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ISSN 1688-1672

 



VACA - VACA LOCA - CANÍBALES - ANTROPOFAGIA - ESCRITURA - MONTAIGNE, MICHEL EYQUEM DE - DE ANDRADE, OSWALD - BAUDRILLARD, JEAN - LIPOVETSKY, GILLES - DÍAZ DE SOLÍS, JUAN - KURU, ENFERMEDAD DE - CREUTZFELDT-JACKOB, ENFERMEDAD DE - VACÍO - MANIFIESTO ESPONGIFORME -

Manifiesto espongiforme (vacas locas en el vacío)*

Gustavo Espinosa
"…(la especulación) es la forma pura y vacía del valor que no influye más que en su propia revolución…cuando la deuda es demasiado molesta se la expulsa a un espacio virtual donde hace el papel de catástrofe congelada... estamos en una situación en que (el clash atómico, la bomba demográfica, la bomba del tercer mundo) no estallará, en una situación de catástrofe virtual y eternamente virtual."

La antropofagia: la canibalización salvaje de la civilización. Tal era el modelo que, en 1928, proponía un grupo de vanguardistas brasileros para relacionarse con las metrópolis, para ensayar una escritura descolonizada.

Allá por 1980, ya desvanecida la virulencia de cualquier
vanguardia, mientras algunos europeos se dedicaban a escribir acerca del vacío, la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (versión humana de la Encefalopatía Espongiforme Bovina, secuela del canibalismo en las vacas) comenzaba a matar gente en Inglaterra.

Ahora, otra fiebre del ganado infesta nuestras relaciones con las metrópolis carnívoras y la peste de las
vacas locas pulula en Europa. Buena oportunidad para volver a trazar analogías brutales, para ir respondiendo de nuevo al desafío que planteara hace tanto tiempo la vieja momia soviética: ¿Qué hacer?

Acerca de los caníbales.


El famoso texto renacentista de Montaigne
("Acerca de los caníbales") ensaya, entre otras, una estrategia muy audaz: describe algunas costumbres de los pueblos americanos (diseñando, dos siglos antes que Rousseau la imagen del buen salvaje); entre esos hábitos, elige y detalla uno especialmente repulsivo para sus contemporáneos, la antropofagia, para argumentar en contra de la supuesta barbarie de esa práctica y descentrar tempranamente la mirada que los europeos dirigían sobre sí mismos y sobre los otros. Para Montaigne era sensatamente menos bárbaro asar el cuerpo de un hombre y comérselo después de muerto, que …asarlo lentamente y echarlo luego a los perros o a los cerdos…, cosa que el ensayista veía con frecuencia en aquellos inicios de la modernidad. Otra de las audacias de aquel texto es la transcripción de una cancioncita apócrifa de los caníbales: "…estos músculos, estas carnes y estas venas son los vuestros, pobres locos; no reconocéis que la sustancia de los miembros de vuestros antepasados reside todavía en mi cuerpo; saboreadlos bien, y encontraréis el gusto de vuestra propia carne".

En las primeras décadas del siglo XX, un grupo de poetas brasileros liderados por Oswald de Andrade, contagiados de la epidemia metadiscursiva diseminada por las vanguardias europeas, retomaron esta vindicación de la antropofagia como modo de representar el deber ser de las relaciones entre la periferia y el centro. Años antes, Oswald había redactado el Manifiesto de la poesía Palo Brasil (1924), en alusión al primer elemento básico de la economía brasilera; sin embargo su impulso primitivista se radicalizó y buscó proyectar su escritura desde una instancia anterior a la colonización portuguesa. El manifiesto de 1928 instituye el tiempo a partir de un acto de antropofagia, cuya lógica debía regir la militancia cultural del nuevo mundo. Fechado en Piratininga (nombre indígena de la ciudad de San Pablo), en el año 374 de la deglución del Obispo Sardina (Pedro Fernandes Sardinha, comido por los indios caetés en 1553, más o menos por la época en que Montaigne vindicaba los caníbales), exhibía en su textura las marcas de la canibalización: Tupy or not Tupy, that is the question.

