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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ESCRITURA - PORNOGRAFÍA - PORNÉ - PERVERSO/INOCENTE - IMAGEN - EROTISMO

No de porno*

Amir Hamed
Curiosamente, aquello que es perverso, que debe vencer una barrera, es lo que llamamos erótico (que es lo que amparamos institucionalmente). Y lo inocente, la pornografía, queda clandestino y censurado


Zoofilia, lesbianas, incesto, watersports, gay village, embarazadas, fisting, varones bajitos que la tienen enorme, S&M bondage, lo que usted estaba buscando. Con la explosión de pornografía en internet hemos llegado, por fin, al reino de los niños. La pantalla se ha convertido en el ojo de la cerradura, justo a nuestra altura, y todo se ofrece al ojo sin restricciones: hemos llegado a la galaxia de lo no narrado.

Las distinciones hasta ahora entre qué es erótico y qué pornográfico suelen ser ociosas. En lo primero se ha tratado de reivindicar al arte, relegando lo segundo al mal gusto, al tráfico, y todo lo que ya sabemos. A fin de cuentas, es de la vieja porné, o prostituta, que deriva esa grafía babilónica. Sin embargo, a las rameras, cuando aún sabían ser paganas, se las consideraba sagradas, y se debe por tanto inferir que algo de lo sacro debe retener la galaxia porno.

Adelantémonos a decir que, casi con seguridad, retiene los hollejos del paraíso sin pecado.
No hay tabú en la pornografía: apenas cuerpo y excrecencias; el redescubrimiento de la anatomía y la fisiología, contorsiones y límites, la carne empujando a la osamenta. El niño usted, el niño yo, fisgonea el cuarto donde papá y mamá, aplastándose y resoplando, nos trajeron a la historia. El cuarto del edén, de la prehistoria.

Dicho de otro modo: como es espectáculo sin tabú, no hay necesidad de historia. El cuerpo sólo obedece a sus llamados y no requiere como coartada de narración más pretenciosa que el infantil juego de los doctores -o que la de los apareamientos de un documental de la National Geographic. No hay veda, ni siquiera espacio para la seducción (dos elementos que comparecen en la narración llamada "erótica"). No existe -dígase llanamente- la palabra No.

Curiosamente, aquello que es perverso, que debe vencer una barrera, es lo que llamamos erótico (que es lo que amparamos institucionalmente). Y lo inocente, la pornografía, queda clandestino y censurado. Lo que se sigue no deja de resultar llamativo. En primer lugar, la institucionalización del arte es la de una perversión; la interdicción del porno lo es de la pureza. Luego, al ser básicamente una imagen, el porno, como la infancia, es amoral; al ser respuesta a una narrativa, a una escritura, a un guión, lo otro -lo no pornográfico- retiene una sedicencia (dígase así: la imagen es plácida y afirmativa, la riqueza de la escritura es su rebeldía, su afán de avanzar transgrediendo).

También: la única narración que puede conllevar el porno es escolar: muerda aquí, baje por acá, póngase más allá
(manual de autoayuda); lo erótico es un mandato a seducir y desear lo prohibido (generalmente en el coto del prójimo).

Pequeño apunte arqueológico. Walter Kendrick ha recontado cómo el descubrimiento de la vida diaria de los romanos a partir de las ruinas de Pompeya dio nacimiento a la pornografía: se estimó que semejante hallazgo, que revelaba la convivencia de los romanos con murales y esculturas que hoy calificaríamos de pornográficos (mujer con chivo, mujer con mujer, hombre con yegua, varón, por qué no, con ex doncella) debía ser marginado de niños y mujeres. Con las ruinas cegadoras se erigió un Museo Secreto, visitado sólo por varones adultos: nacía la pornografía en el siglo XIX, nacía el moderno voyeur. Sólo los adultos -y no los niños- podían contemplar el mundo de los niños (tal vez porque para las mujeres, que suelen ser las grandes protagonistas del porno, y los chiquitos, que ya viven en él, hubiera sido demoledor reduplicar la experiencia).

Conjetura original. Para que exista porno no es necesario el sexo; basta el edén. Antes de la fruta interdicta y de las vergüenzas, Eva y su compañero vivían en estado de pornografía. Previo a la hoja de parra (el emblema de la prohibición, de que la escritura tiene que traspasar algo para alcanzar la verdad que busca), estaban ellos, solos, los animales y el Gran Voyeur, que había hecho un mundo para contemplarlo. Después vino la perversidad, la historia, el desasosegante viborear de la escritura.


* Publicado originalmente en Insomnia

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