1
Baile
de campaña. Hipertelia. Esta palabra extravagante tiene
su origen, si esta torpe filología no falla, en la obra
de Severo Sarduy y Lezama Lima. Refiere a todo exceso, a todo
aquel organismo que rebasa sus propios límites, a todo
aquel artefacto que desborda su propia función, a aquél
movimiento que va más allá de su propio objetivo,
al proyecto que supera su propia finalidad. Es, a fin de cuentas,
otra palabra para el monstruo.
Hipertelia
(¿será necesario decirlo?) es uno de los rasgos
del barroco. Cuando el travesti (la adolescente) se emperifolla,
en un principio para enganchar y gustar, es incapaz de detener
esa folie douce de pintarse, de dibujarse, de corregirse,
de construirse otro cuerpo.
El movimiento
ha rebasado su objetivo, pero el resultado (si es que hay uno) también
ha rebasado los límites de la tolerabilidad. Este exceso
de precauciones, este empuje, menos perfeccionista que correctivo,
como una fascinación suicida, va a resultar fatal. Corregir
y perfeccionar el cuerpo también es sacar, del archivo
imaginario más crudo, el cuerpo fragmentado, la dispersión
original de piezas y partes que luego se unen no sin ostensibles
(y siempre
frágiles) artificios: tengo un ojo más
chico que el otro, mi nariz se tuerce ligeramente
hacia la izquierda, mi cuello es muy corto, mis piernas
son demasiado largas: soy una sumatoria contradictoria, frágil
y fea, de ojos, pelos, boca, piernas, orejas.
El travesti, finalmente, aunque
ese fuera su objetivo, no va a clonar o a replicar a una mujer
para suplantarla: su femeneidad va a superar lo femenino. Este es más-femenino
que-lo-femenino es la hipertelia: es lo que delata al travesti,
es lo que hace que aquello que había empezado (presumiblemente) como una tachadura
de su sexo, se convierta en su más inquietante exhibición.
Ocultar al macho, borronearlo, dibujar encima de su cuepo un cuerpo
de mujer, hipertrofiar la femeneidad hasta volverla perfectamente
inverosímil, grotesca, o incluso agresiva, no deja de ser,
paradójicamente, una manera de enfatizar a ese macho que
se somete y se deja.
2
Extraña
derivación de la sexualidad. Los monumentos hormonales
de la cultura de masas, como la Chicholina, o Madonna o Marta
Sánchez, o Marilyn, o Susana Giménez, o Zsa
Zsa Gabor, o Loni Anderson, son, en el sentido de una sexualidad
hipertélica, travestis. Toda mujer, presumiblemente, que
sea bild de la cultura de masas, es travesti.
Las variaciones.
Raquel Welch, Liz Taylor. Abonitarse, rejuvenecerse, agregarse
senos, afinarse la nariz, quitarse una costilla para enfatizar
la cintura, endurecer las nalgas, almendrarse los ojos, usar procedimientos
quirúrgicos o gimnásticos o químicos o alimenticios
(ya no es
posible no tomar al make up como medida, sea éste
quirúrjico o químico o gimnástico: la fabricación
de un cuerpo puede eventualmente ser el mantenimiento del cuerpazo
infernal que Dios nos dio).
Un
cuerpo de mujer dibujado sobre un cuerpo de mujer, o una cara
de mujer dibujada sobre una cara de mujer -homotravestismo (1): ¿importa
acaso el sexo original desde el cual parte el travesti? ¿o
importan más bien el énfasis, el dibujo, el make
up, el proceso de hacerse?
Marta Sánchez, Marilyn. El cuerpo de una supermujer ha sido fabricado
debajo de una cara de niña boba, o al revés,
la cara ha sido fabricada sobre un cuerpo. En cualquier caso un
ser asexuado y uno sexuado se unen y se mezclan
para componer un monstruo deslumbrante, un barroco hipersexuado,
teatral ("Soy
una mujer normal").
Madonna.
