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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



POESÍA - POESÍA MODERNA - BAUDELAIRE, CHARLES - ALIGHIERI, DANTE - INFIERNO -


Tu nombre*

Amir Hamed
Atrapar de un sorbo la belleza es una lección del último círculo inferior. Si el tiempo o el lugar común se han sublevado contra la firma de lo bello en las muchachas, sólo es posible adivinar el esplendor previo encallando contra cada una de las rugosidades y deformaciones que construyen una vieja -y que la hacen trastornar ante la arremetida de un ómnibus

Lugar común de lectores, observar en Baudelaire la piedra fundamental de una literatura moderna. Lugar común, la obra como forma en la que termina la existencia del artista: un paraíso artificial confrontado a los malos vapores de la vida cotidiana. Lugar común de la tradición que fue moderna, la simbólica ciudad de Baudelaire, llena de noche y focos luminosos, edificada con bloques de pura reminiscencia.

Sus casas, pomposamente, lucen jardines con flores de mal. Pero el poeta no vive en ellas. A diferencia del místico, que sale a la búsqueda de un gran amor estando su casita bien cerrada, el poeta moderno corre a buscar un mínimo de pasión con frenesí de desalojado.

Deambula por las calles del alma con esa hambre de comunión difícil que hace a los místicos y que destierra a los líricos de su calaña.

Su noche oscura del alma ocurre a pleno día. En rapto de místico desentrenado, pide amor para las viejas, porque en sus ajados vericuetos habría que encontrar el vestigio de alguna muchacha hermosa, de ésas que son para amar en verso.

En algún banco de plaza, medio ebrio con presumible vino de almacén, solicita el favor de la noche, porque es su costumbre la de ser amiga del criminal.

No es que le cante a esta noche como un perro a la luna, porque no es ya la luna la dueña de la ciudad (está ofendida). Es que si hubiera luz alguna que no fuera mortecina, de artificio maloliente, el poeta volaría, pero sus alas pesan como lonas gigantescas, que impiden caminar al vate -abucheado, exiliado en el suelo. (El poeta quiere inventarse dandy, pero camina con la ingracilidad de un pato.)

Lejos del azul, perdido en la vorágine de los grandes proyectos y en el tic tac frenético de los transeuntes, allí va Baudelaire, el que sólo atina a construir sus flores maledicentes al compás nostalgioso del primer exiliado.

Oh príncipe del exilio al que han hecho injusticia,
y que, vencido, siempre se muestra el más fuerte.

Poco se ve más allá del gas que alumbra París. Ese aroma industrial sólo da flores maldecidoras. Pero en la neblina, el vate se tropieza, encajonado en el primer piso del edificio dantesco, a cuyo perdido pent house se accedía con el favor de la gran musa ascensorista, Beatrice.

(luz más luz dijo Goethe, y se murió)

Así, Paris sólo permite un pequeño exceso en Baudelaire: maldecir la suerte de vivir en un pisito, sin hacer alpinismo en el monte Purgatorio, exiliado de la ciudad ideal. Ni la luz divina de la civitas dei, ni la luz del Bien que articula una Ciudad Estado a la Platón, se sospechan en esta noche perpetua. Por eso, la primer lección la aprende del primer exiliado.

Atrapar de un sorbo la belleza es una lección del último círculo inferior. Si el tiempo o el lugar común se han sublevado contra la firma de lo bello en las muchachas, sólo es posible adivinar el esplendor previo encallando contra cada una de las rugosidades y deformaciones que construyen una vieja -y que la hacen trastornar ante la arremetida de un ómnibus.

Amémoslas.

S' el fu sí bel com' elli é ora brutto
e contra 'l suo fattore alzó la ciglia,
ben dee da lui procedere ogne lutto.

No se necesita a Satán en letanías para conocer que el proceder demoníaco es simple y simétrico: revierte con sistematicidad todo lo que le ha enseñado su maestro. Hace un seis de un tres, hace un mal donde se entendía un bien, dirá gotán si se decía tango, y por las dudas, no evadirá la niñería de ponerse a dar vuelta evangelios y crucifijos.

