Háblame, Musa, de los preservativos, los campos de látex
y otras membranas adecuadas
para interponerse entre dos, y de las incontables
metáforas que de su uso podrían extraer los
filósofos.
Con el eufemismo "educación sexual", los profesores
de biología deben dar algunas clases sobre temas como
las enfermedades de trasmisión sexual, los procesos de
la concepción, y mostrar ciertos cortes anatómicos
bastante repugnantes. Como ya se sabe que lo esencial es invisible
a los ojos, las clases de secundaria hacen hincapié en
lo que no se ve.
El profesor puede mostrar un video sobre el comportamiento de
las ardillas voladoras del Gobi, pero da miedo pensar en las
consecuencias que tendría exhibir una filmación
de seres humanos copulando.
La publicidad de preservativos es más audaz: "Placer
con seguridad", reza un cartel. Expuesta sin recato,
aparece la palabra placer, término que los profesores
de biología deben soslayar atentamente. (Por
otra parte, ¿qué puede saber un profesor de biología
acerca del sexo que sea diferente a lo que sabe, digamos, un
calígrafo chiíta o un oficial herrero?) Así que valen los dibujos
en colores de un hemisferio uterino, pero vade retro ante lo
que sí puede hacer la publicidad de condones: nombrar
el placer.
Pero no hay que preocuparse: placer viene junto con seguridad.
Con seguridad obtendrá placer si ve la última película
de Almodóvar, si escucha el último disco de Pavarotti,
si lee el último libro
de García Márquez. No encontrará allí
nada que pueda dañar su salud, nada que ponga en peligro
sus afectos. Un suave placer sin riesgos.
La libertad del educando prohibe discutir una ética.
Baumgarten, que inventó la palabra "estética",
la definió una vez como "el arte de pensar bellamente",
ars pulchri cogitandi. Sobreentendiendo que la ciencia
no es ideológica, se salta la ética; para amortiguar
la evidencia del escamoteo, se la sustituye por una estética.
La estética del condón auspicia el placer mientras
exista una póliza de seguros. Una ideología del
tiro fuera del blanco (la
educación)
aliada a una tecnología (la
farmacia del látex)
en la que se nos invita a depositar a plazo fijo los temores suscitados
por aquélla. El placer, una vez que esta sociedad ha aprendido
a manipular la palabra,
se trata como un producto del ocio y se asocia con el entretenimiento,
coreografiado en puntas y demi pliés por asépticos
maestros del ars bene fabulandi.
* Publicado originalmente en Insomnia
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