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               La antropofagia: la 
                canibalización salvaje de la civilización. Tal era 
                el modelo que, en 1928, proponía un grupo de vanguardistas brasileros para relacionarse con las metrópolis, 
                para ensayar una escritura descolonizada. 
 
                Allá por 1980, ya desvanecida la virulencia de cualquier 
                vanguardia, mientras algunos europeos 
                se dedicaban a escribir acerca del vacío, la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob 
                (versión humana de la Encefalopatía Espongiforme 
                Bovina, secuela del canibalismo en las vacas) comenzaba a matar gente 
                en Inglaterra. 
 
                Ahora, otra fiebre del ganado infesta nuestras relaciones con 
                las metrópolis carnívoras y la peste de las vacas locas pulula en Europa. Buena 
                oportunidad para volver a trazar analogías brutales, para 
                ir respondiendo de nuevo al desafío que planteara hace 
                tanto tiempo la vieja momia soviética: ¿Qué 
                hacer? 
             
              Acerca 
                de los caníbales.  
             
 
                El famoso texto renacentista de Montaigne ("Acerca de los caníbales") ensaya, entre otras, 
                una estrategia muy audaz: describe algunas costumbres de los pueblos 
                americanos (diseñando, 
                dos siglos antes que Rousseau la imagen del buen salvaje); entre esos hábitos, 
                elige y detalla uno especialmente repulsivo para sus contemporáneos, 
                la antropofagia, para argumentar en contra de la supuesta barbarie 
                de esa práctica y descentrar tempranamente la mirada que los europeos dirigían 
                sobre sí mismos y sobre los otros. Para Montaigne era sensatamente 
                menos bárbaro asar el cuerpo de un hombre y comérselo 
                después de muerto, que 
asarlo lentamente y echarlo 
                luego a los perros o a los cerdos
, cosa que el ensayista 
                veía con frecuencia en aquellos inicios de la modernidad. 
                Otra de las audacias de aquel texto es la transcripción 
                de una cancioncita apócrifa de los caníbales: "
estos 
                músculos, estas carnes y estas venas son los vuestros, 
                pobres locos; no reconocéis que la sustancia de los miembros 
                de vuestros antepasados reside todavía en mi cuerpo; saboreadlos bien, 
                y encontraréis el gusto de vuestra propia carne". 
              En las 
                primeras décadas del siglo XX, un grupo de poetas brasileros 
                liderados por Oswald de Andrade, contagiados de la epidemia metadiscursiva 
                diseminada por las vanguardias europeas, retomaron esta vindicación 
                de la antropofagia como modo de representar el deber ser de las 
                relaciones entre la periferia y el centro. Años antes, 
                Oswald había redactado el Manifiesto de la poesía 
                Palo Brasil 
                (1924), en alusión 
                al primer elemento básico de la economía brasilera; 
                sin embargo su impulso primitivista se radicalizó y buscó 
                proyectar su escritura desde una instancia anterior a 
                la colonización portuguesa. El manifiesto de 1928 instituye 
                el tiempo a partir de un acto de antropofagia, cuya lógica 
                debía regir la militancia cultural del nuevo mundo. 
                Fechado en Piratininga (nombre 
                indígena de la ciudad de San Pablo), en el año 374 de la deglución 
                del Obispo Sardina (Pedro Fernandes Sardinha, comido por los 
                indios caetés en 1553, más 
                o menos por la época en que Montaigne vindicaba los caníbales), 
                exhibía en su textura las marcas de la canibalización: 
                Tupy or not Tupy, that is the question. 
             
            La
            era del vacío 
             
              En el 
                correr de ese siglo las vanguardias agotaron rápidamente 
                su energía de provocación; la fecha de vencimiento 
                llegó pronto a sus novedades y a sus venenosas negaciones. 
                Universidades, disciplinas, academias y otras instituciones, 
                asimilaron aquellos proyectos (en 
                sus versiones europeas y en sus resonancias y disonancias americanas). El mercado también 
                terminó siendo más voraz que los antropófagos, 
                alimentándose de ellos y otros radicales. 
 
