El
siguiente texto fue ponencia en la presentación de Buenas
Noches, América, de Amir Hamed, realizada en Centro
Cultural Pachamama,
el 25 de junio de 2003.
Buenas
noches
Hace
21 años, la nada y el hígado eran diferentes. Y
el uso del imperfecto no quiere decir que hayan cambiado.
La vida no es tan fácil de rebobinar, aunque vivamos
en una ciudad que es monte
y video. Aquel era otro país.
Hasta el paisaje era otro, otro paisaje de país. El
cosmos no era posmo. No sé si la vida estaba en otra
parte como creyó erróneamente Rimbaud antes que
los
inmigrantes uruguayos que hoy se van a todas partes,
pero estoy seguro que nosotros estabamos aquí. Siempre
al borde del solipsismo, aunque la vida, ya entonces
con razones esporádicas, lo impedía. Pasaban cosas
que
dejaron de importar y en la radio pasaban Abracadabra
de la Steve Miller Band, number uno en el hit
parade.
A una
librería cerca del túnel de 8 de Octubre que ya
No existe, la librería digo, hoy desde el túnel
del
tiempo, fui con alguien que ahora es crítica literaria
profesional -un logro que admiro- a la presentación
del primer libro de Amir Hamed, El
probable acoso de la
mandrágora. Había poca gente. Siempre ha
habido poca
gente. Estaban los amigos de siempre, Verdesio,
Espinosa y el autor
del libro. No se si
el editor todavia vive,
aunque alguien me dijo que el otro día lo vio
caminando por Belvedere con un perro salchicha. El ágape
en torno a las palabras publicadas por Hamed duró
casi hasta la medianoche y siguió en un boliche de la
calle Yaguarón
y San José que no ha cerrado sus puertas porque allí
estuvimos. Comimos zapallitos rellenos.
Tanto
pasó el tiempo que hoy uso la memoria con la
facilidad de quien vive dividido entre el recuerdo y
las ganas de olvidar. Y si las cosas ocurren para ser
escritas, como dijo una novia ex que nunca escribió ni
una sola palabra, entonces
la inclinación de lo vivido
puede justificarse de otra forma. Cuando Amir cumpla
80 años antes que yo, hablaré de su amistad y lealtad
durante todos estos años en que hemos vivido contra
mucho, aunque siempre a favor del resto. Ha sido fiel
compañero de ruta en estas interminables peripecias de
la intransigencia, desde épocas no tan fáciles
como
las de hoy, cuando cualquiera puede posar de disidente,
porque la disidencia ya no existe. Cuando algun día se
haga, mejor dicho se escriba porque ya esta hecha, la
historia de la intransigencia en un país de
conformistas, entonces usaré los párrafos que ahora
dejo sin escribir. Mejor quedarse
en cosas más recientes,
como el libro que hoy recibimos.
En
los últimos 21 años, que espero no sean los últimos
sino los mas recientes, Hamed ha construido una obra
en prosa que hizo publica la diferencia. Publica y
publicada. Cuento, novela, ensayo y crítica, géneros
estos dos últimos que la crítica suele confundir pues,
tal parece, todo lo que no cuenta ni canta pasa
automáticamente a convertirse en ensayo. En la
bibliografía de Hamed resalta, por encima de todo, la
inusualidad dando testimonio de las épocas de la
persona y de un propósito en ejercicio de sus consecuencias.
Es la coartada de un lenguaje aliviándose
de su historia
para poder ser implacable con sus funciones y sus
formas de examinarse. Ese rigor, aplicado tanto a novelas que
traen a colación el trayecto de lo inconvencional
(hablo de
Troya Blanda, tan mal entendida por la crítica
uruguaya en caso de que esta exista) como a un volumen
crítico imprescindible,
Orientales, Uruguay a través
de su poesía. El siglo XX encuentra su momento encumbrado
en este libro repentinamente
exigente,
que no se abstiene de nada.
Digo.
