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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



CULO - BACKSTAGE - PROFUNDIDAD -CORTÁZAR, JULIO - EL LIBRO DE MANUEL - BIDIMENSIONALIDAD - GANA -


Ass latino*

Amir Hamed
Cualquier producción cinematográfica exhibe, para venderse, su detrás de la pantalla. Pareciera que, detrás de la pantalla, lo que cabe encontrar, previsiblemente, es el culo


Cierto día del siglo XX, un actor que interpretaba a un detective con nombre de revólver (Magnum) exigió que un número determinado de tomas lo agarrara desde atrás. La exigencia de Tom Selleck fue de inmediato celebrada por la comunidad gay norteamericana porque, a diferencia de tantos otros carilindos de la pantalla, el galán Selleck, de bigotes y metro noventa, hacía confesión y firmaba sus predilecciones dándonos la mejor de sus sonrisas: dos lindos glúteos apretaditos y simpaticones (aquí estamos).

Al mismo tiempo, su contrato hacía escrito lo que ya hacía mucho era público: el culo era un emergente en el star system; con el tiempo, se ha vuelto una de las más redondeadas y logradas imágenes de la civilización de la imagen.

Ass Latino

En clave barroca, claro está, nuestro señor del back alley tiene formidables precedentes. Baste recordar a Juan Lamas o Francisco de Quevedo y sus gracias y desgracias del ojo del culo. En nuestro continente, saqueando a W. H. Auden y abusando de crasas oposiciones binarias, en Conjunciones y Disyunciones, Octavio Paz había derivado sobre este ojo simpático un tenue ensayo. Contraponiendo el signo cuerpo al no cuerpo, y a Oriente con Occidente, Paz, siguiendo a Norman O. Brown, hacía recaer gravitacionalmente todo el peso del excremento -a partir de la Contrareforma- para contraponerlo al oro y su sublimación protestante: el billete de banco.

La letrina y el papel moneda vendrían conjuntados, aseguraba Paz, en la era capitalista.(1)

El irse de cuerpo era recuperado de manera más sutil por Severo Sarduy -también, entre otros, por Fuentes-, quien proponía un neobarroco del gasto y del desperdicio antifuncional, enemigo de la retención anal y todos los etcéteras que valga agregar.

Política del cuerpo

Estas exposiciones sirven para inscribir el trasero en una economía del signo, buscándole precedentes culturales. El caso de Tom Selleck, por su parte, lo contextualiza dentro de una economía libidinal y una política del cuerpo. Una rápida mirada sobre el culito pop podría, tal vez, ponernos en una nueva pista y reubicarnos en nuestros bordes. Jim Morrison comenzó su carrera de vocalista actuando de espaldas, como sugiriendo que las puertas de la percepción (The Doors of perception) se abrían en otra óptica. Pero ya antes Mick Jagger había encontrado una réplica exacta a la lacerante pelvis del bueno de Elvis; sacaba la lengua y usaba pantalones bien ceñidos, que le apretaban los glúteos y enloquecían a millones de fans. El culo - unisex, androginizante - había comenzado a sincerarse como ese radiante objeto del deseo.

Superficie y profundidad

Tal vez hubiera que encontrar las circunstancias de esta epifanía -no las razones- precisamente en esa línea tiránica, esa suerte de guión que establece un escenario. En escena, la estrella comienza por instalarse en una fachada, en un look, en una imagen, en pura superficie que el público succiona - como una fotografía chupa el alma de un bosquimano. Posters, fotocopias, estampitas, hologramas, la imagen se desvanece en su propia superficie, en el frustrante plano de una pantalla. Todo, en nuestra cultura, comienza a tomar lisa, llana, bidimensionalidad. Al mismo tiempo, la civilización de la imagen genera sus desconfianzas y su propio contradiscurso.

