III. ALUSIÓN A UN CAPÍTULO DE RAYUELA
EN EL QUE TALITA PASA DE UN APARTAMENTO A OTRO, A TRAVÉS
DE UN TABLÓN IMPROVISADO ENTRE LAS DOS VENTANAS QUE SEPARAN
A OLIVEIRA Y TRAVELER
Talita se pasa por este
puente tambaleante con un poco de yerba para que Oliveira se prepare
un mate. Para una visión de mundo pragmática, un
acto de estos no deja de ser ridículo y absurdo, pero si
dejamos por un momento esta lectura
configurada de convenciones y normatividades, encontramos en dicho
capítulo(41) un acto
poético que nos vislumbra un mundo cargado de belleza y misterio,
y un cuerpo humano que ya no es un piñón
del engranaje de la productividad, sino una carne
revestida de potencialidad y magia.
Este paraje lo vinculo
de manera afectiva a aquella huida en la que el Chulla Romero
y Flores (capítulos
VI, VII) escapa
de los chapas, y en esa carrera por la vida este hombre inicia
a cambiar de piel tras las
diferentes fricciones que tiene con lodazales, pisos mugrientos,
calles contaminadas de oscuridad y olores nauseabundos, hasta
que finalmente, lanzado hacia su propio precipicio, va a caer
a una casa de prostitutas que lo ayudan a salir de su infierno.
Estas mujeres que minutos antes oficiaban como meretrices, ahora
se convierten en parteras para ayudar a dar a luz a este hombre
que ha cambiado de piel. Luis Alfonso Romero ha encontrado su
antropofanía entre su gente, entre los cholos y
los indios, entre esa
vecindad que antes despreciaba porque desconocía.
"(...) El Rol de mi pequeña farsa. ¡No me
sirvió para nada! Para nada... Mis burlas de almanaque,
mis raterías de doble fondo, mi disfraz de fantoche inofensivo,
mis opiniones (...)". La tragedia
del desacuerdo íntimo -inestabilidad, angustia, acholamiento-
que tuvo el mozo por costumbre resolverla y ocultarla fingiendo
odio y desprecio hacia lo amargo, inevitable y maternal de su
sangre, se había
transformado -gracias a las circunstancias planteadas por la injusticia
de funcionarios y burócratas, al amor
sorpresivo a Rosario, a la esperanza en el futuro del hijo, a
la diligencia leal y generosa del vecindario- en la tragedia
fecunda de la permanencia de su rebeldía, de la rebeldía
de quien ha recorrido un largo camino y descubre que ha tomado
dirección equivocada. Era otro.
Otro a pesar
de su dolor.(146)
Luis Alfonso notó que los vecinos le acompañaban,
le entendían -hombres resignados, mujeres tristes-, con
la misma generosidad que le ayudaron la noche que tuvo que huir
barajándose entre las tinieblas. Tragándose las
lágrimas pensó: "He sido un tonto, un cobarde.
¡Sí! Les desprecié, me repugnaban, me sentía
en ellos como una maldición. Hoy me siento de ellos como
una esperanza, como algo propio que vuelve".(151)
Pienso en Horacio Oliveira
y Andrés Fava. Pero no es fortuito que mencione implícitamente
a Cortázar, porque
es gracias a él, que intento colocar un tablón entre
Kibbutz del deseo(*) y Chambú para saltar
de un lado a otro ya que la hipó-"tesis"-tablón
que sostengo es que Guillermo Edmundo Chaves escribió una
novela que reescribe la tradición occidental a partir de
la confrontación de su protagonista con la fuerza de la
naturaleza, y la resonancia pulsional que se despierta en el cuerpo
de Ernesto por el amor
de Gabriela... allá en el Sur (al
borde del abismo).
Esta resonancia pulsional inventa un Chambú o un grito
que se constituye en una práctica curativa del cuerpo y
de la cultura. Cuando
Ernesto escribe e inscribe su cuerpo en el grito... ese gesto
de afirmación vital y filosófica, le da respuesta
a muchos de los personajes que habitan las páginas de Julio
Cortázar.
"Las ventanas son los ojos (...) y naturalmente deforman
todo lo que miran. Ahora estás en un punto de gran pureza,
y quizá ves las cosas como una paloma o un caballo que
no saben que tienen ojos" (Rayuela,
235)
"Porque aquello
fue sino vértigo de una zozobra; una fugaz confusión
de lo imaginativo y lo real; quizás la culminación
de una crisis" (Chambú,
247)
En ese límite
trascendental no pudo dudar ya del amor de la muchacha. Cuando
la vio dirigirse a su ventana, ella entró en una zona
de imperio. Caminaba hacia él. Caminaba como en su propia
sangre"
(Chambú, 238)
"Es curioso pensó viendo pasar la soga sobre su cabeza.