El más económico canto del mal da cuenta de una histeria: ahí camina como un loco este sujeto, conjugando en exclusivo presente, perdido en la levedad de su intrascendencia.

Baudelaire ha aprendido que, en esos sus días de productividad y escasa dicha, poco tiempo dan para hacer aerobics (alpinismo, por ejemplo). El aire más fresco en su mundo de humos lo dan las alas turbo que el colega toscano atestiguara en el Diablo.

¡Oh tu, el más bello y más sabio de los Angeles!
Dios traicionado por la suerte y privado de alabanzas.

Una suerte de traición hay, o de traducción, entre su ciudad de hoy y la maqueta anticuada del Dante Empíreo State. Si el mismo Satán cayó del Pent House, un tiempo verbal -que no es el pasado, que es el que ahora ha embrutecido al ángel- lo separa de las ciudades de la idea. Si el segundo no se detuvo a pedido de un Fausto, tampoco se detuvo la planilla de los tiempos. Un interminable renglón impreso, que no puede ser borrado, anega al dandy de tinta y oscuridad. El poeta lo finge reloj, dios imposible, espantoso, malvado, etc.

cuyos dedos nos amenazan y dicen: Acuérdate (de Dante y de algún otro)

Bajo género de confesión, el mal, según Baudelaire, es un tema novedoso.
(No demos un paso retro. Descubrirían, entonces, que al dandy lo mueven unos pies de pato)

Si queda un piso sólo, mejor darle la espalda al campo de Russeau y de Chateubriand, también a su sentimentalina, y demos un paseo por el Down Town. Como pocos, Baudelaire es un poeta de verso explícito. Para maldecir de todo ingenuo romanticismo, nos aclara que la firma de Dante no viene a ser mayor garantía, porque viene sin Beatrice, esa consignataria.
No será un sentimental, ni siquiera un Hamlet, y lo aclara con La Beatriz.

Ahí finge el poeta que, cierto día, estando los terrenos calcinados, de ceniza y sin verdores y él, con distracción ecológica, se quejaba a la naturaleza, repetinamente, por sobre su cabeza, descendió una nube (que era como una plataforma en la que canta Madonna) repleta de demonios, quienes lo acusaron de ser sombra triste, caricatura de Hamlet. Los susodichos, que eran tan bravucones e irrisorios como los que viera Dante, hubieran sido irrelevantes e inermes ante la mirada azul del vate de no haber mediado que entre ellos, prodigando caricias obscenas, se zangoloteaba la Beatriz.

Pura modernidad: un gótico de plafom bajo.

Mancillada la musa, descascarado el amor, se comienza la lírica del día de hoy. Beatrice en su burdel y al costado, entonces, podrá comenzarse la ciudad de los versos.

Pero para empezar a edificarla -o para hacer de la vida obra- hay que conseguir algún préstamo. Y Baudelaire dará la lección, reconociendo su poca solvencia y buscando desde un principio -desde que es veinteañero y quiere hacer sus primeras flores literarias- una garantía fuerte. Dará con un catecismo: el de la mujer amada por ella misma en el Salón de 1846: Les Lesbiennes. Seis piezas que dieron su primer título; las mujeres damnés del poeta que fueron, un año después, exactamente condenadas y expurgadas, hasta un siglo más tarde, de toda obra con firma de Baudelaire.

Si Satán alza contra su maestro el ceño, el ritornello de Lesbos se regodea en dejar que Platón frunza el suyo austero.

Alza, ciudad mía, tu ceja contra la ciudad primera, deja que Platón frunza su entrecejo sombrío -te perdonamos por tus besos innumerables. Era Lesbos, precisamente, la voz que da su fuerza y novedad al trazo, para que el verso corra con fuerza de gramófono y Baudelaire-Dufüis se ejercite en el arte difícil de irse haciendo un nombre. (Pues Lesbos, entre todos los hombres de la tierra, me ha elegido para cantar el secreto de sus vírgenes en flor, y fui desde la infancia al misterio admitido)

pues Lesbos entre todos los hombres me ha elegido.

No testigo de Beatriz sino evangelista de Safo. Las risas frenéticas y el llanto sombrío de estas mujeres lo autorizan a escribir, y así hacerse hombre. Hombrecito, podrá ir haciendo la ciudad del flaneur a su alrededor.