La contrareforma de la imagen encuentra su parousía en una gran Glasnost que (si por un lado liquidó la gélida revolución socialista) para nosotros, en la esfera del neoliberalismo, hizo del delirio de transparencia una especie de cumbre del barroco.

Pompa y gravidez

Repitiendo a la cultura de masas de Lope, de Shakespeare, de Calderón, vivimos en el gran teatro del mundo: nuestra biografía tendría la pesantez de una pompa y la densidad de un sueño si la imagen no involucrara la marca que la denuncia.

No repite ni representa: se expone como marca de fábrica, como producto de una tramoya. La exagerada lengua de Jagger no era otra cosa: mera salida, leso ex abrupto para decir que hay un detrás de mí que me hace. Hay tramoya, hay bastidores, hay camerinos (detrás de la imagen). Y todo ese backstage aparece en la escena vía la exageración del gesto; se inscribe en la superficie. El micrófono (como ya hace tantos años en una película de escaso presupuesto de Cassavettes) se volvió visible en la pantalla chica y Alberto Olmedo, por ejemplo, logró ser gracioso al salirse del ámbito previamente delimitado: paseándose entre las cámaras, poniéndose y quitándose la peluca, riéndose de sus furcios, en fin, todo se convirtió en neoTV.

De ahí había un paso, y largamente dado, para que el negro rosarino jugara al bujarrón con su amigo Javier Portales: ya que todo esto está detrás de nosotros, yo me paro detrás de vos.


Backstage

Cualquier producción cinematográfica exhibe, para venderse, su detrás de la pantalla. Pareciera que, detrás de la pantalla, lo que cabe encontrar, previsiblemente, es el culo. Un buen despliegue televisivo debe jugar a mostrar, más allá de la supeficie en la que los actores, los periodistas o los entrevistados aparecen como pintados, un nuevo ángulo que le otorgue profundidad al set o al escenario. Esa cámara que aparece por detrás para dar el través de la escena, para buscarle al plano algún espesor, se vuelve, naturalmente, el juego de la cámara oculta.

Gran contraplano que es la regla básica del blooper. En una situación inesperada nos sorprendemos siendo parte de una escena: el video oculto se deleita de aquellas circunstancias en que nos damos de culo contra la realidad, que nos sorprende, como sorprende la risa, cuando falla en sus automatismos.

Pero básicamente nos sorprende cuando el cuerpo nos traiciona y deja de respondernos en la rigidez de la vida pública. Hacemos reír cuando la cámara nos asalta rascándonos la nariz u otras partes (no deberíamos, ahí esta el ojo vigilante acechándonos), cuando tropezamos o caemos, cuando exhibimos todo aquello que poco tiene que ver con la rigidez del alma - o de su asociado, el civismo.

Gracias y desgracias

Gracias y desgracias. El culo aperece en la opacidad última como el registro más tactable de transparencia. Es ahí, pareciera, donde el signo hace cuerpo, donde la realidad parece alojarse como un íncubo, o, para ser menos pretensiosos, como un inquilino pobre que no encuentra mejor albergue transitorio ni mejor buhardilla. Pareciera, a la vez, una victoria coyuntural del gusto mediterráneo, más pastoril, que tiene un culo entre ceja y ceja, sobre la mirada capitalista y protestante, madre del inodoro o water, y, como señalara Auden, de la letrina.


Bujarrón doncello

No faltan en el mundo hispánico precedentes literarios. Maldoror, gran montevideano, anclado en París anhelaba sodomizar los cielos. Mucho más cerca en el tiempo, Julio Cortázar proponía un tibio revés para la revolución*. Por la época en que Jim Morrison se dejaba morir en París, en que Jagger se casaba con Bianca, en que la literatura y la música popular hispanoameericana explotaban en un enorme panfleto produccionista, El libro de Manuel intentó darle -a través de un relato bastante doncellesco- con el trasero a la revolución. Fue una novela con revolucionarios que componían, como un collage, un libro para un niño: elquetedije. El héroe de la escritura era ese infante, elquetedije (o Manuel) y uno de los personajes es un obsesivo conversacional que sólo sabe hablar del hongo. Paralelamente, uno de los protagonistas sueña con meter argumentalmente deditos en el culo (sic) y logra sacarse sus ganas viejas, finalmente, sodomizando a una de sus noviecitas