                A comienzos de los 80, Lipovetsky impone la metáfora física del 
                vacío para dar cuenta, no sin cierto regodeo frío, 
                de cierto mundo donde la información substituye a la 
                producción, en un libro donde, entre otras defunciones, 
                se describe el agotamiento de las vanguardias, chupadas, ellas 
                también por el vacío: "
como los discursos 
                revolucionarios duros o el terrorismo político, la vanguardia 
                gira en el vacío
es el proceso de desubstancialización 
                el que conquista abiertamente al arte por amalgama indiferente, por asimilación 
                acelerada vacía de proyecto
al igual que las grandes 
                ideologías, el arte en manos de la 
                vanguardia, está determinado por la misma lógica 
                del vacío, de la moda y del marketing." 
 
                Como se sabe este insistente vaciamiento no se aplica sólo 
                a los proyectos estéticos. Parece que algunos franceses 
                (los sucesores 
                de Montaigne, quienes otrora generaron ismos que sirvieron de 
                estímulo a los antropófagos de ultramar) pretenden, desde 
                hace tiempo, liquidarlo todo o, asépticamente, envasar 
                el mundo al vacío. En los 60, Foucault ya profetizaba el desvanecimiento 
                del hombre, esa extraña figura del saber; décadas 
                después en un artículo publicado en Libération 
                y reproducido en 1989 en Uruguay por Punto y aparte (avanzadilla local y sanguinettista de la posmodernidad), Baudrillard festejaba la virtualización de la guerra y de la economía: 
                "
(la especulación) es la forma pura y vacía 
                del valor que no influye más que en su propia revolución
cuando la 
                deuda es demasiado molesta se la expulsa a un espacio virtual donde hace 
                el papel de catástrofe congelada... estamos en una situación 
                en que (el clash atómico, la bomba demográfica, 
                la bomba del tercer mundo) no estallará, en una situación 
                de catástrofe virtual y eternamente virtual."  
 
                En los 90 (El 
                crimen perfecto) 
                el mismo Baudrillard ya auguraba, mediante 
                una serie de preguntas retóricas, el vaciamiento radical, 
                la definitiva desmaterialización del mundo: "¿
de 
                dónde sacamos nuestra energía, la que se moviliza 
                en las redes, sino de la liquidación del sujeto, de la desmovilización 
                de nuestro propio cuerpo y de la sustancia material del mundo?
Es 
                posible que un día toda esa sustancia se transforme en 
                energía y toda esa energía en información pura
¿
no 
                nos estaremos enfrentando a través de nuestras hipertecnologías 
                con la transformación de cualquier materia en virtualidad, 
                en información en irradiación?
¿
Y 
                no deberíamos favorecer, siguiendo una nueva física, 
                en lugar de la atracción de lo lleno por el centro, la atracción 
                del vacío por la periferia?."  
             
            La
            peste 
             
                Desde este lado del océano y del orden económico 
                mundial, muy cerca del sitio donde ayunó Juan Díaz 
                y los indios comieron (Borges, "Fundación mítica 
                de Buenos Aires"), se podría afirmar que las 
                predicciones de Baudrillard forman parte de un proyecto de 
                centrifugación; en el centro se construye un escenario 
                desrealizado, metafísico, se fabula la confortable vacuidad 
                de lo virtual y se expulsa hacia 
                las orillas la materialidad irreductible y obscena del mundo. Leídas 
                desde la marginalidad, estas escrituras que tematizan con encanto 
                el vacío resultan inverosímiles. Desde la carencia 
                no se puede hablar del vacío: el vacío, como el 
                eructo, es hijo de la plétora. 
 
                Sin embargo, también por los instersticios de ese universo 
                transparente en que toda sustancia referencial se hace cada 
                vez más escasa (Baudrillard) irrumpe el mundo 
                real, aparecen de pronto las vacas. Nada más ominosamente real 
                que la sólida opacidad de una vaca. Estas, además, 
                están locas y traen consigo un fenómeno 
                apocalíptico, una enfermedad letal que ya ha devastado 
                todo el ganado nacional, que podría trasladarse de animales 
                a seres humanos y que podría, con el tiempo terminar siendo 
                el contagio más insidioso y letal desde la peste negra 
                (Richard Lacey, 
                Mad Cow Disease: The History of BSE in Britain). 
 
