Ya es tiempo de que los
lectores comencemos a despegar
el concepto "literatura" del concepto "libro";
me refiero a los lectores amantes de la literatura, o sea a esos
doscientos o trescientos uruguayos que tarde o temprano terminan
por conocerse personalmente, y que además de leer también
escriben a veces, y a veces hasta publican.
El libro ha sido, y
es, un soporte maravilloso
para la literatura. Desde el punto de vista práctico
no le cabe ninguna objeción y casi no puedo pensar en
leer sin pensar en un libro (incluso,
tal como comentábamos con una amiga, casi no podemos pensar
en comer, sin pensar en un libro; pero eso ya entra en
el terreno de ciertas patologías). Y sin embargo, parecería que
a este espléndido y prolongado matrimonio literatura +
libro le ha llegado, como a todo matrimonio, la hora de los cuestionamientos.
La culpa, como siempre, la tienen los hacedores de dinero.
Las editoriales y los
literatos estuvieron desde un primer momento relacionados por
ese sencillo y universal esquema amo-esclavo. Ejemplos no faltan,
sin llegar a casos extremos como el de Emilio
Salgari, y sin necesidad de ejemplos todo el mundo está
acostumbrado a asociar al talento con la miseria o la pobreza,
y a los editores con tipos bien vestidos y dueños de automóviles,
yates y edificios.
Esto no implica necesariamente,
aunque a menudo sucede, que los editores arruinen la vida de
los literatos; la relación causa-efecto es mucho más
compleja. Y a la larga podría decirse que sí, que
los editores arruinan la vida de los literatos, pero este "a
la larga" implica una serie de consideraciones sociológicas
que no soy el más indicado para desarrollar.
Quiero decir, para
hacerlo simple, que la Editorial X que edita al literato Y puede
mantener una buena relación con el literato Y, y no robarle
ni engañarlo ni estafarlo ni quedarse con el dinero que
legítimamente le corresponde a Y, pero que, sin embargo,
la existencia de la Editorial X sumada a la existencia de las
editoriales X1, X2, (...) y Xn da como resultado una concepción
del libro y una concepción del literato que son funestas
para el literato, y a la larga para todo el mundo.
*
Cometo un error al
hablar de literatos en general; las cosas se ven más claramente,
me parece, si hablamos de escritores
aficionados y escritores profesionales. Son los dos grandes
caminos que puede elegir quien se dedica a las letras; caminos
que puede elegir, o quizás caminos que lo eligen a él,
ya que, a pesar de la creencia popular, pocas cosas de la vida
están determinadas por la voluntad.
El escritor puede vivir de la literatura, o vivir de otra cosa.
Desde el momento en que elige o es elegido por la primera opción,
es poco probable que el aficionado, si lo era, siga siendo aficionado;
lo más probable es que pase a ser un profesional y se
quede en eso. Sin embargo a veces ambas categorías pueden
coexistir en una misma persona y, a pesar de ello, podría
decirse que el escritor aficionado y el profesional viven en
mundos muy distintos, como es distinto el mundo para el hombre
que escribe, mientras está escribiendo, y para ese mismo
hombre, cuando llega el momento de vender, o de dar a conocer
el fruto de su trabajo.
Pero se me acaba el
espacio, y ni siquiera empecé a desarrollar el tema...
A manera de ejercicio, que el lector intente separar la idea
de literatura de la idea de libro; al menos, comprender que son
dos cosas distintas. Decimos: "voy a leer un libro";
habría que empezar por decir, o pensar: "voy a leer
un texto".
* Publicado
originalmente en Insomnia, Nº 103
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