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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



BERENGUER, AMANDA - POESÍA - LÍRICA - CONSTELACIÓN DEL NAVÍO - "LA JOVEN PARCA" "EL GOLPE DE DADOS" - DE LA CRUZ, SOR JUANA INÉS - EL PRIMERO SUEÑO - HERNÁNDEZ, FELISBERTO - STEVENS, WALLACE - ESCRITURA - PALABRA - YO LÍRICO - METÁFORA - SEDUCCIÓN - POUND, EZRA - MALLARMÉ, STÉPHANE - BURROUGHS, WILLIAM -

Jalones de una sorprendente combinatoria*

Roberto Echavarren

Botas de siete leguas, la metáfora recorre y totaliza un espacio imaginario, totaliza el espacio a través de un recorrido absoluto, y con esto engaña al tiempo. Berenguer constata: "siempre van delante/ ¿adónde?/ estoy confusa/ no sabemos/ me ciega/ esa ventana toda abierta/ y esa otra cosa me desvela.


(Sobre Constelación del navío, Poesía 1950-2002, de Amanda Berenguer, H Editores)


La poesía se singulariza por un estado de particular exaltación, un estado de expresión vehemente que encuentra tropos inventivos que mantienen la concretud, la intensidad del impacto emocional que produjo una impresión sensible. Ya que en esa impresión alguien discierne un enigma relativo a su destino, la emoción poética no es sólo alegre; puede ser hija del miedo, alerta ante un peligro o una trampa. El señuelo o fetiche que cruzamos en lo real y que nos seduce esconde fines diferentes de los nuestros: seduce para devorar, asusta para defenderse. Pero el encontronazo con el fetiche nos excita al punto que incrementa y agudiza los recursos expresivos que utilizamos para evocarlo.

Podemos caracterizar la escritura de Berenguer no como poesía del conocimiento sino de la busca y del hallazgo; enriquece de dimensiones nuestra experiencia en un discurso que yuxtapone, en particular en los poemas largos, varias isotopías o niveles temáticos paralelos, adensándose a través de un coleccionismo que no pierde la hilación: "aquello parecía dislate/ y no lo era."

No pierde la hilación, pero cuando leemos nos olvidamos de cómo se produjeron las conexiones, los pasajes de un nivel temático a otro. Captamos sí la relevancia de cada nivel temático asociado, retazos o hilachas de muchas hablas que se hace tejido: "hila/ hilvana/ word sur mot/ trama/ palavra/ sopra parole/ cose wort on word/ borda/ primorosa escritura supra verbum." Escritura por encima de la palabra: hipertelia la llamaba José Lezama Lima. Fragmentos "por donde pasa el hígado del fuego/.../¿era un castigo? ¿sería un espejo?" Los retazos llegan desde todas partes: puntas y filos de la lengua cotidiana que asoman al azar motivado de la memoria, impresiones plásticas, huellas de lecturas, tesoros y nadas que salen de la galera negra de la memoria y se enfilan unos junto a otros en un contexto, jalones de una sorprendente combinatoria, que demuestran en cada caso su pertinencia y se iluminan mutuamente para acrecentar el poema supra verbum. Mallarmé, Ezra Pound, Burroughs, maestros de técnicas de montaje en discontinuas secuencias, caracterizan el arte de nuestra época, levitan en la factura y en el horizonte de recepción de los poemas de Amanda Berenguer.

