El desempleo abierto en Uruguay alcanza a más
del 17% de la población. El salario real arrastra una pérdida
de ya casi 20 puntos porcentuales entre el 2001 y el 2002. Se
multiplican las evidencias sobre sectores amplios de población
con serios problemas de acceso a la alimentación
básica.
Aumenta a casi el 20% el número de desalojos por el no
pago de alquiler. La lista de morosos frente a empresas públicas
y privadas, adquiere en el 2002 un giro exponencial. Carecemos
aún de información sistemática
sobre los niveles de pobreza en Uruguay, ya que deben esperarse los datos
del la Encuesta Continua de Hogares del 2002. Sin embargo,
no es aventurado afirmar, que el porcentaje de hogares por debajo
de la línea de pobreza (usando aquella línea que el último
Informe Nacional de Desarrollo Humano utilizó) se encuentra hoy
por encima del 20%. Y este es posiblemente un pronóstico
optimista. La personas por debajo de la línea de pobreza ya eran en el año
2000, uno de cada cuatro uruguayos. Hoy bien pueden
ser uno de cada tres uruguayos.
Luego
de tres años continuos de recesión (1999-2001), el año
2002, no fue de recuperación, sino de caída. Caída
aún más pronunciada de la producción, del
empleo, de las exportaciones, de las reservas internacionales,
del salario, y de las pocas reservas de optimismo que quedaban
en la sociedad. Y claro está, fue también un año
de aumento marcado de la desesperanza, del hambre y de la conflictividad
social. Este año, el 2002, debe contabilizarse como el
año en que Uruguay descendió un escalón
más, de manera estructural, en términos de su riqueza
global. Esta no es una crisis cíclica de la economía, esta es una caída
estructural de la misma. Sin embargo, ello no implica que los
ciclos económicos dejan de operar, y es esperable, que
eventualmente, el país retome cierta capacidad de crecimiento,
aunque lo hará, empezando desde un escalón inferior
en materia de desarrollo económico y social.
Tan
importante como es no minimizar, ni pretender ocultar la magnitud
de la crisis social que acompaña a la crisis económica,
es entender que la actual crisis social posee raíces estructurales
de larga data, tendencias que la explican y que provienen del
mediano plazo, así como aspectos coyunturales, que agravan
notoriamente la faz crítica. Entender esto es relevante
por que nos permite realizar al menos tres operaciones conceptuales:
a. el malestar social, la
pobreza, y la desigualdad no responde meramente a la reciente
agudización de la crisis económica, ni siquiera
a los últimos años recesivos. Algunos de los problemas
sociales (que sin duda se han tornado mayores y más visible),
estaban presentes antes y continuarán con nosotros en
la eventualidad que se retome el crecimiento económico
b. Asimismo la actual situación no era el resultado
inevitable de las precedentes situaciones sociales. Lo que es
más importantes la magnitud y ferocidad de la actual situación
social, responde, esta sí, a la actual coyuntura económica,
y debiera retornar a valores, no equivalentes al pasado, pero
si menores que el presente, una vez se supere la nefasta situación
económica actual.
c. La economía deberá hacer su parte
para empezar a remontar la actual crisis social, pero existen
medidas concretas de corto, mediano y largo plazo que es posble
instrumentar y que poseen como actores privielegiados al Estado y a la Sociedad Civil, para
lograr amortiguar el actual desbarranque social y contribuir a
que la inevitables heridas sobre el tejido social sean eventualmente
reversibles.
1.
Logros reales, problemas invisibles: la década en que
creímos
En el
año 1985 la pobreza en Uruguay ascendía a casi el 37% de
los hogares urbanos, en 1995, la pobreza había disminuido
a menos del 15%. Es cierto que aquí se encuentran diversos
problemas de medición. Ellos refieren tanto a como se mide
y ajusta la linea de pobreza, (hacia el pasado y hacia el futuro, luego
que la establecemos para un punto en el tiempo), como a los puntos de referencia
que tomamos para evaluar el desempeño social de un país.
Sin embargo, ya sea a través de este indicador o de otra
multiplicidad de indicadores sociales (necesidades básicas insatisfechas,
mortalidad
infantil,
salario medio de los hogares, tasas de actividad y empleo), la década
que va de 1985 a 1995 fue sin duda una de importantes logros sociales.
