Cierto día del siglo
XX, un actor que interpretaba a un detective con nombre de revólver
(Magnum) exigió que un número
determinado de tomas lo agarrara desde atrás. La exigencia
de Tom Selleck fue de inmediato celebrada por la comunidad gay norteamericana porque,
a diferencia de tantos otros carilindos de la pantalla, el galán
Selleck, de bigotes y metro noventa, hacía confesión
y firmaba sus predilecciones dándonos la mejor de sus sonrisas:
dos lindos glúteos apretaditos y simpaticones (aquí
estamos).
Al mismo tiempo, su contrato
hacía escrito lo que ya hacía mucho era público:
el culo era un emergente
en el star system; con el tiempo, se ha vuelto una de las
más redondeadas y logradas imágenes de la civilización
de la imagen.
Ass Latino
En clave
barroca, claro está, nuestro señor del back
alley tiene formidables precedentes. Baste recordar a Juan
Lamas o Francisco de Quevedo y sus gracias y desgracias del ojo
del culo. En nuestro continente, saqueando a W. H. Auden y abusando
de crasas oposiciones binarias, en Conjunciones y Disyunciones,
Octavio Paz había derivado
sobre este ojo simpático un tenue ensayo. Contraponiendo
el signo cuerpo al no
cuerpo, y a Oriente con Occidente, Paz, siguiendo a Norman O.
Brown, hacía recaer gravitacionalmente todo el peso del
excremento -a partir de la Contrareforma- para contraponerlo al
oro y su sublimación protestante: el billete de banco.
La letrina y el papel
moneda vendrían conjuntados, aseguraba Paz, en la era
capitalista.(1)
El irse de cuerpo era recuperado
de manera más sutil por Severo Sarduy -también,
entre otros, por Fuentes-, quien proponía un neobarroco
del gasto y del desperdicio antifuncional, enemigo de la retención
anal y todos los etcéteras que valga agregar.
Política
del cuerpo
Estas exposiciones sirven
para inscribir el trasero
en una economía del signo, buscándole precedentes
culturales. El caso de Tom Selleck, por su parte, lo contextualiza
dentro de una economía libidinal y una política
del cuerpo. Una rápida mirada sobre el culito pop
podría, tal vez, ponernos en una nueva pista y reubicarnos
en nuestros bordes. Jim Morrison comenzó su carrera de
vocalista actuando de espaldas, como sugiriendo que las puertas
de la percepción (The
Doors of perception)
se abrían en otra óptica. Pero ya antes Mick
Jagger había encontrado una réplica exacta a
la lacerante pelvis del bueno de Elvis; sacaba la lengua y usaba
pantalones bien ceñidos, que le apretaban los glúteos
y enloquecían a millones de fans. El culo - unisex, androginizante - había
comenzado a sincerarse como ese radiante objeto del deseo.
Superficie y profundidad
Tal vez hubiera que encontrar
las circunstancias de esta epifanía -no las razones- precisamente
en esa línea tiránica, esa suerte de guión
que establece un escenario. En escena, la estrella comienza por
instalarse en una fachada, en un look, en una imagen,
en pura superficie que el público succiona - como una fotografía
chupa el alma de un bosquimano. Posters, fotocopias, estampitas,
hologramas, la imagen se desvanece en su propia superficie, en
el frustrante plano de una pantalla. Todo, en nuestra cultura,
comienza a tomar lisa, llana, bidimensionalidad. Al mismo tiempo,
la civilización de la imagen genera sus desconfianzas y
su propio contradiscurso.
La contrareforma de
la imagen encuentra su parousía en una gran Glasnost
que (si por un lado liquidó
la gélida revolución socialista) para nosotros, en la esfera del neoliberalismo,
hizo del delirio de transparencia una especie de cumbre del barroco.