Y leemos: "asciendo de pronto/ a las cápsulas de la metáfora/ más veloces que la luz." También Felisberto Hernández encuentra en la metáfora una sugerencia de gran velocidad, un vehículo dinámico. En Primeras invenciones la metáfora es el taxi, es el avión, y su velocidad apunta a reunir el instante con lo que dura, la impresión momentánea con el proceso de transcribirla en un discurso sucesivo cuyo protocolo resulta impuesto, según él, por los modales "burgueses" del escritorio. El escritorio es para Hernández un burgués: un señor de vida ordenada y con principios; "un burgués de la angustia," dirá luego en El caballo perdido. Esa personalización alegórica evidencia ciertos fines: a través de un prolijo desarrollo busca apresar el impacto relampagueante de un aspecto fugaz, olvidado de todos, salvo del señor escritorio burgués, sucesivo digesto que con minucioso protocolo lo rescata. Felisberto ya sabe que en la metáfora se da gato por liebre: la velocidad del taxi o del avión cubre un gran espacio. Botas de siete leguas, la metáfora recorre y totaliza un espacio imaginario, totaliza el espacio a través de un recorrido absoluto, y con esto engaña al tiempo. Berenguer constata: "siempre van delante/ ¿adónde?/ estoy confusa/ no sabemos/ me ciega/ esa ventana toda abierta/ y esa otra cosa me desvela."

En "soledad confusa" había escrito Góngora. Y el vuelo del alma en El Primero sueño de Sor Juana vislumbra un todo que la confunde y que la ciega: de una ojeada única no puede abarcar el universo: "y por mirarlo todo/ nada vía." El alma opta, en El Primero sueño , por la alternativa acompasada del escritorio, por el discurso sucesivo. Tanto aquí, como en Berenguer, el curso de las cambiantes caras de la "casta luna" induce a confiar en lo sucesivo y en lo múltiple para exponer el instante y lo único.

El alma de Sor Juana y el yo lírico de Berenguer toman la derrota como punto de partida. No hacen promesas mentirosas, no prometen el más allá ni la vida eterna, no aceptan el dualismo de Platón: "Somos sólo espectros de luz/ rayos de la memoria." Mantienen sin embargo una visión doble: "con un ojo aquí / y otro allá/.../ descorriendo pliegues de gasa sombría/ que cubren manjares celestes/ .../ y estamos a mano / consumiendo / en diferentes mesas/ platos del día/ servidos/ como uvas/ como helados de chocolate": helados que evocan al "Emperador del helado de crema" de Wallace Stevens.

"La negra Corte de los Milagros": la noche poética, la noche de San Juan y Sor Juana es derrotada por las vislumbres de la aurora en una batalla. La Reina de la Noche, amenaza manifiesta en la ópera de Mozart, es derrotada cada mañana pero vuelve irrevocable al final de cada día. ¿Dónde encontrar apoyo? ¿Dentro, en nuestro ser oscuro interior, o fuera en lo real de un mundo aparentemente claro pero en conjunto inasible? "¿Salió de mi boca?/ ¿un punto de apoyo para sostener el horizonte?" Son los propios males, en su certeza, en su gravitación pesada de molestias y dolores, que sostienen el mundo: "Despejo/ ese apenas palpitante dolor de cabeza/ que me sirve de apoyo/... estar adentro es estar afuera/ quizá." El "quizá" introduce el calibre de una conjetura con respecto al llegar afuera, desafía con una hipótesis, con un punto arquimédico interior y, de un salto de garrocha, impone nuestra impresión y casi certeza a lo que está fuera en otro lado, un más allá invisible tras la línea del horizonte, "esa otra cosa" fuera de orden, que prefigura a cualquier otro, cualquier interlocutor. "Quizá" es el meollo de la honestidad poética, el operativo de la episteme, el punto de no principio: "Duda cuál más su color sea," escribe Góngora y la derrota de lo cierto, la insuficiencia, la pérdida de la memoria y de cualquier criterio comparativo valedero con respecto a lo otro, se vuelve desafío y triunfo calificado.
El yo lírico pierde la memoria: no recuerda ni objetos ni sentimientos: "los recibo en mi casa" momento a momento; los que están ahí, los que se presentan hoy, en un presente sin memoria. Pero la imagen instantánea deviene punto de apoyo, como la silla de Van Gogh ante los ojos del yo lírico: "ahí/ viva/ enorme/ en atento amarillo responsable." La impresión instantánea es suficiente, nos sostiene a nosotros y, con nosotros, a un mundo; responde al desafío de lo que está más allá del horizonte con una casi certeza, una victoria puntual, calificada. Con "una fe corta, del tamaño de sus posibilidades," escribía Onetti. Lo que aparece son representaciones precarias y sucesivas, partes de naufragios. La memoria es insuficiente. La desmemoria en cambio nos entrega la brecha abierta del aquí y ahora. La desmemoria es suficiente.