Pero el viejo Platón, habilísimo paisajista, le purga a la París replicante del poeta su orilla de mujeres poco productivas (Sobre la arena recostadas, como un rebaño que medita,
ellas entornan los ojos hacia el horizonte de mares)

En 1857, la Polis, en memorable juicio, le expurga a la ciudad de flores malas sus noches ardientes y sus besos desmayados.
(Falta un siglo, todavía, paciencia Baudelaire, no sea criatura). Tolera, en todo caso, alguna vieja -es dable que sea abuela-, permite por allá un burdel, que es una casa con utilidad cívica, y al Diablo es mejor tenerlo presente en letanías (No es, por ventura, el mismo Baudelaire quien sugería que es último truco del adversario decir que no existe).

Por un siglo, las ediciones de Las flores del mal, incompletas, descontaron que Safo tuvo que repetir, cansinamente, el ritual de internarse en el mar, para darse una muerte bien húmeda.

Muerta, expurgada, Safo -y su isla de mujeres recalentadas- terminó siendo la garantía de funcionamiento de París, la de Baudelaire.

Troya sólo sería vencida si la ciudad perdía el paladio, la estatua caída del cielo, que Atenea realizó en honor de Palas, la compañera involuntariamente muerta por la diosa. Palas, muerta, pero presente en efigie, garantizaba la estabilidad de la gran ciudad (alrededor de la estatua de madera, los troyanos construyeron un templo).

Con el tiempo, no hubo ciudad griega sin su correspondiente palladium. Atenas, para garantizarse el favor de la diosa, construyó una réplica -de la artífice.

Inversión mínima y cristiana, en la ciudad del poeta. Safo, la artífice, es la que muere. En su lugar, queda la efigie de Beatriz, la Gran Meretriz, caída como testimonio de que, en alguna parte, queda algún cielo.

Queda Satán, que es lo visible y vivo. Como jugando en un tobogán, el poeta escala sus lomos y se desliza por el vientre, hasta caer en la arena (que ha quedado vacía) para volver a empezar, porque no puede ir más allá. Queda la invitación al viaje, que no puede ser realizable: del cielo cayó lo que quedaba por ver, que es la Beatriz. La otra musa, la que daba voz y margen, se ha perdido en el mar.

Corte casi umbilical, como para que el texto comience a andar, y se vaya armando, alrededor de la plaza pública, donde se instala el cadalso, la nueva ciudad moderna.

Safo y su pérdida, todo a un tiempo, garantizan la vida ulterior de la ciudad y también el jugueteo -en este mundo triste y cansino- de mirarse el ombligo y retreparse a Satán, para que nos dé dignidad.

Toi que fais au proscrit ce regard calme et haut
Qui damne tout un peuple autour d' un échafaud.

Dante lo ha prescrito -le ha legado una Beatrice venida a menos. Y a Safo la tiene proscripta. Véase deambular al poeta, un grafo salido de línea, un alma en pena que busca consolación, porque le robaron la mujer.

Oh Satan, prends pitié de ma longue misère.
Tuyo es el reino

A pocos lectores ha escapado que T.S. Eliot escribió con avidez a San Juan, a Dante, a Baudelaire. No tuvo dudas, por ejemplo, en llevar sus versos (Let us go you and I) por los callejones de la ciudad. Fue escribiendo hasta hacerse anglicano, y luego lo seguiría haciendo.

Afanoso y autocrítico, filosofado, teologizado, academizado, medido, supo incluso escribirse a sí mismo.

Lo que llamamos principio es con frecuencia el fin
Y llegar a un fin es llegar a un principio.
El fin es de donde partimos. Y cada frase
Y cada oración correctas (donde cada palabra está en su lugar)
Asumiendo su puesto para sostener a las otras,
La palabra ni tímida ni ostentosa,
Un comercio natural de lo antiguo y lo nuevo,
La esencial palabra precisa pero no pedante,
El completo comercio bailando a un tiempo)
Cada frase y cada oración es un fin y un principio,
Cada poema un epitafio. Y toda acción
Es un paso hacia el tajo, hacia el fuego, un descenso
hacia la garganta del mar
O hacia una piedra ilegible: y de ahí es de donde partimos.

