Estaba tratando de desarrollar algunos pensamientos acerca de
los escritores y los libros, y anotaba diferencias entre aficionados
(amateurs) y profesionales.
Si bien creo que el aficionado vive en un mundo y el profesional
en otro, ambos pueden coincidir a veces, aunque sea temporalmente,
en una única persona. Yo mismo, que soy un ejemplo nítido
de aficionado, desde el momento en que empiezo a escribir regularmente
para esta revista me transformo en un profesional. Si mañana
me surge la imperiosa necesidad de escribir una novela, pasaría
de inmediato a ser un aficionado, porque en mi caso es imposible
la transformación en un novelista profesional; tal vez
por haraganería, pero sobre todo por falta de interés.
El dinero no es estímulo
suficiente, y soy totalmente incapaz de ponerme a escribir algo
que me va a dar mucho trabajo, y que no sé hacer sin la
inapreciable colaboración de eso que llaman Inconsciente
o musa. En cambio, en la producción semanal
de estas Irrupciones, a veces mi trabajo es inspirado, y a veces
es forzado por la necesidad de entregar en fecha. A veces estas
Irrupciones están escritas por un aficionado, a veces
por un profesional.
El profesional no es
mejor que el aficionado. Tampoco es necesariamente peor; hay
quienes desprecian a los que se ganan la vida con su literatura,
del mismo modo que hay quienes se ríen de los tontos que
escriben sin ganar dinero. Son, como decía, mundos distintos,
aunque a veces uno viva en ambos.
Si Kafka es el más claro
ejemplo de escritor aficionado, el más puro y el mejor,
si un Stephen King o un centenar de escritores como él
pueden ser ejemplos claros de escritores profesionales, tenemos
el caso de un García Márquez, el aficionado que
escribió Cien Años de Soledad y el profesional
que escribió casi todo lo demás que lleva su firma;
y entre todo lo demás hay una obra maestra llamada Crónica
de una Muerte Anunciada, y una buena cantidad de relatos y
novelas muy valiosos.
No digamos que una categoría
es buena y la otra es mala sino que el aficionado escribe por
necesidad de escribir, y
el profesional por necesidad de ganar dinero. Eso no impide que
a veces el aficionado termine haciendo mucho dinero, ni que el
profesional a veces escriba cosas inspiradas.
Demos un paso más, y aceptemos una propuesta estereotipada,
y por tanto falsa, pero tal vez útil: el aficionado no
puede convertirse en profesional, y el profesional no puede convertirse
en aficionado.
Si las cosas fueran
tan nítidas, se haría clarísimo que la literatura
escrita por aficionados debería circular libremente, sin
generar derechos de autor. De ese modo se eliminaría el
factor distorsionante, o sea la Editorial; el creador se comunicaría
directamente con el lector, por lo general a su vez también
un creador, por medio de ediciones baratas y de bajísimo
tiraje.
O a través de
Internet, o del correo electrónico. Si esto parece un
delirio, sin embargo es lo que viene sucediendo con la poesía,
el reducto de los aficionados, amateurs por excelencia
que ni sueñan en cobrar derechos de autor.
Desde hace décadas
la mayoría de los poetas se financia sus libritos, y ahora
los publica en Internet, porque los editores descubrieron hace
mucho tiempo que la poesía no se vende. (Dijo
un poeta argentino, cuyo nombre ya recordaré: la
poesía no se vende porque la poesía no se vende).
Para quienes tienen la posibilidad de navegar por Internet, aquí
hay una dirección donde hay buena literatura y hasta libros
gratis: http://www.chasque.apc.org/civiles/index.html.
* Publicado
originalmente en Insomnia, Nº 15
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