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               El conde Jan Potocki era polaco, 
                pero escribía en francés. Hizo algunas recopilaciones 
                de cuentos populares, escribió 
                un conjunto de escenas para teatro, y una serie de relatos de 
                viaje, con intenciones etnográficas. Pero la obra 
                que lo llevaría a una tardía (y modesta) fama 
                es un libro de relatos de 
                aparecidos, llamado Manuscrito encontrado en Zaragoza, 
                publicado por primera vez, parcialmente, en 1805, pero cuya versión 
                completa de acuerdo con los originales en francés recién 
                apareció en 1990.  
            Durante algunos años, pulió con delicadeza la agarradera
            del azucarero de plata de su juego de té, que tenía
            la forma de una frutilla. Una tarde, cuando comprobó que
            cabía en el cañón de su pistola, la cargó
            y se disparó en la boca. Al parecer, creía estar
            transformándose en lobo. 
             
            Un aristócrata
            revolucionario 
             
              Jan Potocki nació 
                en Podolia (región 
                que ahora forma parte de Ucrania), 
                el 8 de marzo de 1761, en una familia de la aristocracia polaca 
                que antes y después dio personajes que se movieron con 
                comodidad en las cortes europeas. Recibió una sólida 
                educación clásica 
                en Ginebra, Lausana y París. Como parte de su formación, 
                sirvió como ingeniero militar en Austria y Hungría. 
                 
 
                Su dominio de varios idiomas (polaco, 
                ruso, francés, alemán, italiano, árabe, además 
                de latín y griego clásicos) facilitó el aprovechamiento 
                de la predilecta de sus aficiones: viajar. 
                 
                Su primer viaje 
                lo llevó a Turquía y Egipto, y desde entonces nunca 
                cesó de vagar. Estuvo en Marruecos y España, en 
                Holanda, Baja Sajonia, el Cáucaso y Mongolia. El útlimo 
                de sus viajes lo llevó hasta Ulan Bator, como jefe científico 
                en una expedición que el zar Alejandro organizó 
                para establecer contacto con el imperio de la China. 
            En la década de 1780 se estableció en París,
            donde frecuentó los círculos conspirativos de numerosas
            sociedades secretas, más o menos místicas o falsarias.
            Fue defensor de los ideales revolucionarios, aunque más
            tarde manifestó su desconfianza hacia toda forma de ejercicio
            del poder, del que, como correspondía a su origen, nunca
            estuvo alejado.  
                Antes del estallido de la Revolución Francesa, en uno de 
                sus viajes por el cercano Oriente, conoció a Osmán, 
                un turco que sería su servidor y amigo hasta su muerte, 
                con quien emprendió, más tarde, la búsqueda 
                de un manuscrito de Las mil y una noches, que nunca encontró. 
 
                En 1788 comenzó a publicar libros 
                de viajes con observaciones etnológicas, todos escritos 
                en francés: Voyage en Turquie et en Egipte (1788), 
                Voyage dans l'Empire de Maroc (1792), Histoire primitive des peuples 
                de la Russie (1802), Voyage dans les steppes d'Astrakhan 
                et du Caucase, (publicado 
                en 1829). La variedad 
                de sus intereses queda demostrada por sus Principios para una 
                cronología de los tiempos anteriores a los Juegos Olímpicos 
                y su Descripción de la nueva máquina de batir 
                moneda (1811).  
 
                Pero Potocki se hizo famoso por dos cosas que no tienen que ver 
                con sus trabajos eruditos: en 1790 fue el primer polaco que sobrevoló 
                Varsovia en un globo con el aeronauta francés Blanchard (por cierto que acompañado por Osmán 
                y su perra Lulú); 
                y en 1805 publicó un curioso libro 
                de aparecidos impregnado de un erotismo 
                sutil: Manuscrito encontrado en Zaragoza. 
             
