La primera vez fue hace dos años,
poco después de la fiebre editorial por suerte pasajera
de escritores (hombres y mujeres) supuestamente bien montados
que más que excitar lectores escribieron cuentos aburridos
que poco tenían de pornografía
o al menos una pizca de erotismo. El libro se llamaba sencillamente
Calientes, firmado por un desconocido Ercole
Lissardi, y la portada era de una sobriedad obscena: ningún
dibujo, nada más la grafía del título y del
nombre del escritor sobre un fondo color crema. La editorial era
también un misterio; ninguna con el nombre Libros del Inquisidor
había publicado nada en Montevideo antes.
Lo devoré en una
noche de verano, caliente, de ésas en que el insomnio se
pega a las sábanas y la ventana abierta apenas si deja
escuchar el sordo murmullo de todos los que no podemos dormir
fácilmente. Ercole
Lissardi, con sus cuentos, me provocó esa noche, me
perturbó, me llevó a un paseo brutal por los caminos
tortuosos de eros y thnatos. ¿Quién era? ¿Quién
se escondía detrás de ese seudónimo?
Nadie lo sabía. A partir de sus relatos intenté
armar un identikit de su personalidad pero las pistas
me condujeron hasta hoy a callejones sin salida. Nadie sabe nada
de él. Intenté olvidarlo, transformándolo
en uno más de los libros de la biblioteca, pero lo presté
una, dos, tres, diez veces, y cada nuevo lector se veía
sacudido por esos relatos.
Hace dos meses apareció otro libro de Lissardi, la novela
Aurora lunar que estaba anunciada en la contratapa de
Calientes, en donde también se afirmaba que el
autor habría muerto en 1993. Lo devoré en otra
noche de calor, mientras el gato en su habitual estado zen miraba
sorprendido los movimientos inquietos en la cama.
Lissardi narra en la novela su camino hacia esa muerte
-que a esta altura ya no sé si es ficticia o no- y de qué
manera la anunciada fatalidad lo lleva a una serie de imprevisibles
aventuras sexuales en donde va despojándose de sus prejuicios
acompañado de su amante, llamada acertadamente Malena.
Lissardi no sólo escribe de manera magistral, dando cátedra
en cada párrafo, en cada frase, también se permite
el derecho de esconderse detrás de su obsesiva literatura
de sexo y seso, como él la define, creando
una novela dedicada a la más que misteriosa Luna, ese imán
erótico que acompaña a la humanidad desde siempre.
La verdadera identidad de Lissardi
continúa en el misterio más absoluto. Y si luego
de leer Calientes, tal vez sintiéndome humillado
por la pedantería usual de estos juegos de seudónimo
me propuse a toda costa desenmascararlo, después de verme
seducido por Aurora lunar, el hermético juego literario
y cierta piedad hacia el personaje me provocaron a ser un cómplice
más de su hipnótico misterio.
Es que su breve obra, que no se sabe todavía si es completa
-podría faltar una extraña versión de una
de las más excéntricas obras de Cortázar-,
es sencillamente una de las más potentes, bien montadas
y exquisitas de la última literatura uruguaya, incluyendo
una de las más grandes humoradas dedicadas al viejo Onetti. Lissardi sugiere
en la página 97 que Aurora lunar puede también
ser leída bajo el nombre de Masturbacadáveres.
Sólo me queda decir, desde la más perversa admiración,
que lean sus libros y no intenten develar el misterio de este
Hércules burlón, un verdadero megalómano
que es probable jamás dé la cara.
* Publicado
originalmente en Posdata
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