Ahora bien: esta nueva edición de los libros completos de Amanda Berenguer se instala aquí y ahora: la nueva tipografía airea los poemas, los libera de aquella vieja tipografía que parecía decisiva y terminal. Prodigio: descubrimos poemas vivos que rebasan nuestras mejores esperanzas. La nueva impresión induce una nueva lectura: los poemas se aclaran, se ofrecen nuevos: "una nueva edición es lo que necesitábamos": me excuso por citar aquí un verso mío.

En "Las nubes magallánicas" las procesiones del cielo, el movimiento de las constelaciones, se yuxtaponen a las circunstancias del entorno cercano en secuencias contrastadas, isotopías que alternan, se interpenetran, y potencian el espacio multidimensional de la lectura, haciéndonos conscientes de un registro pleno de nuestra experiencia. El poema suma dimensiones no para totalizar, sino para abrir al máximo nuestra percepción de los elementos que nos afectan, para elevarnos en un impulso poderoso más allá de "los antepasados latinos industriosos y avaros," y de las frustraciones humillantes de lo cotidiano mezquino, hecho de "queso para trampas caseras y cebo rancio.../o trozos dando coletazos de eso que somos/ por dentro y no se ve/ y emerge a veces en rabiosa pesca mayor/ difícil de descuartizar."

Si el cielo con su amplitud compensa las mezquindades de la tierra, la crueldad terrena resulta compensada por la ternura del lecho marino. Mientras en la tierra habitan los "entusiastas asadores de Solís el descubridor," el mar figura como espacio de nutrición y afecto: "este lecho correntoso donde aún desovan/ las corvinas con cangrejilla y los delfines maman." El milagro que siempre esperamos de la poesía, y que nos colma, lo opera un detalle feliz: "con cangrejilla" singulariza el dato de los sentidos con la terminología específica correspondiente: es un secreto de factura por donde el artesano introduce un soplo de vida en el poema. Yo soy la que sabe de la cangrejilla, parece decirnos la voz lírica de Amanda. El lecho marino está del costado de la ternura; se escucha como el latir de un secreto, de un sentir plasmado en detalles vívidos. El mamar del lecho marino compensa las contrariedades de la tierra, y la visión se trastroca. Ya no es la nuestra, es la de alguien que nos mira desde atrás y nos ve actuar, nos ve escribir: lo oculto ya no es un objeto, sino el punto de inflexión de otra mirada, lo ignoto que nos descubre: "alguien está mirando directamente nuestra espalda/... / la cara oculta de la luna observando." El sujeto, fuera de sí, salta a situarse en el sitio donde alguien o algo lo está observando, condicionando, definiendo, y es su meta: "Ah! entrego parte de un botín de guerra/ diaria en prenda por un largo corredor o paso de materia/ recién descubierto." Se coloca con Lautréamont "entre los crustáceos al fondo en su elemento" o en "un pozo para desaparecer o morir/ de otra envergadura en otro viaje."

Al zambullirse, supera la ola de angustia. Accede a una condición de libertad tranquila: "la respiración suave acompasada": aunque el yo lírico, como el alma en el poema de Sor Juana, se encuentra aquí suspenso, mientras "el cielo abierto de pie sostiene a pulso/ nuestras preguntas de rigor," mientras "zumba el ruido de fondo de la galaxia," que equivale al mar, a "la marea boscosa del tremendo mar."

