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Muchos han dicho que leer
es posterior a escribir. Es -decía el maestro-
un ejercicio más reposado, más civil, más
intelectual. Mucho también es lo que se dice y se especula
hoy con la lectura:
se lee menos, hay más
estímulo audiovisual, se enciende la TV y se cierra el
libro, o bien, se lee más, hay un notorio boom editorial,
etc. Hay también observaciones sobre qué se lee:
explosión de la bibliografía innoble, de la autoayuda,
del testimonio y la biografía, de la narrativa lineal y
aditiva, casi oral. Todos estos comentarios dan la sensación
de entender a la lectura
encerrada en el protocolo pasivo y solitario de abrir o cerrar
el libro, de leer menos o más, de recibir la lista de lo-legible
y tratar de cumplir con ella.
Algo de eso hay: el lector
siempre tiene algo de inocultablemente pasivo, un aire de soldado
obediente de las disposiciones del gusto, de lo interesante, de
lo inteligente, de lo serio. Pocos, sin embargo, se preguntan
acerca de cómo se lee. Si se lee de la misma manera
hoy que hace algunos años. Si han cambiado o están
cambiando los estilos
de lectura, si se continúa educando y haciendo circular
texto y escritura para un determinado tipo de lector, etc. (1)
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Algunas de las llamadas
"publicaciones subterráneas" de Montevideo, hace
algunos años, entre el defecto y el efecto, jugaban con
la desprolijidad, con los errores ortográficos, con comentarios
como "el culo te abrocho"
debajo del número 8 de la página correspondiente.
En un artículo de este mismo suplemento se observaba que
la escritura política
del MLN evitaba los beneficios de un trabajo -digamos- conceptual,
para manejar giros coloquiales, nombres
propios y seudónimos
allí donde cabía esperar investiduras o abstracciones
socioculturales.(2) ¿Qué significan estas
"desviaciones"? Absolutamente nada. Son pura gestualidad,
en el sentido literal de la palabra. Son como un insulto, puro
procedimiento indicativo, acción pragmática, action
writing.
Exhibición de la
retórica y la táctica -modalidades un poco teatrales
e ingenuas de hacer cosas con el discurso: provocar, denunciar,
rechazar, descalificar. Están más cerca del discurso
oral interactivo que de la escritura
propiamente dicha: actúan, responden, dialogan, reaccionan
y provocan reacción. Se procesan, por así decirlo,
"en caliente". No solamente responden, en el sentido
de la acción refleja (aquel
que devuelve el golpe)
sino que también anticipan la posible respuesta del interlocutor.
Mantienen una discusión oblicua y perversa, dentro de la
escritura pero lejos del significado
o la representación, con las formas rectas de la propia
escritura. Pero también
mantienen un diálogo de seducción, un filrt
populista con aquellos que están al margen (o
aburridos) de la escritura
recta. Las escrituras hipergestuales exhiben su retórica,
su construcción -desnudan deliberadamente toda la ingenuidad
de una táctica, y, lo más importante, promueven
un tipo de lectura fatalmente gestual.
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En Uruguay, toda la restauración
que siguió a la dictadura consitió, en gran medida,
en hacer las cosas legibles -y no necesariamente escribibles.
Esta legilibilidad era un a priori de toda escritura: escritura
puesta al servicio de un tipo de lectura que llamaré lineal.(3) La lectura lineal me envía
-al significado, al refernte, a la realidad, al sujeto, a la fábula,
a la disciplina, a la ciencia, a la tradición, al pasado
legitimante. Es lo que la retórica clásica llamaría
lectura de inventio. La lectura
lineal funciona en la referencia y en la representación
-la soberbia inocencia del lenguaje.
El lector lineal es fácilmente
reconocible. Toma toda escritura
como si estuviera puesta al servicio del ritual tranquilo y confirmatorio
de la lectura: es la lectura del que empieza en la página
1 y termina en la "N" de la palabra FIN, del que anota,
apunta y subraya, del que se deja llevar a la fábula, del
que consulta la bibliografía conexa en las notas al pie,
en una especie de deriva en las aguas quietas de la referencia,
de los protocolos de géneros, andariveles y disciplina.
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Hay muchos ejemplos
emblemáticos, desde 1984, de escrituras legibles,
de escrituras que, a diferencia de los ejemplos citados, funcionan
como instrucciones para leer. Escrituras que marcan, indican,
y en suma, actúan su linealidad, el envío, la transparencia.
Sería apropiado hablar del estallido del periodismo político,
de las conferencias, del discurso sociológico, técnico,
politológico. Pero, curiosamente, como paradigma de escritura
legible, en la restauración, pienso sobre todo en la revista
Relaciones. La literatura política o politológica,
si bien son lo más característico de la restauración,
ocurren como emergencias prácticas, como polémicas
partidarias o sectoriales, y por tanto están más
cerca de la gestualidad, de la táctica y de la administración.