Esto no resulta sorprendente: el PBI crecía, las tasas
de empleo también, el gasto social aumentó a niveles
nunca antes vistos, la inflación cayó debajo de
los dos dígitos, y la desigualdad si bien no disminuyó,
tampocó aumentó. Sin embargo esta imagen que surge de los
datos agregados no permite observar problemas estructurales y
algunas tendencias concretas que colocaban un manto de duda sobre
la salud social del país.
El problema
más importante que enfrentaba y enfrenta el país
en materia social es el marcado desbalance generacional del bienestar.
Este desbalance ya colocaba en situación de pobreza a casi
la mitad de los niños entre cero y cinco
años en 1999. Lo que es más, al observar la evolución
durante la década de la pobreza por edades, puede verse
como es en el tramo de la infancia en donde la pobreza
no sólo no disminuye sino que se incrementa en términos
porcentuales (tomando
como base 100 los valores de 1991).
GRÁFICO
1
Fuente: Kaztman y Filgueira, 2001, en base a ECH
La recesión
de tres años y la crisis del 2002 han tornado más
trágico y evidente este desbalance generacional, condenando
a aún más niños y adolescentes a vivir en situación
de pobreza. Pero este fenómeno ya era una característica
estructural de nuestra sociedad. Su actual visibilidad y magnitud
no debe hacernos olvidar dos cosas: el mayor porcentaje de niños
pobres hoy ya era pobre en 1999; asimismo; la superación
de esta fase de crisis aguda de la economía no hace desaparecer
ni llevará a niveles moderados la pobreza infantil, ello
continúa siendo una asignatura pendiente del país.
En segundo
lugar y como factor que agrava claramente la situación
de la infancia, se produce durante los 90 en Uruguay un marcado procesos
de precarización de las estructuras familiares.
GRÁFICO
2
Fuente: Kaztman y Filgueira, 2001 en base a ECH
Asimismo ha sido anotado con suficiente claridad y documentación
el creciente proceso de segregación residencial de la población
urbana del país, contribuyendo con ello a la desigualdad
y a la pérdida de tono muscular de los mecanismos de integración
social tradicionales (barrio, escuela, espacios públicos).
La infantilización
de la pobreza,
la revolución familiar y la pérdida de integración
social, no son producto de la crisis económica. Son parte
sustantiva del funcionamiento económico y social de un
Uruguay que crecía.
A estos problemas se sumaban otros, que en la segunda mitad de
la década preanuncian y sientan las bases para una explosivo
impacto de situaciones económicas adversas.
2. La segunda mitad de la década del 90: los años
en que no quisimos ver
En
el año 2000, la pobreza en Uruguay había retornado
a los niveles de 1991. ¿Porqué la pobreza crece
entre 1994 y el año 2000?
Fuente:
Elaboración propia en base a ECH.
La clave más importante refiere a una aumento de la desigualdad
que se manifiesta tanto en los salarios de sectores bajos, medios
y altos, como en las tasas de desempleo de estos diferentes
sectores. Los sectores con alta educación (secundaria completa y más)
logran mantener tasas que rondan el 8% hasta 1999, En cambio los
sectores de baja educación (ciclo básico y menos)
y medios (secundaria
incompleta),
llegan a 1996 a tasas de casi el 14 y 12%. Si bien estas descienden
hacia 1998, retornan y aún superan estos niveles en el
año 2000. En este año también, ahora si ya
en plena reseción, puede observarse un marcado incremento
del desempleo de los sectores de alta educación.
Fuente:
PNUD, 2001, en base a ECH.
Este incremento de la desigualdad en el mercado laboral ya estaba
impactando en el desarrollo social del país. El nuevo modelo
de desarrollo que se completa
con la importante apertura comercial en la primera mitad de la
década, manifiesta su impacto regresivo en la segunda mitad,
afectando negativamente las fuentes de empleo de los trabajadores
menos calificados, así como sus niveles de remuneración
(ver PNUD,
2001).