Pompa y gravidez
Repitiendo
a la cultura de masas de Lope, de Shakespeare, de Calderón,
vivimos en el gran teatro del mundo: nuestra biografía
tendría la pesantez de una pompa y la densidad de un sueño
si la imagen no involucrara la marca que la denuncia.
No repite ni representa:
se expone como marca de fábrica, como producto de una tramoya.
La exagerada lengua de Jagger no era otra cosa: mera salida, leso
ex abrupto para decir que hay un detrás de mí que
me hace. Hay tramoya, hay bastidores, hay camerinos (detrás
de la imagen). Y todo ese backstage aparece en la escena vía la exageración
del gesto; se inscribe en la superficie. El micrófono (como
ya hace tantos años en una película de escaso presupuesto
de Cassavettes) se volvió visible en la
pantalla chica y Alberto Olmedo, por ejemplo, logró ser
gracioso al salirse del ámbito previamente delimitado:
paseándose entre las cámaras, poniéndose
y quitándose la peluca, riéndose de sus furcios,
en fin, todo se convirtió en neoTV.
De ahí había
un paso, y largamente dado, para que el negro rosarino jugara
al bujarrón con su amigo Javier Portales: ya que todo
esto está detrás de nosotros, yo me paro detrás
de vos.
Backstage
Cualquier producción
cinematográfica exhibe, para venderse, su detrás
de la pantalla. Pareciera que, detrás de la pantalla,
lo que cabe encontrar, previsiblemente, es el culo. Un buen despliegue
televisivo debe jugar a mostrar, más allá de la
supeficie en la que los actores, los periodistas o los entrevistados
aparecen como pintados, un nuevo ángulo que le otorgue
profundidad al set o al escenario. Esa cámara que aparece
por detrás para dar el través de la escena, para
buscarle al plano algún espesor, se vuelve, naturalmente,
el juego de la cámara oculta.
Gran contraplano que es
la regla básica del blooper.
En una situación inesperada nos sorprendemos siendo parte
de una escena: el video oculto se deleita de aquellas circunstancias
en que nos damos de culo contra la realidad, que nos sorprende,
como sorprende la risa,
cuando falla en sus automatismos.
Pero básicamente
nos sorprende cuando el cuerpo nos traiciona y deja de respondernos
en la rigidez de la vida pública. Hacemos reír
cuando la cámara nos asalta rascándonos la nariz
u otras partes (no deberíamos,
ahí esta el ojo vigilante acechándonos), cuando tropezamos o caemos,
cuando exhibimos todo aquello que poco tiene que ver con la rigidez
del alma - o de su asociado, el civismo.
Gracias y desgracias
Gracias y desgracias.
El culo aperece en la opacidad última como el registro
más tactable de transparencia. Es ahí, pareciera,
donde el signo hace cuerpo, donde la realidad parece alojarse
como un íncubo, o, para ser menos pretensiosos, como un
inquilino pobre que no encuentra mejor albergue transitorio ni
mejor buhardilla. Pareciera, a la vez, una victoria coyuntural
del gusto mediterráneo, más pastoril, que tiene
un culo entre ceja y ceja, sobre la mirada capitalista y protestante,
madre del inodoro o water, y, como señalara Auden, de
la letrina.
Bujarrón doncello
No faltan en el mundo
hispánico precedentes literarios. Maldoror,
gran montevideano, anclado en París anhelaba sodomizar
los cielos. Mucho más cerca en el tiempo, Julio
Cortázar proponía un tibio revés para
la revolución*. Por la época en que Jim Morrison
se dejaba morir en París, en que Jagger se casaba con Bianca,
en que la literatura y la música popular hispanoameericana
explotaban en un enorme panfleto produccionista, El libro de
Manuel intentó darle -a través de un relato
bastante doncellesco- con el trasero a la revolución. Fue
una novela con revolucionarios que componían, como un collage,
un libro para un niño: elquetedije. El héroe de la escritura
era ese infante, elquetedije (o
Manuel) y uno de
los personajes es un obsesivo conversacional que sólo sabe
hablar del hongo. Paralelamente, uno de los protagonistas sueña
con meter argumentalmente deditos en el culo (sic)
y logra sacarse sus ganas viejas, finalmente, sodomizando a una
de sus noviecitas
Hongo o quetedije,
el culo, como lo abyecto o lo no mecionable, aparecía
como gran pretexto o soporte para armar batiburrillo revolucionario.