              Un libro 
                generosamente plagiado 
             
                Desde su primera tirada, que se terminó de imprimir en 
                San Petersburgo en 1805, y que se completó con una segunda 
                parte impresa en París en 1813, el libro 
                vivió una agitada aunque silenciosa vida, hasta que en 
                1989 René Raddrizani publicó, en la casa parisina 
                José Corti, la versión hasta ahora más completa 
                del Manuscrito..: creció, desde las doscientas páginas 
                de su primera edición, hasta sus actuales ochocientas. 
                En español, la editorial Minotauro publicó 
                en 1967 una versión que sigue la edición francesa 
                realizada por Roger Caillois en 1958 para Gallimard. 
 
            Caillois preparaba una antología mundial de lo fantástico,
            a principios de la década del cincuenta. Según
            cuenta, su desconocimiento del idioma polaco hizo que pidiera
            a un amigo que revisara una antología polaca de relatos
            fantásticos editada por Julien Tuwim en 1952. El amigo
            de Caillois le recomendó un cuento titulado "Historia
            del comendador de Toralva", en traducción al polaco
            realizada en 1847 por Edmund Chojecki.  
 
            El cuento le pareció a Caillois "un plagio desvergonzado
            de un relato muy conocido de Washington Irving, "El
            gran prior de Menorca"". Pero lo raro era que Irving
            publicó su relato en 1855, y Potocki había muerto
            en 1815.  
            Algunos años antes que Irving, Charles Nodier había
            plagiado otros fragmentos del Manuscrito, que publicó
            con su firma en La Presse en 1841 y 1842, un hecho que
            mereció un sonado juicio por plagio. Otros relatos de
            Potocki aparecieron por esos años en la prensa, atribuídos
            a Cagliostro. 
 
            A partir del trabajo de Caillois se despertó cierto interés
            por Potocki; comenzó a reunirse un conjunto de pruebas,
            manuscritos, copias tempranas y traducciones polacas de ese trabajo
            que su autor había publicado parcialmente en una tirada
            de sólo cien ejemplares.  
            La editorial española Pre-Textos publicó
            el año pasado una traducción del trabajo de Raddrizani. 
             
              Un laberinto 
                psicodélico 
             
                El Manuscrito encontrado en Zaragoza comienza con 
                una Advertencia de un oficial del ejército napoleónico, 
                donde se cuenta que el manuscrito que se da a conocer fue encontrado 
                en una casa abandonada. Según el oficial, estaba escrito 
                en castellano, idioma que entendía superficialmente, pero 
                tuvo la fortuna de ser tomado prisionero por los españoles, 
                uno de cuyos capitanes le dijo, tras hojear el manuscrito, que 
                allí se mentaba a un antepasado suyo. El prisionero, pues, 
                le pidió al capitán que le leyera el libro, 
                y a su dictado, el oficial lo transcribió en francés. 
                 
                Así entra el lector 
                en un juego especular que 
                conduce al desdibujamiento de la realidad, o mejor, al convencimiento 
                de que la realidad no es otra cosa que una versión desprolija 
                de la ficción.  
 
                Ya en la Advertencia hay un juego 
                explícito de idiomas y versiones: un francés que 
                escribe lo que un enemigo 
                español lee de un manuscrito 
                en el que se habla de sus parientes. Juego 
                de confianzas y desconfianzas posibles, de traductores 
                quizá traidores (¿cuánto 
                de lo que se dice del antepasado del oficial español ha 
                sido censurado por su descendiente?), 
                de ficciones que no se sabe si aceptar o rechazar. Y, por encima 
                de todo, los lectores 
                sabemos que el autor es un 
                polaco que escribe en francés. 
 