En el
año 2001 esta tendencia se agudiza y la actual crisis profundiza
esta pauta y posee un efecto devastador sobre la el trabajo de sectores medios
y bajos. El trabajo, virtualmente,
desaparece para amplios sectores de población. La recuperación
niveles de actividad podrá mejorar promedialmente las cifras
que aquí se presentan, pero no modificará, posiblemente
lo contrario, la regresividad actual del mercado laboral.
3.
Del 2000 al abismo: repensando desde la catástrofe
La
actual crisis económica no es solamente una crisis inflacionaria
que arrastra a las personas a la pobreza por caída de
su ingreso real. Tampoco es solamente una crisis de empleo concentrada
en ciertos sectores de población, que arrastra a la población
a la pobreza y muchas veces a la indigencia por carecer de fuentes
de ingreso en el mercado laboral. La actual es una crisis de
empleo, salario e inflación, favoreciendo por tanto el
incremento radical de la pobreza pero también de la indigencia.
Ello se ve agravado por el hecho de que la crisis financiera
y el recorte continuo de los gastos del estado han generado una
caída general de la actividad que afecta los niveles de
actividad formales e informales de la economía.
El corte
de la cadena de pagos que acompaña a la actual crisis financiera
y bancaria es de tal magnitud, que implica la desaparición
de dinero en buena parte
de las cadenas de producción y comercialización.
Todo ello contribuye a profundizar la crisis social, llegando
su impacto a sectores medios y aún medios altos. Estos,
ajustan a su vez sus niveles de consumo, suprimiendo con ello
fuentes laborales de los sectores de servicios que emplean a población
de más bajos ingresos. El incremento importante de las
formas de indigencia, percibido a través de los medios de prensa como
generalizado, es esencialmente de raíz coyuntural. Es claro
que de persitir la espíral descendente de la economía
y de colapsar definitivamente el sistema
financiero,
este rasgo de la crisis social se puede tornar estructural, pero
no es este el escenario más probable.
Si estos son en efecto, aspectos de la crisis social derivados
de los componentes coyunturales y no estructurales de la crisis
económica, sería esperable que, bajo una recuperación
económica mínima, una parte importante de estos
últimos procesos debiera desaparecer. No así los
problemas de fondo que se plantearon en los dos apartados anteriores.
Estos nos esperarán al final del túnel, y serán
posiblemente más grandes, más trágicos en
sus efectos y más difíciles de atacar, en un contexto
que estará marcado por la escasez de recursos fiscales.
En suma
la crisis actual no funda un nuevo país radicalmente peor
y disociado del pasado. Existen líneas de continuidad
evidentes con el desarrollo social de la última mitad
de la década y con algunos rasgos estructurales de nuestra
sociedad de aún más larga data.
Construir
estrategias de corto plazo con fuerte énfasis asistencialista,
no permitirá solucionar los problemas estructurales ni
las tendencias de mediano plazo. Definiciones políticas
que coloquen a la desigualdad bajo control y
que apuesten a mecanismos robustos de integración social
serán necesarios. Sin embargo las políticas de corte
asistencial pasan a tener hoy un rol central que no debe ser despreciado.
En primer lugar nadie pone en duda la necesidad de atender situaciones
de urgencia social. En segundo lugar las políticas asistenciales
requieren de esfuerzos fiscales menores para traducirse en alivio
rápido y efectivo a la población.
Finalmente, y tal vez es este su rol de mediano plazo más
importante, el Estado y la sociedad deben dar señales
claras de que existe un comunidad a preservar, y que todos son
ante la catástrofe, ciudadanos. Si bien esta crisis social
es de hechura propia, las grandes catástrofes naturales
y las guerras son un buen ejemplo
de las profundas heridas que quedan en el tejido social si las
elites económicas y políticas no realizan acciones
concretas y simbólicas que procuran reforzar la solidaridad
orgánica por sobre la mecánica, la comunidad sobre
los intereses particulares, el altruismo sobre el egoísmo,
y jerarquizar lo colectivo sobre lo individual. Políticas
asistenciales que se fundamenten en la noción de derecho
y no de caridad ante la catástrofe, son instrumentos
importantes para trasmitir y sostener dichos mensajes.
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