El alma en el poema de Sor Juana, el yo lírico de Berenguer, ascienden, confrontan el conjunto del universo. Son derrotados por él, no sin antes vislumbrar lo que se les escapa: "La imagen más simple y correcta del universo es/ todavía la de un espacio euclidiano regularmente/ poblado de este animal enloquecido mordiéndose la/ cola y pariendo estrellas que miramos cada noche/ sin ver la oscuridad más allá de nuestros ojos."

"El golpe de dados," como "La joven parca" resuenan asimismo en el drama astral de Berenguer. El yo lírico permanece atado al escritorio, a la escritura, como una Andrómeda entre las rocas; pero el revés del sujeto, que se da vuelta como un guante, el sujeto fuera de sí, está cifrado en altura, en la constelación también llamada Andrómeda, trasunto que evoca un más allá de la irrepresentable idea, o de la cosa en sí, que rebasa el sensorio.

Entonces el tiempo, nuestro tiempo lineal, se diversifica hacia adelante y hacia atrás, se hace redondo, se bifurca tal la ruta del navío Argos, cuya constelación recorre la noche navegando al revés: "andando de tal suerte en su carrera/ nocturna de este a oeste que la popa va adelante retroce-/ diendo en dirección del muelle." El eterno retorno de lo mismo, con todo, es apenas una sospecha, no una evidencia. Lo evidente en cambio es el desastre, "el fin de Magallanes atravesado por una lanza/ que lo clavó de bruces en una isla salvaje/ antes de terminar la redondez del globo terráqueo".

Pero en lo real mismo florecen los capullos de la magia. Para Berenguer estos regalos mágicos son dos: la cinta de Moebius y la botella de Klein. Borges los llamaría objetos de Tlön, objetos milagrosos por su calidad de fetiches, con un poder que el misterioso universo delega en ellos, ya que su sola presencia garantiza nuestra felicidad como posible. La cinta de Moebius, como la botella de Klein, conjugan el milagro de dos faces en una superficie única, son al mismo tiempo su envés y su revés: "Dimos la vuelta a la tierra de Moebius/ marchamos sobre su pista enguantada/a kilómetros años luz de vertiginosa/ felicidad." Si la cinta de Moebius y la botella de Klein existen, nos volvemos tripulantes legítimos de la metáfora, cuyo milagro concuerda con los milagros de lo real. Nos embarcamos en un "objeto volador no identificado": éste el vuelo del alma, en El Primero sueño de Sor Juana; aquí vuelo del ovni, "casi aparato interior casi certeza." Opera con el combustible de "un deseo salvaje aclimatado/ unido al soporte/ del imprescindible paracaídas," para no perecer después de la euforia, porque el vuelo del ovni es "discontinuo como el placer."

El vehículo, con todo, hay que decirlo, está abocado a los accidentes de tránsito: "casi todos los ocupantes de aquel mensaje/.../ murieron aplastados por la carrocería.". Los ocupantes no son personas, están hechos persona para subrayar su entidad: "Los heridos mas graves: los 'sentimientos'/ fueron rápidamente socorridos" cuando "se retorcían/ en medio de un charco de sangre/...los demás ocupantes fueron distribuidos/ en diferentes centros de la memoria/ la imaginación en cambio había salido algo confusa y ambulaba sola."

Las facultades del compuesto alma/cuerpo en la fisiología del dormir de Sor Juana se apagan o se encienden alternativas al pasar al estado de sueño. Las facultades, centros activos de una u otra índole, son captadas en el poema como personajes. Por más que en rigor no son sujetos. Según este procedimiento las tomamos en cuenta, calibramos su juego.

El tormento de los sentimientos heridos se encabalga en Berenguer sobre el accidente de tránsito y lo vuelve alegórico, lo carga de sentidos adyacentes, por más que esas emociones o implicancias estuvieran ya encerradas en el accidente literal. Lo convincente de la comparación es que no lo es del todo, o es algo más que una comparación: el conflicto de las emociones y el accidente de tránsito son en parte al menos la misma cosa, por más que se mantenga el disentir.

