El Talmud de Babilonia
comenzó a compilarse en el siglo VI de nuestra era. Se
compone de la Mishná, una colección escrita
de leyes orales que complementan los cinco libros básicos
(el Pentateuco) del Antiguo Testamento,
y la Guemará, que es su elaboración en forma
de debate. Una particularidad del Talmud babilónico es
que falta la primera página a cada uno de los tratados
que lo componen. Preguntado el gran maestro del siglo XVIII Rabí
Leví Yitzhak de Berdichev por el motivo de esa falta,
que obliga al lector a comenzar por la página dos, respondió:
"Porque, por muchas páginas que lea el estudioso,
nunca debe olvidar que no ha alcanzado aún la mismísima
primera página".
Los talmudistas askenazís
desarrollaron una forma de lectura
que lleva al extremo los niveles de interpretación establecidos
durante la Edad Media, que Dante resumió como "sacamos
un significado de la letra, y otro de lo que la letra significa:
al primero se le llama literal, y al otro, en cambio, alegórico
o místico". Los talmudistas askenazís
leían en por lo menos cuatro niveles simultáneos:
sentido literal, sentido limitado, elaboración racional
y significado oculto.
Paralelamente a la formación
de un cuerpo de ideas en torno a la lectura,
la escritura fue perfeccionando
algunas técnicas que permitieran conservar con mayor fidelidad
el texto original, ayudaran al lector a comprender el sentido
de lo escrito en una primera lectura. Este desarrollo de ayudas
a la lectura estuvo relacionado con la costumbre cada vez más
difundida de leer en silencio.
La lectura en voz alta
tenía dos funciones: por un lado, servía al lector
solitario para comprender el sentido a través de la sonoridad
de las palabras; por otro lado, tenía la misión
de poner en común un texto ante una asamblea de oyentes.
Las lecturas para un grupo generalmente se realizaban luego de
un proceso de aprendizaje del lector, que había ensayado
previamente las diversas opciones que el texto permitía.
Cuando, durante los siglos XI y XII el número de lectores
silenciosos fue relativamente grande, en Europa la Iglesia comenzó
a ver con alarma esta actividad. No es casual que las herejías
comenzaran a ser perseguidas con saña justamente cuando
leer pudo ser plenamente una actividad solitaria y secreta.
Pero para que esto
fuera posible, la puntuación y el orden de las letras
debió ser ajustado. Antes, un texto de la Eneida,
de Virgilio, se mostraba así en la página:
C O L L E C T A M E X I L
I O P U B E M
Las lecturas literales
posibles son dos: collectam ex Ilio pubem ("un grupo de personas procedentes
de Troya")
o collectam exilio pubem ("un
pueblo reunido para el exilio").
Agrupar las letras en palabras, y utilizar mayúsculas
y minúsculas ayuda a precisar el sentido de la frase.
La lectura askenazí
del Talmud, pero también la lectura de la Eneida
o de casi cualquier libro antiguo, fue, durante muchos siglos,
una aventura laberíntica. El proceso hacia una escritura
como cuerpo cerrado a diversas lecturas literales, que sólo
permitiera multiplicidad en el plano alegórico (según Dante) o en los tres restantes sentidos talmúdicos,
parece adecuado al tránsito hacia la modernidad representada
por el descubrimiento de la perspectiva cónica en el Renacimiento,
símbolo de una mirada fija en un punto predeterminado del
espacio. Habría que esperar hasta Cézanne, Braque,
Picasso, Virginia Woolf o James Joyce
para que volviera a desmontarse el mecanismo de la mirada unipolar.
* Publicado
originalmente en Insomnia Nº 82
|
|