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Esto no ocurre con Relaciones,
por encima del murmullo político, revista "al tema
del hombre", lejos de la circunstancia histórica y
política, episteme, juego de la trascendencia. Después
de la dictadura, el vasto
territorio humanístico y social requería discursos,
y, sobre todo, requería mapas, cartas, cuadrículas,
ciencias y andariveles disciplinarios. Relaciones fue -al
menos al principio- nuestro estructuralismo tardío. Psicoanálisis,
semiótica, antropología -discursividad torrencial
que llenaba el vacío político de las humanidades
(dictadura, intervención universitaria,
cancelación del disent intelectual), pero también discursividad
medida, cronometrada, que intentaba vaciar la discursividad política
torrencial de las humanidades ("resistencia",
apertura, recuperación atolondrada de espacios). Fue la máquina restauradora
por excelencia, independientemente de qué decía,
era una máquina menos de escribir que de leer.
Definía el lugar
intelectual (operación
que, aunque fue hecha por el partido de gobierno, nadie explicitó): lo delimitaba en una franja
imposible entre el vacío y el desborde, entre el silencio
y el griterío oral, entre lo trágico y lo cómico,
entre la inactualidad del ambiente humanístico universitario
posdictadura y la tentación de suplir y llenar esa inactualidad
y ese hiato cultural con militancia, agitación y recetas
políticas infantiles. Fue más que una escritura
política. Fue una escritura civil, laica.
Esa franja, además,
no debía ocuparla la escritura, sino la lectura. Es decir,
no el trabajo y la producción de texto sino su consumo.
O mejor, la escritura funcionando clásicamente, siendo
ella misma no más que instrucciones de lectura. Lugar de
lectura del universo de las disciplinas sociales. Lugar de administrativo
anclaje del discurso en una escritura que dice (gestualmente) saber más de lo que expone:
no soy ciencia, no soy disciplina, no soy academia,
no soy una revista especializada, pero sí soy una muestra
de la prodigiosa potencia, o de la prodigiosa seriedad, de la
ciencia social y del rigor académico como programa. La
preexistencia de andariveles
disciplinarios, y su promesa, aseguran la legibilidad, el
éxito de la performance escrituraria como deseo de un lector
lineal, que ande a la deriva.
La restauración
no podía sino escribir "en nombre de". Espejo
de esa imposibilidad, Relaciones no puede sino escribir
en nombre del sicoanálisis, de la semiótica, de
la disciplina. Relaciones "escribe", pero la
institución (académica,
científica, disciplinaria)
sabe más. O mejor, escribe porque la institución
sabe más. Eso hace que escribir sea leer (si se tolera la libertad, diría
que la performance no es sino el índice de cierta competence,
de cierta autoridad),
que la escritura sea un mero fenómeno de administración
del ejercicio lineal de la lectura. Relaciones no dice
"yo escribo", sino "yo leo".
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Las escrituras hipergestuales
que vimos al principio no dicen "yo leo", y ni siquiera
"yo escribo". Dicen "yo hablo". Efecto paradojal
de exhibición de una escritura gracias a un simulacro
de oralidad. El lector interpelado por esta escritura no es el
fabulativo sino más bien el gestual, el que es capaz de
comprender la economía de la producción discursiva
o textual en contextos complejos y problemáticos de interacción
social (y no como envíos
y remitencias a una entidad fundante, anterior y superior al discurso).
Lo que ocurre es que ser lector gestual de escrituras hipergestuales
es fácil, y hasta inevitable. (Alguien
educado por y para la lectura lineal no tolera -y en definitiva,
no entiende- lo tontamente enfático de la escritura hieprgestual.)
Más difícil
-comienzo de toda posibilidad de crítica
cultural- es realizar lecturas gestuales de cualquier tipo
de escritura. Pues, en última instancia, toda escritura,
aunque sea sin su consentimiento, es gestual: habla de su historia,
su pasado y su geografía sin significarlos ni representarlos,
es una máquina de guerra, un ingenio táctico-estratégico
-discute, elogia, califica, descalifica, excluye, incluye, conquista
alianzas, insulta, se repliega, inventa su legitimidad, persuade,
admira para ser admirada, rechazada o excluida.
Toda escritura puede
ser leída gestualmente -como performance gestual global.
La lectura (lineal), en cambio, es la operación
que trae los cerrados, las cancelaciones lineales del discurso
en la metafísica de la referencia, en las ontologías
formales y las lógicas, en los Sujetos Trascendentales.
Por eso, lo que llamé lectura gestual parece estar
más cerca de la escucha (no
en un sentido sicoanalítico)
que de la lectura propiamente dicha, en un sentido clásico.
La lectura lineal es bidimensional,
planar, paisajística. La lectura gestual es tridimesional,
holográfica, ambiental. La lectura gestual descubre el
lugar, el tiempo y la economía de lo que lee (escucha), acompaña y descubre los procesos
de producción del texto, no consume el texto como producto
fetichizado, identifica la táctica cubierta y enmascarada
por los envíos fáciles, oye las voces locales que
se entreveran por debajo de la homogeneidad del autor
o del género.
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Allí donde la lectura
lineal había creado la familiaridad ritual de la inventio,
la lectura gestual, ambiental, descubre, en suma, al objeto barroco.