            Ocurre que este mundo posmoderno sigue teniendo que alimentar
            sus vacas; resulta que esta civilización virtualizada,
            donde aparentemente la lógica de la comunicación
            ha sustituido a la producción, transfiere a la actividad
            agrícola los procedimientos de la industria y vuelve caníbales
            a las vacas alimentándolas con restos de su misma especie.
            El canibalismo, episodio modélico a la hora de dar cuenta
            de las relaciones entre los centros de poder y sus subalternos,
            se convierte a fines del milenio en la matriz desde la cual ciertos
            sectores de la industria diseñan sus mejoras, su productividad,
            su reducción de costos: "En 1988 había
            41 plantas de conversión (de animales muertos en ración
            para animales) en Gran Bretaña (
) se procesaban
            1.3 millones de toneladas de materia prima en esas plantas. Esto
            comprendía 15.9 % de grasa, 30.5 % de huesos, 33.4 % de
            achuras, 8.9 % de animales muertos y 11.5 % de cualquier otra
            cosa, incluídas plumas" (Vandana Shiva,"Vacas locas: el
            costo de la cría intensiva").  
 
            Parece difícil imaginar el macizo cúmulo de inmundicia
            que constituye esta enumeración convertido en mera información,
            en irradiación pura. Son, más bien, los relictos
            materiales de la industria antropófaga, que empiezan a
            contaminar el mercado, a apestar la congelada virtualidad de
            la economía, a infectar a los ingleses. La epidemia no
            sólo fundió un negocio de 12.000 millones de libras
            sino que engendró perspectivas horribles: sólo
            en 1990 se comieron en Inglaterra 250.000 vacas portadoras de
            la encefalitis espongiforme y se prevé que en el 2010,
            unas 10.000 personas puedan estar afectadas por la enfermedad
            de Creutzfeldt-Jakob; morbo, similar al Kuru (generalizado en Papúa a partir
            de la ingesta de cerebros humanos practicada como ritual funerario), que produce
            temblores, debilitamiento, amnesia y alucinaciones. 
             
            Manifiesto
            antropofágico 
 
 
                Estos informes y pronósticos (cuya pestilencia inglesa recuerda el Diario 
                del año de la peste de Daniel Defoe), contemporáneos 
                de las fabulaciones francesas sobre la nada (capitalismo que pretende desentenderse 
                de sus bases materiales, escritura que no puede con la realidad y prefiere liquidar 
                sus referentes antes que declarar su inoperancia), sugieren una vuelta 
                de tuerca al viejo tópico del canibalismo. 
              En realidad, 
                antes y después del manifiesto de Andrade, los latinoamericanos no hemos hecho 
                otra cosa que tragar, con hambruna de escualo o de diablo de Tasmania, 
                todo cuanto ha llegado a estas playas, en los barcos, o por los 
                cables, o a través de la escuela, o desde Port Royale, 
                o Mayo del 68, o Hollywood, o Viena, o el ciberespacio, o Miami, 
                o Gallimard, o La Enciclopedia, o CNN, o Frankfurt o por cualquier 
                otro medio, o desde cualquier otro lugar. Sucede que en los vaivenes 
                de la transculturación ha pasado lo que, según la 
                canción caníbal citada por Montaigne, le termina 
                pasando a todo caníbal: nos hemos devorado, como las vacas 
                inglesas, a nosotros mismos. Sucede también que, últimamente, 
                lo que se ha dado en llamar capitalismo tardío transfiere 
                sus técnicas de administración de la industria a 
                la producción de bienes culturales, por lo cual la imagen de nosotros mismos, 
                con la cual se nos pretende alimentar, es a veces un equivalente 
                a la ración de las vacas locas, un refrito perverso procesado 
                por las academias o las corporaciones. 
 
            No todo, sin embargo es tan apocalíptico como parece.
            Si, como a las vacas de cerebro espongiforme, se nos ha pervertido
            dándonos a comer nuestra propia carne triturada, es hora
            de iniciar el contagio, de transferirles el Kuru, el mal de Creutzfeldt-Jakob,
            cuyos síntomas además de la pérdida de memoria,
            el debilitamiento, las alucinaciones, hacen que las víctimas
            pasen rápidamente a un estado en el que no pueden caminar,
            hablar, o cuidarse solas.  
 
                Hágase de las vacas caníbales un emblema y se generará 
                una escritura infecciosa y alucinatoria; 
                se devolverá una imagen deforme e intratable 
                del mundo para sustituir a las imágenes congeladas del 
                vacío. Tal vez esas imágenes no circulen con fluidez 
                en el mercado, pero al menos nos serán (como decía Zitarrosa) carne azul colgada 
                en la heladera. For export. Del Uruguay. 
             
            * Publicado
            originalmente en Revista Crac, Nº 2 (Dicicembre 2001)
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