La era del vacío

En el correr de ese siglo las vanguardias agotaron rápidamente su energía de provocación; la fecha de vencimiento llegó pronto a sus novedades y a sus venenosas negaciones. Universidades, disciplinas, academias y otras instituciones, asimilaron aquellos proyectos (en sus versiones europeas y en sus resonancias y disonancias americanas). El mercado también terminó siendo más voraz que los antropófagos, alimentándose de ellos y otros radicales.

A comienzos de los 80, Lipovetsky impone la
metáfora física del vacío para dar cuenta, no sin cierto regodeo frío, de cierto mundo donde la información substituye a la producción, en un libro donde, entre otras defunciones, se describe el agotamiento de las vanguardias, chupadas, ellas también por el vacío: "…como los discursos revolucionarios duros o el terrorismo político, la vanguardia gira en el vacío…es el proceso de desubstancialización el que conquista abiertamente al arte por amalgama indiferente, por asimilación acelerada vacía de proyecto…al igual que las grandes ideologías, el arte en manos de la vanguardia, está determinado por la misma lógica del vacío, de la moda y del marketing."

Como se sabe este insistente vaciamiento no se aplica sólo a los proyectos estéticos. Parece que algunos franceses
(los sucesores de Montaigne, quienes otrora generaron ismos que sirvieron de estímulo a los antropófagos de ultramar) pretenden, desde hace tiempo, liquidarlo todo o, asépticamente, envasar el mundo al vacío. En los 60, Foucault ya profetizaba el desvanecimiento del hombre, esa extraña figura del saber; décadas después en un artículo publicado en Libération y reproducido en 1989 en Uruguay por Punto y aparte (avanzadilla local y sanguinettista de la posmodernidad), Baudrillard festejaba la virtualización de la guerra y de la economía: "(la especulación) es la forma pura y vacía del valor que no influye más que en su propia revolución…cuando la deuda es demasiado molesta se la expulsa a un espacio virtual donde hace el papel de catástrofe congelada... estamos en una situación en que (el clash atómico, la bomba demográfica, la bomba del tercer mundo) no estallará, en una situación de catástrofe virtual y eternamente virtual."

En los 90
(El crimen perfecto) el mismo Baudrillard ya auguraba, mediante una serie de preguntas retóricas, el vaciamiento radical, la definitiva desmaterialización del mundo: "¿…de dónde sacamos nuestra energía, la que se moviliza en las redes, sino de la liquidación del sujeto, de la desmovilización de nuestro propio cuerpo y de la sustancia material del mundo?…Es posible que un día toda esa sustancia se transforme en energía y toda esa energía en información pura…¿…no nos estaremos enfrentando a través de nuestras hipertecnologías con la transformación de cualquier materia en virtualidad, en información en irradiación?…¿…Y no deberíamos favorecer, siguiendo una nueva física, en lugar de la atracción de lo lleno por el centro, la atracción del vacío por la periferia?."

La peste


Desde este lado del océano y del orden económico mundial, muy cerca del sitio donde ayunó Juan Díaz y los indios comieron
(Borges, "Fundación mítica de Buenos Aires"), se podría afirmar que las predicciones de Baudrillard forman parte de un proyecto de centrifugación; en el centro se construye un escenario desrealizado, metafísico, se fabula la confortable vacuidad de lo virtual y se expulsa hacia las orillas la materialidad irreductible y obscena del mundo. Leídas desde la marginalidad, estas escrituras que tematizan con encanto el vacío resultan inverosímiles. Desde la carencia no se puede hablar del vacío: el vacío, como el eructo, es hijo de la plétora.

Sin embargo, también por los instersticios de ese universo transparente en que toda sustancia referencial se hace cada vez más escasa
(Baudrillard) irrumpe el mundo real, aparecen de pronto las vacas. Nada más ominosamente real que la sólida opacidad de una vaca. Estas, además, están locas y traen consigo un fenómeno apocalíptico, una enfermedad letal que ya ha devastado todo el ganado nacional, que podría trasladarse de animales a seres humanos y que podría, con el tiempo terminar siendo el contagio más insidioso y letal desde la peste negra (Richard Lacey, Mad Cow Disease: The History of BSE in Britain).