Partimos desde un Baudelaire en el Prufrock del 17 (Let us go you and I). Viaje de la voz del poeta que sale a pasear por la ciudad, entre hoteles viejos y paredes derruidas. No hay Satán: no es necesario como compañía (está terminando una guerra). Hay esas preguntas terribles que nos hacemos todos los días. El cabello ralea, should I comb my hair apart. Ha habido una guerra sin precedentes (would I eat that peach). Envejezco, adelgazo, tal vez convenga hacerle dobladillo a los pantalones -dirán tantas cosas de mí. Todo el universo se irá haciendo, nadie lo ignora, una tierra baldía (y si arrollamos el universo en una bola de papel y pasamos a otro tema). Con el tiempo, ése de irse midiendo con cucharitas de café, y el anglicanismo, sus versos no variarán demasiado. Se volverán un poco más pretensiosos y las citas cada vez más ostensibles. Los cuartetos denunciará el pretexto de la evolución como una ley pesadillesca. Así también se llevará la Historia que con ella viene (Daedalus acusaba a la historia de ser pesadilla de la cual quería escapar).

I grow old, I grow old, vivo entre hombres huecos (ya estaba atrapado por el vacío y su era). A lo largo de todo el camino por la ciudad, en la cámara contigua, las mujeres van y vienen, hablando de Michelangelo.

¿Me comeré ese durazno? Irrisión de Adán, irrisión de Eva, Eliot no puede responder a las preguntas de sus ancestros. Apenas responde preguntas que tal vez algún predecesor no terminó de responder. No, I am not prince Hamlet, contesta antes que una turba de demonios venga a increparlo, y no piensa cantarle a Satán. La tierra es un baldío, el Graal santo se ha perdido, no habrá Galahad ni príncipe Hamlet que se pregunte por los bufones o por el ser. Y aceptar la invitación al viaje no deja de ser una alternativa temible: el mar es una alternativa temible (fear death by drawning).

¿Y si me ahogo? Quisiera ser, apenas, un Polonio, un consejero servicial, oportuno, si es que alguien está dispuesto a escucharme (hay mucho ruido, In the room, the women come and go, talking about Michelangelo). Quiero dar un paso al costado. No deseo que la historia pase por mí, no deseo, tampoco, que lo intemporal me abrace. No quisiera, tampoco, ser ninguno de mis maestros.

El pasado y el presente se dan juntos en el futuro
Repito a Dante en mi viaje, por la ciudad, por su noche, repito, como Joyce, a los antiguos griegos, como todos sabrán ver, para escapar a la Historia y su pesadilla. All I want to take is a step aside. Quiero llegar a una orilla, he llegado a una orilla, sin edificios, donde el mar no habrá de ahogarme y podrán apreciar que tampoco logro ser Odiseo. Acabo de ver a las sirenas en las cámaras del mar, claro hombre, son las mismas que hablan de Miguel Angel. Sí, las he oído
(I have heard the mermaids singing): no cantaban para mí.

No podían cantar para mí, porque son las mismas expurgadas de la ciudad de Baudelaire: todo canto de héroe se ha perdido, todo canto para antihéroe maldito. No, no soy Odiseo, sólo un oscuro voyeur, un Leopoldo Bloom que sabe que no tiene penélope. Marion Bloom monologa durante ochenta páginas para cerrar una novela larguísima, porque Leopold Bloom queda en la orilla del capítulo, sin poder escucharla.

Entre mi cuarto y la cámara contigua hay una puerta condenada; un capítulo final al que el héroe no puede acceder. Pero esa cháchara de ritornello, ese rumor incomprensible, es la garantía de que puedo hacer el poema, sin ahogarme ni deshidratarme; esas sirenas andan por ahí, y no importa que sea capaz de entenderlas. Que estén, o que hayan estado, son la garantía para que ponga estos versos en la ciudad. Cada palabra, cada sirena, está en su lugar y asume su puesto para sostener mi obra (la sirenas nacen de las mujeres ahogadas) que será legible si no llega hasta la garganta del mar.

