El honor de evitar
no pagar
Como se sabe, antes se pagaba la deuda
externa; en cambio ahora se honra la misma deuda.
Antes, algunos políticos con poca chance de ser elegidos
proponían no pagar la deuda externa; ahora los mismos políticos
dicen que no se puede caer en el difol. Uno agradece sinceramente
el esfuerzo de numerosos técnicos en temas económicos
(equivocólogos) e incontables políticos
(gargaristas) por estimular nuestro deseo de
cambio.
En efecto, hace eones que hay deuda
externa, y desde tiempos remotos se habla de pagar y no pagar,
y si no fuera por la vocación de cambio de nuestros parlanchines
radiofónicos y escribientes periódicos, estaríamos
idiotas por el sofocamiento producido
por el uso reiterado de los mismos términos. En cambio,
gracias a las novedosas fórmulas introducidas por nuestros
alegres dicentes, podemos volver una y otra vez a lo mismo con
el sabor de lo nuevo.
Hablemos de honrar. Por
lo que se sabe, se puede honrar a una persona (lo cual quiere decir tratarla con respeto) pero no hay más remedio
que considerar que honrar una deuda es una metáfora
o una equivocación. Conviene saber en qué idioma
uno habla, para atenerse a, entre otras cosas, el honor. Hablamos
en un idioma español de Uruguay.
Si estamos de acuerdo, se puede continuar la lectura;
de lo contrario, conviene encender el televisor
y ponerse a mirar Friends u otra exquisitez, donde eventualmente
significa finalmente y mil millones es un billón.
Quienes se expresan en inglés a veces emplean el término
honour en su acepción de aceptar y pagar las deudas.
Es curioso que pagar lo que corresponde se signifique con una
palabra que, en
su primera acepción, quiere decir respetar. El uso
de este término en lugar de simplemente pagar está
dando un matiz de trascendencia ética que estimula la sospecha
de un aldeano tan
suspicaz como el que aquí escribe.
Pues si tanta ceremonia se otorga a cumplir con la palabra
empeñada, uno tiene permiso para pensar que la costumbre,
en aquella lengua, es justamente el incumplimiento. Y si uno se
pone a leer a los compatriotas
de quienes inventaron ese término, por ejemplo Thackeray
y su Feria de las vanidades, entiende cabalmente por qué
las cosas se toman tan seriamente.
Lo malo es que después vienen los traductores
vocacionales y convierten pagar en honrar, como
si aquí se pudiera medir la obligación de pagar
con una vara ética. De alguna forma nos hemos convertido
en aparatos tan cínicos como los inventores del honour.
Porque si no fuéramos debiluchos y pobretones no tendríamos
tantos discursos en torno a la honra de la deuda. No vamos a honrar
nada: pagamos porque si no, nos liquidan.
Bueno, y si no se paga lo que pasa es que entramos en difol.
Default, en inglés, significa no pagar una deuda,
y también no aparecer en un acto al que uno está
obligado, por ejemplo un juicio en el que uno está involucrado.
En español hay una palabra para
referirse al acto de pagar una deuda (pagar),
pero no hay ninguna para designar el acto de no pagar.
En cambio, los ingleses pareciera que necesitan referirse con
comodidad (es decir, con una
sola palabra, que para eso están
las palabras) a
no pagar. ¿Será por la frecuencia con que
deben hablar de eso? Misterio.
No vamos a entrar en difol es una manera complicada, de
doble negación, para decir vamos a pagar la deuda. Poner
un no, en una frase que señala una intención, implica
un temor. No no no, eso no nos va a pasar, no no. No vamos
a no pagar. Curiosa manera de ser positivos.
Sea un CEO bien
posicionado
Hace treinta años alguien inventó una palabra
que ahora usan muchos bípedos, algunos de ellos humanos:
sío (pronúnciese
CEO). ¿Alguien
sabe qué es un sío? Pregunta más complicada
aun: ¿alguien sabe por qué se dice sío en
vez de jefe? CEO es la sigla de Chief Executive Officer,
una suma de tres términos que comparten significados, y
que literalmente podría traducirse como Jefe Ejecutivo
Encargado. Más que el nombre de un cargo, es una ráfaga.
Es una sigla apta para dejar claro quién corta el bacalao.
Unos síos particularmente dicharacheros son los directores
de márquetin (en lenguaje
vulgar, marketing),
una de cuyas características más notorias es la
glosolalia, patología que consiste en inventar palabras.
Las palabras así creadas no definen nada para lo que no
hubiera antes un término específico. La más
bella de sus creaciones es actitudinal, que no sólo
es nueva, sino que no significa nada, por lo que debe considerarse
una purísima obra
de arte.
Otra es posicionamiento, estremecedor sonido recomendable
para consumir entre dos douyons (popularmente,
Dow Jones) y con
abundante honra sin hielo.
Muchos dialectos populares se caracterizan por un fenómeno
parecido, pero allí el motivo para las innovaciones no
radica en una enfermedad, sino en un ánimo de juego.
