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El fotógrafo norteamericano Emmet Gowin dedicó
buena parte de su bello libro Photographs a presentar
imágenes de su propia familia. En un pasaje de la entrevista
que precede las fotografías, dice:
Estaba
dando vueltas por el mundo en busca de un lugar interesante,
cuando me di cuenta de que el lugar donde estaba era, ya, interesante.
Había algo en la vida familiar (...) que era mi tema...(1)
No son pocos, ni poco importantes, ni parecidos entre sí,
los fotógrafos que en algún momento publicaron
imágenes de sus seres más cercanos y más
queridos. Stieglitz fotografió con devoción a Georgia
O'Keeffe. Weston dejó numerosos retratos de sus hijos
y de sus amantes; son célebres sus fotografías
de Tina Modotti. Lartigue fotografió con asiduidad, desde
muy pequeño, a hermanos, primos, padres y otros parientes.
Conocemos imágenes de la esposa de Kertész, de
las hijas de Cartier-Bresson, de la familia de Callahan, de Frank,
de Avedon. En los años cincuenta Life publicó
el ensayo que Gene Smith, recordado por sus fotografías
de guerra y por Minamata, consagró a su pequeña
hija Juanita.
Más
recientemente, los poco conocidos Mark y Dan Jury documentaron
a lo largo de tres años, en imágenes y textos,
la enfermedad y muerte de su abuelo en un libro titulado Gramp
(2). Pedro
Meyer
editó el cd rom Fotografío para recordar
(3) que trata,
básicamente, de los últimos meses de vida de sus
padres. Bajo el título Immediate family (4), Sally Mann reunió
una serie de fotografías de sus hijos, libro que provocó
cierto escándalo a causa de los desnudos de los niños.
En 1995 World Press Photo otorgó el segundo premio de
la categoría reportajes gráficos al Album familiar
de Larry Towell, autor editado y reconocido por sus fotorreportajes
de zonas de conflicto como El Salvador o Palestina (5). En 1999,
Nicholas Nixon publicó una versión ampliada de
The Brown sisters, libro singular donde retrata a su mujer
y a sus tres hermanas, una junto a la otra, siempre en el mismo
orden, a lo largo de 25 años (6). En ZoneZero puede
verse un trabajo del argentino Diego Goldberg construido sobre
una idea similar (7).
Esta
lista heterogénea e incompleta, ¿permite afirmar
que existe una tradición de fotos de familia en el ámbito
de la fotografía "de autor"? En rigor, deberíamos
eliminar de ella a los fotógrafos que se detuvieron en
el tema sólo ocasionalmente y sin que la familia fuera,
en sí misma, el asunto. Las imágenes que Weston
dejó de sus mujeres y de sus hijos no tratan de la familia
del fotógrafo: se inscriben en la serie de sus retratos
o en la serie de sus desnudos. Otra cosa completamente diferente
ocurre, por ejemplo, con el citado trabajo de Meyer, que se vale
de un procedimiento foto-documental en un formato multimedia
para recuperar la historia del grupo y narrar la enfermedad y
muerte de su madre, primero, de su padre, después. En
este caso, una serie de sucesos familiares constituyen propiamente
el tema del trabajo.
No
recuerdo más que un único autor verdaderamente
consagrado a fotografiar su vida privada. Casi toda la obra de
la neoyorquina Nan Golding trata de sí misma, de sus amigos
y de sus amantes. Puede hacerse de sus libros una lectura "sociológica"
y ver en ellos la descripción de cierto ambiente neoyorquino
de las últimas décadas. ¿Pero no está
esa lectura inducida por la tradición documentalista en
la que el fotógrafo aparece siempre como un otro - observador
del mundo que fotografía? ¿Cómo olvidar
que Golding se retrata a sí misma y a las personas que
comparten, de cerca, su vida? Sus libros guardan imágenes
de su vida afectiva, incluida su dimensión sexual. En
cierto sentido, su obra se parece a un diario. Su publicación,
sin embargo, ha hecho de esas series otra cosa: una obra singular que
transgrede el severo límite que separa lo fotografiable
de lo no fotografiable en el ámbito de lo privado.
Simultáneamente,
anula el código de intimidad que impide hacer públicas
(editar)
esas
fotografías y, a través
de ellas, ciertos aspectos de la vida privada. En sus poderosas
imágenes no queda rastro de la idealización que
con frecuencia inhibe, en este género de fotografías,
el registro del dolor, del conflicto, de la intimidad y de la
trivialididad que acompañan la relación con los
seres más cercanos. Libre del imperativo de la decorosa
y edificante celebración familiar, Golding revela otras
dimensiones de la vida compartida. Para empezar, descubriendo
que a su alrededor casi no hay familia convencional sino nuevas
formas de familia, amigos, amantes y relaciones ocasionales (8).