Ocurre que este mundo posmoderno sigue teniendo que alimentar sus vacas; resulta que esta civilización virtualizada, donde aparentemente la lógica de la comunicación ha sustituido a la producción, transfiere a la actividad agrícola los procedimientos de la industria y vuelve caníbales a las vacas alimentándolas con restos de su misma especie. El canibalismo, episodio modélico a la hora de dar cuenta de las relaciones entre los centros de poder y sus subalternos, se convierte a fines del milenio en la matriz desde la cual ciertos sectores de la industria diseñan sus mejoras, su productividad, su reducción de costos: "En 1988 había 41 plantas de conversión (de animales muertos en ración para animales) en Gran Bretaña (…) se procesaban 1.3 millones de toneladas de materia prima en esas plantas. Esto comprendía 15.9 % de grasa, 30.5 % de huesos, 33.4 % de achuras, 8.9 % de animales muertos y 11.5 % de cualquier otra cosa, incluídas plumas"
(Vandana Shiva,"Vacas locas: el costo de la cría intensiva").

Parece difícil imaginar el macizo cúmulo de inmundicia que constituye esta enumeración convertido en mera información, en irradiación pura. Son, más bien, los relictos materiales de la industria antropófaga, que empiezan a contaminar el mercado, a apestar la congelada virtualidad de la economía, a infectar a los ingleses. La epidemia no sólo fundió un negocio de 12.000 millones de libras sino que engendró perspectivas horribles: sólo en 1990 se comieron en Inglaterra 250.000 vacas portadoras de la encefalitis espongiforme y se prevé que en el 2010, unas 10.000 personas puedan estar afectadas por la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob; morbo, similar al Kuru
(generalizado en Papúa a partir de la ingesta de cerebros humanos practicada como ritual funerario), que produce temblores, debilitamiento, amnesia y alucinaciones.

Manifiesto antropofágico


Estos informes y pronósticos
(cuya pestilencia inglesa recuerda el Diario del año de la peste de Daniel Defoe), contemporáneos de las fabulaciones francesas sobre la nada (capitalismo que pretende desentenderse de sus bases materiales, escritura que no puede con la realidad y prefiere liquidar sus referentes antes que declarar su inoperancia), sugieren una vuelta de tuerca al viejo tópico del canibalismo.

En realidad, antes y después del manifiesto de Andrade, los latinoamericanos no hemos hecho otra cosa que tragar, con hambruna de escualo o de diablo de Tasmania, todo cuanto ha llegado a estas playas, en los barcos, o por los cables, o a través de la escuela, o desde Port Royale, o Mayo del 68, o Hollywood, o Viena, o el ciberespacio, o Miami, o Gallimard, o La Enciclopedia, o CNN, o Frankfurt o por cualquier otro medio, o desde cualquier otro lugar. Sucede que en los vaivenes de la transculturación ha pasado lo que, según la canción caníbal citada por Montaigne, le termina pasando a todo caníbal: nos hemos devorado, como las vacas inglesas, a nosotros mismos. Sucede también que, últimamente, lo que se ha dado en llamar capitalismo tardío transfiere sus técnicas de administración de la industria a la producción de bienes culturales, por lo cual la imagen de nosotros mismos, con la cual se nos pretende alimentar, es a veces un equivalente a la ración de las vacas locas, un refrito perverso procesado por las academias o las corporaciones.

No todo, sin embargo es tan apocalíptico como parece. Si, como a las vacas de cerebro espongiforme, se nos ha pervertido dándonos a comer nuestra propia carne triturada, es hora de iniciar el contagio, de transferirles el Kuru, el mal de Creutzfeldt-Jakob, cuyos síntomas además de la pérdida de memoria, el debilitamiento, las alucinaciones, hacen que las víctimas pasen rápidamente a un estado en el que no pueden caminar, hablar, o cuidarse solas.

Hágase de las vacas caníbales un emblema y se generará una
escritura infecciosa y alucinatoria; se devolverá una imagen deforme e intratable del mundo para sustituir a las imágenes congeladas del vacío. Tal vez esas imágenes no circulen con fluidez en el mercado, pero al menos nos serán (como decía Zitarrosa) carne azul colgada en la heladera. For export. Del Uruguay.

* Publicado originalmente en Revista Crac, Nº 2 (Dicicembre 2001)

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