Un ejemplo es el lunfardo argentino, cuyo carácter juguetón
postuló con acierto Eduardo Gobello, contra las burguesas
interpretaciones que insistían en su origen como lenguaje
cifrado del mundo del hampa.
Véase como ejemplo el verbo ortibar, que significa
delatar. La palabra se origina en el verbo
batir, que en primera acepción es decir, y en segunda delatar.
El origen parece estar en battere, término de jerga
italiana que significa decir. Pero es en el sentido de delatar
que surge batidor, delator. Aquí comienza el juego: batidor
se convierte, por un mecanismo de vesre (inversión silábica), en dortiba, que pierde
la d inicial para transformarse en ortiba. De este modo,
la actividad del ortiba surge naturalmente en forma de
verbo, y así nace ortibar.
Con el léxico de los especialistas en estudios de mercado
ocurre otro fenómeno, parecido a la proverbial mala letra
de los médicos: ocultar, mediante el uso de una clave,
que se está diciendo una banalidad. Analícese posicionamiento.
Esta palabra se emplea por
parte de los directores y asesores de ventas para hablar del lugar
que ocupa una empresa en una lista (de
ventas, de recuerdo de marca, de perfil de calidad, etc.).
Ya que la palabra no se encuentra
en el diccionario -de lo cual, vale aclarar, no se deduce que
no debiera usarse- hay que intentar descubrir de dónde
viene. Por el sufijo -miento, uno diría que proviene
del verbo posicionar, y significaría acción
y efecto de posicionar. Es necesario, entonces, investigar
qué significa posicionar, que tampoco se encuentra
alistada. Cabe deducir que este verbo deriva de la palabra posición,
que significa figura o modo en que está colocada una
cosa. De aquí se deduce que posicionar significa
simplemente colocar de algún modo. Pero obsérvese
que nunca se puede colocar de ningún modo; en la
acción de colocar siempre está implícito
algún modo. Por lo tanto posicionamiento es lo mismo
que posición.
Hay otros casos en que podría realizarse la misma operación:
operacionamiento por operación, acepcionamiento
por acepción, generacionamiento por generación,
atencionamiento por atención, en fin.
El proceso es similar al sufrido por batir y su vesre,
cuando la nueva palabra recoge una de las posibles acepciones
de la originaria, para establecer un significado distinto de
la acepción predominante.
Pero ¿por qué se intenta marcar con posicionamiento
una acepción especial de posición?
La respuesta debe buscarse en la posición que buscan los
síos que usan esta palabra, con respecto al bolsillo de
sus clientes. En efecto, decir que para lograr sus objetivos
la empresa debe colocarse en cierta posición en un medio,
es una tautología: siempre, para lograr cualquier cosa,
hay que ponerse en un lugar y de alguna manera.
Cuando un asesor dice que la empresa debe posicionarse, la extrañeza
de la palabra la hace parecer un término técnico,
que hace creer al oyente que implica un cierto conjunto de conocimientos.
Una vez convencido de que el asesor sabe, puesto que dispone
de un léxico técnico, el cliente del asesor realiza
el acto esencial: le paga.
Donde no hay nada
siempre se encuentra un sío
Uno se sienta a desayunar y si escucha la radio
se encuentra con abundante información sobre la evolución
de la bolsa de Tokyo, el índice douyons, el násdac
y otros conjuros herméticos. ¿Puede concebirse una
manera mejor de ser dejado afuera del mundo? Salvo catorce oyentes,
que por otra parte encuentran esa información
en fuentes más confiables y actualizadas, nadie sabe de
qué habla el periodista, pero que la información
se trasmita a través de un medio
masivo puede hacernos creer que uno es el único que
no entiende. Sin embargo, como se vio, casi nunca hay nada para
entender.
Esos términos se usan más que nada por horror al
vacío. El colapso
del orden económico y social
es tan absoluto, la incomprensión de la realidad tan completa,
que difícilmente se pueda dar una explicación coherente.
Se repite, entonces, las mismas naderías con nuevos términos,
se inventa ocupaciones y se llena de cifras una planilla, como
si se estuviera incorporando información. El silencio,
que sería lo más recomendable cuando no se tiene
nada para decir, da miedo, porque hace
pensar que no tenemos soluciones. Y el sío, lúcido
oportunista, se apropia de la nada y la llena de palabras.
A medida que la situación empeore -algo que parece ser
lo único que saben hacer las situaciones-, podemos imaginar
una segunda camada de especialistas, cuyo conocimiento sobre
las posiciones trascienda los posicionamientos, de tal
modo que hayan creado el verbo posicionamientar, y entonces
se hablaría de posicionamientamiento, y así
como los geólogos determinan las edades de la tierra por
la suma de capas que se encuentran en un corte de suelo, así
las generaciones de asesores podrán datarse por la cantidad
de sufijos agregados.
* Publicado originalmente
en el Semanario Brecha
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