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La rareza del trabajo de Golding confirma que, aún considerable
en cantidad y calidad la lista de autores que de diverso modo
se detuvieron en el tema, la foto de familia es, en su expresión
típica, territorio de un fotógrafo no dedicado,
movido primordialmente por motivos afectivos y tradicionales.
La
expresión fotos de familia alude a ese conjunto de imágenes
homogéneo en sus ocasiones y en sus reglas de composición,
más o menos disperso o reunido en álbumes, definitivamente
integrado al patrimonio familiar, que narra, a su manera, la
saga del grupo.
Lo
que sigue es un conjunto de proposiciones de intención
polémica sobre esas colecciones de valor incierto en la
historia de la fotografía, generalmente desvalorizadas
por los fotógrafos devotos, pero de enorme popularidad
y misterioso significado (9).
(i)
De un lado y otro de la cámara, nuestro primer contacto
con la fotografía transcurre en el ámbito de las
fotos familiares. Sus reglas se aprenden muy tempranamente: reglas
de oportunidad de las tomas, de valor y uso de las fotografías,
de comportamiento delante del objetivo, de diseño de la
imagen. Estamos tan
acostumbrados a la rutina de sus ocasiones y de sus poses, a
sus estereotipos, a esa práctica ritual e inocente de
la foto familiar que es improbable que nos interroguemos acerca
de su significado, de las razones que sostienen su existencia
y determinan su modo de ser.
La
foto de familia es una práctica tradicional e ingenua.
Integrada a ciertos ritos domésticos, se sitúa
más acá de un ideal estético -documental,
así como de cualquier reflexión acerca de su función
y su naturaleza.
(ii)
El fotógrafo de la familia no está animado por
un ideal técnico, estético, documental,
ni crítico. No es un fotógrafo devoto. Para él,
basta que las imágenes se vean nítidas, las personas
dentro del cuadro y los rostros sonrientes. Sus propósitos
son de una naturaleza completamente distinta de la del fotógrafo
dedicado. En su versión modal, la fotografía de
familia es una práctica acrítica y estereotipada.
(iii)
Las fotos de familia están investidas de un valor singular
que las aproxima al fetiche. Poseen una cualidad que hace
que deshacernos de ellas, romperlas, parezca un acto brutal e
irreparable. Las colecciones familiares de fotografías
son propiedad indivisa que se atesora, sobrevive a las mudanzas,
nos acompaña a lo largo de toda nuestra vida, pasa de
generación en generación.
(iv)
Las fotos de familia tienen un valor y un uso privado. Son imágenes
que la familia produce de sí misma para sí misma:
no significan nada para otros. Delante de las fotos de una familia
ajena (alguna
vez el laboratorio nos entregó las fotos cambiadas) tenemos la
impresión de estar delante de lo conocido y lo extraño,
reconocemos el código pero no experimentamos su valía.
Verlas exige vencer el desinterés y el pudor. Privadas
de su referente sentimental particular, las fotos de familia
carecen de valor y provocan cierta incomodidad: ¿nos veremos,
también nosotros, así de triviales?
(v)
La fotografía de familia tiene personajes predilectos.
En primer lugar, lejos, los niños. ¿Será
porque representan la renovación del grupo, la antítesis
de la muerte? (10). Segundos
en el orden de los preferidos, los viejos. Acaso porque condensan
la historia y la identidad familiar.
Sentada
en medio de todos, la nona es un personaje emblemático:
remite a la identidad y al origen del grupo. Un poco más
adelante, el bebé que soy yo, peligrosamente depositado
en los brazos temblorosos de mi bisabuela, compone la representación
de los extremos del clan, los recién llegados y los próximos
a partir, los signos que hablan de su continuidad.
(vi)
Escasos como son hoy en día en algunas sociedades (los estratos medios
montevideanos son un ejemplo típico), los niños se vuelven
preciosos. La cantidad de fotos que se puede llegar a tomar a
un único niño es sorprendente. Amarlos es un sentimiento
genuino pero, también, una conducta socialmente ordenada (11). Puestos los
retratos de la familia sobre el escritorio de la oficina dicen
(a mí
y a los demás):
amo a mis hijos. Dicen, también (a mí y a los demás): yo construí
una familia feliz, soy su jefe y su sostén. Esas fotos
son, simultáneamente, signos de éxito y de responsabilidad,
además de una rendición de cuentas al mandato social
del amor paterno.
La
cantidad de fotografías que se toma a los hijos declina
rápidamente cuando éstos se aproximan a la adolescencia.
Quizás porque empiezan a resistir su posición de
objetos preciosos, quizás porque su participación
en la vida familiar decae a medida que los jóvenes abren
espacios de relacionamiento propios, paulatinamente separados
de la familia.
(vii)
Bourdieu dijo que la fotografía de familia convierte los
buenos momentos en buenos recuerdos (12). A esta hipótesis podríamos
contraponer la siguiente: en su empleo familiar, la fotografía es una herramienta
de construcción de los buenos momentos. Las sonrisas
surgen ante la presencia del objetivo. La euforia de las fiestas,
en el lugar señalado por los reflectores del video. Bajo
la presión brutal de ser fijados (para otros, para mucho más allá
de los límites de nuestra vida, para siempre) respondemos
con la pose: una cierta disposición del cuerpo y de los gestos.