Un lugar poco productivo, una gruta de placer o profanación,
como se quiera, que el buenazo de Cortázar anteponía
a la reproducción. Una novela larga escrita a partir de
un principio, el de que las cosas no se llaman por su nombre.(3)
Sacate las ganas
Hoy -entre tanta otra cosa-
han caído en riguroso descrédito los novelones libertarios,
las revoluciones armadas y también las sexuales. Sin embargo,
por estos rumbos, la fijación sigue intacta. "Sacate
las ganas", luce por todas partes de Montevideo, un afiche
de Grapamiel Vesubio. Un muchacho de jeans y una cosa gruesa en
faldita roja -como tomada en gran angular- nos dan la espalda,
junto a una botella de grapamiel. La gana española, escribía
Lezama, pasa a este continente
como desgano. En todo caso, nuestra grapamiel parece seguirlo
en sus ramificaciones. Si tenemos gana -nosotros hijos de inmigrantes
europeos- es buena hora de perderla. Si tenemos gana, tampoco
entremos en el juego de la reproducción sino que mejor
escapemos hacia un lugar de puro goce improductivo, de ocio y
no de neg-ocio.(4)
En último término,
geopolíticamente, ataquemos desde donde estamos, es decir,
desde el patio trasero del capitalismo protestante: pareciera
-probablemente Lezama no se ofendiera con la enmienda- que las
verdaderas ganas de la raza vienen por
detrás.
En todo caso, tanto
en Selleck, como el procaz Jagger, como los escritores aquí
mencionados, vienen al caso para recordar que sólo un
escritor protestante rompió con una regla de oro de la
escritura. Hemingway se movía a paso de conquistador,
amó la cultura mediterránea y fue regularmente
nómade. La civilización, esa actividad sedentaria
supuestamente apoyada en la mente, necesita de cartógrafos
y escritores que la diagramen.
Hemingway escribía
de pie, pero usted, que lee la superficie de una hoja o de un
monitor, y aquél
que la escribe, bien saben en qué se apoyan para ir haciendo
un texto.
*
En aquella época, Latinoamérica era
una damisela explotada, con las venas abiertas, por su macró
imperialista. Todos le pedían, leninistamente, que trajera
niños (vendrás en primavera). Es que la era misma
estaba pariendo: se le hinchan los pies, diagnosticaba uno, se
puso de moda, cantó otro. A todo este fervor ginecológico.
Notas:
1) "La condenación
del excremento por la Reforma - estira Paz a Norman O. Brown
- o manifestación del demonio, fue el antecedente y la
causa inmediata de la sublimación capitalista: el oro
(el excremento) convrtido en billete de banco y acciones".
Conjuncioes y disyunciones.
2 En la novela, los protagonistas se divertían haciendo
decir conchapeluda a una actriz polaca. Esto es, hacen al extranjero
romper por ellos el tabú de su propia lengua. Quetedije
funciona como fetiche
tribal. Sólo un grupo lo entiende. Piénsese que
en España, por ejemplo, cola remite a pene y no a culo,
como en América.
3) El afiche, claro está, es indicador de una cultura
básicamente machista. No obstante, es posible obeservarlo
como marca de indiferenciación sexual. A diferencia del
busto, marca estrictamente femenina, los glúteos son deseables
también por las mujeres heterosexuales. Democratizan,
por así decirlo, un gusto; localizan el deseo de más
de un sexo. En este sentido, se podría decir que el culo
es unisex.
* Publicado originalmente en La República
de Platón Nº38
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