entre el Ecuador y el Polo, en aguas tibias y entredulces" (Carlos Maggi)

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Fuera de la ciudad lúcida y otoñal, desde "zonas subconscientes de la tierra" -trópicos no tan tristes- el verano descolonizaba las ciudades. Lo real maravilloso traslada a Europa y a las frías universidades norteamericanas sus decorados y
espectáculos selváticos; por otro lado José Lezama Lima detona el neobarroco, big bang de la escritura, aun en expansión, cuyos bordes parecen haberse extendido hasta aquí (R. Echavarren, E. Espina).

1959 le puso guayabera a C. Marx y transformó la revolución en una especie de mambo catastrófico y alegre. Y así, mediante voluptuosas estrategias de invasión y ocupación (pero también a través de frías operaciones antropológicas de academia o de marketing) el verano vuelve a sitiar a los correctos descendientes de Eladio Linacero.
Tal vez esa situación de sitio haya contribuído a generar nuestro homme de lettres más veraniego: Eduardo Galeano
(1), que tacha su neblinoso apellido anglosajón, que luego pinta él mismo su casa, para que se recorte -polícroma e indígena- en el gris del barrio.

Hubo también otras filtraciones calientes: durante la pasada dictadura de
Uruguay (largo invierno) la resistencia pretendió recalentar el ambiente con una recuperación clandestina del verano; el candombe colorinche y afro se consagró como la fanfarria de la oposición; los militantes universitarios - aprovechando la coyuntura cambiaria y cierta tolerancia o apertura que llegó antes al Brasil- peregrinaban hacia allá, como en otros tiempos los intelectuales alemanes iban a Italia, buscando el mediodía dionisíaco y mulato de la democracia: revistas Veija que denunciaban la dictadura uruguaya y discos de Raimundo Fagner. Cinemateca organizaba ciclos de cinema novo y epígonos, elogiando la pobreza de los medios, la referencia al mestizaje cultural y la utilización de actores no profesionales, mediante el adjetivo "vital".

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Pero 1985 trajo lo que La República de Platón, ha descrito como Restauración y que ahora insiste como tardomodernidad. J. M. Sanguinetti montó una solemne epopeya recivilizadora que poco a poco fue enfriando el frenesí de la resistencia.

A esta altura, Eladio Linacero o su clone
J. C. Onetti continuaba recluído. Había cambiado la pieza de conventillo por un apartamento madrileño y acaso desde allí percibió que la ceremonia de refundación de la ciudad era puesta en escena después que el teatro había sido incendiado: algo así como el aviso televisivo de Tang donde una famIlia victoriana boya en altamar a bordo de una balsa precaria, pero mantiene, aun bajo el solazo aplastante y en medio del naufragio, la gravedad empacada y autoritaria, la división jerárquica del espacio separando señores de la servidumbre, la solemnidad ridícula de las ropas pesadas y oscuras.

Entonces
(Dejemos hablar al viento, Cuando ya no importe) el verano, contra el cual el héroe encastillado en su cotorro había resistido tantos años, entra en la ciudad.
No es el verano liberador o resistente, salsa o merengue marxista; tampoco el verano tecno y fastuoso en el que militan Pancho Dotto y el Ministerio de Turismo. Se trata del verano subdesarrollado, como invasión palúdica de pobre, modorra y miseria, poblado de indios y narcotraficantes: "Como si en Santa María hubiera ocurrido un terremoto y estuviera por allá por Ecuador, Paraguay o Bolivia (...) queda un distinto clima, la pobreza"
(J.C. Onetti).

J.C. Onetti murió sin ver la nieve artificial cayendo cada hora exacta sobre el gigantesco abeto implantado en la cárcel transformada en shopping.

Nota:
(
1) J.J. Sevrelli, amigo de J. M. Sanguinetti y, al igual que éste, vindicador del sueño sureño de la modernidad asediada, no deja de percibir a E. Galeano como escritor tropical, denunciándolo -por lo tanto- como simulacro: "La literatura más representativa de los uruguayos no está dada por la magia tropical de Galeano sino por la sobriedad y la atmósfera urbana de las narraciones de J.C. Onetti". (El asedio de la modernidad).

*Publicado originalmente en La República de Platón Nº 63

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