B- Metáfora
y texto
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Algo propio de los textos escritos, algo de ellos especifico,
es que en ellos la referencialidad directa, que en el diálogo
vivo está presente, queda diferida.
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Lo peculiar de la metáfora, entonces, es en ese sentido
lo peculiar de todo texto: es un modo de unir términos
de tal suerte que se haga posible que se despierte en quien toma
ese signo para sí una actividad interpretativa, un trabajo
de sentido que es el único que puede ampliar la conciencia
hacia ese nuevo sentido del que la metáfora habla.
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Pero la metáfora, al asegurar el diferimiento de la referencia,
cumple necesariamente con la condición característica
de todo texto. Por tanto, toda metáfora es texto.
Entendiendo la metáfora como aquí lo hacemos siguiendo
a Davidson, -como una cuestión de grado, no de esencia-,
entonces la recíproca también es cierta: todo texto
es metáfora.
Corolario: toda interpretación y todo aprendizaje, como
integración de y en lo nuevo, empieza y termina por la
resolución creativa de una metáfora.
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No entendemos entonces
crear y reconocer como dos actividades sustancialmente diferentes,
sino como dos momentos ligados íntimamente en el movimiento
de la interpretación.
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En ese sentido, si
se comprende bien el carácter creativo de todo lenguaje,
y pues todo lenguaje requiere de quien lo usa pronunciándolo
o interpretándolo un acto creativo único, se debe
concluir que aprender a usar el lenguaje es aprender a crear
algo con él, y que aprender en qué consiste la
poesía no es más que aprender lo anterior con un
grado de intensidad y concentración peculiares.
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La actividad de metaforizar
es así la actividad de nombrar por excelencia, pues consiste
en provocar un cambio en el ser al verse este dirigido a incorporar
una nueva porción de sí en el mundo (una reality bite).
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La metáfora,
sin duda, logra proferirse de tal modo que se hace evidente para
quienes la usan que no se trata de lo que llamamos una 'expresión
literal'. Decimos habitualmente que esto parece poder garantizarse
-de modo bastante misterioso- 'por el contexto'.
En los textos -que están libres de contexto referencial
vivo, y tienen la referencia diferida, a re-construir en la interpretación-,
será preciso que la forma misma del entrelazamiento discursivo
muestre su carácter metafórico. Pero ¿es
de carácter 'lingüístico' -o aún, es
de carácter 'textual'-, esa peculiaridad de lo metafórico?
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Cuando una metáfora
se presenta dentro del texto, el texto debe garantizar de modo
explícito que no pueda entendérsela como otra cosa
que como metáfora, o sea, debe indicar en la inscripción
todo lo necesario para que la actividad de interpretación
y descubrimiento se provoque. Pero la paradoja es que el reconocimiento
de este hecho no nos permite, sin embargo, ignorar que cómo
puede esto hacerse, no es algo que pueda ser formulado en términos
exclusivamente lingüísticos.
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Una vez más, en cambio,
esta 'explicitud' es una función del mundo abierto en el
acontecimiento de la lectura
del texto. Sin contar con esa perspectiva no se verá que
siempre es imposible definir la metaforicidad de un texto como
función de la forma de los signos inscriptos allí.
La razón es que la metáfora no reside allí.
Quien 'poéticamente habita' no es el texto, sino el hombre.
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