Aquí hago uno de mis epitafios, y vuelvo a empezar (ellas chapalean, un poco más allá, y me garantizan que esto es una orilla).

Desde aquí, puedo oír el mar, puedo apreciar el redondo transcurrir de las estaciones y de la naturaleza, y desde este lugar puedo saber que abril es un mes de lo más cruel. Podría hacer un cuarteto para cada estación, puedo escribir del tiempo, como que el tiempo presente y el tiempo pasado están tal vez ambos presentes en el tiempo futuro, y el tiempo futuro contenido en el que ha pasado. Puedo ser obsesivo con esto (La Historia puede ser servidumbre. La historia puede ser libertad).

Puedo aquí y entonces hablar de las muchas voces y los muchos dioses que contiene el mar (The sea has many voices, many gods and many voices) y contemplando este afuera del que las sirenas son aval, puedo hablar un poco de los dioses y de mí. No sé mucho de dioses; pero creo que el río es un fuerte dios pardo -adusto, indómito, intratable-

No sé mucho de dioses; pero creo que el río
es un fuerte dios pardo -adusto,
paciente hasta cierto punto, reconocido al principio como frontera; (...)
El río está en nuestro interior, el mar nos cerca por todos lados.

Las mujeres ahogadas nos cercan por todos lados, así podemos hablar de nuestro río interior. Podemos hablar de los hombres huecos que están aquí, por eso dedicamos The Hollow Men a Kurtz (él muerto) que es una obra que partió el siglo, un dios que se puede reconocer como frontera del tiempo de Baudelaire con el nuestro, our heart of darkness, de Joseph Conrad.

La suya tiene de memorable que nos muestra la escena entre el maestro y el discípulo. El maestro, Kurtz, empleado colonizador, viajando a lo largo de un río simbólico, se perdió en la selva; allí los nativos y algún arlequín lo convirtieron en un semidiós. Marlow viaja a su encuentro y quiere aprender de él, pero el único mensaje de aquél que se internó en el corazón de las tinieblas, un momento antes de morir, un instante antes de partir el tiempo en un siglo nuevo, fue insostenible para cualquier oído: el horror, el horror. No hay más mensaje. End of transmission.

Pero Kurtz tenía una novia, y Marlow ha ido en su busca. Ella le pregunta, qué fue lo último que dijo antes de morir el amado Kurtz. Marlow, piadoso, miente: lo último que dijo fue tu nombre.
Luego Marlow en el Támesis le cuenta a otros toda la historia, y Conrad, a su turno, la repite para que un Eliot la lea. El mensaje sólo puede ser transmisible a partir de tu nombre.

Un nombre de mujer omitido, que garantiza nuestro pasaje de siglo, que lenifica el horror -por eso ni Marlow ni Conrad lo cuentan- . Tu nombre mutilado de todo silabeo, ocupando el lugar preciso para sostener el nombre de Conrad y el de Eliot, para partir del epitafio del maestro muerto, remontar el río y comenzar una vez más, para fundar los versos de una una ciudad nueva.

The problem once solved, the brown god is almost forgotten
By the dwellers in cities -ever, however, implacable,
keeping his seasons and rages, destroyer, reminder
Of what men choose to forget. Unhonoured, unpropitiated.
By worshipers of the machine, but waiting, watching and waiting.


Un nombre cualquiera de ahogada o de sirena, o de loba virginal.

Porque tuyo es el reino
(no menciones a Diotima que espera que el esposo vuelva y con ella recupere fuerzas, mientras los otros se dan el gran banquete)
Tal vez un nombre.

porque tuyo es La luz para ella era un faro y la literatura
la vida es eran olas
(she does not fear death by drowning)
porque tuyo es el Lo único que solicitaba era un cuarto para ella sola.

De este modo es que se acaba el mundo (tal vez
para escuchar a hombres
De este modo es que se acaba el mundo huecos hablar de Michelangelo)

De este modo es que se acaba el mundo
Virginia Woolf

abandona este mundo
No con una explosión cercado y seco,
te deja en la orilla y va sola y sencilla

Sino con un quejido a morirse en el mar.

* Publicado originalmente en Retroescritura (Editorial Fin de Siglo, 1998)

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