Como observó John Berger, la cultura europea desarrolló,
desde el siglo XVI, una obsesión por las piernas femeninas.
Prácticamente todas las imágenes del arte,
la moda, la literatura
erótica y hasta la forma física ideal de la
mujer occidental de los últimos cuatro siglos, pueden explicarse
a partir de ella. Berger mostró, en un programa de la BBC,
luego recogido en un librito clave para la comprensión
de la evolución de la representación visual de Occidente
(Modos de ver), cómo nuestra
cultura colocó las piernas femeninas en la cúspide
de la fantasía erótica masculina.
Paralelamente a la progresiva exhibición pública
de las piernas femeninas durante los pasados cien años,
se ha desarrollado una actividad asociada estrechamente con una
hipertrofia discursiva: el fútbol. Umberto
Eco escribió un artículo interesante ("La cháchara deportiva") sobre la estructura del discurso
realizado por los especialistas y los aficionados en torno al
fútbol. Eco sostiene
que se trata de un discurso sin referente, centrado en sí
mismo, ya que prácticamente no hay nada de qué hablar.
En efecto, el fútbol
es una actividad que dificulta el relato
(los hechos que ocurren en
la cancha son circunstanciales, banales y constantemente repetidos), de manera que sólo es posible
hablar de ella mediante rodeos y refiriéndose a superestructuras
(relaciones entre contratistas y jugadores, características
técnicas de los perticipantes, problemas entre árbitros
y dirigentes, montos de los contratos de trabajo, etc., que tal
vez constituyen, en realidad, la estructura de la superestructura
que es el juego).
Desde la época de la Grecia de Pericles, la actividad física
competitiva ha sido cuestión de varones. Que las mujeres
participen desde hace menos de un siglo en las competencias deportivas
sólo introduce una coincidencia más; resumiendo:
piernas cada vez más exhibidas, nacimiento y desarrollo
del fútbol, ingreso
de las mujeres en las competencias
deportivas.
Los varones griegos clásicos establecían relaciones
entre ellos que incluso en nuestra época suelta de lengua
se intenta ocultar. Los jóvenes que ingresaban al gimnasio
solían ser solicitados por algún adulto que se sentía
atraído por su belleza física o por sus habilidades.
Al contacto físico que se establecía por la práctica
de la lucha o del atletismo se agregaba otra clase de contacto,
que involucraba afecto y amistad. Los griegos mantenían
relaciones físicas que hoy definiríamos de acuerdo
a criterios cargados de prejuicios sobre la identidad sexual.
Para los griegos, la demostración de afecto entre varones
que involucrara excitación sexual y eyaculación
no era más que otra forma de relacionamiento viril. No
se veía con buenos ojos la penetración (el frotamiento,
que D.H. Lawrence calificaría con agresividad como típicamente
lesbiano, era la regla entre
varones) ni la exhibición
pública de la relación física entre varones,
pero no se ocultaba la inclinación de un ciudadano por
un joven apuesto.
En este siglo XX de ambiguos discursos de libertad, el fútbol
ha vuelto a introducir el culto a la belleza del cuerpo
masculino. Cuando la mujer puede cumplir con el programa estético
occidental de mostrar sus piernas, objeto de obsesión erótica
durante siglos, el fútbol expone viejos hábitos
griegos: las piernas de los jugadores son objeto de observación
silenciosa por parte de millones de varones.
En relación con el cuerpo,
los comentaristas deportivos
se comportan de manera reveladora. Por un lado, fabrican caricaturescas
formas para sí mismos: es casi una constante la impostación
de la voz para lograr registros siempre más bajos que el
de barítono. En segundo lugar, la idea
de pasión se presenta constantemente como el factor motivacional
para el gusto por el fútbol.
Hay, evidentemente, una distancia llamativa entre el significado
de la palabra y su aplicación en
el campo de un deporte;
esa distancia establece, entonces, un nuevo significado, que se
refiere a ciertos aspectos mantenidos en reserva por los hablantes.
Porque jamás, nunca, bajo ninguna circunstancia, se habla
de las piernas de los jugadores.
Así, pues, la obsesión masculina de los últimos
cuatro siglos por las piernas femeninas, sumada a la exhibición
efectiva de esas piernas durante el período de crecimiento
del fútbol, y a
la mostración en paralelo de las piernas masculinas, permite
hacerse una idea -vaga, confusa, como la propia sexualidad del
discurso caricaturescamente masculino del comentario de fútbol-
de la emoción que se expresa a través del discurso
deportivo.
* Publicado orginalmente
en Insomnia
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