Un cuerpo de hombre se va dibujando lentamente sobre un cuerpo
de mujer. La obtención de la hipersexualidad pasa por
una progresiva desfeminización del cuerpo, o mejor, por
su progresiva masculinización (desde la italiana rea hasta el tecno-sado).
Es el mismo
movimiento hipertélico del travesti clásico (heterotravestismo), la misma inercia,
pero con una inversión de su sentido: no hay una tachadura
de la mujer detrás del cuerpo macizo, rellenado (con
sus agujeros tapados)
y musculado de varón, sino la exhibición paradojal
de una femineidad que no es solamente fálica sino sádica y carnívora:
la mujer que pega, que somete y humilla y penetra, la imposible
erección femenina, la imposible erección perpetua
(los recursos
enfáticos, siempre obvios, característica del barroco:
recuerdo los picos, duros y filosos, del corpiño metálico).
Todos estos
son organismos complejos, mutantes genéticos,
imágenes sexuales nomádicas. Pero no necesariamente
debe verificarse la deriva de un sexo a otro (heterotravestismo) para que aparezca el barroco sexual.
A eso apuntaba el ejemplo con el que empieza esta nómina
de "extravagancias" (el
homotravesti: una mujer dibujada sobre la mujer; o eventualmente,
un hombre dibujado sobre un hombre).
La
cultura televisiva está llena de organismos interesantes,
en ese sentido. Azúcar Moreno: textos eróticos
y provocativos cantados a una sola voz, con una sola enorme boca,
por Antonia y Encarnación, las siamesas del placer, la
bizarra gitana doble. Sueño realizado no sólo de
una super-mujer, sino de una estéreo mujer, una sirena
especularia, un doble de cuerpo por gracia de una magia genética,
una especie de partenogénesis coreográfica.
3
Volviendo
a nuestro asunto, la hipertelia provoca, o es, de hecho, un efecto
paradojal: la famosa transgresión que supuestamente contiene
el barroco, la provocación o la crisis de un orden institucional
o de una axiología autoritaria e incuestionada (la cultura occidental
y cristiana, la familia burguesa, la división sexual de
los roles, etc.)
rasgo tantas veces mencionado y celebrado por los espíritus
románticos o contestatarios, parece nacer precisamente
de una forma hipertrofiada de la obediencia institucional.
En
un viejo artículo de La República de Platón
(2), se mencionaba
el caso de un travesti de varieté, en un quilombo de una
ciudad del interior de Uruguay. Su nombre artístico era
Susana Giménez de Monzón (se negó a actuar, cierta noche,
porque el anuncio del show, en la puerta del cabaret, había
omitido el "de Monzón"). Su delirio, se comprenderá,
es una forma exacerbada de la obediencia. Su objetivo es suplantar
a la mujer, ocupando la condición institucional de la
mujer y los aspectos más codificados de lo femenino: el
trevestismo no sólo pone tetas, caderas y pelo, sino también,
y sobre todo, marido, familia, libreta de matrimonio, nombre
propio. Su locura es no poder detener su crecimiento, no poder
parar de amontonar otros cuerpos sobre su cuerpo, rebasar sus
fines y sus objetivos, funcionar descontroladamente.
Su carácter
subersivo (para
usar una palabra abusiva -no puede hablarse de subversión,
ni transgresión, ni rebelión, en el barroco) no proviene de
una oposición, de una crítica, de una desconstrucción,
o, en suma, de una pose contracultural. No proviene de situarse
fuera de un espacio para criticarlo, sino de todo lo contrario:
llenar ese espacio, habitarlo o contrahabitarlo, saturarlo y sobresaturarlo,
cargarlo de teatralidad y de énfasis, crear un grotesco, duplicando a un
original, pintándolo, enfatizándolo, estirándolo,
anamorfizándolo, hasta hacer saltar la duda: ¿qué
original?
Notas:
(1) Debo la utilización
de las categorías homo y heterotravestismo a una sugerencia
del Sr. Mario
Ferrari Brow.
(2) Ver Núñez & Maciel, "Hace algunos años,
en un cabaret suburbano", La República de Platón
Nº 8, Pp. 4.
* Publicado
originalmente en La República de Platón,
Nº 78
|
|