Pero en el plano de la imagen, el cuerpo y el gesto no son
más que significantes. Lo que se posa es, en definitiva,
otra cosa: un estado de ánimo, una manera de ser, un cierto
carácter de los lazos familiares.
(viii)
La foto de familia no tiene un compromiso documental. Su contrato
no es con la búsqueda de la verdad sino con el deseo de
una familia siempre risueña, exenta de dolor y no problemática.
El álbum de familia dice y repite sin cesar: somos una
familia armónica y feliz. Su tema recurrente es la familia
reunida: fiestas y vacaciones. El álbum de familia es
un espejo que nos devuelve una imagen tranquilizante, edificante
y decorosa (13).
(ix)
La cuestión del decoro y del status está siempre
presente en las imágenes del álbum familiar. Las
fotos del último viaje no dicen solamente: así
somos, felices y divertidos. Dicen, también: nosotros
estuvimos ahí, al pie del Arco del Triunfo, a la sombra
del Cristo Redentor.
(x)
La fotografía familiar es una actividad fuertemente reglamentada.
Su ingenuidad disimula el severo orden que la rige, en particular,
con relación a sus ocasiones. En el ámbito de la
vida familiar, lo que debe y lo que no debe fotografiarse está
estrictamente delimitado. Una boda no puede iniciarse si el fotógrafo
no llega porque la fotografía es parte del rito: está
allí para jerarquizar y solemnizar la ocasión (14) y, también,
como vimos, para atizar la fiesta.
Mientras tanto, una larga serie de acontecimientos de indudable
significación para el grupo no encuentran su lugar en
el álbum: el trabajo, la vida cotidiana, la enfermedad,
la muerte, las separaciones, la sexualidad quedan fuera del registro.
Las fotos de familia están atadas a la fiesta familiar
y su sentido a la celebración del grupo. Todo lo que pertenezca
al orden del dolor, del conflicto, de la intimidad y del trajín
cotidiano carece de reconocimiento en la historia que el álbum
narra.
(xi)
El psicoanálisis instaló entre nosotros la certeza
de que ciertos significados profundos se encuentran precisamente
allí donde se produce un silencio. Tan interesante como
analizar lo evidente del álbum, lo que se ofrece inmediatamente
a los ojos cuando lo abrimos, es detenerse en sus vacíos.
El álbum visto como un registro de ausencias no es menos
significativo. Al lado de cada uno de los hitos de vida que el
álbum ordena, del bautismo al casamiento, del primer día
de escuela a las fotos del último viaje quedan, mudos
e invisibles para siempre, innumerables acontecimientos de la
vida familiar que la memoria fotográfica del grupo deshecha,
habría que ver por qué. Un programa completo de
investigación del álbum de familia debería
centrarse en el juego de presencias/ausencias. Buscar en el vaivén
de lo que se muestra y lo que se oculta, lo dicho y lo no dicho,
los significados del discurso de la foto familiar.
Notas
1 Gowin, Emmet.
Photographs, Museum of Art, Philadelphia, 1990. Traducción
de la cita, R.A.
2 Jury, Mark
y Dan. Gramp, en Best of Photojournalism 2, Newsweek books,
NY, 1977.
3 Meyer, Pedro.
Fotografío para recordar, cd rom, Voyager, Santa
Mónica, 1991.
4 Mann, Sally.
Immediate family, Aperture, NY, 1992
5 World Press
Photo, Anuario, Madrid, 1995.
6 Nixon, Nicholas.
The Brown Sisters, MOMA, 1999.
7 Goldberg, Diego.
The march of time, abarca los mismos 25 años que
el libro de Nicholas Nixon.
8 Golding, Nan.
The ballad of sexual dependency, Aperture, 1986.
9 Esta parte
del trabajo debe mucho a las discusiones con los alumnos del
Curso Básico de Fotografía de Dimensión
Visual, donde el autor da una clase sobre fotos de familia.
10 "[El
niño] es el paradigma de lo vital, la encarnación
de los viviente, cantera de posibilidades múltiples. Es
también la imagen antitética de la muerte".
Defey, Denise et alt. Duelo por un niño que nunca nació,
Roca Viva, Montevideo, 1992.
11 Barrán,
José Pedro. Historia de la sensibilidad en el Uruguay,
tomo 2, El disciplinamiento (1860-1920). EBO / Facultad
de Humanidades y ciencias, Montevideo, 1990.
12 Bourdieu,
Pierre et. alt. La fotografía, un arte intermedio,
Nueva Imagen, México, 1979.
13 "Nada
es más decoroso, tranquilizante y edificante que un álbum
de familia." Bourdieu, Pierre et. alt. op.cit.
14 Bourdieu,
Pierre et. alt. op. cit
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