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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ESTÉTICA - P AISAJE - ECOLOGÍA -

Estética ecológica, ese pleonasmo


Sandino Núñez

Lo ecológico, desde la prohibición original de participar (tocar), desata las formas distantes (visuales) de la calificación adjetival (hermoso, sublime, bonito, expresivo, enérgico, vital, mediocre, pobre, malo). Lo ambiental, en cambio, es pathos en estado casi puro, enganche afectivo, indiscriminación y fusión

 

Quiero jugar con la equivalencia entre ecología y una especie de estética paisajística beata. La clave de esta estética es la fotografía. Como garantía o testimonio: la fotografía es un registro realista, habla de aquello que estuvo-ahí. Como abonitamiento: toda fotografía -aún los retratos, las instantáneas o los reportajes fotográficos- es fatalmente paisajística; y aunque no haga sino calcar a su objetivo, inevitablemente lo embellece, o por lo menos, lo estiliza.
Y como fijación. Rigurosamente, esta fijación, este
eleatismo es la forma misma de la estética fotográfica:
el esfuerzo del atleta, el gesto desencajado, una gota de transpiración, la ansiedad del espectador en segundo plano: pienso en el hai-ku, o en algunos pintores japoneses
que a través de las técnicas de un arte de la inmovilidad intentaban captar el sentido del movimiento.

Curiosamente, la estética fotográfica pasa a la televisión,
ya revistiendo las modalidades explícitas del discurso ecológico: Uruguay: Naturaleza Viva, National Geographic, Memorias de la Costa, Animal Planet.
Equilibrio o armonía, ejes de la "conciencia ecológica",
son nociones de estética renacentista -todo paisaje, toda fotografía supone un equilibrio composicional (ese equilibrio solamente puede ser estética: ¿qué sentido tiene, si no, la rana tomada a través de la transparencia de una hoja, el juego de los verdes?). Un orden en el que el hombre no puede participar sin lesionar severamente. Sólo puede contemplar, voyeur separado por la magia óptica, la
burbuja del ojo, el clic que corta y divide definitivamente
al que mira de lo mirado, al sujeto del objeto, o que bidimensionaliza aquello originalmente envolvente.

Quiero asociar, por un lado, lo contemplativo y lo discriminativo, con el paisaje, la fotografía y lo planar,
y con la noción estético-ecológica de equilibrio. Y, por
otra parte, lo participativo-interactivo, con el ambiente
y lo tridimensional.

Naturalmente, la fotografía se organiza alrededor de una lejanía, es decir, de un horizonte: la ecología es la medida misma de una distancia, o mejor, de una imposibilidad: no puedo intervenir (interferir). Esto, naturalmente, presupone que esa exterioridad no puede intervenir en mí. Una vez fotografiado, una vez representado en el plano -hechizo congelante- el mundo es impenetrable, inmodificable.

La estética ecológica nace de una técnica óptica de distanciamiento. Pienso en la deriva cósmica del Enterprise (la nave de Star Trek), ciudad tecnológica volante con una regla de oro negativa: no interferir en los procesos naturales del universo; más interesante resulta descubrir que esta macromáxima incluye la pequeña y perversa variante de no interferir en los procesos sociales de otros pueblos.

Desde la mirada orbital (divina) del Enterprise los procesos sociales o históricos de otros pueblos (terrenos) se asimilan al equilibrio natural del cosmos. Una flor negra en la quinta luna de Laertes, una dictadura sangrienta en Troblacam, un microorganismo complejísimo arrasa la civilización Trmph, un sol estalla, una cultura descubre la fisión del átomo: preciosos y únicos avatares del equilibrio, emergencias y manifestaciones del ecosistema.

De la distancia óptica se derivan -más bien como metáforas- la distancia cultural, o tecnológica, o divina. Toda mirada es, como la del Enterprise, superior, elevada, aérea, armonizante: todo es parte del espectáculo del ecosistema, menos yo; en la medida en que lo invento y lo bautizo me separo, me alejo.

Pero la distancia y la bidimensionalización de la fotografía también tienen que ver, indudablemente, con una especie de "descubrimiento" de la otredad (la propia distancia), bajo la forma de lo espectacular o de lo curioso: la zoología, la microbiología, el mundo submarino, el espacio exterior, las comunidades humanas primitivas, lo salvaje, las otras culturas, en fin.