Buenas Noches, América es el mejor libro de
Hamed. Tratado de posibilidades escriturarias pautado por la
salida extraterritorial hacia ese espacio donde las
frases compilan ejemplos de alusiones persuasivas
entre el relato y la suposición de que nada se puede contar.
El cuaderno de la primera persona deviene un registro
desmenuzado de las ganas de mirarse de espaldas en
el
espejo de la identidad. Se trata
de un libro
agenérico, degenerado, inasimilable a un sólo género,
que
establece todo aquello que es posibilidad situada en el lapso
entre la recuperación de la experiencia y la necesidad
de ya no prestar atención a lo vivido. La abolición
y
la construcción del término literario narrado quedan
antepuestas y dejan en claro que la contiguidad del
significado no es solidaria con su antes ni con su
después. En la página algo esta sucediendo y no
es lo
que parece. Es la observación de un sujeto que no se
duerme en los laureles de recuerdos debilitados, los
cuales, para peor, se animan a quedarse y recuperar su
lugar en la fiesta.
En
el ostracismo de la palabra, en las frustraciones
de la enunciación, en los bajos fondos de aquello que
la
memoria sortea para salvarse de los peligros del
egotismo, la escritura va construyendo
un nicho
imperatorio. El disfraz dramático deja a un lado la
convención del convencimiento y del consentimiento,
quiero decir eso llamado empatía del lector, tan
apreciada y buscada por quienes proponen historias
convencionales instaladas en el lado fácil de la
linealidad y del mecanismo lógico deductivo. Buenas
Noches, América, con esa coma que tanto compromete
la
cinematografía de la lectura, eleva la cotización
del
diario íntimo en fase de testimonio, transforma la
libreta de apuntes en el extremo cero de una nueva
realización autobiográfica, de un atravesar la
eficacia hacia la intriga del relato sin conclusión.
Pero
la táctica por la cual el sentido entra en
hibernación no lleva a la fragmentación, esto es,
a
cachos narrativos de sentidos autosuficientes, sino a
un fin retórico constelante que dispone sus bienes y su
estrategia alrededor de eclosiones frásticas, de
momentos de significado con vida propia sin sentirse
obligados a responder a las exigencias del fragmento y
menos al resto del relato. Sin embargo, más allá
de
esta fortuna de esparcimiento -esparcimiento tanto como
diversión y como expansión- el libro tiene una
seductora continuidad.
Sigue el ritmo de un encadenamiento de islas traídas
a la unidad por su, valga la paradoja,
individualismo semántico. Desde el yo, el autor
narra
y erra, va para todas partes sin caer en el error de
saberse obligado a construir un mapa lineal con
principio, fin, y finalidad. Como en Babel, habla de
su habla, deriva a propósitos no siempre fundamentales
pero que van fundando otros hasta que la narración, en
ese
big bang de cláusulas y desvíos, trae todo hacia
sí
mismo, se interna en un habeas corpus de versiones y
apariciones siempre a punto de convertirse en el
principio de existencia que empieza a ser ocupada por
la erudición de un secreto, claro está, experto
en
revelarse.
En
la introducción de su autobiografía mi vida,
Isadora duncan, escribió: "He pensado muchas veces
que un
Hombre podría llegar el sólo al Ecuador, y luchar
heroicamente con leones y tigres y fracasar luego en su tentativa
de escribir el relato
de lo que vió y vivió". Y un
párrafo más adelante, la bailarina que dice haber
bailado en
público sin música y que murió asfixiada
por su
bufanda, se pregunta: "¿Cómo podemos escribir la verdad
sobre nosotros mismos? ¿Es que acaso la conocemos?" En esa
autopista hacia la verdad salteada, donde surgen
lecciones y lesiones íntimas, Hamed se despreocupa por
sostener la sincronía del acontecimiento y la
necesidad de exactitud, tan afines a los planes memorialistas.
Por el contrario, aspergea, salta, abre bajo llave los
recuerdos sin solución de continuidad, pues el
documento exhumatorio aprende a disimular, a inventar todo lo
demás que la memoria no puede imaginar. Y este flujo
de astucias culmina en momentos epifánicos donde
imaginación y memoria proclaman la misma siniestra
solución: todo no se puede contar completamente.
