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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



LITERATURA - ERÓTICA - LITERATURA ERÓTICA - VIAGRA - EL DECAMERÓN - BOCCACCIO, GIOVANNI - AMOR - TANGO - BOLERO - PETRARCA, FRANCESCO - AMADA


Amor o pastillas (I)*

Amir Hamed
No queda duda de que el amor occidental es un problema de banda sonora. Desde el punto de vista de los varones, que dieron pie a esta ideología, la diferencia entre esos lagrimeríos -o desaguaderos- que son el tango y el bolero, consiste en que en el primero la mujer se fue, en tanto que en el segundo, todavía, ella está ahí

La irrupción de Viagra, una píldora aseguradora de erecciones, más que una cura para varones contritos es síntoma del mal estado en que se encuentra el amor.

Es previsible que generará adicción, y que variarán las estadísticas (hace no mucho, una encuesta realizada en Florencia reveló un porcentaje casi sideral de varones impotentes), pero no cambiará nuestra erótica. Si bien se puede fantasear con legiones de priápicos compitiendo en olimpíadas de coitos, y ya ha producido una explosión en las más importantes bolsas financieras del mundo, el nuevo fármaco está lejos de combatir el mal.

Vivimos con un amor que no se corresponde con las exigencias de la vida, y eso se debe, en gran medida, a que no ha cambiado la literatura amatoria.

Si se lo mira desapasionadamente, no queda duda de que el amor occidental, así como lo conocemos, es un problema de banda sonora. Desde el punto de vista de los varones, que dieron pie a esta ideología, la diferencia entre esos lagrimeríos -o desaguaderos- que son el tango y el bolero, consiste en que en el primero la mujer se fue, en tanto que en el segundo, todavía, ella está ahí.

Y todo porque en el alto medioevo ciertos trovadores resentidos, aprovechando que el señor feudal se llevaba a Dios a las cruzadas, salieron a cantarle a las damas, que resplandecían en el balcón, para conformarse con mirarlas hacia lo alto y pedirles prendas de entrega espiritual. El problema de todo este invento, como se ha teorizado, es que para después del año 1000 Dios ya había emprendido la retirada, y algunos poetas dieron en trasladar el amor al Altísimo hacia un punto un poco menos cenital, y elevaron en su lugar a las mujeres, dando nacimiento a la Amada.

Sin duda, esta Amada comporta una herejía, y así lo reconoció Calixto más tarde, cuando se definía como enamorado
(“Melibeo soy”), algo que no cambió demasiado en nuestros días si se atiende a la letra del bolero que afirma perdonar la traición y atesorar la memoria del ser amado “junto a Dios”. El milenio transcurrido desde las primeras andanzas trovadorescas, de todas formas, permite observar, en la irrisión bolerística, la propia caricatura de las fórmulas provenzales.

Si las recetas de los trovadores resultan cursis, el prestigio atávico de la letra impresa -y de la buena literatura- consiguió amonedar el Amor que conocemos hasta hoy. Tristán e Isolda, o la Beatrice de Dante, también respondían a ese vacío de trascendencia con amores entre mortales desaforadamente “espiritualizados”, pero la piedra inamovible la puso el florentino Petrarca, usina de la lírica y de todas las amadas en verso que habrían de llegar. Su Laura fue, de ahí en más, el porvenir monumental de todas las pasiones y la cámara de eco que resuena en cada canción dulzarrona, en las extravagancias de la ópera, o en los poemillas atolondrados que se cierran de apuro en los cuadernos de las colegialas.

Curiosamente, uno de los mejores contravenenos para esta milenaria alienación amorosa fue compuesto por uno de los mejores amigos de Petrarca y, si bien se lo considera un clásico, y se admite que sin él no pudo haber Renacimiento, se lo ha relegado a uno de los olvidos más alevosos, que consiste en hojearlo pero no leerlo en serio. Tal vez porque su obra cumbre sabe ser en muchos momentos risueña, desenfadada, y licenciosa. Pero acaso se deba a que, de prestarle verdadera atención, hubiera deshecho la vaporosa enajenación del Cancionero petrarquesco. Su obra, El Decamerón. Su nombre, Giovanni Boccaccio.

* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 24

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