Todo se encadena perfectamente si a uno se le da la realmente
gana. Lo único falso en esto es el análisis" (Rayuela, 236)
"Lo que importa
es la fe con que se vive; el ideal sobrenatural para aceptar
la vida, para beneficiarla; el ideal humano para confiar en el
futuro" (Chambú,
244).
Ernesto y Gabriela
en-tablan una relación sobre el abismo que los separa
y al tiempo los une. Ellos construyen su kibbutz después
de que han transgredido o mejor, superado sus miedos.
Nota (1) El sitio era frío.
Pero ahora hacía sed. Cuando se pierde la confianza es
mala la soledad; cuando se tiene fiebre es grave acercarse a
un abismo. En el espíritu de Ernesto surgían en
negra turbulencia todos los detritus de sus horas fatales. Su
dolor se cambiaba en protesta; su actitud vital cobraba un turbio
vaivén de interrogante. Insensiblemente iba llegando a
ese límite fatal en que el hombre principia a dudar de
todo, a no creer en nada.
No era sólo dolor ante el fracaso de su esfuerzo, y ante
la necesidad de abandonar lo que amaba. Su gesta interior era
más honda. Tener o no tener una posición no importa.
Tener o no tener un amor tampoco importa. Lo que importa es la
fe con que se vive; el ideal sobrenatural para aceptar la vida,
para beneficiarla; el ideal humano para confiar en el futuro.
Era el conflicto intelectual, no la queja romántica. Era
la gran angustia humana que se debate entre el ser y el no ser.
El cansancio que da el peso torturante del espíritu; el
alma que principia a rodar en la noche del caos. Ya en ese estado,
el hombre suma a su propio reclamo el eco universal de toda angustia.
Todos los gritos de destrucción. Todo el derrumbe de las
filosofías. Odios, guerras, agonías, miseria. Y
las manos sin pan; y los corazones sin piedad; y todo el pavor
humano en un mundo enloquecido (Chaves, 1985: 243-244).
Nota (*) (...) el kibbutz del deseo
no tiene nada de absurdo, es un resumen eso sí bastante
hermético de andar dando vueltas por ahí de corso
en corso. Kibbutz; colonia, settlement, asentamiento,
rincón elegido donde alzar la tienda final, donde salir
al aire de la noche con la cara lavada por el tiempo, y unirse
al mundo, a la Gran Locura, a la Inmensa Burrada, abrirse a la
cristalización del deseo,
al encuentro (195). [...] por ser la búsqueda
de un kibbutz desesperadamente lejano, ciudadela sólo alcanzable
con armas fabulosas, no con el alma de Occidente, con el espíritu,
esas potencias gastadas por su propia mentira como también
se había dicho en el Club, esas coartadas del animal hombre
metido en un camino irreversible. Kibbutz del deseo, no del alma,
no del espíritu. Y aunque deseo fuese también una
vaga definición de fuerzas incomprensibles, se lo sentía
presente y activo, presente en cada error
y también en cada salto adelante, eso era ser hombre, no
ya un cuerpo y un alma sino esa totalidad inseparable, ese encuentro
incesante con las carencias, con todo lo que le habían
robado al poeta, la nostalgia vehemente de un territorio donde
la vida pudiera balbucearse desde otras brújulas y otros
nombres (196). [...] Tumbado en el banco, Horacio saludó
al Oscuro, la cabeza del Oscuro asomado en la pirámide
de bosta con dos ojos como estrellas verdes, patterns pretty as
can be, el Oscuro tenía razón, un camino al kibbutz,
tal vez el único camino al kibbutz, eso no podía
ser el mundo, la gente agarraba el calidoscopio por el mal lado,
entonces había que darlo vuelta con ayuda de Emmanuèle
y de Pola y de París y de la Maga y de Rocamadour, tirarse
al suelo como Emmanuèle y desde ahí empezar a mirar
desde la montaña de bosta, mirar el mundo a través
del ojo del culo, and you`ll see patterns pretty as can be,
metida a patadas por la punta del zapato, y de la Tierra al Cielo
las casillas estarían abiertas, el laberinto
se desplegaría como una cuerda de reloj rota haciendo saltar
en mil pedazos el tiempo de los empleados, y por los mocos y el
semen y el olor de Emmanuèle y la bosta del Oscuro se entraría
al camino que llevaba al kibbutz del deseo, no ya subir al Cielo
(subir, palabra hipócrita, Cielo, flatus vocis), sino caminar
con pasos de hombre por una tierra de hombres hacia el kibbutz
allá lejos pero en el mismo plano, como el Cielo estaba
en el mismo plano que la Tierra en la acera roñosa de los
juegos, y un día quizá se entraría en el
mundo donde decir Cielo no sería un repasador manchado
de grasa, y un día alguien vería la verdadera figura
del mundo, patterns pretty as can be, y tal vez, empujando la
piedra, acabaría por entrar en el kibbutz (207-208).
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