Desde ese momento el diario íntimo invierte su
condición de afecto y efectos para convertirse en documento
prepóstumo, en flujo autoral hacia lo inextinguible de
ciertos instantes cuando la realidad funcionaba a
tutiplen. En ese cruce de encrucijadas, el sosiego de
la confesión resulta alterado por su trayecto,
despidiéndose de la posteridad antes de que esta se
convierta en recuerdo.
Autor de una cotidianeidad actualizada por el paso del
tiempo, Hamed se abalanza hacia la zona de la pérdida,
asilándose en la posibilidad de recuperación, la
cual
nunca llega como esplendor satisfecho, sino como
impulso de contingencia hablando de sí mismo.
La confesión no puede con toda la vida y
recuerda al lector, aunque el recuerdo quede frustrado, que la
escritura resulta únicamente
posible cuando la vida se distrae y no tiene piedad de sus misterios.
Lo demás es incidente, hecho al borde de la disolución.
Rivales
del lenguaje, los recuerdos acuden al
salvataje de su borramiento. Las frases regresan a los primeros pasos
como si fueran incidencias cumplidas de la
distracción. El autor re/cuerdo instala su diario de
años en una recuperación en vilo, llamada a ser
riesgo
de su meta: quiere reescribir
lo escrito para poder
dejar de recordar. En esta aventura teleológica de
información y fingimiento, el fin se atraganta de
medios y los justifica, quedando varado en la orilla de un
furor. Es la duda de una validez. ¿Todo esto que
recuerdo re cuerdo, sucedió de este modo si sucedió
o
es la consecuencia de una inexistencia que a partir de la
escritura comienza a
existir? Para el lector nuevo
adelanto: la descripción del evento nunca es básica
ni
confirmante pues mantiene enardecidas sus evidencias.
De
allí la generosidad de inteligencia y
entretenimiento que trae este libro degenerado;
recupera la felicidad de ciertos momentos que habrán sido,
situados entre el futuro (habrán) y el pasado
(sido). A ellos no
les puede pasar nada mejor que existir y dejarse llevar por lo
que están llamados a ser aunque esto ocurra alguna vez
que todavía no es hoy. Dijo Musil esto que ahora cito:
"Sólo excepcionalmente anotaré detalles
personales, y sólo si considero que su mención
puede presentar para mí,
algún día, algún interés personal".
En
el resbalón hacia la variedad, hacia la historia de
sus atajos, en el salto hacia el detalle privado que
sintetiza las fallas del indicio, anoto un libro
completo de detalles personales, convertidos en
excepción por la falta de neutralidad. El autor esta
presente. Buenas Noches, América, declara el libro
desde su nombre de show y noche de gala.
El mundo ya es Las Vegas y las aguas bajan enturbiadas desde
la rueda cilíndrica del casino. El azar juega a los
dados, y la realidad apuesta a nada estrictas enunciaciones.
Puesto que las cosas esta así, Hamed plantea una ruleta
rusa
donde nada ni nadie esta obligado a seguir vivo. Nada,
salvo el uso alegórico de ciertas fechas que años
atrás fueron una vida completa y ahora nuevamente lo son.
Así pues, ante la página en sus primicias, no hay
ninguna
diferencia entre esperar y apretar el gatillo. En
Buenas Noches, América Hamed nos recuerda que éstas
son las opciones que tenemos, nosotros, los últimos testigos
de una importancia incesante. Manteniendo en la prosa la
ansiedad de su inconformidad, pero librado del
ensimismamiento mesiánico tan en boga en estos días
patéticos, el diario memorialista tiene aquí la
simultaneidad de una salvación observada de cerca.
Pocas veces la vida como artificio había encontrado tan
adentro sus alrededores.
(*) Esto forma
parte de un pensar en proceso y cuyo resultado será parte
del libro Casi una literatura uruguaya.
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