Escucha excéntica y descentrada, no lee la frontera desde
el continente, sino el continente como frontera. Desterritorialización,
palabra larga. El ejemplo de Relaciones es bastante claro.
Allí donde ella quiere e inventa un lector lineal, un lector
que vea lo que ella misma ve -tópicos, ideas, disciplinas
académicas, seriedad- el lector gestual se descentra, sale
de órbita y se ve fatalmente otra cosa: la restauración
como soporte de verosimilitud (como
condición de posibilidad),
las interlocuciones, los anclajes tácticos, la cita de
cita, las poses, el sueño ingenuo de la extensión
universitaria como lugar utópico, el deseo de leer para
ser leída para volver a leer, etc., sumándose al
ciclo autofágico de la lectura fabulativa, donde nadie
escribe, donde la propia escritura no quiere ser sino el flujo
espontáneo e inmaterial de La Idea. Eso es barroco:
punto de absorción, stage, escenario donde Heidegger,
el 68, Greimas, la lectoescritura, el sicoanálisis de la
poesía, Vattimo,
la sicología cognitiva, Winnicott, la
arqueología del nazismo, Sebeok y la semiótica
de lo femenino, quieren, pretenden
y creen sostenerse como proyecto serio y coherente (se podría decir algo acerca del animal
mitológico compuesto por una tópica seria y una
diagramación puzzle, típica de la prensa
escrita después de la TV).
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El lector gestual no
sigue los criterios de presentación del texto legible:
la redundancia, el entramado fino, la lógica argumental
lineal. Desarrolla en cambio la capacidad de adelantar el texto,
de inferirlo, de producirlo. Tiene criterios rápidos de
evaluación, de situar texto, contexto, intertextualidad.
Por eso, no "refuta" ideas o argumentos; evalúa
y comenta performances. El lector gestual es, hasta cierto punto
salvaje. A veces basta que no comparta el ritual y la euforia
discreta del gusto correcto, del interés del buen sujeto
cultural, de la seriedad (el
tropicalero oyendo a Saltie).
Los medios electrónicos
promueven lectores gestuales propiamente salvajes, desencuadrados,
casi fuera de todo verosímil. Esa lectura ansiosa, multiplanar,
que combina y alterna varias estrategias, más productora
de texto que consumidora, no se estimula, no se educa, no se
plantea como problema -las consecuencias son graves: la inteligencia
de varias generaciones se desaprovecha cuando sencillamente no
se la estropea y se la arruina.
Es relativamente simple
(?) hacer lecturas ambientales retrospectivas, escuchar
el pasado; la lectura gestual es casi inevitable en textos y discursos
que ya no están legitimados por un contexto, por un verosímil,
por una actualidad (el historiador
o el arqueólogo leen textos documentales generalmente de
esta manera; la lectura ambiental que yo me permití hacer
sobre Relaciones es sobre todo retrospectiva, tiene que
ver con la desactualización; ¿cómo leeríamos
hoy el legendario "suplemento sepia" de El Día,
su empaque parnasiano,
las sextinas de las sexagenarias?).
Varios autores del Jet-set
(Nietzsche,
Borges, Joyce, Barthes,
Kant) decían
leer poco. No creo que se trate de una pose. Borges
decía que escribir vastos libros (lectura,
textos legibles)
es inútil; mejor es ofrecer un resumen, un comentario (ansiedad
del lector global). Barthes (que
también clasificó tipos de lectores) decía leer básicamente
de dos modos; una lectura ansiosa irregular, de muchos libros,
o fragmentos de libros, simultáneamente, cuando trabajaba:
una lectura productiva, al servicio de la escritura; la otra,
en la cama, con la bolsa de agua caliente, era lineal, procesando
el texto como una máquina fonológica boba: en esas
circunstancias, generalmente, leía cualquier cosa -catálogos
de agencias de viajes, el Paris Match, prospectos de medicamentos.
Enseguida se dormía.
Notas:
(1) Generalmente la lectura interesa
técnicamente como escolarización, como una habilidad
que una vez adquirida por el niño permanece inalterada.
Lo mismo ocurre con la cognición, adquisición de
estructuras conceptuales, adquisisción y desarrollo de
estrategias lectoras y comprensivas, de procesamiento y programación
de textos, etc. Si es verdad que la infancia es la "etapa
cognitiva" por excelencia, también es cierto -diría
Mc Luhan- que hay momentos históricos profundamente "cognitivos".
Sobre esta historización de lo cognitivo se dice y se
investiga bastante poco. Cosa bastante grave si sospechamos que
estamos justo en medio de uno de esos momentos históricos.
(2) "Cuando la política
huye de la política". La República de Platón
Nº 9.
(3) Barthes hace una clasificación
más bien cultural -caracteriológica de lectores-
aunque él decía que no era "psicológica".
El profesor Ruben Tani ("La
tragedia del origen", conferencia dada en el IPUR, Nov 92)
propone una clasificación entre cultural y cognitiva de
tres tipos: a) lector parafrásico b) lector
fabulativo (estas dos categorías coinciden con la de lector
lineal y c) lector holográfico (aquí
lector gestual o ambiental).
*Publicado
originalmente en la República de Platón Nº
12
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