Entre el exotismo y la espectralidad, el otro, como alteridad
radical,
traza el espacio atravesado por
el juego de las formas. Sophie Calle y Luc Delahaye intentan jugar
un juego paradójico, un arte de la desaparición donde la alteridad
se ubica más allá de la significación, en
un espacio
vacío
donde el intercambio entre el otro y su imagen es imposible. Líneas
de fuga que van de una teoría del exotismo (Segalen)
a
un arte de la desaparición,
correlato fotográfico de la teoría de la simulación baudrillardiana.
Una suerte de patafísica de la otredad, donde la seducción, como dualidad
y como destino, delinea la forma
secreta del otro, la alteridad radical como efecto de desaparición.
Del exotismo al exorcismo, en un iconoclasta ejercicio de nihilismo escópico,
el otro se convierte en un efecto especial, una nada en el corazón
de la imagen.
Les propongo un experimento, intentemos, al
menos por unos minutos, pensar al otro de otro modo, es
decir, pensarlo como alteridad radical, dualidad
irreductible, diferencia irreconciliable, una alteridad con la que no me
comunico, no me encuentro, más bien, me desencuentro. Este
experimento, un poco inquietante,
nos conducirá a un texto extraño,
me refiero al Ensayo sobre el exotismo de Victor Segalen,
en estos fragmentos sueltos sobre el otro se esboza una conceptualización
de la alteridad como diferencia
más allá de todo intento de diálogo, de comunicación,
de puesta en común. Lo que le interesaba a Segalen, cuando
escribe este texto enloquecido, hace
ya casi cien años, era pensar al otro como pura alteridad,
es decir, como alguien con el cual no me comunico, ya que sólo
lo concibo desde su diferencia irreductible, su incomunicabilidad.
El otro, para Segalen, es un misterio y hay que saber lidiar con
el misterio sin intentar reducirlo a simple exotismo, conservar
lo diverso más allá del universo de los universales
de la comunicación.
Schnitzler en Relaciones y Soledades se pregunta acerca
de la relación que establecemos con los microbios, la conclusión
es interesante y es retomada por Baudrillard en La transparencia
del mal, entre el hombre y sus microbios
no hay comunicación posible, sin embargo, comparten un
mismo destino. Quizás el asunto radique en pensar sobre
el destino como forma sutil del encadenamiento entre las cosas, los hombres y
los fenómenos y no tanto en la comunicación como
una especie de dimensión omnívora que no deja espacio
para su otro, la incomunicabilidad de lo que, sin embargo, comparte
nuestra trayectoria sin que el o nosotros lo sepamos.
Ustedes se estarán preguntando qué tienen que ver
las disquisiciones filosóficas de un médico de la
marina francesa y de un neurólogo y dramaturgo vienés
de comienzos del siglo pasado con las prácticas artísticas
de Calle y Delahaye, dos fotógrafos de finales del siglo
veinte. Creo que bastante, ya que ambos juegan con la idea de un otro que
brilla por su ausencia, que no se deja atrapar por las imágenes, el arte de ambos es una
pregunta lanzada al otro que espera permanecer sin respuesta.
Después de la desaparición del arte, el arte de la desaparición.
Prácticas que fuerzan al otro a la extrañeza, a
una singularidad que emerge de la propia impotencia a la hora
de jugar el juego de la representación. Cuando la desaparición
deja de ser la de la muerte o la de la reproducción
metastásica de lo mismo, en un impulso de repetición
que es, en definitiva, también un impulso de muerte, entramos en otra
forma de desaparición que tiene que ver con el juego, con
el desafío, con la reversibilidad de las formas en un encadenamiento
entre lo real y su doble.
Pareciera que la fotografía quiere jugar este
juego vertiginoso, liberar a lo real de su principio de realidad,
liberar al otro del principio de identidad y arrojarlo a la
extrañeza. Más allá de la semejanza y de
la significación forzada, más allá del "momento Kodak", la
reversibilidad es esta oscilación entre la identidad y el extrañamiento
que abre el espacio de la ilusión estética, la des-realización
del mundo, su provisional puesta entre paréntesis.
Existe algo de objetualidad en esta imagen de un otro que permanece distante,
en silencio. En este sentido, podríamos continuar el recorrido,
emprendido por Jean Baudrillard en su teoría
de la simulación, de una filosofía del sujeto hacia
una filosofía del objeto y plantear
un descentramiento similar que nos conduciría de una estética
del sujeto a una estética del objeto, pasaje de la hipótesis
desencantada del valor a la hipótesis encantada de la forma.
Parafraseando a Roland Barthes, transitaríamos del studium,
interés cultural, subjetivo, al punctum, en tanto
exterioridad, detalle que me punza, objetualidad. El otro sería
el "espacio ciego" del que nos hablaba Barthes en su
ensayo sobre la fotografía, esa nada en el
corazón de la imagen, en la fotografía erótica
kairós del deseo, en el arte de la desaparición
kairós de la alteridad, momento oportuno en el que
atisbamos al otro en la forma secreta de su ausencia.
