Nadie habrá dejado de observar que al parecer, Raymond
Carver fue un fraude. Al menos, algunos investigadores interesados
en examinar ciertos manuscritos han visto denegada su petición
por los herederos de Carver, lo que ha hecho nacer la sospecha
de que en realidad el autor de sus textos no fue aquel seductor
enfundado en una campera de cuero.
Parece que su editor
llegó a sustituir hasta el setenta por ciento de las palabras
de algunos manuscritos, sin mencionar la puntuación, el
orden de los párrafos, los títulos y otros detalles.
La duda ha sido instalada y va a resultar difícil llegar
a la verdad.
Por supuesto, los textos están ahí, dirán
muchos, ¿qué importa quién los escribió?
Miren a su compatriota Sallinger,
que deliberadamente se mantiene oculto; nadie sabe cómo
es físicamente, no se sabe si realmente es una persona
o si detrás de su nombre se esconde un misterio como el
de La habitación cerrada de Paul Auster. Justamente
este escritor hace
un juego interesante al manejar personajes que tienen rasgos que
podrían ser suyos - datos biográficos, detalles
de sus gustos personales, pequeños hechos verídicos
-, lo que coloca al lector en una
zona del relato donde la ficción comienza a disolverse
y se sospecha que estamos ante la narración de hechos verdaderamente
ocurridos.
Cuando es la realidad la que plantea ese tipo de juegos con la
propia realidad, nos ponemos nerviosos. No nos gusta que Carver
no haya sido Carver. No entendemos, queremos ver el verdadero
rostro del autor de esos textos.
Para no hablar de países exóticos, podemos detenernos
en Ercole Lissardi, probablemente
el mejor prosista vivo del Uruguay.
O muerto, perdón: murió antes de escribir su último
libro. Se sabe que, como el personaje de Auster, aún después
de muerto es capaz de seguir produciendo, aunque no sea seguro
que lo vaya a hacer. Este escritor resulta molesto por dos razones:
escribe sin vacilaciones y se mantiene en el cono de sombra
de una máscara onomástica.
Fieles a la Constitución y la Ley, los uruguayos han decretado
que, por lo tanto, Lissardi no existe. Como consecuencia, no existen
sus libros. Parece que preferimos concentrarnos en la boca del
narrador antes que en los sonidos que salen de ella.
A partir de la aparición de la duda en la prensa, seguramente
se producirá un descenso en las ventas de los libros de
Carver. La gente se sentirá un poco estafada. Se dirá:
¿este libro será auténtico? ¿Habrá
sido Carver su autor? Es una pregunta interesante. O por lo menos,
es interesante el hecho de que esa pregunta sea posible. O tal
vez sea triste la circunstancia por la cual hay quienes se hacen
ese tipo de preguntas.
En el fondo, eso llamado
"Carver", sea un sujeto con ese apellido, una computadora,
un equipo de negros - escritores anónimos que trabajan
para un nombre famoso - o cualquier otra disposición de
porciones del universo, ha producido unos libros dignos de ser
leídos. Si mañana se descubriera que una vaca
escribe novelas maravillosas, seguramente nadie se ocuparía
de sus libros, sino de la vaca,
lo cual no dejaría de ser un lamentable error.
Una vaca, por más que escriba, no dejará de ser
una vaca.
* Publicado
originalmente en Insomnia
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