Me gustaría entonces definir como ecológico a todo discurso voyeurista (i.e. que utilice técnicas ópticas de distanciamiento, separación y elisión del que mira -y, como contrapartida, de paisajización, estetización y conservación de lo mirado-) sobre lo otro. La distancia o la lejanía del discurso ecológico no es necesariamente (aunque casi siempre lo es) geográfica: la historia, el pasado, "de mitos y memorias", resulta la forma misma de un espacio lejano, cerrado, concluído: un lugar en el que no me es posible participar y al que sólo me resta contemplar (el modelo mismo de este lugar es el libro).

Vinculado a esto, otra idea que se manejaba en los
artículos a los que remití al comienzo era la de una especie de redención a través del retro -otra técnica típicamente ecológica. Retro es un procedimiento bastante hábil y complejo que combina la participación y la contemplación.

Más específicamente, es una técnica que habilita la participación y la interacción (digamos, una fiesta:
un sujeto ensamblado en un ambiente tridimensonal),
pero neutralizándolas, "inofensivizándolas" como un juego estetizado (un espectáculo), en el cual los compromisos, las implicancias, el disfrute, los terrores, la proximidad, pueden fingirse o actuarse como un simulacro, un casco de realidad virtual, un mundo ficcional.

Ejemplos: Montevideo juega a hacerse veraniega, como lo fue antes; las formas cultas de la música popular uruguaya juegan a disfrutar de boleros y tangos, de los registros considerados excesivos, cursis y poco cultos de la sensibilidad estética.

Contrariamente (y bastante se ha hablado de esto) la televisión ha inventado otra estética (más bien se trata de lo contrario a una estética), radicalmente distinta a la ecológica. Ésta descubre el placer de la proximidad, de los pequeños espacios, de la envoltura y el compromiso. En su momento fueron las muelas de Tinelli, o el color de sus calzoncillos, los nombres y las caras de sus hijas, su maestra, sus compañeros de clase, su dentista. O, también en su momento, Nicolás Repetto, sus admiradoras y su forma
de tratarlo como a un primo churro y simpático, como a alguien con quien creen tener un derecho legítimo para intimar, para bromear, para tocar, para piropear y conversar a la hora de la siesta.

Si ecológico era todo discurso voyeurista (distante) sobre lo otro, me gustaría llamar ambiental a todo discurso próximo de lo familiar. Allí donde la estética ecológica cerraba e incomunicaba los hemisferios de espectador y espectáculo,
el discurso de la proximidad suele utilizar conexiones directas, teléfonos, móviles, exteriores, juegos y disputas contra la tevé, agujeros en la pantalla, puertas transdimensionales -nada puede separar al que mira de lo mirado. Estas conexiones, aunque útiles y necesarias,
no son imprescindibles.

Lo único verdaderamente imprescindible es la observación de una máxima: el programa no debe ser grabado, debe salir al aire en vivo (o, por lo menos, como si fuera en vivo).
La estética ecológica pasa a la tele en una clipización,
en una estética de la producción (escenario, paisaje, equilibrio cromático, belleza del objetivo) y sobre todo
de la edición y la posproducción (cortes, montajes, tempo, sobreimpresos, música), mientras que el discurso ambiental fusiona (inevitablemente: estética del vivo) stage y backstage, escenario y trastienda, show y show-off (cables, camarógrafos, utileros, maquilladores, errores).

Lo ecológico, desde la prohibición original de participar (tocar), desata las formas distantes (visuales) de la calificación adjetival (hermoso, sublime, bonito, expresivo, enérgico, vital, mediocre, pobre, malo).

Lo ambiental, en cambio, es pathos en estado casi puro, enganche afectivo, indiscriminación y fusión (hay estribillos y rituales comunicativos, rutinas fáticas carentes de significado y llenas de fuerza tribalizante).
Soy el compinche de la figura pública, el amigo del barrio, hablo como él, tengo un humor parecido, conozco su vida y sus detalles. Una estética expresiva y distante de museo contra una fusión afectiva de casa de pensión.

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