Hongo o quetedije, el culo, como lo abyecto o lo no mecionable, aparecía como gran pretexto o soporte para armar batiburrillo revolucionario. Un lugar poco productivo, una gruta de placer o profanación, como se quiera, que el buenazo de Cortázar anteponía a la reproducción. Una novela larga escrita a partir de un principio, el de que las cosas no se llaman por su nombre.(3)


Sacate las ganas

Hoy -entre tanta otra cosa- han caído en riguroso descrédito los novelones libertarios, las revoluciones armadas y también las sexuales. Sin embargo, por estos rumbos, la fijación sigue intacta. "Sacate las ganas", luce por todas partes de Montevideo, un afiche de Grapamiel Vesubio. Un muchacho de jeans y una cosa gruesa en faldita roja -como tomada en gran angular- nos dan la espalda, junto a una botella de grapamiel. La gana española, escribía Lezama, pasa a este continente como desgano. En todo caso, nuestra grapamiel parece seguirlo en sus ramificaciones. Si tenemos gana -nosotros hijos de inmigrantes europeos- es buena hora de perderla. Si tenemos gana, tampoco entremos en el juego de la reproducción sino que mejor escapemos hacia un lugar de puro goce improductivo, de ocio y no de neg-ocio.(4)

En último término, geopolíticamente, ataquemos desde donde estamos, es decir, desde el patio trasero del capitalismo protestante: pareciera -probablemente Lezama no se ofendiera con la enmienda- que las verdaderas ganas de la raza vienen por detrás.

En todo caso, tanto en Selleck, como el procaz Jagger, como los escritores aquí mencionados, vienen al caso para recordar que sólo un escritor protestante rompió con una regla de oro de la escritura. Hemingway se movía a paso de conquistador, amó la cultura mediterránea y fue regularmente nómade. La civilización, esa actividad sedentaria supuestamente apoyada en la mente, necesita de cartógrafos y escritores que la diagramen.

Hemingway escribía de pie, pero usted, que lee la superficie de una hoja o de un monitor, y aquél que la escribe, bien saben en qué se apoyan para ir haciendo un texto.

* En aquella época, Latinoamérica era una damisela explotada, con las venas abiertas, por su macró imperialista. Todos le pedían, leninistamente, que trajera niños (vendrás en primavera). Es que la era misma estaba pariendo: se le hinchan los pies, diagnosticaba uno, se puso de moda, cantó otro. A todo este fervor ginecológico.

Notas:

1) "La condenación del excremento por la Reforma - estira Paz a Norman O. Brown - o manifestación del demonio, fue el antecedente y la causa inmediata de la sublimación capitalista: el oro (el excremento) convrtido en billete de banco y acciones". Conjuncioes y disyunciones.
2 En la novela, los protagonistas se divertían haciendo decir conchapeluda a una actriz polaca. Esto es, hacen al extranjero romper por ellos el tabú de su propia lengua. Quetedije funciona como fetiche tribal. Sólo un grupo lo entiende. Piénsese que en España, por ejemplo, cola remite a pene y no a culo, como en América.
3) El afiche, claro está, es indicador de una cultura básicamente machista. No obstante, es posible obeservarlo como marca de indiferenciación sexual. A diferencia del busto, marca estrictamente femenina, los glúteos son deseables también por las mujeres heterosexuales. Democratizan, por así decirlo, un gusto; localizan el deseo de más de un sexo. En este sentido, se podría decir que el culo es unisex.

* Publicado originalmente en La República de Platón Nº38

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