| El
            siguiente texto fue ponencia en la presentación de Buenas
            Noches, América, de Amir Hamed, realizada en Centro
            Cultural Pachamama, el 25 de junio de 2003.
 Buenas noches,
 Es
            para mí un placer y un honor participar en la presentación
            del nuevo libro de Amir
            Hamed.
            Debo decir que espero siempre con ansiedad las novedades de Amir.
            El es para mí uno de los pocos auténticos artífices
            de nuestra lengua en la actualidad. Como
            escritor que soy cada
            una de sus entregas me resulta una verdadera celebración
            del español y un recordatorio vívido de los límites
            y las posibilidades del instrumento lingüístico con
            el que buscamos expresarnos. Creo
            que sólo los que son capaces de entregarse en cuerpo y
            alma a la seducción de las palabras pueden aspirar
            a revelarnos los secretos que esconde en sus pliegues y repliegues
            ese monstruo amorfo, inasible
            y ciego al que llamamos Realidad. Amir Hamed, alquimista y mago
            de nuestra lengua, es uno de ellos: el príncipe, el primero. 
   La
            saga de yoruguas tránsfugas trillando las orillas
            exteriores
            -y a veces los albañales y las sentinas- del sueño
            americano, que es este Buenas noches, América,
            tiene con qué entretener, aleccionar y a menudo regocijar
            aún al público más desprevenido. La manera
            en que los relatos que componen el libro se responden, prestándose
            de uno al otro personajes, situaciones y ambigüedades; el
            virtuosismo en el manejo de las voces narrativas; la galaxia
            transcultural en circulación delirante entre Nueva
            York,
            Baton Rouge, Treinta y Tres y Montevideo; la apasionada
            vivencia de los más diversos universos musicales -que
preanuncia claramente el giro musical en la actividad de Hamed-;
            filones sobran para encarar a estos cinco relatos como el todo
            que realmente componen.
 
 En lo personal debo decir que el relato que más he disfrutado
            es el último, el titulado "Conquista del Oeste".
 Es, más allá de la aparente facilidad con que nos
            recibe en su superficie, el más bizarro y hermético
            de los textos que he leído en mucho tiempo -desde que
            leí Semidiós, para ser
            preciso.
 De
            hecho me parece un ejemplo paradigmático de algo que deberíamos
            de llamar literatura radical. Radical en el sentido de
            que -si no por su intención por lo menos por su efecto-
            arranca de raíz los presupuestos y sobreentendidos de
            que pueda disfrutar el Honorable Señor Lector sobre la
            naturaleza del mundo y de sus textos, dejándolo librado
            a las más desaprensivas maquinaciones y elucubraciones,
            y obligándolo a repensar desde cero la realidad precisamente
            a partir de ese ángulo desde el cual francamente preferiría
            no hacerlo.No creo exagerar si afirmo que es difícil que
            haya en la literatura de habla hispana,
            hoy en día, un texto que vertebre tan sutil y profundamente
            filones de significado tan complejos y trascendentes como
            lo hace "Conquista del Oeste". Como
            para muestra basta un botón, examinemos el título
            mismo de este texto. En la tradición cultural gringa la
            expresión "conquista del Oeste" alude a la destrucción
            de las culturas indígenas americanas debido a la expansión
            de los enclaves americanos de la civilización europea.
            En el título de Hamed la expresión alude -de manera
            inevitablemente irónica- a la contracruzada lanzada el
            11 de septiembre de 2001 con el ataque a las Torres Gemelas por
            el extremismo
            islámico
            contra la civilización occidental infiel y corrupta. La
            maniobra de deconstrucción ejemplificada a nivel micro
            en el título es la que a nivel macro el texto de Hamed se
            propone respecto del acontecimiento -el ataque al World
            Trade Center-
            que hoy por hoy debemos de considerar como el punto de inflexión
            más fuerte de la historia planetaria reciente. ¿Desde
            dónde se propone la tarea deconstructiva? ¿Desde
            las cumbres heladas de la teoría política o de
            la teoría económica o de la teoría de las
            civilizaciones? No. Desde lo personal, desde lo más
            lamentable, nauseabunda y estrictamente personal, entendiendo
            por tal el núcleo traumático de la propia personalidad
            del narrador. Nada
            más subversivo, nada más radical que la lectura que hace Hamed
            del acontecimiento superhistórico que le tocó vivir
            como testigo presencial, precisamente porque se hace desde lo
            estrictamente personal: a la herida abierta en el abismo de los
            cielos opone la herida abierta en lo más remoto del abismo
            del alma del que narra. A cada una de las dos dimensiones que
            convoca y enfrenta el texto corresponde uno de los tonos entre
            los que continuamente oscila: el humor ácido y el patetismo
            desesperado. El resultado de este enfrentamiento es, por supuesto,
            inesperado. ¿Cómo
            lleva a cabo esta operación deconstructiva? La crónica
            de amigos -orientales pero de acá- que convergen en Washington
            para un congreso de literatos, crónica que debiera de
            derivar hacia Nueva York y hacia el testimonio de haber estado
            allí cuando el Gran Ataque, de pronto se va trancando
            hasta que estalla en un vértigo de visiones fragmentarias
            y de alusiones casi herméticas. Es que el relato, sin
            que nos percatáramos, se ha ido infestando con la fantasmática
            íntima del narrador -el odio y el pavor que le provocan
            las gallinas- hasta que la infección ha hecho crisis.
            El delirio purulento
            de las civilizaciones ha liberado el delirio larvado en
            la mente del narrador. Parafraseando a Zizek podríamos
            decir que estamos ante la metástasis del delirio histórico.
            La erupción de la mitología personal y privada
            termina por devorar a la erupción de la mitología
            histórica justo cuando esta alcanza su punto más
            álgido, su punto hegelianamente no ya Culminante sino
            Terminal, que es otra cosa. El
            ataque al World Trade Center ha liberado lo monstruoso en la
            mente del narrador, y, consecuencia ineludible, el monstruo liberado
            termina por revelarse como el verdadero responsable del
            Fin de la Historia, del suicidio de los cielos, como dice Amir,
            del marronazo descomunal que ha desecado y para siempre, al calendario.
            "Conquista del Oeste" realiza así la inversión
            final de todos los sentidos: en el delicado equilibrio en que
            cohabitan en la psiquis humana la experiencia de la Historia
            y la de la fantasmática más íntima, cuando
            llega la hora de la hora, la segunda es la que toma las riendas
            y conduce al carruaje con mano segura hacia el abismo.
 
   Lo
            dicho. Pocos escritores pueden ofrecernos hoy en día un
            texto tan complejo estructurado con tan sutil maestría.
            No hay manera de leer este texto y a la vez ir descifrando su
            funcionamiento. Es demasiado artero como para eso. Avanza borrando
            sus huellas, negándose, sin dejar pistas. Es necesario
            esperar hasta que las últimas líneas nos indiquen
            las claves de relectura. Se lee "Conquista del Oeste"
            para aprender a releerlo y sólo al releerlo se abre -como
            una flor carnívora pero con colmillos de tiburón-
            la plenitud de sus significados. Tal
            parece, sospecha uno, como si para el radicalismo de escritura de Amir la
            simple lectura permaneciera
            dentro de los parámetros del consumismo y sólo
            se ingresara en el terreno de la creación de sentido -en
            el terreno del arte- a partir
            de la exigencia irrenunciable de relectura. En
            qué tipo de trance hay que estar para generar un texto
            como este, eso no lo sé. Sé que transitarlo es
            una experiencia literaria única, y los invito cordialmente
            a padecerla. |