Luc Delahaye, en su libro L'Autre, nos ofrece una
infinidad de rostros del otro, rostros distantes a pesar de su
cercanía, ausentes a pesar de su presencia, los miramos
sin que ellos nos devuelvan la mirada. La alteridad no
es más que un espectro, fascinados contemplamos el espectáculo
de su ausencia. Cuando el otro sale de las prístinas páginas
de algún libro de Emmanuel Levinas y entra en el Metro
de París, la historia es otra. Escuchemos a Luc Delahaye:
"Robé estas fotografías entre el `95 y
el `97 en el Metro de Paris. Las "robé" porque
está prohibido tomarlas, es la ley; todos, según
ella, somos propietarios de nuestra imagen. Pero nuestra imagen,
ese pobre alias de nosotros mismos, está en todas partes
sin que nosotros lo sepamos. ¿Cómo y por qué
puede decirse que nos pertenece? Pero, y esto es todavía
más importante, existe otra regla, el pacto de no agresión
al que todos suscribimos: la prohibición de mirar a los
otros. Aparte de la mirada de reojo, de contrabando, te mantienes
mirando la pared. Estamos bastante solos en estos espacios públicos
y hay mucha violencia en esta calmada aceptación
de un mundo
cerrado.
Me siento frente a alguien para registrar su imagen, la forma
de la evidencia, pero, como él, yo también
miro a la distancia y finjo ausencia. Trato de ser como él.
Es todo un engaño, una mentira necesaria que dura lo suficiente
para tomar una fotografía. Si mirar es ser
libre, fotografiar también
lo es, aguanto la respiración y disparo."(1)
Las fotografías de Luc Delahaye
parecen capturar el kairós de la alteridad radical
en tanto desaparición de la interioridad subjetiva y de
la expresión de la identidad, clausura de la comunicación,
juego de los signos en el vacío del sentido. Todos hemos
visto estos rostros sin mirada en la multiplicidad de los espacios
de circulación, de comunicación o de consumo donde
la identidad es de mínima
definición, espacios del anonimato donde el otro se reduce
prácticamente a un fantasma. Paradójicamente,
esta banalidad del otro nos hablaría
de su carácter menos banal, el carácter fatal de
su alteridad, el otro es realmente otro en tanto no es más
que un enigma, ahí radica la seducción de la alteridad,
que no tiene que ver ni con la verdad ni con el sentido, sino con una
forma de deriva, afinidades electivas, azar. Más que reconciliación
o comunicación (es lo mismo) la alteridad abre el espacio de
un desafío, un juego que nos remite a la forma fatal de
un destino, una suerte de enfrentamiento dual, siempre aplazado
y nunca resuelto.
Jean
Baudrillard
afirmará, a propósito de las fotografías
de Luc Delahaye, que estas no buscan que la gente exprese lo que
es, sino investigar, a través de su ausencia fotografiada,
lo que no son. Lo único que el fotógrafo le pide
al otro es que siga siendo otro. La banalidad consistiría,
en cambio, en pedirle al otro que fuera el mismo, que desplegara
su subjetividad frente al objetivo fotográfico, que se
reconciliara con su propia imagen y, de paso, con nosotros (digan cheeeese, sonrían,
escenifiquen, con todas sus fuerzas, lo más profundo de
su alma).
Una especie de teología post-industrial: sonría, dios lo está
filmando.
En este sentido, lo que distingue a las fotografías de
Luc Delahaye es la ausencia de la mirada, no existe intercambio, el fotógrafo
desaparece y captura, en su desaparición, la ausencia del
otro. Baudrillard llamará situación poética
de transferencia o transferencia poética de situación
a este fenómeno de reversibilidad, de desaparición
recíproca y de complicidad indiferente. Así como
los microbios de Schnitzler, estos rostros entregan sin saberlo,
al objetivo fotográfico, el enigma de un destino.
Notas:
1 Delahaye,
L., Baudrillard, J., L'Autre, Hong Kong, Phaidon, 1999,
p. 3 (la traducción es mía).
Bibliografía
consultada
Auster,
Paul, Leviatán, Barcelona, Anagrama, 1996.
Barthes, Roland, La cámara lúcida, Barcelona, Paidós,
1997.
Baudrillard, Jean, La transparencia del mal, Barcelona, Anagrama,
1993.
--------------------, De la seducción, Barcelona, Planeta-Agostini,
1993.
--------------------, Las estrategias fatales, Barcelona, Anagrama,
1994.
--------------------, El crimen perfecto, Barcelona, Anagrama,
1996.
--------------------, Photographies 1985 - 1998, Germany, Hatje
Kants Publishers, 1999.
--------------------, El intercambio imposible, Madrid, Cátedra,
2000.
--------------------, D'un fragment l'autre, Paris, Editions
Albin Michel, 2001.
Calle, Sophie, Double Game, London, Violette, 1999.
Delahaye, L., Baudrillard, J., L'Autre, Hong Kong, Phaidon, 1999.
Schnitzler, Arthur, Relaciones y soledades, Barcelona, Edhasa,
1998.
Segalen, Victor, Ensayo sobre el exotismo, México, FCE,
1989.
Warhol, Andy, Mi filosofía de A a B y de B a A, Barcelona,
Tusquets, 1998.
*De próxima edición en el libro colectivo La
imagen: posiblidades de lectura, México, UAM-Azcapotzalco.
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