La imaginación "ambulaba sola"; dirige a alguien o a nadie un discurso íntimo, una voz entrecortada surge detrás de todas las voces. La imaginación se refugia del trauma del accidente paseando sola "con aquella botella al mar en sus brazos/ y la acunaba/ como si fuera un niño/ o un sueño."

A través del vidrio de la botella echada al mar el poema expone. El vidrio verde filtrará la mirada de quien lo encuentre. Echar una botella al mar es hacer público un discurso íntimo. Se hace público un secreto a través de un vidrio coloreado: "recuerden que yo quería/ enviar una botella al mar/ con un mensaje especial - top secret - / y que en eso se me iba la vida." El yo lírico recuerda a los lectores eventuales, a todos y a nadie: entiendan mi oficio: lo defino: eso quiero, eso quise hacer/decirles: esa manera de habla me propuse, me propongo, me va en ello la vida.

El discurso íntimo, la ensoñación, la cantilena solitaria, es el efecto de un rechazo en el orden público. Pero vuelve allí por efecto de su publicación y se transforma en una síntesis luminosa, en una síntesis crítica, porque dialectiza las relaciones del sujeto y el medio. No en una interacción inmediata
(como lo sería el diálogo ordinario) sino mediata. Porque el discurso íntimo ha empezado por retirarse, por devenir otro.

Sin embargo, el cruce en lo real que lo origina no incluye sólo el des-encuentro con otros sujetos. El encontronazo irreparable, cuya desazón permea enigmática, perpleja, ocurre con la "Estranguladora," el enigma y la experiencia de la muerte.

El Ave Roc es aquí el vehículo, como lo había sido anteriormente el ovni, para viajar al otro lado de las cosas. El Ave Roc es un vehículo masculino y violador, el ariete del ave-tiempo: "fui violada impregnada.../ y quede presa/ irremediablente embarazada/ de algo que no sabía."
El Ave roc preña de un enigma: "No podremos, no/ con la enorme roca/ con el peso abrumador de la pregunta/.../ una fuerza feroz/ convertida en cuento cotidiano/ sin salida."
Si el Ave roc nos lleva a preguntarnos, la Esfinge es la que formula la pregunta. La Amanda del poema encuentra la Esfinge en el barrio cotidiano. Pero el cruce con ella tiene la afiebrada intensidad de un espejismo: "¿Era el desierto de Atacama o el Sahara?/.../ Tuve la impresión de estar volando encima del Ave roc/.../ las mil y una noches brillaban en el cielo."

Adonde la lleve el Ave roc, encontrará sin embargo de nuevo la pregunta, por más que estilice su forma "como una constelación de vanguardia." Como si la excelencia poética fuese un conjuro contra la muerte. "Pero no olvides" - la persistente voz lúcida insiste - "la Esfinge conoce/ el magisterio del lenguaje/ sus maestras - las musas - /.../ le enseñaron el enigma:/ esa pregunta compuesta de imágenes/ a punto de metáfora." La poesía le da rostro a la muerte, o mejor permite leerla en todas las máscaras, en los ocelos que simulan ojos sobre las pieles de los felinos o sobre las alas de los insectos, para cautivar con efecto de mirada, mientras que los verdaderos ojos del animal calculan inadvertidos el tamaño de la presa o el resguardo contra un riesgo. La máscara mimética cautiva, es un señuelo, es ella misma una trampa. Capta para devorar, quizá para fecundar. Pero el poema llama la atención, despierta. Y es que la muerte, una vez inventada por el lenguaje, se confirma a cada paso, porque "era cruel y ocurría siempre." No hay palabras sin memoria de la muerte.

Aunque tampoco hay memoria de las almas sin palabras; una lluvia fina de versos traducidos del náhuatl integra la secuencia final de "La estranguladora": "como esmeraldas y plumas finas llueven tus palabras." Y entretanto, para terminar, otro verso del náhuatl: "Eres festejada/ divinas palabras hiciste." Coronada por el reconocimiento, por nuestro deseo de que vivan siempre los poemas de Amanda.

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