Zoofilia, lesbianas, incesto,
watersports, gay village, embarazadas, fisting,
varones bajitos que la tienen enorme, S&M bondage,
lo que usted estaba buscando. Con la explosión de pornografía en
internet hemos llegado,
por fin, al reino de los niños.
La pantalla se ha convertido
en el ojo de la cerradura, justo a nuestra altura, y todo se
ofrece al ojo sin restricciones: hemos llegado a la galaxia de
lo no narrado.
Las distinciones hasta
ahora entre qué es erótico
y qué pornográfico suelen ser ociosas. En lo primero
se ha tratado de reivindicar al arte,
relegando lo segundo al mal gusto, al tráfico, y todo
lo que ya sabemos. A fin de cuentas, es de la vieja porné,
o prostituta, que deriva esa grafía babilónica.
Sin embargo, a las rameras, cuando aún sabían ser
paganas, se las consideraba sagradas, y se debe por tanto inferir
que algo de lo sacro debe retener la galaxia porno.
Adelantémonos a decir que, casi con seguridad, retiene
los hollejos del paraíso sin pecado.
No hay tabú en
la pornografía:
apenas cuerpo y excrecencias;
el redescubrimiento de la anatomía y la fisiología,
contorsiones y límites, la carne
empujando a la osamenta. El niño usted, el niño
yo, fisgonea el cuarto donde papá y mamá, aplastándose
y resoplando, nos trajeron a la historia. El cuarto del edén,
de la prehistoria.
Dicho de otro modo:
como es espectáculo sin tabú, no hay necesidad
de historia. El cuerpo sólo obedece
a sus llamados y no requiere como coartada de narración
más pretenciosa que el infantil juego de los doctores
-o que la de los apareamientos de un documental de la National
Geographic. No hay veda, ni siquiera espacio para la seducción
(dos elementos que comparecen
en la narración llamada "erótica"). No existe -dígase
llanamente- la palabra No.
Curiosamente, aquello
que es perverso, que debe vencer una barrera, es lo que llamamos
erótico (que es lo
que amparamos institucionalmente).
Y lo inocente, la pornografía, queda clandestino y censurado.
Lo que se sigue no deja de resultar llamativo. En primer lugar,
la institucionalización del arte
es la de una perversión; la interdicción del porno
lo es de la pureza. Luego, al ser básicamente una imagen, el porno, como la
infancia, es amoral; al ser respuesta a una narrativa, a una
escritura, a un guión,
lo otro -lo no pornográfico- retiene una sedicencia (dígase así: la imagen
es plácida y afirmativa, la riqueza de la escritura
es su rebeldía, su afán de avanzar transgrediendo).
También: la única narración que puede conllevar
el porno es escolar: muerda aquí, baje por acá,
póngase más allá (manual
de autoayuda);
lo erótico es un mandato a seducir
y desear lo prohibido (generalmente en el coto del prójimo).
Pequeño apunte
arqueológico. Walter Kendrick ha recontado cómo
el descubrimiento de la vida diaria de los romanos a partir de
las ruinas de Pompeya dio nacimiento a la pornografía:
se estimó que semejante hallazgo, que revelaba la convivencia
de los romanos con murales y esculturas que hoy calificaríamos
de pornográficos (mujer
con chivo, mujer con mujer, hombre con yegua, varón, por
qué no, con ex doncella) debía
ser marginado de niños
y mujeres. Con las ruinas cegadoras se erigió un Museo
Secreto, visitado sólo por varones adultos: nacía
la pornografía en el siglo XIX, nacía el moderno
voyeur. Sólo los adultos -y no los niños-
podían contemplar el mundo de los niños (tal vez porque para las mujeres, que
suelen ser las grandes protagonistas del porno, y los chiquitos,
que ya viven en él, hubiera sido demoledor reduplicar
la experiencia).
Conjetura original.
Para que exista porno no es necesario el sexo;
basta el edén. Antes de la fruta interdicta y de las vergüenzas,
Eva y su compañero vivían en estado de pornografía.
Previo a la hoja de parra (el
emblema de la prohibición, de que la escritura
tiene que traspasar algo para alcanzar la verdad que busca), estaban ellos, solos, los
animales y el Gran Voyeur, que había hecho un mundo para
contemplarlo. Después vino la perversidad, la historia,
el desasosegante viborear de la escritura.
* Publicado originalmente
en Insomnia
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