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ISSN 1688-1672

 



LISSARDI, ERCOLE -

El misterio caliente*

Gabriel Peveroni

La verdadera identidad de Lissardi continúa en el misterio más absoluto


La primera vez fue hace dos años, poco después de la fiebre editorial por suerte pasajera de escritores (hombres y mujeres) supuestamente bien montados que más que excitar lectores escribieron cuentos aburridos que poco tenían de pornografía o al menos una pizca de erotismo. El libro se llamaba sencillamente Calientes, firmado por un desconocido Ercole Lissardi, y la portada era de una sobriedad obscena: ningún dibujo, nada más la grafía del título y del nombre del escritor sobre un fondo color crema. La editorial era también un misterio; ninguna con el nombre Libros del Inquisidor había publicado nada en Montevideo antes.

Lo devoré en una noche de verano, caliente, de ésas en que el insomnio se pega a las sábanas y la ventana abierta apenas si deja escuchar el sordo murmullo de todos los que no podemos dormir fácilmente. Ercole Lissardi, con sus cuentos, me provocó esa noche, me perturbó, me llevó a un paseo brutal por los caminos tortuosos de eros y thnatos. ¿Quién era? ¿Quién se escondía detrás de ese seudónimo?

Nadie lo sabía. A partir de sus relatos intenté armar un identikit de su personalidad pero las pistas me condujeron hasta hoy a callejones sin salida. Nadie sabe nada de él. Intenté olvidarlo, transformándolo en uno más de los libros de la biblioteca, pero lo presté una, dos, tres, diez veces, y cada nuevo lector se veía sacudido por esos relatos.
Hace dos meses apareció otro libro de Lissardi, la novela Aurora lunar que estaba anunciada en la contratapa de Calientes, en donde también se afirmaba que el autor habría muerto en 1993. Lo devoré en otra noche de calor, mientras el gato en su habitual estado zen miraba sorprendido los movimientos inquietos en la cama.

Lissardi narra en la novela su camino hacia esa muerte -que a esta altura ya no sé si es ficticia o no- y de qué manera la anunciada fatalidad lo lleva a una serie de imprevisibles aventuras sexuales en donde va despojándose de sus prejuicios acompañado de su amante, llamada acertadamente Malena. Lissardi no sólo escribe de manera magistral, dando cátedra en cada párrafo, en cada frase, también se permite el derecho de esconderse detrás de su obsesiva literatura de “sexo y seso”, como él la define, creando una novela dedicada a la más que misteriosa Luna, ese imán erótico que acompaña a la humanidad desde siempre.

La verdadera identidad de Lissardi continúa en el misterio más absoluto. Y si luego de leer Calientes, tal vez sintiéndome humillado por la pedantería usual de estos juegos de seudónimo me propuse a toda costa desenmascararlo, después de verme seducido por Aurora lunar, el hermético juego literario y cierta piedad hacia el personaje me provocaron a ser un cómplice más de su hipnótico misterio.

Es que su breve obra, que no se sabe todavía si es completa -podría faltar una extraña versión de una de las más excéntricas obras de Cortázar-, es sencillamente una de las más potentes, bien montadas y exquisitas de la última literatura uruguaya, incluyendo una de las más grandes humoradas dedicadas al viejo Onetti. Lissardi sugiere en la página 97 que Aurora lunar puede también ser leída bajo el nombre de Masturbacadáveres.

Sólo me queda decir, desde la más perversa admiración, que lean sus libros y no intenten develar el misterio de este Hércules burlón, un verdadero megalómano que es probable jamás dé la cara.

* Publicado originalmente en Posdata

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