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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



BUENAS NOCHES, AMÉRICA - HAMED, AMIR - ATAQUE AL WORLD TRADE CENTER - "CONQUISTA DEL OESTE" - LECTURA - RELECTURA - DELIRIO - TRANCE -

Sobre Buenas Noches, América

Ercole Lissardi
El ataque al World Trade Center ha liberado lo monstruoso en la mente del narrador, y, consecuencia ineludible, el monstruo liberado termina por revelarse como el verdadero responsable del Fin de la Historia, del suicidio de los cielos, como dice Amir, del marronazo descomunal que ha desecado y para siempre, al calendario

El siguiente texto fue ponencia en la presentación de Buenas Noches, América, de Amir Hamed, realizada en Centro Cultural Pachamama, el
25 de junio de 2003.


Buenas noches,

Es para mí un placer y un honor participar en la presentación del nuevo libro de Amir Hamed. Debo decir que espero siempre con ansiedad las novedades de Amir. El es para mí uno de los pocos auténticos artífices de nuestra lengua en la actualidad.

Como escritor que soy cada una de sus entregas me resulta una verdadera celebración del español y un recordatorio vívido de los límites y las posibilidades del instrumento lingüístico con el que buscamos expresarnos.

Creo que sólo los que son capaces de entregarse en cuerpo y alma a la seducción de las palabras pueden aspirar a revelarnos los secretos que esconde en sus pliegues y repliegues ese monstruo amorfo, inasible y ciego al que llamamos Realidad. Amir Hamed, alquimista y mago de nuestra lengua, es uno de ellos: el príncipe, el primero.


 

La saga de yoruguas tránsfugas trillando las orillas exteriores -y a veces los albañales y las sentinas- del sueño americano, que es este Buenas noches, América, tiene con qué entretener, aleccionar y a menudo regocijar aún al público más desprevenido. La manera en que los relatos que componen el libro se responden, prestándose de uno al otro personajes, situaciones y ambigüedades; el virtuosismo en el manejo de las voces narrativas; la galaxia transcultural en circulación delirante entre Nueva York, Baton Rouge, Treinta y Tres y Montevideo; la apasionada vivencia de los más diversos universos musicales -que
preanuncia claramente el giro musical en la actividad de Hamed-; filones sobran para encarar a estos cinco relatos como el todo que realmente componen.

En lo personal debo decir que el relato que más he disfrutado es el último, el titulado "Conquista del Oeste".
Es, más allá de la aparente facilidad con que nos recibe en su superficie, el más bizarro y hermético de los textos que he leído en mucho tiempo -desde que leí
Semidiós, para ser preciso.

De hecho me parece un ejemplo paradigmático de algo que deberíamos de llamar literatura radical. Radical en el sentido de que -si no por su intención por lo menos por su efecto- arranca de raíz los presupuestos y sobreentendidos de que pueda disfrutar el Honorable Señor Lector sobre la naturaleza del mundo y de sus textos, dejándolo librado a las más desaprensivas maquinaciones y elucubraciones, y obligándolo a repensar desde cero la realidad precisamente a partir de ese ángulo desde el cual francamente preferiría no hacerlo.No creo exagerar si afirmo que es difícil que haya en la literatura de habla hispana, hoy en día, un texto que vertebre tan sutil y profundamente filones de significado tan complejos y trascendentes como lo hace "Conquista del Oeste".

Como para muestra basta un botón, examinemos el título mismo de este texto. En la tradición cultural gringa la expresión "conquista del Oeste" alude a la destrucción de las culturas indígenas americanas debido a la expansión de los enclaves americanos de la civilización europea. En el título de Hamed la expresión alude -de manera inevitablemente irónica- a la contracruzada lanzada el 11 de septiembre de 2001 con el ataque a las Torres Gemelas por el extremismo islámico contra la civilización occidental infiel y corrupta.

La maniobra de deconstrucción ejemplificada a nivel micro en el título es la que a nivel macro el texto de Hamed se propone respecto del acontecimiento -el ataque al World Trade Center- que hoy por hoy debemos de considerar como el punto de inflexión más fuerte de la historia planetaria reciente. ¿Desde dónde se propone la tarea deconstructiva? ¿Desde las cumbres heladas de la teoría política o de la teoría económica o de la teoría de las civilizaciones? No. Desde lo personal, desde lo más lamentable, nauseabunda y estrictamente personal, entendiendo por tal el núcleo traumático de la propia personalidad del narrador.

Nada más subversivo, nada más radical que la lectura que hace Hamed del acontecimiento superhistórico que le tocó vivir como testigo presencial, precisamente porque se hace desde lo estrictamente personal: a la herida abierta en el abismo de los cielos opone la herida abierta en lo más remoto del abismo del alma del que narra. A cada una de las dos dimensiones que convoca y enfrenta el texto corresponde uno de los tonos entre los que continuamente oscila: el humor ácido y el patetismo desesperado. El resultado de este enfrentamiento es, por supuesto, inesperado.

¿Cómo lleva a cabo esta operación deconstructiva? La crónica de amigos -orientales pero de acá- que convergen en Washington para un congreso de literatos, crónica que debiera de derivar hacia Nueva York y hacia el testimonio de haber estado allí cuando el Gran Ataque, de pronto se va trancando hasta que estalla en un vértigo de visiones fragmentarias y de alusiones casi herméticas. Es que el relato, sin que nos percatáramos, se ha ido infestando con la fantasmática íntima del narrador -el odio y el pavor que le provocan las gallinas- hasta que la infección ha hecho crisis. El delirio purulento de las civilizaciones ha liberado el delirio larvado en la mente del narrador. Parafraseando a Zizek podríamos decir que estamos ante la metástasis del delirio histórico. La erupción de la mitología personal y privada termina por devorar a la erupción de la mitología histórica justo cuando esta alcanza su punto más álgido, su punto hegelianamente no ya Culminante sino Terminal, que es otra cosa.

El ataque al World Trade Center ha liberado lo monstruoso en la mente del narrador, y, consecuencia ineludible, el monstruo liberado termina por revelarse como el verdadero responsable del Fin de la Historia, del suicidio de los cielos, como dice Amir, del marronazo descomunal que ha desecado y para siempre, al calendario. "Conquista del Oeste" realiza así la inversión final de todos los sentidos: en el delicado equilibrio en que cohabitan en la psiquis humana la experiencia de la Historia y la de la fantasmática más íntima, cuando llega la hora de la hora, la segunda es la que toma las riendas y conduce al carruaje con
mano segura hacia el abismo.


 

Lo dicho. Pocos escritores pueden ofrecernos hoy en día un texto tan complejo estructurado con tan sutil maestría. No hay manera de leer este texto y a la vez ir descifrando su funcionamiento. Es demasiado artero como para eso. Avanza borrando sus huellas, negándose, sin dejar pistas. Es necesario esperar hasta que las últimas líneas nos indiquen las claves de relectura. Se lee "Conquista del Oeste" para aprender a releerlo y sólo al releerlo se abre -como una flor carnívora pero con colmillos de tiburón- la plenitud de sus significados.

Tal parece, sospecha uno, como si para el radicalismo de escritura de Amir la simple lectura permaneciera dentro de los parámetros del consumismo y sólo se ingresara en el terreno de la creación de sentido -en el terreno del arte- a partir de la exigencia irrenunciable de relectura.

En qué tipo de trance hay que estar para generar un texto como este, eso no lo sé. Sé que transitarlo es una experiencia literaria única, y los invito cordialmente a padecerla.

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