                Los relatos del libro siguen un plan 
                muy sencillo, que se repite incesantemente, sin cansar jamás: 
                el protagonista se pierde en una región siniestra, tiene 
                un encuentro con dos hermanas luego que dan las campanadas de 
                medianoche, y se despierta más tarde en un cadalso, flanqueado 
                por los cadáveres de dos bandidos ejecutados por orden 
                del rey. A lo largo del libro, las hermanas asumen la forma de 
                gemelos, los bandidos resultan no haber muerto, hay alquimistas, 
                astrólogos 
                y cabalistas, poseídos, gitanos y anacoretas, pero cada 
                relato se articula en torno a los mismos elementos estructurales. 
                Todo el libro rezuma un erotismo 
                leve, que compensa su liviandad con su insistencia. 
              Lo que singulariza a Potocki 
                dentro de la tradición de los frame tales (como 
                El Decamerón, 
                los Cuentos de Canterbury o Las mil y una noches), 
                es su acento en el carácter infinito del género, 
                la multiplicación de los niveles narrativos (un cuento dentro del que se cuenta un cuento 
                dentro del que se cuenta un cuento, etcétera), y el sabor leve del Siglo de las 
                Luces, con su característica mezcla de ciencia 
                y ocultismo ilusionista, escenas galantes y protocolo cortesano. 
                 
 
                La temática sobrenatural, los estados alterados de conciencia 
                de los personajes y la carga 
                erótica que impregna el texto 
                se corresponden a la perfección con la estructura de cajas 
                chinas, virtualmente infinita.  
 
                Como en todas las grandes obras de arte, 
                el fruidor se encuentra de pronto enfrentado a un cuestionamiento 
                esencial de la propia obra, de 
                los sentidos posibles de la obra, y de la noción misma 
                de interpretación. Y cuando una obra cuestiona la interpretación 
                -los modos de vincular el mundo de la escritura 
                y el mundo del lector-, lo 
                que se pone en tela de juicio es lo que conviene provisionalmente 
                definir como realidad. 
            Los plagiarios del
            libro lo percibieron como una simple suma de cuentos, y por eso
            publicaron relatos aislados; pero leído en su totalidad
            es como se atrapa su esencia, un abismo.  
                Si el primer relato es un cuento de fantasmas, 
                el segundo, conectado con el primero, hace ya dudar acerca de 
                qué versión es la creíble, y el tercero desencaja 
                cualquier conclusión provisional que el lector haya tomado. 
                A medida que se avanza en la lectura 
                la incertidumbre se amplifica, hasta que hay que suspender cualquier 
                conclusión y aceptar que lo que se 
                está leyendo es todo lo que hay, y que nada, ni pasado 
                -leído- o presente -leyéndose- es seguro. 
             
            Dos siglos después 
 
             
                El tema del Manuscrito.. es la ficción. Como en 
                El Decamerón (cosa-de-diez-partes), su título habla de lo que 
                es, no de lo que contiene. El relato lineal, o bien el relato 
                de hechos lineales (monolineales 
                o en múltiples líneas paralelas, no importa) presupone una idea 
                fuerte sobre la causalidad, el desarrollo psicológico 
                de las personalidades, las consecuencias de una ética y 
                de una moral. Pero vivimos en una época donde predomina 
                la idea de respeto por 
                la diversidad, el reconocimiento de la relatividad de los principios 
                morales y la contingencia de las éticas. 
 
                Quizá 
                ahora el Manuscrito ha encontrado a sus lectores: gente sin certezas, cuya capacidad 
                perceptual parece filtrada por el aire caliente que brota de la 
                fogata donde se consume la utopía, 
                que enrarece la visión y torna 
                cambiante y fantasmagórica la idea que nos hacemos de la 
                realidad.  
                Este mundo confuso, laberíntico, 
                desconcertante y engañoso, parece sólo bien mostrado 
                a través de hipótesis provisionales, marcos condicionales, 
                lucubraciones místicas, más que a través 
                de axiomas que ya no son evidentes, tesis que no encuentran demostración, 
                principios que nunca llegan al consenso. 
              Dos siglos después 
                de entregado a la imprenta, el Manuscrito encontrado 
                en Zaragoza habla, sin embargo, de certezas: Potocki ciertamente 
                existió, miró 
                su mundo y nos dejó algo incontrovertible: una obra 
                maestra.  
             
            * Publicado
            orginalmente en El País Cultural
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